Nuestro mejor aliado

Miércoles, 24 de noviembre de 2010

En la sesión ordinaria del pasado 11 de noviembre, la Asamblea Nacional aprobó en primera discusión el Proyecto de Ley Orgánica para el Fomento y Desarrollo del Sistema Económico Comunal. Este proyecto consagra los principios, normas y procedimientos que tutelan el sistema económico comunal con el fin desarrollar el modelo productivo socialista. El objetivo, pues, es el diseño de un nuevo sistema económico comunal que poco a poco irá reemplazando al sistema capitalista.

¿Impresiona el alcance de este proyecto? Claro. Pero también impresiona otro aspecto poco comentado: El proyecto reafirma los conceptos de trueque, moneda comunal y “prosumidores” que fueron incluidos en el Decreto con Rango, Valor y Fuerza de Ley para el Fomento y Desarrollo de la Economía Popular del 31 de julio de 2008 -un decreto que nunca llegó a aplicarse con seriedad.

En la ineficiencia y la chapucería del gobierno, el inhumano y explotador sistema capitalista ha encontrado a dos valiosos aliados.

El bautizo

Lunes, 22 de noviembre de 2010

Cuando entró, Vásquez lo llamó a la sala para que lo ayudara a abrir una botella de vino, que tenía una bella etiqueta que parecía una obra de arte. Ya había llegado mucha gente a la celebración del bautizo. Vio alrededor a viejos y jóvenes, pero sobre todo viejos, seguramente amigos de Vásquez. También vio a un enjambre de niños que correteaban por el comedor, amenazando con tumbar un vaso o un adorno.

Néstor tenía mucha hambre y le costó no robarse un bocadillo después de destapar la botella. La mesa de la sala estaba llena de platos con comida, bolitas de mozarella, jamón serrano con melón, empanada gallega, aceitunas, tequeños, tortilla de papa. El lunes Néstor había suspendido temporalmente los almuerzos, como solía hacer cuando surgían gastos imprevistos que desequilibraban su presupuesto. Hasta ese día la suspensión no le había pegado, porque era bueno ignorando o despistando el hambre con trucos mentales. Pero ahora le pegó. Era difícil ignorar el estómago rodeado de bandejas llenas comida. Quizá un poquito más tarde, le pedía a Celia un platito de comida, al menos un par de tequeñitos.

Se sentó en la mesita de la cocina, donde casi siempre se sentaba a esperar. Además de Celia, tres mesoneros trabajaban en la cocina. Preparaban tragos y llevaban y traían bandejas de comida. La hija de Vásquez entró a la cocina a buscar hielo. Tenía cara de querer huir de la celebración. Trataba de disimularlo, pero se le notaba en el rostro. La hija de Celia, en cambio, espiaba con envidia a los invitados. Desde la pequeña habitación donde dormían su madre y ella, la negrita se asomaba a la sala con su miradita de búho mientras arrugaba con el puño la falda de su vestidito blanco, de primera comunión. Cada vez que pasaba con una bandeja, su mamá la arrimaba hacia la habitación con una pierna, como si fuera un mueble. “Anda vete al cuarto,” le decía. “Que aquí estás estorbando.”

Desde la mesita de la cocina, Néstor podía ver a los viejos Winfree en la sala, instalados en el lujoso sofá de cuero. Parecían perdidos, desubicados, sin saber cómo comportarse en una fiesta donde todo el mundo hablaba un idioma desconocido. La señora Winfree a veces se acercaba a ellos, pero no mucho, porque estaba muy ocupada atendiendo a los invitados y dirigiendo las labores de los mesoneros. Estaba muy linda, con su cola de caballo y su elegante vestido negro. Como a todas las rubias gringas, el negro le quedaba muy bien. Contrastaba maravillosamente con su cabello y con sus pulseras, anillos y zarcillos de oro. Las joyas eran un lujo capitalista burgués que Néstor desaprobaba. Lo indignaba que, con tanta pobreza y hambre en el mundo, las mujeres se gastaran miles de bolívares en artículos de lujo. Pero debía admitir que a la gringa provocaba perdonarle esas extravagancias. En ella las joyas tenían un raro efecto seductor. Quizá era algo estético, porque las pulseras y los zarcillos enaltecían su elegancia y su belleza. O quizá algo social. Quizá aún no lograba deshacerse de sus complejos de pobre.

Celia seguramente le vio el hambre en el rostro, porque sin decirle nada le puso enfrente un plato con jamón, tequeños, pan, empanada gallega y una lata helada de pepsicola. Néstor le dio las gracias y enseguida comenzó a comer, haciendo un esfuerzo para no comer demasiado rápido. Llevaba días sin almorzar, y este almuerzo, así fuese tardío, le caía de maravilla. Quizá hasta podía saltarse la cena y así ahorrarse dos comidas ese día. Como gesto de agradecimiento, trató de buscarle conversación a Celia, pero fue difícil, no porque ella fuese maleducada sino porque era tímida. Lo único sustancioso que le sacó fue que esa noche dormiría allí, con los Vásquez, porque en su barrio habían matado a un malandro la noche anterior. “La señora que vende la droga me dijo que esta noche va a haber balacera,” le dijo. Mejor se quedaba allí, tranquilita.

