Domingo 18 de enero de 2014
Les presento a don Fermín, un empresario “oligarca” del Perú de la dictadura de Odría. El don tiene vínculos con el régimen que aprovecha para hacer jugosos negocios. Entre esos contactos está don Cayo, un poderoso ministro y hombre de seguridad del régimen. A diferencia de Fermín, don Cayo es de origen humilde. Para usar ese terrible y racista adjetivo peruano, Cayo es un “cholo” y Fermín lo ve como tal.
Pero el don, quien dicho sea de paso es un admirable hombre de familia, decente hasta le médula hasta que uno examina sus negocios, necesita contactos en el gobierno para obtener contratos.
Parte V del capítulo V del Libro Dos de Conversación en La Catedral:
-ESTA mañana estuve con los gringos -dijo, por fin, don Fermín-. Son peores que Santo Tomás. Se les ha dado todas las seguridades pero insisten en tener una entrevista con usted, don Cayo.
-Al fin y al cabo se trata de varios millones -dijo él, con benevolencia-. Se explica esa impaciencia.
-No acabo de entender a los gringos, ¿no le parecen unos aniñados? -dijo don Fermín, con el mismo tono casual, casi displicente-. Medios salvajes, además. Ponen los pies sobre la mesa, se quitan el saco donde estén. Y estos no son unos cualquieras, sino gente bien, me imagino. A veces me dan ganas de regalarles un libro de Carreño.
Él veía por la ventana los tranvías de la Colmena que llegaban y partían, oía los inagotables chistes de los hombres de la mesa vecina.
-El asunto está listo -dijo, de pronto-. Anoche comí con el Ministro de Fomento. El fallo debe aparecer en el Diario oficial el lunes o martes. Dígales a sus amigos que ganaron la licitación, que pueden dormir tranquilos.
-Mis socios, no mis amigos -protestó don Fermín, risueño-. ¿Usted podría ser amigo de gringos? No tenemos mucho en común con esos patanes, don Cayo.
Él no dijo nada. Fumando, esperó que don Fermín alargara la mano hacia el platito de maní, que se llevara el vaso de gin a la boca, bebiera, se secara los labios con la servilleta, y que lo mirara a los ojos.
-¿De veras no quiere esas acciones? -lo vio apartar la vista, interesado de pronto en la silla vacía que tenía al frente-. Ellos insisten en que lo convenza, don Cayo. Y, la verdad, no veo por qué no las acepta.
-Porque soy un ignorante en cosas de negocios -dijo él-. Ya le he contado que en veinte años de comerciante no hice un solo negocio bueno.
-Acciones al portador, lo más seguro, lo más discreto del mundo -don Fermín le sonreía amistosamente-. Que se pueden vender al doble de su valor en poco tiempo, si no quiere conservarlas. Supongo que no piensa que esas acciones sería algo indebido.
-Hace tiempo que no sé lo que es debido o indebido -sonrió él-. Sólo lo que me conviene o no.
-Acciones que no le van a costar un medio al Estado, sino a los gringos patanes-. Usted les hace un servicio, y es lógico que lo retribuyan. Esas acciones significan mucho más que cien mil soles en efectivo, don Cayo.
-Soy modesto, esos cien mil soles me bastan -sonrió él de nuevo, un acceso de tos lo hizo callar un momento- Que se las den al Ministro de Fomento, que es hombre de negocios. Sólo acepto lo que suena y se cuenta. Mi padre era usurero, don Fermín, y decía eso. Se lo he heredado.
-Bueno, entre gustos y colores -dijo don Fermín, encogiendo los hombros-. Me encargaré del depósito, el cheque estará listo hoy.
Estuvieron callados hasta que el mozo se acercó a recoger las copas y trajo el menú. Un consomé y una corvina, ordenó don Fermín, y él un churrasco con ensalada. Mientras el mozo ponía la mesa, él oía, ralamente, a don Fermín hablar de un sistema para adelgazar comiendo que había aparecido en Selecciones de este mes.
Don Fermín tiene una relación cercana a los gringos, pero miren cómo se esfuerza por fingir un desagrado casi visceral por ellos.
Fermín es el middleman. Probablemente los gringos le pagaron para conseguir la licitación a través de su relación con don Cayo; su relación con ellos debe ser más genuina que su relación con don Cayo. Pero en esta transacción hace un esfuerzo para que el ministro no lo vea como middleman, sino como alguien que está más del lado del gobierno; como si don Cayo y él estuviesen negociando con los gringos desde el mismo lado.
¿Y cómo lo hace? Con las críticas a los norteamericanos por sus malos modales, etc. Por supuesto, don Cayo no es gafo. Él pareciera saber lo que está pasando.
Por otro lado, fíjense cómo Fermín racionaliza el acto de corrupción: “Usted les hace un servicio y es lógico que lo retribuyan.” Y: “Las acciones no le van a costar un medio al Estado sino a los gringos patanes.” Esto es opacidad estratégica. Vargas Llosa empaña el vidrio para no dejarnos ver con claridad los motivos de don Fermín y don Cayo.
¿De verdad creen ambos que es perfectamente “lógico” que los gringos paguen con acciones y efectivo por la licitación? ¿O saben que se trata de un acto “indebido” como pareciera sugerirlo la conversación sobre las acciones? ¿Estamos ante una manifestación de supremo cinismo individual o un síntoma de una corrupción que se ha hecho tan “normal” en el Perú que ya nadie la reconoce como tal?
“Hace tiempo que no sé lo que es debido o indebido,” dice don Cayo.
Otra oración nada pomposa, llena de significado.