Violencia y sumisión (parte III)

Jueves, 28 de febrero de 2008

La Comandante Fosforito

iris2El periodista Gustavo Azócar Alcalá es un moreno delgado, elegante, articulado, con una voz gruesa y resonante que parece hecha para radio y televisión. No es arrogante, pero le gusta exhibir sus trofeos.

Durante nuestra larga conversación telefónica, me dice que su programa de la Televisora Regional del Táchira (TRT), “Café con Azócar,” es el programa más visto en el estado, me habla con orgullo de las ventas de su libro sobre Iris Valera (La Comandante Fosforito, GEA 2007), y comienza sus frases con un “hijo” que, después de un rato, comienza a irritarme: “hijo, debes entender…” “hijo, lo que pasó fue…”

Como los soldados que lucen como medallas sus cicatrices de guerra, la historia de su encontronazo con Iris Valera la cuenta con orgullo.

La mañana del martes 20 de noviembre, cuando Azócar llegó al set de su programa, se encontró con que la invitada del programa pro-gobierno “La Esquina Caliente” –que precede en horario y comparte set con “Café con Azócar”– era nada menos que Iris Valera, diputada chavista que él, como periodista, ha denunciado de actos de corrupción.

Apenas terminó “La Esquina Caliente,” Valera se acercó a él y le informó, a modo de orden, que ella sería la invitada de su programa. Azócar le dijo que ya tenía invitados para ese día, pero que podía, con todo gusto, invitarla al programa otro día. Valera se negó, diciéndole que debía concederle en ese momento un derecho a réplica por “las calumnias” que había publicado sobre ella en su libro La Comandante Fosforito. Cuando Azócar civilmente se negó, la comandante, haciéndole honor a su sobrenombre, estalló.

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Visita a Nueva York

Jueves, 14 de febrero de 2008

Unos días después de llegar a Nueva York, camino a Chinatown en el metro, un iraní me pregunta con una sonrisa curiosa de qué país soy. Cuando le digo que soy de Caracas, Venezuela, su sonrisa se disuelve en una ligera mueca de decepción. “Pensé que eras brasileño,” me dice. “El novio de mi hijastra es de Sao Paulo y se parece a ti.” Le pregunto de dónde es su hijastra. “No es iraní como yo,” responde. “Me casé con una inglesa.” ¿Inglesa? “Sí: pero lleva toda la vida viviendo aquí.”

Este intercambio dice mucho sobre la ciudad. He visitado Nueva York más de una docena de veces. Conozco sus avenidas, calles, vecindarios y su transporte público lo suficientemente bien como para moverme como pez en el agua. Sin embargo, la mezcla de lenguas, razas, religiones y culturas –develada en parte en mi breve diálogo con el iraní– no deja de impresionarme. Siempre he pensado que quien, en un solo lugar, desee experimentar, en la medida de lo que es en esta vida posible, la casi infinita diversidad y variedad de todo lo humano, tiene que venir a esta ciudad.

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