Crimen y crisis de legitimidad

Sábado, 29 de marzo de 2014

Para un reportaje de Efecto Naím, entrevisté a Gary LaFree, uno de los más reputados criminólogos de Estados Unidos que además ha trabajado en varios proyectos en América Latina, incluyendo Venezuela.

Por supuesto, al final de la entrevista le hice un montón de preguntas que no tenían nada que ver con mi reportaje; preguntas sobre Venezuela y The Wire que él está bien posicionado para responder por su experiencia en América Latina y Maryland.

Sobre Venezuela, me dijo dos cosas interesantes.

En primer lugar, LaFree dice que en la historia criminal de muchos países él ve una correlación entre crisis de legitimidad institucional y olas de crimen violento. Por ejemplo, Estados Unidos experimentó una gran ola de crimen que se inició a mediados de los 60. Ni a él ni a muchos otros expertos le parece una coincidencia que esta ola criminal se haya iniciado en un período de protestas y serios cuestionamientos a las instituciones del Estado.

Bajo esta luz, repasemos el caso de Venezuela. Desde la caída de Pérez Jiménez en el 58 hasta el 89 la tasa de homicidio se mantuvo relativamente estable, nunca sobrepasando la 10 víctimas por cada 100 mil habitantes. Entre el 89 y el 93 se duplicó, y a partir del 94, y hasta el ascenso de Chávez en el 98, la tasa se estabilizó en 20.

Curiosamente, desde el primer año de gobierno de Chávez las muertes violentas subieron significativamente, de 4500 a casi 6000 (LaFree dice que estos saltos son muy raros en la historia).  Desde entonces la tasa se ha cuadruplicado. ¿Por qué se duplicó entre el 89 y el 93? Sin duda la grave crisis institucional de esos años -el Caracazo, los dos golpes, la destitución de CAP, etc- tuvo algo que ver con ese primer salto. Pero Caldera logró frenar la tendencia ascendente.

¿Por qué los homicidios aumentaron de manera dramática casi inmediatamente después de que Chávez asumió el poder?

Obviamente, el caso de Venezuela refuerza la tesis que menciona LaFree. A mí esto no deja de sorprenderme…una serie de eventos repentinos que, como un clic, transforman simultáneamente la mentalidad y valores de miles de ciudadanos, erosionando barreras de buen comportamiento que hasta ese momento habían embridado impulsos criminales. “Sí es algo muy curioso,” me dice LaFree. “Y hasta cierto punto es la interrogante que surge cuando uno analiza el inicio de cualquier ola de crimen.”

Otra observación interesante del profesor es que las sociedades, tarde o temprano, tienden a reaccionar ante las olas de crimen y “autocorregirse.” Como criminólogo familiarizado con estadísticas de homicidios en muchos países, para él es difícil no pensar en el reciente estallido de protestas de Venezuela como el inicio de uno de esos procesos de autocorrección. Le dije a LaFree que sería bueno averiguar si, históricamente, la criminalidad desbordada ha incidido en la longevidad de las dictaduras.

¿Y qué me dijo sobre The Wire? ¿Acerté yo con mi pequeña crítica a esta obra maestra de David Simon y Ed Burns?

Más tarde les cuento.

Dejar de ser

Domingo, 23 de marzo de 2014

Alejo Carpentier es un gran escritor. Su estilo rígido, libresco y amanerado está en las antípodas del estilo que yo admiro. Pero estas diferencias se deshacen ante su lucidez y destreza novelística. Más aún, a veces pienso que sin ese estilo encorbatado sus novelas serían más pobres.

Fíjense, por ejemplo, en esta reflexión sobre el sexo en Los pasos perdidos. El protagonista es un hombre brillante como Carpentier que atraviesa una crisis personal. En este fragmento nos habla de su amante, Mouche:

Me era difícil saber si era amor real lo que a ella me ataba. A menudo me exasperaba por su dogmático apego a ideas y actitudes conocidas en las cervecerías de Saint-Germain-des-Prés, cuya estéril discusión me hacía huir de su casa con el ánimo de no volver. Pero a la noche siguiente me enternecía con sólo pensar en sus desplantes, y regresaba a su carne que me era necesaria, pues hallaba en su hondura la exigente y egoísta animalidad que tenía el poder de modificar el carácter de mi perenne fatiga, pasándola del plano nervioso al plano físico. Cuando esto se lograba, conocía a veces el género de sueño tan raro y tan apetecido que me cerraba los ojos al regreso de un día de campo -esos muy escasos días del año en que el dolor de los árboles, causando una distensión de todo mi ser, me dejaba como atontado.

hallaba en su hondura la exigente y egoísta animalidad que tenía el poder de modificar el carácter de mi perenne fatiga, pasándola del plano nervioso al plano físico.

La civilización no se alcanza sin que nuestros instintos animales sean embridados y hasta cierto punto sometidos por el intelecto. Mientras más se deje dominar el intelecto por estos instintos, más difícil es lograr la convivencia y evitar la violencia.