Néstor se comió los tequeños –su pasapalo favorito– de último, enjuagándolos con la pepsicola, que hacía años que no le sabía tan bien. Se preguntó si Celia sería chavista. ¿Apoyaría, como él, al presidente? Sabía que, aunque calladita, Celia era una muchacha muy inteligente. Una tarde la había pescado leyendo nada menos que Padre rico, padre pobre con lápiz en mano, subrayando las partes que más le interesaban. Lamentablemente, había mucha gente inteligente, pensante, divorciada totalmente de la política. Además, Caracas era cada vez más opositora. No sólo en el este, donde vivían los ricos y la oposición siempre había dominado, también, cada vez más, en el oeste. Donde vivía Celia, en Petare, había ganado hacía dos años un alcalde opositor. Un alcalde, por cierto, que cada día era más popular. A él esta tendencia le parecía que era peligrosa. La revolución no podía entregar la capital, donde estaba el palacio presidencial. Si los escuálidos seguían creciendo en Caracas se podría repetir lo ocurrido en abril de 2002, cuando la oposición intentó tumbar a Chávez. Con la diferencia de que esta vez no habría pueblo que lo rescatara.

–Flaco, me sirves un whiskicito.

Un señor alto, elegante, con el cabello plateado, muy bien peinado, le puso la mano en el hombro. Néstor estuvo a punto de decirle que él era el chofer, pero uno de los mesoneros se le adelantó:

–Ya se lo estoy sirviendo, señor. Un segundito.

El señor le dio una palmadita en el hombro, que quizá era de disculpas. Ya llevaba varios tragos encima y se veía feliz, de buen humor. De sólo verlo a Néstor le cayó bien, el viejo. Quiso hacer una broma sobre la confusión, pero no le vino nada a la cabeza. Luego pensaría que hubiese sido bueno decirle: “Siempre me confunden con mesoneros en las fiestas porque siempre ando cerca del bar.” Pero nunca había sido bueno para decir lo indicado, en el momento indicado. Le faltaba la rapidez mental, el encanto.

La hijita de Celia se acercó a él apenas salió el señor. Pensó que era para pedirle un tequeño, pero era para espiar desde más cerca a los invitados de la fiesta. Era bonita, la negrita. Tenía unos ojos muy grandes, despiertos, que tenían un brillo travieso, casi malicioso. Cuando Néstor le ofreció un tequeño, ella no le prestó atención. Estaba concentrada viendo el correteo de los niños, obviamente deseando estar allá, jugando con ellos.

Viendo a la niña, y luego viendo a Celia lavando platos, bostezando ya por el cansancio, Néstor sintió de pronto una ligera tristeza. “Este país sigue mal,” se dijo. La niña todavía estaba muy chiquita para entender porqué ella no podía jugar con los demás niños; porque su madre la encerraba en el cuarto a ver estúpidos programas de televisión. Y lo peor es que, probablemente, nunca nadie le explicaría. Poco a poco iría somatizando esa desigualdad, asumiendo que era como las cosas eran. Punto.

El fin de semana había leído en Ultimas Noticias una entrevista con un profesor venezolano, un viejito, que llevaba varias décadas en Londres, dando clases en la Universidad de Oxford. No le quedó claro si era o no chavista, pero había dicho algo muy interesante que ahora, viendo a la negrita, recordó. El periodista le preguntó qué lo había impactado más del país, a su llegada. La respuesta fue contundente: la desigualdad. En Venezuela la desigualdad “lo abofeteaba a uno en cada esquina.” La desigualdad, y el resentimiento producto de la desigualdad, era parte del aire que se respiraba en el país. Tan ubicua era la desigualdad que terminaba mimetizándose con el paisaje. Ya nadie la notaba, decía. Sólo impactaba a los extranjeros.

El profesor tenía razón en todo, excepto en una cosa: mucha gente sí notaba este fenómeno de la desigualdad. Él, Néstor Rodrigo Mora, la notaba (la estaba notando ahora), así como la notaba un sector importante del pueblo venezolano. Mucha gente estaba consciente de que esa desigualdad no era normal, sino un accidente histórico que se debía revertir. El presidente Chávez era una de esas personas sensibles que, a diferencia de la mayoría de los políticos, reconocía esta realidad. Por eso él siempre lo había apoyado, pese a todos sus desmanes. Chávez era el primer presidente de Venezuela que había captado que la pobreza y la desigualdad no eran parte del paisaje venezolano, como lo eran las selvas de Amazonas o los llanos de Apure. Sino que era una aberración que no debía existir. Que había que abolir a través de una revolución.

