Chacumbele ataca

Jueves, 19 de agosto de 2010

La medida dictada por el Poder Judicial contra El Nacional, que prohibe temporalmente al diario publicar cualquier tipo de información sobre la violencia que azota al país, así como la prohibición contra el resto de los medios impresos de publicar imágenes sobre el crimen durante un mes, son claramente un atentado contra la libertad de expresión.

Pero también representan una oportunidad de oro para afinar la estrategia mediática de la Alternativa Democrática.

Con esta medida -y con la risita de Izarra-, el gobierno por fin logró cambiar el tema de conversación. El problema es que este cambio no le conviene porque, según todos lo sondeos, la amplia mayoría de los venezolanos consideran que la violencia es el principal problema del país.

Ya he promovido en este espacio la idea de que, en la campaña electoral, la oposición se concentre en dos o tres mensajes. También he aplaudido la labor de la Alternativa Democrática porque, por primera vez, no ha dejado que Chávez dicte el tema de conversación.

Pero, viendo las encuestas, no entiendo porqué la violencia no ha sido, como Pudreval, uno de los dos o tres focos de la campaña.

Ahora Chávez nos sirvió la oportunidad en bandeja de plata.

Lo único que hay que hacer es no desperdiciarla.

PD: Voluntad Popular -que ha desempeñado un papel importante en esta campaña- captó más rápido que nadie esta oportunidad y ya parece tener una estrategia para no soltar el tema. El resto de los partidos (o “movimientos”) no debe quedarse atrás.

Chávez y la locura

Miércoles, 17 de agosto de 2010

El episodio de la exhumación de los restos de Bolívar atrajo muchas atención fuera de Venezuela. Más de un comentarista se pregunto seriamente si Chávez estaba bien de la cabeza.

Algunos incluso recordaron otros episodios que ponen en tela de juicio la estabilidad mental del presidente. Por ejemplo:

1) Por un tiempo Chávez dejaba una silla vacía en las salas de reuniones, donde supuestamente se sentaba el Libertador.
2) Chávez una vez le confesó a un amigo que era la reencarnación de Ezequiel Zamora. “Compadre, te voy a confesar algo que no le he dicho a nadie…”
3) En una sesión espiritista cuando era soldado Chávez sintió dentro de él “una fuerza extraña” y empezó a temblar y hablar como un viejecito. Cuando una amigo le preguntó si era Bolívar, Chávez lo negó. Cuando otro amigo le preguntó si era Maisanta, Chávez dijo: “Claro, mijo, aquí estoy.”

En lo particular, mis dudas sobre la sanidad mental de Chávez no se deben tanto a estos episodios como a su discurso. O mejor dicho: a ese lugar al que, con frecuencia, desciende su discurso.

Cuando Chavez habla, uno nota varias fuerzas, a veces contradictorias, pujando lo que dice en diferentes direcciones. A veces predomina el hombre de convicciones, cuya admiración por ciertos “próceres” (Bolívar, Maisanta, Zamora), o su indignación frente a ciertos problemas (la pobreza, la desigualdad, etc), son genuinas. Otras veces uno ve claramente al estratega político, cuyas acciones son el resultado del más frío cálculo racional. Otras veces uno ve al mentiroso y manipulador, que engaña, miente y manipula con plena consciencia. Y otras uno ve al hombre obsesionado con el poder, cuya principal preocupación en la vida es preservar el poder, acumular más poder.

Por lo general, las líneas que separan estas fuerzas se pueden ver. Uno sabe cuando Chávez habla de Bolívar sintiendo lo que dice. Uno sabe que el abrazo que le da a una viejita en una fábrica está cargado de emoción. O uno sabe que miente y manipula con plena consciencia, o que hace una crítica al capitalismo porque de verdad la cree.

Pero otras veces estas fronteras se tornan grises y uno no sabe si está manipulando o hablando con convicción. Uno no sabe si lo que dice es resultado de su sensibilidad hacia la pobreza o de su sed de poder. Uno no está seguro si manipula con conciencia o se cree sus mentiras. Las fronteras que separan estos territorios parecen disolverse.

