Chávez y la locura

Miércoles, 17 de agosto de 2010

El episodio de la exhumación de los restos de Bolívar atrajo muchas atención fuera de Venezuela. Más de un comentarista se pregunto seriamente si Chávez estaba bien de la cabeza.

Algunos incluso recordaron otros episodios que ponen en tela de juicio la estabilidad mental del presidente. Por ejemplo:

1) Por un tiempo Chávez dejaba una silla vacía en las salas de reuniones, donde supuestamente se sentaba el Libertador.
2) Chávez una vez le confesó a un amigo que era la reencarnación de Ezequiel Zamora. “Compadre, te voy a confesar algo que no le he dicho a nadie…”
3) En una sesión espiritista cuando era soldado Chávez sintió dentro de él “una fuerza extraña” y empezó a temblar y hablar como un viejecito. Cuando una amigo le preguntó si era Bolívar, Chávez lo negó. Cuando otro amigo le preguntó si era Maisanta, Chávez dijo: “Claro, mijo, aquí estoy.”

En lo particular, mis dudas sobre la sanidad mental de Chávez no se deben tanto a estos episodios como a su discurso. O mejor dicho: a ese lugar al que, con frecuencia, desciende su discurso.

Cuando Chavez habla, uno nota varias fuerzas, a veces contradictorias, pujando lo que dice en diferentes direcciones. A veces predomina el hombre de convicciones, cuya admiración por ciertos “próceres” (Bolívar, Maisanta, Zamora), o su indignación frente a ciertos problemas (la pobreza, la desigualdad, etc), son genuinas. Otras veces uno ve claramente al estratega político, cuyas acciones son el resultado del más frío cálculo racional. Otras veces uno ve al mentiroso y manipulador, que engaña, miente y manipula con plena consciencia. Y otras uno ve al hombre obsesionado con el poder, cuya principal preocupación en la vida es preservar el poder, acumular más poder.

Por lo general, las líneas que separan estas fuerzas se pueden ver. Uno sabe cuando Chávez habla de Bolívar sintiendo lo que dice. Uno sabe que el abrazo que le da a una viejita en una fábrica está cargado de emoción. O uno sabe que miente y manipula con plena consciencia, o que hace una crítica al capitalismo porque de verdad la cree.

Pero otras veces estas fronteras se tornan grises y uno no sabe si está manipulando o hablando con convicción. Uno no sabe si lo que dice es resultado de su sensibilidad hacia la pobreza o de su sed de poder. Uno no está seguro si manipula con conciencia o se cree sus mentiras. Las fronteras que separan estos territorios parecen disolverse.

Lo peor: uno no sabe si, dentro de la mente de Chávez, estos limites también se disuelven. Uno no está seguro si él mismo sabe si está mintiendo o hablando con honestidad, si sus acusaciones contra el imperio son producto de la convicción o un esfuerzo consciente de tergiversar la verdad. Opuestos como la honestidad y la manipulación se funden, de pronto, en uno solo.

Son en estos momentos cuando lo siento cerca del abismo de la locura.

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