Cómo ver a través del manto

Jueves, 1 de septiembre de 2011

¿Qué va a hacer la Fuerza Armada si Hugo Chávez pierde la elecciones en 2012?

Pocas preguntas en Venezuela son al mismo tiempo tan importantes y tan difíciles de responder.

“La FANB es una caja negra,” me dijo hace un año un ex militar que consideraba la persona idónea para responder esta pregunta. “Y no ahora: antes de Chávez era lo mismo. Pero ahora es peor.”

El descontento, pues, no anda promocionándose, menos en un ambiente donde reina la paranoia y la menor sospecha puede servir como pretexto para la purga y la represión.

Una pregunta clave es: ¿Quiénes son los que están en mejor posición de iluminar esa caja negra que es la FANB?

Para mí la respuesta es obvia: El gobierno.

El gobierno es el que invierte más dinero, tiempo y esfuerzo averiguando, a través de sus servicios de inteligencia, qué está pasando en la FANB.

Y el gobierno, claramente, no se siente muy seguro sobre el grado de control que tiene sobre la FANB. Si no, ¿por qué el cáncer de Chávez vino acompañado de constantes (y extrañas) declaraciones por parte del presidente y otros funcionarios de que nuestras “gloriosas” fuerzas armadas están “como un solo hombre” con el pueblo y su Comandante?

Esta inseguridad también explica las recientes declaraciones del ministro de Defensa Carlos Mata Figueroa, en las que pide a los militares leales que agucen los oídos:

Estemos alertas en todas partes donde estemos, de quién tenemos al lado, de dónde estamos, de qué se dice.

Es cierto que todos los autócratas son paranóicos

Pero, igual, a los que están tan seguros de que Hugo Chávez seguirá en el poder después de 2012, así pierda las elecciones, sólo les digo una cosa: la persona que más ha invertido sudor y recursos en penetrar a la FANB está mucho menos seguro que ustedes.

Desapego

Miércoles, 31 de Agosto de 2011

Autora: Mirtha Rivero

La última vez que estuve en Caracas –en marzo pasado- me regresé a Monterrey con una carga de libros de autores venezolanos. En mi visita anterior, había tenido que dejar el paquete porque mi esposo se fracturó un pie y era impensable emprender un vuelo –de dos escalas- con dos maletas y un marido en muletas. Esa vez los libros tuvieron que quedarse para después porque, además, no soy de las que gusta meterlos en el equipaje; prefiero llevarlos encima, muy cerca de mí. Me da pavor que los destrocen en los controles antidrogas de los aeropuertos o –peor- que se me pierdan si se extravía un maletín.

Los había dejado, pero cinco meses después me los traje. Y abril fue, entonces, para leer escritores venezolanos –en novela, cuento, reportaje-. Empecé con Federico Vegas y su Sumario (Alfaguara, 2010), la ¿ficción? que se construye a partir del asesinato del coronel Carlos Delgado Chalbaud en 1950. La novela venía con harta recomendación y el texto –interesante, serio, muy bien escrito- me gustó, pero, debo decirlo, me dejó una sensación desagradable en el cuerpo. Un amargor en la boca. Un amargor que sentí casi desde las primeras páginas cuando uno de los personajes –Leonardo Bermúdez, secretario del juez que abre el sumario del caso- comenta:

“Mi vida cambió cuando vi al presidente tirado en el suelo. No fue el cuerpo lo que me impresionó, sino el que nadie parecía sentir nada. Lo mirábamos como embrutecidos. Yo mismo no lograba conmoverme. Era como si Delgado nunca hubiera existido”.

Al leer esas líneas enseguida recordé unas palabras que tres años antes me había confiado Paulina Gamus, antigua dirigente de Acción Democrática, cuando a propósito de la caída de Carlos Andrés Pérez en 1993 la entrevisté para La rebelión de los náufragos (Alfa, 2010): “lo que sucedió con Carlos Andrés fue el abandono total. Era como un leproso. Nadie salió a quebrar lanzas por él”.

También me acordé de un artículo que en septiembre de 2010, en Tal Cual, había escrito Laureano Márquez después de asistir al entierro del productor Franklin Brito, que había muerto –de mengua- días antes en el Hospital Militar. Ese texto, que me había dolido, lo tenía guardado, y ahora, a casi un año de ese artículo –y de esa muerte-, todavía cargando con un mal sabor en la boca, entresacó unas frases:

“Fue particularmente triste el funeral de Franklin Brito… Fue particularmente triste, además, por el par de centenares de personas que acompañaron su sepelio, siendo que tenía 28 millones de deudos… murió solo y poca gente acompañó el entierro”.

Pero Laureano no se quedó allí, se fue a lo más hondo y en el último párrafo, lanzó: “A Franklin Brito lo mató la indolencia”, y quiso destacar: “la que se nos ha instalado a todos en el corazón”.

