El poder de un buen final

Martes, 1 de marzo de 2011

Nunca me había gustado su estilo retórico. Me parecía ensayado, overwilling, estirado, incluso falso. Viéndola sentía lo que siempre siento cuando alguien, en una entrevista, deja de ver al moderador para hablarle directamente a las cámaras. Su discurso me parecía el equivalente retórico de una mujer con demasiado maquillaje.

Sin embargo, me sumo al coro de voces que la ha felicitado por su intervención hace unos días en la Asamblea Nacional.

Lo genial fue el final. No sólo lo que dijo, sino también el delivery:

Uno y muchos

Domingo, 27 de febrero de 2011

Cientos, sino miles, de víctimas de la brutal represión del régimen libio. Gadafi diciendo en la Plaza Verde de Tripoli que la gente que no lo ama “no merece vivir” y anunciando la distribución de armas de los arsenales estatales para proteger a su gobierno. Reportes divulgados por el Secretario General de la ONU de que tropas libias “han entrado en los hospitales y clínicas para matar a oponentes.” Docenas de videosimágenestestimonios confirmando la brutal represión.

¿Y cómo reacciona el gobierno de Venezuela?

El embajador de Venezuela en Libia dice que en Trípoli todo está tranquilo y que lo reportes de violencia son exageraciones de los medios (a pesar de que Telesur, cuya cobertura de la crisis ha dejado mucho que desear, informa lo contrario).

El canciller Maduro, después de hacer gala de su conocimiento Wikipedia de Libia, señala en la Asamblea Nacional que lo que ocurre en Trípoli es que el imperio busca crear condiciones para intervenir el país y apoderarse de su petróleo.

Menos sutil, el vicepresidente para África del Norte venezolano alaba los logros de la dictadura de Gadafi, declaración, claro está, que jamás hubiese hecho sin la aprobación del presidente.

¿Y Chávez? ¿Cómo reaccionó Chávez ante la violencia en Libia, país donde, gracias a Gadafi, un estadio de fútbol lleva su nombreCon inusual prudencia. Uno bien sabe que su corazoncito está con Gadafi, pero muy habilidosamente mezcla su apoyo a su gobierno con su amistad con otros líderes árabes y el pueblo árabe. Dice que está a favor de la paz, pero al mismo tiempo se abstiene de condenar la represión del gobierno libio.

Hay quienes dicen que Chávez es un frío calculador, que sospesa muy bien cada acción midiendo con suma precisión sus posibles efectos políticos internos y externos.

Otros dicen que Chávez actúa por instinto, dominado siempre por sus emociones, al punto que muchas veces dice y hace cosas que lo afectan considerablemente sin traerle ningún beneficio.

Su reacción a los sucesos de Libia -en la que surgió el Chávez friamente calculador- revela que las dos cosas son ciertas.

En esto creo

Jueves, 24 de febrero de 2011

Carlos Fuentes

Nunca he sido un gran lector de Carlos Fuentes, pero hay tres páginas en su libro En esto creo, que le dedicó a su esposa Silvia (y donde habla de la pérdida de su hijo), que he releído muchas veces, siempre con igual admiración.

En este pequeño texto, que es una de las reflexiones más conmovedoras que he leído sobre el amor, Fuentes se pregunta: ¿No debe haber, aún en el amor más pleno, un anticipo de pérdida que intensifica la presencia actual?

En esta pregunta pensé leyendo la novela del colombiano Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos, donde el autor aborda el tema de la muerte trágica de su hermana (de cáncer a los 16 años) y de su maravilloso padre (asesinado por los paramilitares). Reflexionando sobre estas pérdidas, Héctor Abad dice “nuestra felicidad está siempre en un equilibrio peligroso, inestable, a punto de resbalar por un precipicio de desolación.”

Saber esto, estar consciente de que nuestra felicidad actual no dura para siempre, de que nuestros seres más queridos no siempre van a estar allí, no es una idea oscura o truculenta.

Es algo que nos enseña a apreciar mejor lo bueno que se tiene, e intensifica el amor por los seres que más queremos. Es una bella idea que enseña a vivir mejor y a querer con mayor intensidad, gratitud y tolerancia.

Las verdades de Revel

Martes, 22 de febrero de 2011

Jean-François Revel

Hace una semana, en una entrevista con José Vicente Rangel, Hugo Chávez explicó que la corrupción actual en Venezuela es producto de los antivalores del capitalismo.

Señaló también que su administración ha dado “pasos muy importantes en el orden institucional y en el orden político profundo” para combatir este flagelo, como el impulso del Poder Popular.

Difícil leer esta declaración sin pensar en las incisivas observaciones de Jean-François Revel sobre el discurso de los comunistas.

Si algo va bien (los supuestos avances en alfabetización, por ejemplo), el mérito siempre es de la revolución. Si algo va mal (el crimen, la corrupción, etc), la culpa es de los antivalores capitalistas que siguen corrompiendo a la población obstaculizando los avances revolucionarios.

Si las cosas siguen mal después de diez, doce, quince años, la explicación es muy simple: la revolución, a pesar de sus titánicos esfuerzos, no ha podido terminar de liquidar los antivalores capitalistas.

Hugo Chávez, pues, goza de la eternidad para triunfar, beneficio que no recibe sino él. En el caso de los pasados presidentes cinco años son más que suficiente. Y los que aspiran a gobernar no gozan siquiera de un sólo día para probar si pueden o no pueden hacer un mejor trabajo que el actual gobierno. Ellos representan a priori esos antivalores que, con tanto esfuerzo, la revolución está tratando de marginar.

Como dicen los gringos, you can’t lose!

El pensamiento mágico

Viernes, 18 de febrero de 2011

Hablando sobre la trágica muerte de su hermanita Marta en El olvido que seremos, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince hace una aguda reflexión sobre la gaseosa frontera que, dentro de cada uno de nosotros, separa al hombre civilizado del hombre bárbaro y primitivo.

La observación no es un raro chisporroteo de genialidad, sino una pequeña muestra de la calidad de la novela y el novelista (me tomé la libertad de hacer pequeños cambios y añadir algunas observaciones en cursivas):

Las enfermedades incurables nos devuelven a un estado primitivo de la mente. Nos hacen recobrar el pensamiento mágico. Como no comprendemos bien el cáncer, ni lo podemos tratar (y mucho menos en 1972, cuando Marta se murió), atribuimos su súbita aparición incomprensible a fuerzas sobrenaturales. Volvemos a tener ideas supersticiosas, religiosas: hay un Dios malo, o un demonio, que nos envía un castigo bajo la forma de un cuerpo extraño quizá por algún mal comportamiento o por algo malo que hicimos. Entonces se le ofrecen sacrificios a esa deidad, se le hacen promesas (dejar el cigarrillo, ir de rodillas hasta Girardota y besarle las llagas al Cristo milagroso, comprarle una corona de oro engastada de piedras preciosas a la Virgen), se le recitan plegarias, se exhiben muestras de humillación en medio de las peticiones. Los ateos y los agnósticos se vuelven de un minuto a otro acérrimos creyentes. Como la enfermedad es oscuraaterradora y misteriosa, creemos que sólo algo aún más oscuro sobrenatural la podrá curar.

Básicamente, Héctor Abad Faciolince nos dice que en esos momentos de miedo y dificultad poco o nada nos separa de aquellos hombres primitivos que veían los truenos o terremotos como un descargo despiadado de la ira de Dios, o que se tatuaban el cuerpo con espirales y símbolos extraños para aullentar a los espíritus malignos. El salvaje que habita dentro de nosotros -y del que jamás nos libraremos- se sale de la jaula.

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