Jugando en varios tableros

Jueves, 1 de marzo de 2012

La primera mitad de La Fiesta del Chivo, la novela de Mario Vargas Llosa sobre la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo, tiene tres líneas narrativas. Una de estas líneas sigue a Trujillo el día que lo matan, desde que se despierta en la madrugada hasta que en la noche un grupo de conspiradores lo asesina.

En la mañana Trujillo, el Benefactor, se reúne con varios de sus asesores y ministros. El capítulo VIII gira alrededor de una reunión con Henry Chirinos, hombre de confianza de Trujillo que controla los ministerios de Agricultura, Comercio y Finanzas:

El pelo que le faltaba en la cabeza le sobresalía de las orejas, cuyas matas de vellos negrísimos irrumpían, agresivas, como grotesca compensación a la calvicie del Constitucionalista Beodo. ¿También él le había puesto ese apodo, antes de rebautizarlo, en su fuero íntimo, la Inmundicia Viviente? El Benefactor no lo recordaba. Probablemente, sí. Era bueno poniendo apodos, desde su juventud. Muchos de esos sobrenombres feroces que estampillaba sobre la gente se hacían carne de sus víctimas y llegaban a reemplazar sus nombres. Así había ocurrido con el senador Henry Chirinos, a quien nadie en la República Dominicana, fuera de los periódicos, conocía ya por su nombre, sólo por su devastador apelativo: el Constitucionalista Beodo. Tenía la costumbre de acariciar las sebosas cerdas que anidaban en sus orejas y, aunque el Generalísimo, con su manía obsesiva por la limpieza, se le había prohibido delante de él, ahora lo estaba haciendo, y, para colmo, alternaba esta asquerosidad con otra: atusarse los pelos de la nariz. Estaba nervioso, muy nervioso. Él sabía por qué: le traía un informe negativo sobre el estado de los negocios. Pero el culpable de que las cosas fueran mal no era Chirinos sino las sanciones impuestas por la OEA, que estaban asfixiando al país.

–Si te sigues escarbando la nariz y las orejas, llamo a los ayudantes y te tranco –dijo, malhumorado–. Te he prohibido esas porquerías aquí. ¿Estás borracho?

El Constitucionalista Beodo dio un bote en su asiento, frente al escritorio del Benefactor. Apartó sus manos de la cara.

–No he bebido ni una gota de alcohol –se excusó, confundido–. Usted sabe que no soy bebedor diurno, Jefe. Sólo crepuscular y nocturno.

Lo ingenioso de este extracto es cómo Vargas Llosa ilumina la personalidad de Trujillo a través de la dinámica entre lo que piensa y lo que dice. Esta técnica no es accidental porque la repite varias veces a lo largo de la novela. Unos capítulos antes, mientras conversa con Johnny Abbes (su jefe de seguridad), Trujillo se pregunta mentalmente si serán ciertos los rumores de que Abbes es homosexual para luego revelar sus pensamientos con el mismo desparpajo y falta de consideración (“¿y eso de que es maricón es cierto?”).

El extracto de Chirinos también revela la inteligencia estrátegica de Vargas Llosa, esencial para esa ambición totalizadora que lo describe como novelista. El Constitucionalista Beodo le da al autor una excelente oportunidad para seguir sutilmente enfatizando otro aspecto importante de la personalidad de Trujillo: su manía por el orden y la limpieza. También le permite aligerar con un chispazo de humor la densidad del tema principal de la novela, los horrores de la dictadura de Trujillo. (La aversión del dictador da risa, pero también la cursilería de Chirinos).

Y, no menos importante, la conversación con Chirinos es un instrumento que le permite a Vargas Llosa explayarse sobre el tema del difícil panorama económico del país y los negocios corruptos del dictador y su familia.

Esto es utilizar el espacio de la página con inteligencia y economía.

El gran ausente

Martes, 28 de febrero de 2012

Del portal colombiano Dinero.com:

Combatiendo en la cancha del adversario

Martes, 28 de febrero de 2012

En el estudio del Instituto Delphos que comenté ayer muestra una realidad venezolana que es una manifestación de algo más grande: cómo en América Latina los capitalistas se averguenzan de ser capitalistas.

Esto es una fenómeno especialmente notorio en el liderazgo político e intelectual de la izquierda moderna. Nunca veremos a un Lula o a una Dilma hablando maravillas del capitalismo. Así lo practiquen, así dirijan gobiernos cuya ideología jamás hubiesen aceptado en sus tiempos mozos, Lula y Dilma nunca dejarán de sentirse más orgulloso al lado de Fidel Castro que de Sebastián Piñera.

¿Por qué ocurre esto?

Aunque la respuesta tiene una parte psicológica interesante, enmarcar el fenómeno en una perspectiva histórica es más útil.

Y eso hizo antes de morir el filósofo italiano Norberto Bobbio.