Pero civilización no es nunca una victoria absoluta de la razón sobre nuestros instintos, sino el alcance de un equilibrio en el que aquélla prevalece sobre éstos. El ser humano no puede vivir sin rendirse ocasionalmente a su animalidad, porque esta es una parte integral de él.

Para mí el sexo siempre ha sido una demostración de cómo hasta las personas más beatas y disciplinadas, capaces de un alto grado de autocontrol, no simplemente sucumben sino necesitan sucumbir de tanto en tanto ante su lado más animal; una muestra de la delgada línea que, dentro de cada uno de nosotros, separa a la mujer u hombre civilizado de la bestia bárbara y primitiva.

Y, como explica Carpentier, este descenso a la animalidad es a veces un escape; una huida del peso y las trampas de la consciencia. En cierto modo, una manera desesperada de abandonar el ser.

Principio de Munich

Jueves, 20 de marco de 2014

Sigo dándole vueltas a algunos aspectos del debate dentro de la oposición. Y creo que, gracias a M.A. Martínez Meucci, puedo señalar mejor las diferencias.

Cierto, llamar a la manifestación pacífica conlleva un riesgo. Sin ser esa su intención estas manifestaciones podrían actuar como carburante a protestas violentas.

Al mismo tiempo, la manifestación pacífica es un derecho constitucional. Renunciar a este derecho para evitar la violencia es ceder ante un chantaje. ¿Y no es el gobierno el principal culpable de la crisis política? Más aún, ¿hasta qué punto debemos sacrificar la justicia para asegurar la paz?

En su blog, Martínez Meucci colocó un fragmento del libro seminal de Michael Walzer que arroja luz sobre este debate. Walzer habla del apaciguamiento en un contexto internacional, pero Martinez Meucci acierta relacionándolo con la situación en Venezuela.

Para Walzer el triunfo de la agresión es el mal mayor. En el caso de Venezuela “el triunfo la agresión,” diría yo, es el triunfo de la dictadura. La cubanización del país.

La justicia y la paz se hallan en un incómoda relación. Plantarse ante la injusticia pone en riesgo la paz. Pero no hacerlo podría permitir “el triunfo de la agresión.”

En la posición de algunos noto una actitud cómoda porque sacan a la justicia de la ecuación. Para ellos los “radicales” están dispuesto a poner en riesgo la paz por muy poco. Pero es posible que ellos simplemente perciban mejor el riesgo que supone el “triunfo de la agresión.” Es fácil y cómodo abogar por la paz del presente sin pensar en la paz del futuro.

Pero ¿hay un punto medio? ¿Se puede luchar por la justicia sin arriesgar un ápice la paz?

Walzer dice que el deber de los líderes es evitar la violencia en la medida de lo posible. Pero el argumento necesita una cláusula limitadora. Y el propósito de la cláusula es establecer cuándo optar por el apaciguamiento y cuándo no.

Walzer entonces cita el principio de Munich. Este principio dice que la pacificación no es necesariamente inmoral; podría incluso existir un deber de buscar la paz a expensas de la justicia. El apaciguamiento implicaría rendirse ante la violencia, pero no necesariamente una absoluta sujeción al “imperio de la violencia” o “la quiebra de la resistencia al mal en el mundo.” De nuevo, en el contexto venezolano podríamos decir que “imperio de la violencia” significa dictadura. Según el principio de Munich, la oposición podría abandonar la protesta pacífica sin que esto signifique resignarnos a un régimen totalitario.

Aquí está la división en el debate de la oposición. Un bando piensa que buscar la paz a expensas de la justicia no supone una rendición. Hay espacio y tiempo para acumular mayores fuerzas y competir por el poder en los próximos procesos electorales. Otros ven en el creciente autoritarismo del gobierno un acelerado cierre de las posibilidades de disputarle el poder al gobierno pacíficamente. Y consideran la protesta pacífica imprescindible para hacer frente a los embates autoritarios del gobierno. Noten algo importante: los radicales de la oposición no proponen violencia para impedir “el triunfo de la agresión.” Simplemente manifestaciones pacíficas. En el universo de Walzer los “radicales” serían radicales sólo en su pacifismo. No estamos hablando de violencia vs. apaciguamiento sino de no violencia vs. apaciguamiento.

Ahora bien, ¿exagera el segundo bando la amenaza autoritaria o el cierre acelerado de las posibilidades de disputar el poder pacíficamente?

Los eventos de los últimos días parecieran indicar que más bien ha subestimado esta amenaza.

Venezuela goes mad

Sábado, 15 de marzo de 2014

Rafael Osío Cabrices en el NYT:

..there are two main strands within the opposition. One is a group of hard-liners led by María Corina Machado…and Leopoldo López…They want the government to fall; their crowd is active in the streets and spews insults on Twitter at Chavistas and moderate anti-Chavistas alike. (Mr. López has been in military custody since Feb. 18 on charges of inciting violence.) Another opposition force is trying to keep alive the Mesa de la Unidad Democrática (Democratic Unity Roundtable), an umbrella group of anti-Chávez parties that believes in institutional politics.