Lo peor: uno no sabe si, dentro de la mente de Chávez, estos limites también se disuelven. Uno no está seguro si él mismo sabe si está mintiendo o hablando con honestidad, si sus acusaciones contra el imperio son producto de la convicción o un esfuerzo consciente de tergiversar la verdad. Opuestos como la honestidad y la manipulación se funden, de pronto, en uno solo.

Son en estos momentos cuando lo siento cerca del abismo de la locura.

Sobre Müller Rojas

Lunes, 16 de agosto de 2010

Semana de duelo en la filas del chavismo. Primero Tascón, ahora el general Alberto Müller Rojas, curiosa coincidencia porque ambos hacían algo que ya no hace ningún revolucionario: de tanto en tanto criticaban al gobierno.

Tres cosas me vienen a la mente cuando pienso en Müller Rojas:

1) En 1998, cuando era jefe de la campaña electoral de Hugo Chávez, el fallecido general admitió publicamente haber recibido donaciones del BBVA, asegurando que el ahora presidente de Venezuela conocía la existencia de las negociaciones y de las aportaciones de ese grupo financiero español. Este tipo de aporte no son, ni eran en aquel momento, permitidos por la ley venezolana.

2) En abril de 2007 Chávez dijo que “la llamada institucionalidad de la Fuerza Armada fue una manera de enmascararse y asumir una posición contraria al gobierno, a la revolución y al mandato del pueblo.” Añadió que el sector castrense jamás ha sido “apolítico, inoloro, incoloro e insípido” a la vez que reiteró que los oficiales están obligados “por la historia y por las circunstancias a declararse cada día, con más fuerza y con más radicalidad, a ser anti-imperialistas, revolucionarios, bolivarianos y socialistas.”

Cuatros meses después, en julio, Chávez amonestó públicamente a Müller Rojas por admitir en un programa de TV que la Fuerza Armada estaba partidizada.

3) En Hugo Chávez sin uniforme, Barrera y Marcano, tratando de adentrarse en la personalidad de Chávez, citan a Müller Rojas: “La gente tiene que por lo menos fingirle [a Chávez] absoluta sumisión, lo que demuestra una completa falta de confianza en sí mismo. Para mí es uno de sus rasgos más negativos: él no tiene confianza en sí mismo, porque el que tiene confianza en sí mismo, tiene confianza en los demás y en la capacidad que tiene de hacer que los demás acepten el liderazgo y sigan la línea que uno propone.”

Sobre el hombre que pronunció estas palabras, Chávez escribió ayer: “Vaya que de noticias en estos días. Ha muerto ahora mi general Müller. Pues que toquen la Diana Carabobo mil cornetas y que redoblen mil tambores…Lo quise de verdad como se quiere a un padre y lo llevaré para siempre en mi corazón.”

Es verdad: sólo un padre puede soltar esa observación casi íntima sobre la inseguridad del Comandante.

Comité contra la Podredumbre Burguesa

Viernes, 13 de agosto de 2010

Comité contra la Podredumbre Burguesa exige extradición de Mezerhane y Zuloaga.

Parece un titular de El Chigüire Bipolar, pero no lo es. Es de Venezolana de Televisión.

Batalla interna

Viernes, 13 de agosto de 2010

El diputado Luis Tascón, que murió ayer liquidado por un cáncer que le diagnosticaron a principios de año, era un personaje complejo, excelente materia prima para un novelista.

Varias veces conversé con él y me pareció un chavista bastante particular. Tenía ideas bastante cuestionables y podía decir cosas que delataban una profunda ignorancia, pero a veces sorprendía con una observación lúcida. A diferencia de un Carlos Escarrá o un Calixto Ortega, su personalidad tenía un filo de rebeldía e independencia. Pero, a diferencia de Ismael García o Baduel, no le era fácil romper completamente con la revolución y con Chávez, creo que por una combinación de razones que traté de abordar hace unos años.

