Periodismo de guerra

Viernes, 29 de mayo de 2011

Periodista, locutor y profesor universitario. Mostrando los rastros de la muerte en El Universal. Apasionado y bonchón. Un pana joven pues.

Así se presenta al mundo en su cuenta de Twitter Deivis Ramírez, reportero de sucesos del diario El Universal. Lleva siete años cubriendo el crimen en Caracas, prueba de su coraje y vocación periodística. A pesar del tema que cubre, es alegre, extrovertido y habla tan rápido que a veces es difícil seguir el hilo de lo que dice.

Lo que sigue son mis observaciones de varias conversaciones largas con Deivis.

El crimen se ha “desarrollado.” Deivis dice que cuando comenzó a trabajar como reportero de sucesos todavía se veían muchos crímenes en los que, en vez de armas de fuego, se utilizaban armas blancas (como chuzos) o los mismos puños. Ahora eso casi no se ve. Rara vez Deivis cubre un crimen donde la victima no haya sido acribillada a tiros.

Otro cambio, dice Deivis, es la saña. En los últimos años Deivis ha notado niveles de odio que no se veían antes. Es raro, por ejemplo, ver a una víctima con un sólo tiro en la cabeza o el corazón. Ahora tiene ocho, nueve o diez tiros en el cuerpo.

Las madres solteras. Deivis conoce a muchos malandros, muchos de ellos asesinos con muchos muertos encima. Un denominador común, dice, es la manera como se criaron. “Hay muchas madres solteras en los barrios,” me dice. “Madres solteras que además tienen que trabajar y no tienen tiempo de estar con sus hijos.” Casi todos los malandros tienen padres alcohólicos o madres que nunca se ocuparon de ellos o no tuvieron tiempo de hacerlo. El entorno familiar siempre es disfuncional.

Los niños entonces comienzan a robar desde muy temprano. Luego, si son talentosos asaltando o robando, las bandas de criminales los reclutan. Y allí, en esas bandas, se profesionalizan como criminales.

El prestigio del malandro. Deivis se crió en un barrio y dice que el prestigio del malandro es un aspecto sin el cual es difícil entender el crimen en las zonas populares. Los malandros más poderosos son muy respetados. Los niños, desde que están muy pequeños, los ven como héroes porque son adulados y temidos por todos. La ambición en los barrios muchas veces encuentra salida en la actividad delictiva. Así como en otras clases la gente decide canalizar su ambición trabajando en un banco o jugando pelota para llegar algún día a las Grandes Ligas, en los barrios los malandros son muchas veces el modelo a seguir para los jóvenes.

El malandro como Robin Hood. En algunos casos el malandro no ataca ni toca a los habitantes de su mismo barrio. Más bien los ayuda. Deivis ha conocido a varios malandros que ejercen en sus comunidades un rol parecido al de Robin Hood. Con el dinero que roban pagan servicios funerarios, dan los fondos para reparaciones o asfaltados, ayudan con una mensualidad a los que no tienen trabajo, etc.

A cambio, la comunidad los protege. Cuando la policía los está buscando, los malandros cuentan con muchos informantes y gente que está dispuesta a esconderlos. A veces las comunidades incluso los ayudan a esconder cargamentos de mercancía robada. Muchos policías dicen que el apoyo que recibe el malandro por parte de las comunidades es uno de los grandes obstáculos en la lucha contra el crimen.

Los gajes del oficio. Para hacer su trabajo Deivis cuenta con un red enorme de informantes, no sólo policías y gente de los barrios, también los mismos malandros. Por lo general, prefiere visitar las escenas de crimen en las mañanas. Pero, aún así, debe tomar precauciones. La gente sabe quiénes viven y quiénes no viven en el barrio. Cuando está averiguando Deivis casi nunca saca libreta, sino conversa con la gente y memoriza. Cuando está en un sitio seguro anota rápido en el papel todo lo que escuchó.

Deivis muchas veces ha conversado con asesinos. ¿Cómo hace para que no sospechen de él o de sus intenciones? “Hay que hablar como ellos, adaptarse a su manera de pensar, de ver el mundo. Tienes que hacerlos confiar en ti.”

