Miércoles, 30 de enero de 2013
Vargas Llosa escribió un estupendo artículo sobre Luz de Agosto de William Faulkner.
Como Vargas Llosa, pienso que esta es la mejor obra de Faulkner y algunos aspectos siempre me han llamado poderosamente la atención, incluyendo el papel que juega el sexo en la novela.
Una vez más, el premio Nobel pone en palabras lo que otros intuimos vagamente sin lograr transformar en pensamiento:
Al igual que la religión, el sexo es en el mundo puritano de Faulkner algo que atrae y espanta al mismo tiempo, una manera de desfogarse de ciertos humores destructivos que turban la conciencia, de ejercer el dominio y la fuerza contra el más débil, de abandonarse al instinto con la brutalidad ciega de los animales en celo. Nadie goza haciendo el amor, nadie siente el sexo como una manera de enriquecer la relación con su pareja y vivir así una experiencia que exalta el cuerpo y el espíritu. Por el contrario, al igual que Joe Christmas, que hace pagar en la cama a las mujeres que se acuestan con él las humillaciones y vejaciones que ha recibido y el rencor que tiene empozado en el alma, el ayuntamiento sexual es en este mundo de fornicantes reprimidos y tortuosos una manera de vengarse, de hacer sufrir al otro, de inmolarse en la vergüenza y en la culpa.
Y más adelante explica porqué algunas novelas con temas oscuros y deprimentes no nos desmoralizan:
…el genio de Faulkner, como el de Dostoievski, a quien tanto se parece en sus obsesiones y en la creación de personajes desorbitados, ha sido capaz de construir una historia, en la que se muestra sobre todo la dimensión más siniestra y vil de la condición humana, con tanta astucia, sabiduría y elegancia que, en ella, esta valencia estética, su belleza verbal, la sutileza con que se silencian ciertos datos para infundirles ambigüedad y misterio, la sabia reconstitución del tiempo, el escudriñamiento acerado de los laberintos psicológicos que mueven las conductas, redimen y justifican el horror de lo que se cuenta. Y generan la tensión, el alelamiento, las intensas emociones y el trance psíquico que experimenta el lector. Esas son las magias y milagros de la gran literatura.
Lo que describe Vargas Llosa es un placer subestimado de la lectura de las grandes ficciones. La historia en sí nos puede producir placer, pero también nos provoca deleite la maestría con que se cuenta esa historia. Este es un placer que cobija como la luz de un hermoso día todas las emociones tristes y desmoralizadoras que la historia en sí puede inspirar, y nos convierte en una suerte de Dioses que observan los trágicos destinos de los hombres con deleitosa objetividad y desprendimiento.