En un libro de entrevistas que le hizo Ramón Hernández, Tascón toca este tema:

RH: Usted insiste en hablar de “nosotros,” pero hace bastante tiempo que lo expulsaron del PSUV…
LT: Que no sea del PSUV, porque me expulsaron, no quiere decir que no diga nosotros. Somos un colectivo. Independientemente de que tengamos discrepancias, soy parte de ese colectivo. Independientemente de que haya creado otro partido, sigo siendo de ese colectivo. Yo tengo afecto por ese colectivo y ese colectivo tiene afecto por mí. Tenemos una identidad de propósito y creemos en lo mismo.

Estas fuerzas opuestas que jalonaban su personalidad lo hacían contradecirse a cada rato. El librito de entrevistas de Ramón Hernandez está repleto de estas contradicciones.

Sus críticas a la revolución, por ejemplo, podían ser muy duras:

Durante estos diez años no habido voluntad para transformar el Estado. Hicimos una transformación profunda del discurso político: cambiamos las palabras, pero no los procedimientos. Las palabras y los hechos están desconectados. Se repiten las palabras “revolución,” “socialismo,” “marxismo,” “Che Guevara,” “camarada,” “nuestra América,” “indoamericano,” “desarrollo endógeno,” pero la alcaldía de hoy es la misma que la de cuando mandaban los adecos y los copeyanos. Si alguien llega a un cargo de esos, los primero que busca son negocios para enriquecerse.

Sobre la corrupción:

Yo esperaba que Chávez emprendiera una persecusión inclemente contra la corrupción, que haría caída y mesa limpia, pero no hizo nada. Ningún corrupto de la Cuarta República cayó y los había por montones. Ni uno solito. Con el caso de Micabú, que tocó directamente al segundo en el mando, al presidente del Congresillo, empezó la impunidad. Luis Miquilena no fue preso, a pesar de ser responsable de manera clara y evidente…Ahí se demostró que el discurso anticorrupción de Chávez era una gran mentira y que no se iba a luchar contra la corrupción.

Sobre la polarización:

Si el gobierno hace la ley de inteligencia y contrainteligencia, inmediatamente salimos a defenderla. Algunos personajes, gente que se suponen inteligentes [Tascón se refiere a Carlos Escarrá y Calixto Ortega], salieron a rasgarse las vestiduras sin tener razones para defenderla. Esa polarización genera una conducta que conlleva la destrucción de la nación, no la construcción; también vulnera un principio humano fundamental: la capacidad de pensamiento, el razonamiento y la crítica. Con la polarización está prohibido pensar.

Pero luego estaban sus opiniones generosas sobre Chávez, a quien exculpaba de una manera inexplicable:

Chávez no se ha desviado de su idea. Se le ve en el discurso. Ha cometido algunas contradicciones importantes, pero, en el fondo, no se ha desviado de su discurso. Las desviaciones son de su entorno de poder. Está aislado. Cuando pide que se haga algo, no se hace. Si ordena que se discuta algo, no se discute. Si manda a que se avance en un sentido, no se avanza. Pide que se rectifique, pero no se rectifica. Su anillo manda más que él. El poder lo tiene su entorno.

Finalmente, los dejo con esta última cita, donde creo que traslucen estas fuerzas a veces contradictorias que cohabitaban incómodamente en la personalidad de Tascón. Aquí la tensión provocada por estas fuerzas es tal que su discurso se descarrila y luego se desbarranca al terreno del relativismo moral y el sinsentido:

No es que Chávez sea aliado de los corruptos. No. Yo sé que, en su interior, Chávez rechaza la corrupción. Es un hombre anticorrupción. El 4 de febrero de 1992 fue un golpe anticorrupción. Por supuesto, la cultura política pervierte los procesos y los corruptos terminan controlando el entorno y controlando a Chávez, controlando el poder. Nunca emprendimos una lucha frontal contra la corrupción, y eso sí es un error de Chávez y culpa de Chávez. No sé si trató de utilizarla, entendiendo que es la “grasa invisible” que facilita el funcionamiento de la maquinaria del Estado; quizá creyó que podría administrar esa “grasa” sin ensuciarse, pero no pudo, era imposible. Esa “grasa” termina embardunándolo todo. El presidente de la República es el que mejor y más “grasa” puede utilizar, pero eso se voltea tarde o temprano.

Más sobre Tascón: