¿Dialogar o no dialogar?

¿Se cometió o no se cometió un error yendo a dialogar?

Primero que nada, ayer la realidad infligió un duro golpe a la tesis de un gobierno friamente calculador que, a cada paso, hace exactamente lo que tiene que hacer para alargar las protestas. En las acciones que algunos han visto muestras de consistencia, organización y hasta genial maquiavelismo, yo más bien he visto una buena dosis de improvisación, incoherencia e irracionalidad -como en la mayoría de los ámbitos de la gestión gubernamental.

Pero a lo que iba.

A mí este debate no me parece muy importante si la oposición mantiene la protesta mientras se lleva a cabo el diálogo -algo que de todos modos va a ocurrir así los partidos no quieran.

Pero creo que el juego se va a trancar pronto, como fue evidente ayer. Coincido con lo que algunos escépticos han dicho: el diálogo podría ser contraproducente si la oposición cede en puntos en los que no debe ceder. Pero ayer todos los líderes de la MUD subrayaron la mismas exigencias, liberación de los presos políticos, renovación de los poderes, desarme de los colectivos, etc.

¿Por qué digo que el juego se va a trancar si la oposición se mantiene firme como todos esperamos que se mantenga?

Porque, aunque muchos no lo dicen, pedirle al gobierno renovación de poderes es tan radical y difícil de lograr como pedirle la renuncia a Maduro. Pues ¿qué ocurriría, por ejemplo, si la oposición logra que se nombre un Tribunal Supremo independiente? Inmediatamente decenas de valientes activistas como Alfredo Romero introducirían demandas contra altos funcionarios de gobierno por la represión de los últimos dos meses -para no irnos más atrás de febrero. Y, si esas demandas son procesadas por un tribunal independiente, estos funcionarios irían presos. El chavismo sabe que su supervivencia depende de la falta de separación de poderes.

Pensar entonces que el diálogo puede sustituir la protesta es una tonta ilusión, porque la única manera de imaginar al gobierno cediendo en asuntos como el CNE y el TSJ es a través de una fuerte y continuada presión en la calle.

Sí, también es difícil imaginar al gobierno cediendo porque no resiste la presión de las protestas. Pero es mucho más difícil imaginarlo cediendo solamente porque la MUD se lo pide por las buenas en Miraflores.

Dioses indiferentes

Domingo, 6 de abril de 2014

David Simon sobre la influencia de la tragedia griega en The Wire:

[We’ve] ripped off the Greeks: Sophocles, Aeschylus, Euripides. Not funny boy—not Aristophanes. We’ve basically taken the idea of Greek tragedy, and applied it to the modern city-state. [. . .] What we were trying to do was take the notion of Greek tragedy, of fated and doomed people, and instead of these Olympian gods, indifferent, venal, selfish, hurling lightning bolts and hitting people in the ass for no good reason—instead of those guys whipping it on Oedipus or Achilles, it’s the postmodern institutions . . . those are the indifferent gods.

¿Cómo se traduce esto en la práctica?

Pongamos un ejemplo.

Una de las tesis disueltas en The Wire es cómo el uso y abuso de estadísticas (“stat games”) ha destrozado el departamento policial de Baltimore, privilegiando el número de arrestos por delitos menores sobre las investigaciones y el trabajo policial enfocado en criminales cuyas actividades causan mayores daños a la sociedad. ¿Por qué ocurre esto? Porque los alcaldes necesitan mostrar a sus electores que el crimen está bajando para ser reelectos. Y por eso necesitan aumentar el número de arrestos. Es más fácil aumentar el número de arrestos si uno se enfoca en delitos menores. El alcalda gana votos, pero la ciudad pierde en seguridad.

La policía está llena de agentes que desean hacer lo correcto. Pero estos agentes aran contra un mar de ineficiencia institucional. Su buena voluntad es asfixiada por esta y otras poderosas dinámicas e inercias burocráticas; esas fuerzas institucionales que para David Simon y Ed Burns son los equivalentes modernos de los “dioses indiferentes” de las tragedias griegas.

The Wire, pues, tiene una visión terriblemente pesimista. No son individuos los que se corrompen y delinquen corroyendo la esencia del sistema democrático. Es el sistema mismo el que parece condenado sin remedio.

Pero ¿es este pesimismo justificado? ¿Son tan poderosos estos “dioses indiferentes”?

No pareciera:

En 2010 el crímen en Estados Unidos llegó a su punto más bajo en cuatro décadas. Y el estado de Maryland, donde queda Baltimore, no es una excepción:

¿Y qué factores motivaron esta caída del crimen? Uno importante es el mejor y más eficiente uso de estadísticas. La tecnología ha facilitado avances asombrosos en la recopilación y el procesamiento de datos. Y, como me dijo Gary LaFree, los mejores sistemas de recolección de datos y los novedosos programas para visualizarlos en el espacio, han asistido enormemente el patrullaje de “punto calientes” donde se concentra la mayor criminalidad. De hecho, no es una exageración decir que estos avances han revolucionado -y no meramente reformado- la actividad policial.

Entonces tenemos dos realidades. La presión (democrática) que se ejerce sobre los políticos para mostrar resultados rápidos combinada con la creciente disponibilidad y capacidad de recopilar estadísticas puede crear incentivos burocráticos perversos como los que muestran Simon y Burns en The Wire. Pero al mismo tiempo el crimen ha caído significativamente. Y esta caída se explica en parte por el mejor y más amplio uso de estadísticas pero también por una capacidad de las instituciones estadounidenses para reinventarse y reformarse a sí mismas sin la cual la violencia jamás hubiese disminuido a los actuales mínimos históricos.

La policía como institución en Estados Unidos no es un buen ejemplo de esos “dioses indiferentes” contra los que es inútil rebelarse. Al contrario, es un ejemplo inspirador de que estos dioses no son omnipotentes. A veces pueden ser derrotados por esos humanos a los que vapulean, corrompen y confunden.

Sombreros e ideas

Jueves, 3 de abril de 2014

¿Qué debe hacer la oposición? ¿Cómo debe reaccionar ante las protestas? Entre radicales y moderados, ¿quién tiene la razón? ¿Se puede forjar un acuerdo entre ambos bandos?

Para mí estas preguntas son muy díficiles de responder. Y cada vez que tomo posición inevitablemente siento que estoy excluyendo aspectos importantes de la discusión.

Pero esto no justifica la pobreza del debate. Buena parte de los comentadores distorsionan y simplifican la posición de sus adversarios, o se ensañan contra los argumentos más débiles ignorando los más fuertes.

Otros escogen ideas como quien escoge el color de un sombrero -en base al gusto personal. Más que razonar compran argumentos que reafirman lealtades tribales o justifican viejas aversiones o prejuicios. Y las ideas propias a veces son evidentemente moldeadas por estas lealtades y rencores. Twitter magnifica estos defectos. Allí pululan grupos donde la repetición de ciertos argumentos es vista como una insignia de seriedad o una reafirmación de identidad. Esto es especialmente evidente en la intelligentsia que apoya a Capriles, a la que quizá estoy más expuesto.

Pero basta de preámbulos. Todo esto es simplemente una manera de introducir a Martínez Meucci. Rebelándose contra la mayoría, Miguel Ángel reconoce la seriedad de este debate y encara con honestidad y coraje intelectual los aspectos más importantes y controversiales de cada posición. Trata de capturar una complejidad casi inasible y provee un marco sólido para elevar la discusión. Lean con cuidado cada párrafo de su más reciente artículo, porque es evidente su forcejeo con ideas que muchos despachan por frívola conveniencia o simple incapacidad.