Y es esa indolencia, esa aparente incapacidad de restearnos en los momentos en donde lo único que cabe es restearnos, la que me lleva a escribir hoy. Es esa insensibilidad mostrada en momentos cruciales. Esa particular manera de ser que exhibimos como colectivo y que nos lleva a quedar tan mal retratados en la historia.

Es como un desapego, un desamor, un desinterés que se instala en automático, y de repente. Cuando la puesta en escena deja de ser multitudinaria, espectacular y no produce dividendos. Una forma de ser que, tal vez sin darnos cuenta, nos lleva también a morir de mengua. Pero no por inanición, sino por desafecto.

Cortesía del diario 2001.

Un fantasma recorre el país

Lunes, 29 de agosto de 2011

Una buena manera de evaluar la gestión de la oposición en Venezuela es comparándola con la gestión de la oposición en otros países del hemisferio. Y en esa comparación la oposición venezolana luce bastante bien.

Este ejercicio comparativo es una herramienta de análisis útil, porque ayuda a poner las cosas en perspectiva mostrándonos que errores que a primera vista parecen muy irresponsables son más bien comunes o que aciertos que nos parecen normales son más bien extraordinarios.

Sin embargo, a veces nos olvidamos de ver más allá de las fronteras.

Veamos.

La extorsión del tea party y el partido republicano en Estados Unidos en las negociaciones del límite de la deuda, donde básicamente la derecha amenazó a la administración Obama con volar el país si el presidente no cedía en sus demandas..o la actitud irresponsable y cínica de los miembros de la Concertación en Chile, apoyando un paro de 48 horas exigiendo respuestas a una serie de problemas cuyos principales autores, más que Sebastián Piñera, son ellos mismos…o la miopía de los candidatos moderados en el Perú, que por dividir el voto del centro dejaron pasar a la segunda vuelta a dos candidatos con fuerte tendencias autoritarias…Todos estos son errores graves. ¿Y no sale bien parada la oposición venezolana si se le compara con sus pares en Estados Unidos, Chile y Perú?

Están, además, los recientes aciertos de la MUD:

  • La victoria de Alcasa.
  • Votar a favor de que se investigue a la MUD en la Asamblea Nacional.
  • Rechazar la posición obtusa del partido Republicano en EEUU de recortar fondos a la OEA.
  • La decisión de Henry Ramos Allup de apoyar la tarjeta única, a pesar de que a AD, visto desde una perspectiva estrecha y egoísta, no le conviene la adopción de esa tarjeta.
  • La resolución del conflicto de UNT a favor de Pablo Pérez.
  • La cada vez más rápida capacidad de respuesta de la MUD ante los abusos del gobierno. Ya no hay ataque o abuso que no sea respondido inmediatamente por la oposición en un comunicado o conferencia de prensa.
  • El compromiso cada vez más sólido con la unidad de las fuerzas opositoras. ¿Alguien ve la más mínima posibilidad de que esta se quiebre?

Quizá la prueba más obvia de que la oposición está haciendo las cosas bien es la reacción del gobierno, resumida en un twit medio cursi pero no por eso inexacto de Alberto Barrera Tyszka:

Ahora hablan todo el día de golpe y de fraude. La revolución está histérica. Un fantasma recorre el país: la unidad.

Chile se aburre

Jueves, 25 de agosto de 2011

Profunda desigualdad económica y social, un sistema electoral poco representativo que no termina de deshacerse del lastre de la dictadura pinochetista, frustración por el cerrado universo de las elites políticas, aparatos educativos, instituciones culturales y políticas laborales que no se adecuan a una creciente clase media, todos estas causas han sido citadas para explicar las protestas en Chile.

Y, sin embargo, si hace dos años, cuando Michelle Bachelet acababa su período presidencial con casi 80 por ciento de popularidad, hubiesen estallado protestas multitudinarias en varios países de América Latina, excepto en Chile, ¿qué hubiesen dicho los expertos?

Pues que Chile lleva dos décadas creciendo a tasas muy altas; que la pobreza ha sido reducida de un 45 a un 10 por ciento; que el ingreso per cápita ha subido de 2 mil a 14 mil dólares anuales desde 1990 (China hoy: $4260, India: $1340); que Chile es una de las sociedades más libres y democráticas del hemisferio; que su manejo de la crisis financiera mundial fue ejemplar (en 2010 y 2011 el país creció 5,2 y 6,5 por ciento respectivamente); que Chile, en fin, no es sólo un ejemplo a seguir para América Latina, sino para todo el mundo.

Más aún, la explicación a esta “excepción” chilena hubiese sido tan obvia que nadie hubiese sentido la necesidad de formularla.

Otro dato que enreda el análisis:

Tres de los cuatro presidentes de la Concertación (excepto el soporífero Frei) no bajaron del 50 por ciento de popularidad durante sus gobiernos. Ricardo Lagos terminó su mandato con un 60 por ciento y Bachelet con casi 80.

