Ilusión de autonomía

Martes, 17 de diciembre de 2013

Muchos escritores tienen la manía de querer llenar de significado hasta las cosas más triviales. Encontrar algo profundo y transcendental donde no hay nada profundo y transcendental. Y esto, paradójicamente, se origina en un deseo de escribir bien; de querer brillar en cada oración.

En Las Reputaciones, Juan Gabriel Vásquez nos da un sinfín de muestras.

Por ejemplo, al inicio de la novela el protagonista, Javier Mallarino, está caminando por el centro de la ciudad y decide recoger el correo. En el apartado postal se dirige a la cajilla de metal y trata de meter la llave, pero alguien la bloqueó con un chicle. No está deprimido, ni de mal humor. Pero fíjense cómo reacciona cuando lo ayudan a abrir la cajilla:

Un cerrajero flaco y afligido -su overol conservaba el olor de la ropa que se ha secado mal- lo acompañó frente a la cajilla rebelde, sacó una serie de herramientas sin nombre de un cinturón de cuero y los metales soltaron destellos bajo las luces de neón, y lo siguiente fue la violación de la cerradura, o lo que Mallarino percibió como una violación, una penetración violenta y traicionera a su vida íntima, por más que él mismo hubiera dado la autorización y el mismo consentimiento, por más que en todo momento hubiera estado presente. Le dolieron el salto de la cerradura, la cachetada de la portezuela al abrirse, la vulnerabilidad de revistas mirándolo suplicante de su colección de revistas.

Una violación. Una penetración violenta y traicionera. Hasta los sonidos de las palabras perturban. Pero ¿de verdad pensó eso el personaje? ¿Tan traumático fue ver al cerrajero haciendo su trabajo y solucionándole el problema?

¿O estamos escuchando al autor utilizando a su personaje como un vehículo para tratar de desplegar su talento sacrificando en el proceso la verosimilitud de la escena y afectando la ilusión de autonomía que un novelista debe dar a sus personajes para que estos respiren y cobren vida?

Y esto no es un caso aislado. Es algo sistemático: un tic irritante en la prosa de Vásquez.

Otro ejemplo:

Mallarino hurgó en los bolsillos de los pantalones, los de adelante y los de atrás, antes de pasar a la gabardina gris donde sus dedos encontaron, enredados en varias hebras como peces entre algas….Y en eso estaba pensando, en los rincones de la gabardina que a veces le parecía no haber explorado por completo, en la gabardina como un mapa y sus pliegues como regiones ignotas que se dejan en blanco, cuando oyó….

La gabardina como un mapa y sus pliegues como regiones ignotas que se dejan en blanco…

¿No hubiese sido mejor quitar eso?

Por supuesto. Pero el autor sintió que no podía desaprovechar esa oportunidad para ser un escritor con mayúscula, así la asociación de imágenes del mapa incompleto y los pliegues del bolsillo fuese tan absurda como presuntuosa.

Esta exploración literaria de los bolsillos es como ver a un adulto metiéndose con un sofisticado equipo de buzo en una piscina de niños. El autor quema sus cartuchos explorando aguas llanitas….y descubriendo cosas que nadie ve.

Un error que debe ser visto como error

Sábado, 14 de diciembre de 2013

¿Fue errada la decisión de Henrique Capriles de cancelar la marcha en Caracas después del 14A?

Esta pregunta resurge a cada rato -y con razón. Porque, si Capriles cometió un error, se debe reconocer como tal para no repetirlo.

¿Lo cometió?

Todo el mundo sabe que el chavismo es capaz de irrespetar el resultado de unas elecciones. Y no me refiero al proceso anterior a la elección sino a lo que sucede el día de la votación. Pero uno de los objetivos de la estrategia electoral es forzar al oficialismo a cruzar esta línea; y desnudar ante el país, de la manera más clara posible, la transgresión del gobierno si decide no reconocer una derrota.  Esto puede llevar al chavismo a una situación de inestabilidad. La combinación de derrota electoral y presión popular provocada por el irrespeto al voto pueden resquebrajar el apoyo institucional del presidente y provocar su salida. El poder puede escurrírsele de las manos.

Pero, si en el punto álgido, el liderazgo opositor decide suspender protestas y asfixia de esa manera la voluntad de una multitud dispuesta a hacer valer sus derechos, ¿no tiene menos sentido votar en las presidenciales cuando se sabe de antemano que el gobierno podría no reconocer y que la oposición no va a salir a la calle a presionar si esto ocurre?

En las presidenciales, a diferencia de las regionales, no hay victorias parciales. No marchar porque el oficialismo puede incitar una situación de violencia es aceptar una prohibición de facto a la manifestación pacífica. Porque el oficialismo siempre va a contar con este recurso de chantaje.

Falsa dicotomía

Martes, 10 de diciembre de 2013

Parece que los procesos electorales atrofian la brújula de muchos analistas.

Y puedo resumir con dos preguntas mi crítica a argumentos que han recobrado fuerza.

¿Tendría la oposición una presencia importante en las principales capitales, no sólo en términos de votos sino de estructura de organización política, sin participación en esos “inútiles” procesos electorales -procesos, vale la pena añadir, que nadie en la oposición niega que son una retahíla de abusos?

Decenas de líderes locales y regionales han aprovechado las estructuras municipales y estatales para trabajar por sus comunidades, ganar apoyos, movilizar el voto en las presidenciales y -¡horror de horrores!- alimentar sus propias ambiciones. El gobierno ha azotado estas estructuras. Alcaldes y gobernadores han sido desprovistos de competencias y recursos; el gobierno ha superpuesto nuevas estructuras sobre las viejas. Pero pese al saboteo estos líderes locales han preservado el apoyo de sus seguidores y ganado otros más a través de un trabajo diario organizado dentro del marco de estas estructuras. ¿Es poco lo que logran? No creo, porque ese trabajo ha ayudado a la reelección de muchos.

Segundo, ¿por qué se habla de la presión contra el creciente autoritarismo del gobierno a través de protestas callejeras y resistencia civil como algo casi incompatible a la lucha electoral? ¿No se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo?

Más aún, los que reclaman mayor movilización deberían reconocer que los logros de la participación electoral son valiosos activos para cualquier estrategia alternativa. Si los que buscan una Primavera Árabe, protestas como las de Ucrania o un inspirador escenario de “resistencia civil” (gaseoso término si los hay) deciden tomar acción y hacer un enorme esfuerzo de organización para promover una mayor movilización callejera, ¿a quién deben acudir? Mejor Carlos Ocariz que Diego Arria.

Por cierto, esto es algo que entiende mejor la cúpula chavista que algunos analistas, simplemente porque éstos no hacen el esfuerzo de ponerse en los zapatos de aquéllos. En este caso, pareciera que el miedo a perder el poder aguza el criterio y la capacidad analítica de los poderosos para detectar acertadamente obstáculos y amenazas.