At this point the radicals seem to be the most popular among protesters; they certainly are the loudest. And the more they scream, the more the security forces beat up demonstrators, and the more barricades the demonstrators set on fire.

En el tono Osío Cabrices se asemeja a los tuiteros que tanto lo irritan. Pero lo importante no es el tono: es la falta de claridad en el análisis.

Que Leopoldo y María Corina quieren un cambio de gobierno es una verdad como un templo. Pero todo el mundo en la oposición quiere un cambio de gobierno. Osío Cabrices pareciera confundir el deseo de cambio con los mecanismos para buscar ese cambio. Y claramente sugiere que la protesta no es un mecanismo legal o “institucional.” O, de lo contrario, ignora que López no ha propuesto nada fuera de la Constitución. Una cosa es criticar la estrategia; otra distinta es llamarla no institucional como lo hace el chavismo.

Y eso no es lo peor: Osío Cabrices habla como si el bando contrario, el de Capriles, no apoyara y promoviera las protestas, y como si Leopoldo y María Corina estuvieran detrás de las guarimbas. Si llamar a la manifestación pacífica contra un gobierno cada vez más dictatorial equivale a promover la guarimba y la violencia, ¿no es tan culpable Capriles como López, Ledezma y María Corina? ¿O es que sólo Capriles goza de inmunidad para convocar protestas sin ser acusado de incitar y promover la violencia tanto en la calle como en Twitter?

Sé que es mucho pedir que algunos admitan que, durante las últimas semanas, Capriles y buena parte de la MUD pasaron de opositores a promotores de las protestas. Si se utilizan las etiquetas de moda, este sector se ha “radicalizado.” Pero al menos deberían aclarar que ambos bandos han enfatizado el carácter pacífico de las manifestaciones y hecho llamados explícitos y reiterados a no caer en la violencia. Si algo define unánimemente al liderazgo opositor, es su radical pacifismo.

Como dice Gustavo Coronel, con amigos como Osío Cabrices la oposición no necesita enemigos.

Radical pacifismo

Jueves, 13 de marzo de 2014

Independientemente de nuestra posición en el debate interno de la oposición, todos debemos aceptar que el liderazgo de la MUD, unánimemente, ha adoptado una filosofía radicalmente pacifista. El denominador común de sus distintas posturas, y el elemento más radical de todas ellas, ha sido un empecinado pacifismo que ha sobrevivido un clima de brutal represión y creciente autoritarismo que en otros países hubiese provocado una guerra civil o al menos el surgimiento de poderosas facciones violentas o extremistas dentro del bando rebelde.

Todos los líderes opositores importantes han enfatizado el carácter pacífico de las manifestaciones. Todos han hecho llamados explícitos y reiterados a no caer en la violencia. Ha habido excesos por parte de adversarios del gobierno, pero estos no han sido promovidos ni defendidos por nadie en la unidad.

Hasta las propuestas de los llamados “radicales” es intransigentemente pacifista, porque las “salidas” que asoman -Asamblea Constituyente, enmienda, referendo, etc- son constitucionales, como lo ha subrayado Capriles. Lo que en otros países se aplaude como “resistencia civil” en Venezuela es visto por muchos articulistas -¡de oposición!- como intolerablemente “extremista.” No veo que hay de extremista en promover la protesta pacífica y buscar a través de ellas salidas constitucionales; menos en un país donde el gobierno ha secuestrado todas las instituciones y hay cada vez menos espacios de acción democrática.

Pero ¿cuán extremistas son las propuestas de los radicales “dentro” de la oposición?

No mucho. Salir a la calle a protestar pacíficamente pasó de ser una causa de división a un gran punto de encuentro entre todas las facciones. De ver con escepticismo y hostilidad las protestas, Capriles y buena parte de la MUD se transformaron, en un plazo de días, en sus principales promotores.

Las diferencias entonces se redujeron a cuándo se debe buscar la salida constitucional. Capriles piensa que la municipales probaron que la oposición perdió la mayoría y que él hoy no ganaría una elección frente al chavismo; se debe entonces reconstruir esa mayoría para luego “reconquistar los poderes públicos” y “activar el referendo, la Asamblea Constituyente, la enmienda constitucional, la reforma constitucional o solicitar la renuncia.” El bando de López, que le critica a Capriles haber abandonado la calle después del fraude del 14A y que ve en el creciente autoritarismo del gobierno un acelerado cierre de las posibilidades de disputarle el poder pacíficamente, piensa que la oposición debe tratar de impulsar exactamente lo mismo -pero lo antes posible.

En medio de una crisis como la que atraviesa el país, sin una salida fácil, estas diferencias son naturales. Extraño sería que no las hubieran.

Pero la sorpresa es que las distintas posturas no han impedido el forjamiento de un nuevo consenso en la práctica. Porque las facciones “radicales” y “moderadas” de la MUD están saliendo a manifestar pacíficamente todos los días. Y las protestas se han convertido en una herramienta importante de resistencia democrática.