Viernes, 13 de agosto de 2010
El diputado Luis Tascón, que murió ayer liquidado por un cáncer que le diagnosticaron a principios de año, era un personaje complejo, excelente materia prima para un novelista.
Varias veces conversé con él y me pareció un chavista bastante particular. Tenía ideas bastante cuestionables y podía decir cosas que delataban una profunda ignorancia, pero a veces sorprendía con una observación lúcida. A diferencia de un Carlos Escarrá o un Calixto Ortega, su personalidad tenía un filo de rebeldía e independencia. Pero, a diferencia de Ismael García o Baduel, no le era fácil romper completamente con la revolución y con Chávez, creo que por una combinación de razones que traté de abordar hace unos años.
En un libro de entrevistas que le hizo Ramón Hernández, Tascón toca este tema:
RH: Usted insiste en hablar de “nosotros,” pero hace bastante tiempo que lo expulsaron del PSUV…
LT: Que no sea del PSUV, porque me expulsaron, no quiere decir que no diga nosotros. Somos un colectivo. Independientemente de que tengamos discrepancias, soy parte de ese colectivo. Independientemente de que haya creado otro partido, sigo siendo de ese colectivo. Yo tengo afecto por ese colectivo y ese colectivo tiene afecto por mí. Tenemos una identidad de propósito y creemos en lo mismo.
Estas fuerzas opuestas que jalonaban su personalidad lo hacían contradecirse a cada rato. El librito de entrevistas de Ramón Hernandez está repleto de estas contradicciones.
Sus críticas a la revolución, por ejemplo, podían ser muy duras:
Durante estos diez años no habido voluntad para transformar el Estado. Hicimos una transformación profunda del discurso político: cambiamos las palabras, pero no los procedimientos. Las palabras y los hechos están desconectados. Se repiten las palabras “revolución,” “socialismo,” “marxismo,” “Che Guevara,” “camarada,” “nuestra América,” “indoamericano,” “desarrollo endógeno,” pero la alcaldía de hoy es la misma que la de cuando mandaban los adecos y los copeyanos. Si alguien llega a un cargo de esos, los primero que busca son negocios para enriquecerse.
Sobre la corrupción:
Yo esperaba que Chávez emprendiera una persecusión inclemente contra la corrupción, que haría caída y mesa limpia, pero no hizo nada. Ningún corrupto de la Cuarta República cayó y los había por montones. Ni uno solito. Con el caso de Micabú, que tocó directamente al segundo en el mando, al presidente del Congresillo, empezó la impunidad. Luis Miquilena no fue preso, a pesar de ser responsable de manera clara y evidente…Ahí se demostró que el discurso anticorrupción de Chávez era una gran mentira y que no se iba a luchar contra la corrupción.
Sobre la polarización:
Si el gobierno hace la ley de inteligencia y contrainteligencia, inmediatamente salimos a defenderla. Algunos personajes, gente que se suponen inteligentes [Tascón se refiere a Carlos Escarrá y Calixto Ortega], salieron a rasgarse las vestiduras sin tener razones para defenderla. Esa polarización genera una conducta que conlleva la destrucción de la nación, no la construcción; también vulnera un principio humano fundamental: la capacidad de pensamiento, el razonamiento y la crítica. Con la polarización está prohibido pensar.
Pero luego estaban sus opiniones generosas sobre Chávez, a quien exculpaba de una manera inexplicable:
Chávez no se ha desviado de su idea. Se le ve en el discurso. Ha cometido algunas contradicciones importantes, pero, en el fondo, no se ha desviado de su discurso. Las desviaciones son de su entorno de poder. Está aislado. Cuando pide que se haga algo, no se hace. Si ordena que se discuta algo, no se discute. Si manda a que se avance en un sentido, no se avanza. Pide que se rectifique, pero no se rectifica. Su anillo manda más que él. El poder lo tiene su entorno.
Finalmente, los dejo con esta última cita, donde creo que traslucen estas fuerzas a veces contradictorias que cohabitaban incómodamente en la personalidad de Tascón. Aquí la tensión provocada por estas fuerzas es tal que su discurso se descarrila y luego se desbarranca al terreno del relativismo moral y el sinsentido:
No es que Chávez sea aliado de los corruptos. No. Yo sé que, en su interior, Chávez rechaza la corrupción. Es un hombre anticorrupción. El 4 de febrero de 1992 fue un golpe anticorrupción. Por supuesto, la cultura política pervierte los procesos y los corruptos terminan controlando el entorno y controlando a Chávez, controlando el poder. Nunca emprendimos una lucha frontal contra la corrupción, y eso sí es un error de Chávez y culpa de Chávez. No sé si trató de utilizarla, entendiendo que es la “grasa invisible” que facilita el funcionamiento de la maquinaria del Estado; quizá creyó que podría administrar esa “grasa” sin ensuciarse, pero no pudo, era imposible. Esa “grasa” termina embardunándolo todo. El presidente de la República es el que mejor y más “grasa” puede utilizar, pero eso se voltea tarde o temprano.
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