Todavía tenemos con qué

Sábado, 29 de junio de 2013

Ya he estado en tres conversaciones donde alguien comenta que el gobierno, siguiendo directrices impuestas por los cubanos, ha empobrecido deliberadamente a la población para reducir su capacidad de protesta, lo cual, según ellos, ha logrado con éxito. Por eso en el país no se ven protestas como en Brasil; porque ya no tenemos una clase media que impulse estas protestas. Ya no tenemos con qué.

Este argumento delata una increíble ignorancia. En primer lugar, lean este artículo publicado en America’s Quarterly, donde Javier Corrales recuerda que desde 2006 el número de protestas se ha duplicado. En segundo lugar, vean este gráfico:

En tercer lugar vean este video y díganme que en Venezuela es imposible imaginar un estallido de protestas como el de Brasil.

Strugglers

Sábado, 29 de junio de 2013

Uno de los más interesantes análisis que he leído sobre las protestas en Brasil es una combinación de artículos de Nancy Birdsall del Center for Global Development y John Paul Rathbone de The Financial Times.

Comencemos con Birdsall, que en un recién publicado ensayo académico acuñó el término “strugglers” para identificar a ese importante grupo de personas que no son pobres pero tampoco de clase media.

[The strugglers]…are still at risk of falling into poverty, whether due to a health problem, a natural disaster or an economic downturn. They have some disposable income, may be employed in the informal sector, pay some taxes, and send their kids to public schools—but the public services they receive for their tax money provide little real benefit to them.

Por supuesto, esto está muy relacionado a lo que comentaba hace poco sobre la definición de clase media. Nos parece maravilloso cuando escuchamos que en un país 40 millones de personas se han unido a la clase media. Pero nos decepcionamos cuando nos enteramos que menos del 2 por ciento de esta nueva clase media tiene título universitario (como en Brasil); o que sólo el 20 por ciento tiene título de bachiller (como en Argentina).

Creando esta nueva categoría de “strugglers” (40 por ciento de la población en Brasil), Birdsall está arrimando la definición académica de clase media hacia lo que la mayoría del mundo entiende por clase media.

Lo cual me lleva al análisis de Rathbone, que toma como punto de partida los argumentos de “Exit, Voice, and Loyalty,” un libro del economista estadounidense Albert O Hirschman:

[The book] describes how individuals in struggling organisations, be they nations or businesses, have a choice between getting out (exit), or agitating for change (voice). It is a wonderfully simple scheme. In East Germany, for example, the suppression of “exit” and dissident exile eventually led to “voice”, then mass protests and the fall of the Berlin Wall. Today, if far less dramatically, Brazil exhibits many of the characteristics Hirschman identified 40 years ago.

Pero ¿por qué Rathbone relaciona la ideas de Hirschman con Brasil?

Take healthcare. Brazil is one of the most unequal societies on the planet. Previously, the middle classes could afford to leave the public health system by going private. This “exit” reduced the role of protest, or “voice”, which might have improved matters. The same was true of public policing and education, which the well-to-do exited by paying for private security and schools.

But Brazil’s new middle class cannot afford the same escape valves. Their finances are too precarious. Instead they suffer shoddy public services and, as they find them lacking, their grievances eventually spilled over and gave “voice”.

Birdsall diría que cuando Rathbone habla de la “nueva clase media” brasileña en realidad se refiere los “strugglers.”

Fíjense que aquí hay un matiz original. La precariedad de status de la nueva clase media -constantemente amenazada con deslizarse de nuevo hacia la pobreza- y su imposibilidad de escapar los deficientes servicios públicos por sus aún bajos ingresos serían entonces un poderoso propulsor de las protestas.

Un ingreso un poco mayor probablemente aumentaría sus probabilidades de escape (“exit”) y reduciría las posibilidades de protesta (“voice”). Pero habitar ese espacio entre ser pobre y no tener lo suficiente para escapar la miserias de la pobreza (o evitar una involución hacia ella) es lo que genera inestabilidad.

Los pobres Snowden de Ecuador

Viernes, 28 de junio de 2013

A través de Moisés Naím, llegué a este editorial de The Washington Post que destaca un ángulo interesante de la hipocresía del gobierno de Ecuador en el caso de Edward Snowden (negritas mías):

Mr. Snowden should be particularly interested in Section 30 of the law, which bans the “free circulation, especially by means of the communications media” of information “protected under a reserve clause established by law.” The legislation empowers a new superintendent of information and communication to heavily fine anyone involved in releasing such information, even before they are prosecuted in the courts. In other words, had Mr. Snowden done his leaking in Ecuador, not just he but also any journalist who received his information would be subject to immediate financial sanction, followed by prosecution.

Ya han salido muchos analistas en EEUU a aplaudir a Correa por su defensa a Snowden. Pero ¿cuál hubiese sido su reacción si Obama hubiese sancionado a The New York Times, The Washington Post, Time y Newsweek, y muchos otros medios por divulgar la información que facilitó Snowden? Porque eso es lo exige la nueva ley de medios ecuatoriana.

Otro punto. La hipocresía de Ecuador, y Snowden refugiándose temporalmente en China y Rusia, ha desviado la atención del  importante debate sobre el alcance de los programas de vigilancia en EEUU. Ahora la atención está dividida entre el “cómo es posible que esto pase en EEUU” y el “cómo es posible que China, Rusia y Ecuador defiendan a Snowden o lo ayuden a refugiarse.” Obama debería estar agradecido.

Perversos incentivos

Jueves, 27 de junio de 2013

Un semana ocupada, con demasiadas distracciones. Pero una breve reflexión.

Caracas Chronicles está haciendo un experimento que ilustra los beneficios del “crowdsourcing.” Pidieron a sus lectores vinculados con el sistema educativo en Venezuela colaborar con ensayos cortos sobre la crisis universitaria.

