Viernes, 14 de septiembre de 2007
Desde hace ya dos meses, he estado leyendo entre semana, cinco o diez minutos después de desayunar, el libro To Jerusalem and Back (The Viking Press, 1976) de Saul Bellow, un relato personal de los meses que pasó el autor en esa ciudad a mediados de los años setenta. El libro, que compré por un dólar en una tienda de libros usados, no estaba siquiera en mi lista mental de prioridades y fácilmente hubiera podido pasar años sin tocarlo. Pero una mañana, mientras desayunaba, lo vi debajo de una montaña de revistas y decidí leer algunas páginas antes de ponerme a trabajar. Desde entonces, mis días comienzan con ese ritual: la indispensable taza de café y esa pequeña dosis diaria de las aventuras de Bellow en esta ciudad.
To Jerusalem and Back no es, ni aspira a ser, el mejor libro de Bellow, pero ha sido para mí un recordatorio de que, como decía Octavio Paz sobre Ortega y Gasset, leer a algunos escritores de genio es casi un placer físico: como nadar o caminar en el bosque. A pesar de la densidad del tema, es difícil no regodearse con la prosa de Bellow, porque es tan rica, y opera simultáneamente en tantos niveles, que aunque, por ignorancia mía, me cueste seguir algunas de sus disquisiciones, nunca dejo de disfrutarla. Leyendo este libro he pensado lo que ya se ha dicho mucho sobre sus ficciones: que al autor nada se le escapa, que como Tolstoi describe el mundo como es. Esto, por supuesto, es una ilusión, porque Bellow, más que una habilidad para captarlo todo, lo que tiene es un sofisticado poder de observación que entraña dos cualidades importantes para cualquier escritor: capacidad de síntesis y habilidad para aislar el detalle relevante.