Cuestionado sobre su futuro en esta profesión Deivis no parece tener mayores dudas existenciales: “No tengo planeado un retiro de esto en el futuro próximo. Uno a veces se deprime. Yo he llorado muertos que no conozco, sobre todo niños, porque yo tengo un hijo. Pero me veo unos años más haciendo esto. Me interesa demasiado la fuente. Entender qué esta pasando en los barrios, en el país.”

La extrema irresponsabilidad de Rosales

Miércoles, 27 de julio de 2011

Con el juego de su eminente regreso, que nunca termina de concretarse, el ex gobernador de Zulia, Manuel Rosales, está mostrando su peor lado.

Su indecisión, cualquiera que sea la razón, significa que es posible que sea Pablo Pérez, y no él, el candidato de Un Nuevo Tiempo. Si no, ya Rosales estuviera en Venezuela.

Pero, manteniendo a Un Nuevo Tiempo en el limbo, y extendiendo indefinitivamente su regreso sin nunca cancelarlo, perjudica la posible candidatura de Pablo Pérez, haciéndolo ver como un subalterno que no le queda más camino que someterse a los caprichos irracionales de su jefe.

Tanto Rosales como Pérez pierden, el primero por proyectar una imagen (justificada) de cacique y el otro por verse (injustificadamente -pues rebelarse implica dividir al partido) como un bobo sumiso.

Esto por un lado.

Por el otro, imaginemos que Rosales por fin cumpla su promesa de regresar. ¿Qué va a pasar? O lo meten preso o la gente piensa que negoció su libertad con José Vicente Rangel (si no está negociando su libertad, ¿por qué no vuelve ya?). Esta última opción lo podría afectar en las encuestas, donde ahora se encuentra -y esto hace su comportamiento aún más incomprensible- por debajo de cuatro o cinco precandidatos de oposición, incluyendo Pablo Pérez.

Las posibilidades de que Manuel Rosales logre lo que se propone -regresar a Venezuela, permanecer en libertad y ganar las primarias- son prácticamente nulas.

A pesar de ello, no parece importarle hacerle daño a una candidatura de su mismo partido que tiene muchos mejores prospectos que la suya.

Hiperrealismo

Martes, 26 de julio de 2011

Autora: Mirtha Rivero

Había estado demorando mi visita a la exposición del escultor australiano Ron Mueck en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey –la primera en América Latina-. No quería hacer maromas para apreciar las obras. Más de cien mil personas habían visto la muestra, y nada más saber que hubo siete mil ciento noventa visitantes en un día era suficiente para enfriarme las ganas. Por muy vanguardista y polémico que fuera el artista.

Había leído sobre él. En la Bienal de Venecia en 2001, su Boy –en cuclillas- de más de cinco metros de altura acaparó la atención; pero años antes, en 1997, su Dead Dad ya había conmocionado. La pieza era una réplica reducida del cuerpo de un hombre desnudo muerto: su propio padre. La escultura era –es- de un realismo estremecedor; por la textura lograda, la fidelidad en los detalles, y por el asombro de ver al “muerto”, que uno imagina frío: ausente, indefenso, expuesto.

En fin, que a Mueck había que verlo. Y fui.

Para mi extrañeza no encontré el gentío que esperaba. Mi marido y yo pudimos recorrer los salones a nuestras anchas. Sin filas, niños correteando o estudiantes de arte tapando con gigantescas libretas los mejores ángulos. Hasta hice el recorrido dos veces para cerciorarme de que solo once piezas conformaban la exhibición y “llenaban” todo un piso. Once esculturas, color en algunas paredes e iluminación. Más nada.

Desde la entrada, la “realidad” golpeó. Máscara, la careta inmensa de un hombre dormido ¿o muerto?, nos recibía con una barba de dos días, las arrugas y la sombra alrededor de los ojos cerrados, las cejas y las pestañas tupidas, la mejilla derecha constreñida contra la superficie, los labios -carnosos- apenas abiertos, el ceño un tanto fruncido congelado en medio ¿del sueño? Ese primer trabajo dio idea del dominio del escultor que, manipulando a escala y utilizando fibra de vidrio, silicona, resinas, a veces cabello natural crea piezas en donde la verosimilitud está en los detalles. Sea un bebé diminuto –Bebé-, una mujer de seis metros y medio –En la cama– o un pollo, un pavo o una gallina horrible –Naturaleza muerta– colgando en el medio de una sala. La maestría está en los rasgos que logra crear más que reproducir: pliegues en palmas de manos y plantas de pies, piel erizada o traslúcida, arrugas, uñas recrecidas, venas, vellos, la mirada perdida en una mujer gigante; la respiración que se adivina débil en una anciana durmiendo sus últimos días –Mujer vieja durmiendo-; el asombro en la boca de un muchacho que acaba de descubrirse un navajazo en el costillar –Juventud-; los músculos extendidos en el cuello de un hombre que, desnudo y cruzado de brazos, ladea la cabeza hurgando sin ganas en el horizonte, como para confirmar que no hay nada más allá de la embarcación en la que navega en un mar de aire –Hombre en bote-.