Todavía no he leído todos pero agarré el primero –el de Guido Núñez-Mujica– y vale la pena leerlo. Núñez-Mujica dice:

Our rectors, deans, vice-rectors and department heads are elected by the university community. If recent reforms are ever fully implemented, administrators and even support staff will get a vote alongside students and profs. As you’d expect, making university authorities respond to electoral pressures creates all kinds of perverse incentives. The criteria for doing stuff is “what will allow us to get re-elected?”

Y luego:

University Authorities will act as judges in beauty pageants (paid with the same money that won’t pay for lab equipment) blasting music inside buildings, during working hours. Authorities will order and get magnificent and unnecessary infrastructure projects that are very visible and tied to their names, so people outside the department will know and vote for them. Authorities will ignore drinking and gambling inside the university as long as the student leaders help them to get more student votes, and of course, the young newcomers will vote mostly the way they are told by the really nice guys who throw parties, take them to hiking trips and give them free beer.

En más de un sentido este ensayo de Guido Núñez-Mujica me recordó The Wire, la serie de TV que he estado comentando en los últimos meses. No sólo en el humor cáustico y el trasfondo terriblemente pesimista, sino en la problemática que describe. La disfuncionalidad burocrática de la policía en Baltimore retratada en The Wire, por ejemplo, tiene su origen en la política electoral. Es decir, en el concepto bienintencionado de fiscalización democrática.

Una de los principales tesis disueltas en The Wire es cómo el juego de las estadísticas (“stats game”) ha destrozado el departamento policial de la ciudad, privilegiando el número de arrestos por delitos menores sobre las investigaciones y el trabajo policial enfocado en verdaderos criminales cuyas actividades causan mayores estragos a la sociedad. ¿Por qué ocurre esto? Porque los alcaldes necesitan mostrar a sus electores que el crimen está bajando para ser reelectos. Y para hacer esto necesita aumentar el número de arrestos. Es más fácil aumentar el número de arrestos si uno se enfoca en delitos menores. Estoy simplificando un poco, pero más o menos por ahí va la cosa. La conclusión es que la democracia a veces puede ser dañina.

Ahora bien, no soy experto en reforma policial ni educativa. Pero ¿cuál es la alternativa al status quo? ¿No tener ninguna clase fiscalización electoral o una mejor fórmula que combine la necesaria presión popular para impulsar la solución de problemas y la regulación o supresión de los perversos incentivos que a veces pueden resultar de esta presión?

Sería interesante qué Núñez-Mujica se explayara sobre este tema.

En segundo lugar, el ensayo me hizo pensar algo que a cada rato pienso cuando leo la prensa de otros países. En Venezuela la lucha contra un gobierno autoritario ha relegado al fondo de la lista de prioridades muchas discusiones, como la que Mujica plantea. Y no sin razón. Fíjense, por ejemplo, lo que ocurrió con María Corina Machado. A través de ese audio el gobierno reveló que se está metiendo en las casas de los opositores para grabar a sus adversarios. Para que un debate como el que asoma Núñez-Mujica tenga una remota posibilidad de impulsar cambios se debe luchar primero por restablecer el orden democrático; un orden en el que este tipo de debates sean factibles y tengan el poder de impulsar reformas.

No digo que estas cosas no se puedan discutir ahora. Simplemente que es comprensible que estas discusiones no sean tan frecuentes en Venezuela.

Más sobre protestas

Sábado, 22 de junio de 2013

En los últimos posts le he estado dando vueltas a algo, básicamente a la idea de que debemos tener cuidado en el análisis de las causas de las protestas, sobre todo en las grandes generalizaciones que muchas veces terminan siendo terribles simplificaciones. Y, también, debemos tomar en cuenta el factor de imprevisibilidad.

Por ejemplo, cuando uno ve las razones que podrían estar causando, o están causando, las protestas en Brasil uno se pregunta porqué demonios no ha habido protestas en Venezuela.

¿Alta inflación? ¿Corrupción? ¿Servicios públicos deficientes? ¿Bajo crecimiento económico? ¿Gasto exagerado en proyectos extravagantes que no traen grandes beneficios al país?

En todos estos asuntos estamos igual o mucho peor que los brasileños.

En Brasil, es cierto, ha habido una expansión de la clase media. Y la clase media, con sus mejores niveles educativos y su mayor poder adquisitivo, ha sido históricamente la propulsora de las protestas.

Al mismo tiempo, y a pesar del estancamiento, Venezuela no es precisamente un país pobre con relación a Brasil. Y la bonanza petrolera ayudó a camuflar la incapacidad del gobierno:

¿Que Brasil, durante la última década, ha sido más exitoso forjando “valores” de clase media? Eso puede ser cierto. Pero, como sugiere Fukuyama, los avances en este sentido, si ultilizamos la definición sociológica de clase media, no son tan impresionantes como los avances en consumo.

Por otro lado, ¿cuál ha sido uno de los peores estallidos de violencia en la historia contemporánea de Venezuela? El Caracazo, en 1989. Y fíjense qué lo precedió: una década de contracción.

Nuestro ingreso per cápita en 1989 era menor al de hoy. No porque el chavismo sea más competente, sino porque ningún país en la historia de América Latina ha recibido una bonanza como la que ha recibido Venezuela durante la última década.

Con el Caracazo, pues, es difícil citar el argumento de crecientes expectativas como resultado de una expansión de la clase media.

En resumen, y como ya dije, mucho quisiéramos que algunos problemas de las ciencias sociales pudieran ser resueltos y explicados como en otras ciencias, con exactitud matemática. Pero hay que resistir el anhelo de precisión, reconocer nuestras limitaciones y movernos dentro del marco de las aproximaciones.