Si el descontento y la frustración de los chilenos con la clase política son tan profundos, ¿cómo explicar estos números que reflejan apoyos más entusiastas que resignados? ¿Cómo explicar que hace un año la popularidad de Piñera estaba por las nubes? ¿No hay cierto grado de volatilidad en las convicciones de los chilenos?

No digo que sean falsas las explicaciones citadas arriba; al contrario, pienso que en todas hay algo de verdad.

Pero también hay algo de verdad en esta observación de Jorge Castañeda:

Conviene recordar al respecto, guardando todas las proporciones, las Casas de los Jóvenes y de la Cultura que creó André Malraux durante parte de las llamadas tres décadas gloriosas, es decir, el momento de la expansión también espectacular de las clases medias en Francia. Pero recuérdese también el desenlace: Mayo del 68, y la famosa expresión de Pierre Viansson-Ponté, en la víspera del estallido: “Francia se aburre.”

¿Será?

Miércoles, 24 de agosto de 2011

Autora: Mirtha Rivero.

Lunes a mediodía. Alcancé la puerta del banco después de atravesar rápido el estacionamiento al aire libre (me vi en Paulina, mi gata, al abandonar la sombra del níspero y caminar presurosa, dando saltos cortos para no quemarse las patas con el cemento, hasta guarecerse en la casa). Casi corriendo traspasé la puerta de cristal y lancé un suspiro de alivio: atrás quedaban los treinta y ocho grados de temperatura y la sensación maluca de que me perseguía un vaporón. Me quité los lentes de sol y me dirigí a la fila. Tenía cuatro personas por delante, y el colchón de aire acondicionado me recibió.

Dentro de la agencia no había mayor ruido. Como si todos se hubiesen puesto de acuerdo, nadie hablaba o lo hacía en susurros. Ni los cajeros alzaban la voz: con el simple movimiento de dos dedos indicaban el avance del siguiente cliente.

Con un gesto automático, pasé una mano por mi cabeza y la sentí caliente (algo más que el calor me la quemaba). De pronto, creí estar en un cuadro surrealista. Afuera, la canícula inclemente y el zumbido ordinario de la ciudad que retorna a su rutina (regresan los niños a clases y los padres a sus trabajos) y adentro, el confort del aire fresco y el modo silencioso de una gente que parecía actuar en una película muda y a cámara lenta. Mientras espero mi turno revivo el titular del periódico del día que había visto desde el carro, un poco antes, en las manos de un voceador: “El narco me dijo que gobernara y les dejara a ellos la policía”. Me pregunto cuántos de los que están alrededor habrán leído el mismo título. ¿El señor de pelo gris que va delante de mí? ¿El de más allá, que lleva en el cinto dos celulares? ¿La cajera de la ventanilla dos, que siempre usa unas inmensas pestañas postizas? ¿Acaso la jefe de servicios –su vista fija en la pantalla- estará revisando un balance o consultando la versión digital del diario?

Suspiré de nuevo, pero no de alivio: ¿cuándo fue que en Monterrey se rompió el papel celofán y entró el reguero de sangre? Cuándo las televisoras dejaron de reportar como información de último minuto el robo a un telecajero o los choques estrepitosos de jovencitos que conducen a alta velocidad, para pasar a contar el número de ejecutados, decapitados o colgados de un puente. ¿Fue poco después de que el gobierno mexicano le declarara la guerra al narcotráfico, o fue a principios del 2010, meses después de que la recesión en Estados Unidos dejara sin trabajo a cientos de braceros que luego se reconvirtieron en savia fresca para los carteles? Cuándo empezaron a vaciarse –y cerrar- los bares, restaurantes y discotecas en el centro o comenzamos a mirar con desconfianza las hasta entonces corrientes pick-up de doble cabina (las trocas) tan utilizadas en el norte para las rutas agrestes que llevan a los cotos de caza y pesca. Cuándo se habló en voz alta por primera vez de víctimas civiles –daños colaterales- que quedan en medio de las ráfagas. Cuándo la sangre de los muertos penetró la vida cotidiana.

-¡¿Viste que mataron a un Tránsito en La calzada?!– se platicaba hace dos semanas en la peluquería-.
-Sí… y ese ni siquiera era de los que usaba chaleco antibalas.
-Al día siguiente mataron a un hombre en El centrito.
-¡Ah!, pero ese era de los malos.
-¿Y quién lo mató?
-¡Pos, uno más malo!

Sacudí la cabeza como para sacarme los malos pensamientos. Ni aun así dejé de pensar y de preguntarme: ¿y por qué, a pesar de todo, me siento más segura en Monterrey que en Caracas?…
Será porque en Monterrey “siento” que la cosa no es conmigo, no es contra mí. No es contra cualquiera.

Cortesía del suplemento Día D de 2001.

Mañana:

  • ¿Qué está pasando en Chile?