-A este como que le falta bronceador, se va a quemar – comentó un señor al plantarse frente A la deriva: un tipo que se asolea con los brazos extendidos hacia los lados sobre un colchón inflable en un imaginario mar azul, que es una pared.

Una mujer le dio un codazo al señor:

-Dicen que esa escultura representa la crucifixión.
-¡N’ombre! –ripostó el aludido- eso es intelectualizar demasiado, ya quisiera yo ese martirio.
-A esta escuela artística –ilustró un muchacho a otro- se le llama hiperrealismo.

Hiperrealismo –pensé- significa realismo exacerbado… Y se me escapó en voz alta:

-Hiperrealismo es lo que se hay en Venezuela, y no precisamente artístico.
-…¿?
-¡Perdón! –me excusé, tapándome la boca con la mano.

Cortesía del suplemento Día D del diario 2001.

¿Qué pasó con Gerson?

Lunes, 25 de julio de 2011

Después de aceptar una solicitud de antejuicio de mérito hecha por Gersón Pérez contra Henrique Capriles Radonsky, el Tribunal Supremo de Justicia se echó para atrás, poco después de que líderes del PSUV criticaran al TSJ por la decisión y se desligaran de Gerson, diciendo que había sido expulsado del partido y actuaba en nombre propio (a pesar de que Pérez hizo la solicitud en 2009, cuando todavía formaba parte del partido).

¿Qué ocurrió allí? ¿Qué explica esta torpeza chapuritaria por parte del gobierno?

La explicación más popular es que Gerson Pérez y sus amos jugaron posición adelantada. Introdujeron esa solicitud para congraciarse con Chávez, pero la jugada les salió mal.

El TSJ, por su parte, aceptó la solicitud para también congraciarse con Chávez o pensando que Gerson venía de parte de Chávez.

Luego, cuando Luisa Estella Morales se dio cuenta del error (o Elías Jaua la llamó), retrocedió.

¿El problema con esta explicación? Ignora que la solicitud se hizo hace dos años.

Hay un cuento por ahí, sin embargo, que, aunque puede ser falso, es también factible, y, si fuera verdad, demuestra que la realidad muchas veces vuela más alto que nuestra imaginación.

El cuento va más o menos así:

Ya existe un plan muy elaborado para inhabilitar a Capriles, si en algún momento hace falta. El Tribunal Supremo, quizá por una seña de Diosdado (jefe de Gerson), decidió aceptar la vieja solicitud contra Capriles, pensando, quizá, que Diosdado ya se había entendido con Chávez.

Diosdado, por su parte, pensó que con esto mataría dos pájaros de un tiro: sacaría del juego a Capriles (a quien odia con virulencia) y ganaría puntos con Chávez -algo que necesita porque su poder se ha desinflado enormemente durante el último año.

Pero el círculo chavista anti-Diosdado, que ahora tiene más poder que él y más cercanía con Chávez, decidió matar esa solicitud, en parte porque tienen un plan mucho más serio contra Capriles y en parte para fregar a Diosdado.

Y a Chávez, por supuesto, tampoco le gustó la torpe movida contra Capriles.

¿Por qué Diosdado no sabía del otro plan contra Capriles?

Una prueba más de que está venido a menos.

Esto es un simple rumor que debe ser visto como tal. Pero, ciertamente, está dentro de los límites de lo que es posible.