Bobbio publicó en 1994 el libro más discutido en las últimas décadas sobre este tema, y en éste señala que históricamente, en épocas en las que ha existido un balance entre distintas ideologías políticas, nadie cuestiona la relevancia de la distinción entre derecha e izquierda. Sin embargo, cuando una u otra se hace tan dominante como para aparentar ser la única opción posible, ambos lados comienzan a cuestionar esa relevancia. El bando fuerte alega que no hay un camino alterno y el bando débil se adueña de las ideas victoriosas de sus adversarios, las presenta como invenciones propias, salva todo lo que puede de su vieja ideología y sigue presentándose como oposición.

Esto no quiere decir que entre Lula y Fernando Henrique Cardoso (un líder más hacia el centro que Lula pero no derechista) no hay diferencias ideológicas importantes.

Lo que quiere decir es que entre Lula y Cardoso las similtudes son mayores que las del Lula actual con el de hace tres décadas.

Quién va a decidir las elecciones

Lunes, 27 de febrero de 2012

Padre Virtuoso

El padre Virtuoso presentó en Diálogo Interamericano en Washington un estudio realizado en diciembre de 2011 sobre los no alineados venezolanos. No sé cuán confiables son los números del Instituto Delphos, pero es bueno revisarlos porque dan una buena idea de la magnitud del desafío que confronta la oposición.

Aunque al igual que muchos estoy optimista, no hay perder de vista que para la oposición el camino sigue siendo empinado y lleno de obstáculos, incluso con un Chávez debilitado que no puede hacer campaña como en el pasado.

Algunas observaciones del estudio de Delphos:

La oposición necesita penetrar el segmento de los no alineados pro oficialismo. El estudio de Delphos divide al electorado en tres sectores: chavistas (41,7%), no alineados (29,5%) y opositores (28,8%). Los no alineados se dividen en los pro oficialistas (11%) y pro oposición (13,6%). Hay un pequeño sector de no alineados neutrales (ninis puros) del 4,9%.

Considerando las actitudes de los no alineados pro oficialismo, no es fácil para la oposición penetrar este sector. Pero debe hacerlo. Los chavistas y no alineados pro oficialismo suman 52,7%. Los opositores y los no alineados pro oposición suman 42,4%. Asumiendo que la oposición capta todo el voto no alineado opositor (algo muy probable) la batalla por la presidencia será la batalla por esos 6 o 7 puntos de los no alineados neutrales y los no alineados pro oficialismo.

De más está decir que Chávez invertirá millones seduciendo a este sector.

Los “partidos en general” siguen muy desprestigiados entre los no alineados. Sobre todo en ese sector que necesita penetrar la oposición, los no alineados pro oficialismo. Hay que decir, sin embargo, que entre los no alineados pro oposición la MUD tiene una imagen positiva, especialmente si se le contrasta con la imagen que este mismo sector tiene de los partidos. Para los nini opositores la MUD pareciera no estar conformada por los partidos sino ser una entidad independiente.

“Capitalismo” es una mala palabra. Incluso entre los opositores y los no alineados opositores el socialismo democrático tiene más fuerza que el capitalismo, así socialismo democrático sea, en el fondo, capitalismo. Sorpresivamente, a los no alineados pro oposición les gusta más la palabra capitalismo que a los opositores duros.

Próximo:

  • ¿Por qué los capitalistas se averguenzan de ser capitalistas?

El espectáculo de los espectadores

Domingo, 26 de febrero de 2012

A veces, en un cine o una obra de teatro, o incluso en la propia sala de mi casa, viendo los rostros felices o conmovidos de familiares o amigos enfrente de un televisor, me conmueve lo que veo en el público tanto como lo que veo en la pantalla o el escenario.

Una vez más Vargas Llosa, en un artículo sobre “El enfermo imaginario” de Molière, verbaliza lo que hasta ahora era en mi cabeza una vaga y disforme percepción:

Paso dos horas y media magníficas [viendo “El enfermo imaginario”] y, casi tanto como lo que ocurre en el escenario, me fascina el espectáculo que ofrecen los espectadores: su atención sostenida, sus carcajadas y sonrisas, el estado de trance de los niños a los que sus padres han traído consigo abrigados como osos, las ráfagas de aplausos que provocan ciertas réplicas. Una vez más compruebo, como en mis años mozos, que Molière está vivo y sus comedias tan frescas y actuales como si las acabara de escribir con su pluma de ganso en papel pergamino. El público las reconoce, se reconoce en sus situaciones, caricaturas y exageraciones, goza con sus gracias y con la vitalidad y belleza de su lengua.

Viene ocurriendo aquí hace más de cuatro siglos y ésa es una de las manifestaciones más flagrantes de lo que quiere decir la palabra civilización: un ritual compartido, en el que una pequeña colectividad, elevada espiritual, intelectual y emocionalmente por una vivencia común que anula momentáneamente todo lo que hay en ella de encono, miseria y violencia y exalta lo que alberga de generosidad, amplitud de visión y sentimiento, se trasciende a sí misma.