El rostro de la barbarie

Viernes, 22 de julio de 2011

Oriana Monasterios

Oriana en el parque Caiza. Giomar Cartagena tenía un plan. Su ex novia, la veinteañera Oriana Monasterios, pronto cumpliría años y su madre, Kimmy, le regalaría un automóvil con 31 mil dólares que llevaba años ahorrando. Como seguía en contacto con Oriana, Giomar sabía del dinero y decidió fingir un secuestro para robárselo.

Un día llamó a Oriana y le dijo que quería verla para despedirse porque había decidido mudarse a España. Orania aceptó verlo y Gionmar la buscó en la noche en su carro.

En medio del camino detuvo el carro con la excusa de que quería orinar. En ese momento los cómplices de Gionmar los abordaron para “secuestrarlos.”

Fueron a casa de Oriana en San Bernardino y sometieron a su madre Kimmy, que al ver a su hija les ofreció el dinero que había ahorrado para el automóvil. En medio del trajín Oriana se dio cuenta que Gionmar era parte de la operación y le preguntó: “¿Por qué nos haces esto?” En ese momento Gionmar decidió que debía matarlas a ambas.

Madre e hija fueron encontradas calcinadas en el Parque Caiza.

El cazador cazado. Cuando recibió una llamada de un amigo que le informó que Evert Guevara se encontraba en la peluquería Jescarlet, en la avenida Solano en Sabana Grande, Daniel González, de 22 años, supo que había llegado la hora.

Daniel fue a su casa y buscó a dos amigos para que lo acompañaran a enfrentar a Evert, que hacía unos meses había matado a su hermano.

La familia de Evert y la suya se conocían. Evert vivía en un barrio en Petare vecino del suyo, El Campito. Desde el asesinato de su hermano, Daniel lo había visto de lejos varias veces, pero esperaba el momento preciso para vengarse.

Llegó a la peluquería con sus dos amigos e inmediatamente atacó a tiros a Evert, matándolo. Unos amigos de Evert, que estaban armados, respondieron y mataron a Daniel y a su amigo Luis Daniel Monroy.

Los dos cuerpos -de Daniel y Evert- entraron y salieron juntos de la medicatura. Las dos familias se encontraron en la morgue.

Triple homicidio en Santa Cruz del Este. Darwin Márquez Bonilla, de 26 años, le alquiló una habitación a José Antonio Morales, de 66 años, en el barrio Santa Cruz del Este. En la casa, además de Morales, vivían su hijo Antonio José y sus dos nietos, una niña de 11 años y un niño de 13.

Darwin causó problemas desde el principio. El primer mes no pagó la renta y el abuelo Morales se dio cuenta que consumía drogas. El abuelo decidió perdonarle el primer mes de alquiler y el segundo, pero cuando no pagó el tercer mes lo botó.

Darwin se desapareció dos días y luego regresó a la casa la madrugada de un domingo.

Ese día, el padre de los niños, que en ese entonces tenía una miniteca, no estaba en la casa porque lo habían contratado para tocar en una fiesta en Las Adjuntas.

Al llegar Darwin, que estaba drogado, intentó abusar de la niña de 11 años. Ella alertó al abuelo y éste salió inmediatamente en su defensa. Darwin lo atacó con un machete y lo mató. Luego mató a machetazos al varón y luego abusó de la niña hasta también matarla.

Cuando el padre de los niños llegó a la nueve de la noche, encontró a su hijita en la cama semidesnuda.

Los cadáveres de su abuelo y su hijo estaban metidos en unos pipotes de agua en el segundo piso de la casa.

Unos vecinos vieron a Darwin salir de la casa después del crimen.

Estaba bañadito y arregladito.

Estas historias no son excepcionales. Cualquiera que lea las páginas de “sucesos” en los periódicos, sabe muy bien que son frecuentes. Hace unas semanas unos malandros entraron al cine de Concresa y asaltaron a toda la sala en medio de la película. Poco días después otro grupo de depravados asaltó un autobús y se violaron a veinte pasajeras, incluyendo una niña de 11 años y una mujer embarazada.

El Nacional publicó recientemente un reportaje de una familia en la que siete miembros han sido asesinados.

Las estadísticas, claro, reflejan este horror. Pero siempre que las veo siento que no le hacen justicia a la realidad. Nunca dejan de ser meros números.

Próximamente:

  • Conversación con un reportero que lleva siete años trabajando en la página de sucesos de El Universal.