Celia se acercó a la niña, la tomó fuertemente del brazo y la encerró en la pequeña habitación, diciéndole “estás estorbando ahí.” Cerca de la niña, a la salida de la cocina, conversaban la hija de Vásquez y su esposo, lo que motivó la reacción de Celia. La hija de Vásquez seguía de mal humor. Su rostro transparentaba infelicidad e incluso amargura. Aunque no era bonita, Néstor pensó quizá podía serlo sin ese innecesario rictus de amargura en el rostro. Sin querer, la escuchó decirle a su esposo que odiaba esas reuniones, que no entendía porqué su papá la organizaba. “Le dije que quería algo pequeño, pero no me escuchó,” dijo, la voz llena de frustración. “El bautizo era una simple excusa para él hacer una fiesta con sus amigos.”

El esposo le dijo que no exagerara. Su papá había organizado la celebración con buenas intenciones. De eso no le quedaba duda. Además, ¿cuál era la tragedia? ¿Qué iba a tener que socializar con su familia tres horas? “En la vida hay peores cosas,” dijo.

La apuesta de Santos

Jueves, 18 de noviembre de 2010

Supongamos que surja entre Colombia y Venezuela un asunto como el de Makled, con la diferencia de que Santos, por razones de política interna colombiana, no pueda ceder esta vez ante Chávez.

O supongamos que EEUU, con el nuevo Congreso, por fin apruebe el TLC con Colombia y Chávez reaccione como reaccionó en 2006, cuando se retiró de la CAN con el pretexto de los TLC de Perú y Colombia con el imperio. ¿Es acaso imposible imaginar a Chávez utilizar ese pretexto para no terminar de levantar las restricciones administrativas que tanto han afectado el comercio bilateral? ¿O para no cancelar las deudas que todavía le quedan por pagar a los exportadores colombianos?

O supongamos que Chávez vuelva a hacer un llamado desde la Asamblea Nacional venezolana para que se reconozca a las FARC como fuerzas beligerantes. ¿Guardará silencio Santos para no poner en riesgo las relaciones comerciales? ¿O reaccionará con una declaración contundente, provocando una ola de insultos por parte de Chávez y un nuevo congelamiento de las relaciones?

O supongamos que el gobierno venezolano expulse del país a cientos de mineros colombianos u ordene volar unos puentes en la frontera, como hizo a finales de 2009 en un claro gesto de retaliación por el asunto de las bases. ¿Va a otorgarle Santos a Chávez un poder de veto sobre los acuerdos militares que firma Colombia con otros países?

La apuesta del gobierno colombiano es que nada de esto va a ocurrir. Santos piensa que, con una diplomacia inteligente (y una buena dosis de appeasement), Chávez puede ser controlado. Este razonamiento justifica la extradición de Makled a Venezuela.

¿Irá a ganar esta riesgosa apuesta?

Lo bueno es que aquí no hay puntos medios. Santos va a ganar o perder la apuesta.

Y todo el mundo se va a enterar.

¿Moral de la responsabilidad?

Miércoles, 17 de septiembre de 2010

“Venezuela vive una de las etapas más dramáticas de su historia contemporánea. La democracia ha sido secuestrada por Hugo Chávez. Desde la caída de Marcos Pérez Jiménez en 1958, sus instituciones no habían estado tan amenazadas y violentadas….Frente a los últimos acontecimientos no se puede seguir siendo indiferente, porque en situaciones como ésta, la indiferencia se vuelve cómplice.”

“En el fondo, Chávez habría preferido llegar al poder por la vía del golpe de estado y no por caminos democráticos, hacia cuyas instituciones siente desprecio porque, como a todo tirano, le significan una camisa de fuerza. No en vano ha ejercido el poder con un estilo típicamente autocrático y cada vez más alejado del estado de derecho. Nadie duda de que Chávez fue legítimo en el origen. Como lo fueron Hitler, Mussolini, Aristide, Fujimori… y tantos otros demagogos convertidos en tiranos…”

“[Chávez se ha dedicado] a imponer sus criterios en forma excluyente, a fracturar la sociedad, a sembrar odios y a fomentar, por todos los medios, la lucha de clases. Se enfrentó con la Iglesia, los empresarios, los sindicatos, los partidos políticos y los medios de comunicación. Es que bajo su concepción autocrática, concertar era una traición al ideal revolucionario.”

“En el seno de las Fuerzas Armadas la situación es grave, muy grave. No sólo por la purga y la politización, sino también por los planes de convertirla en una fuerza miliciana y adoctrinada.”

“En materia económica, el gobierno de Chávez ha sido un estrepitoso fracaso.”

¿Quién escribió todo esto? Juan Manuel Santos, en un enjundioso artículo publicado por la revista Diners, hace ya varios años.

¿Lo cito por el ligero desagrado que me inspiraron sus declaraciones de ayer sobre la extradición de Makled? En parte, sí. Aunque reconozco que hay razones poderosas para extraditarlo a Venezuela, relacionadas al bienestar de muchos colombianos que dependen del comercio bilateral, pienso que la decisión, en unos años, será vista como un error.

Mi desagrado, sin embargo, no se debe tanto a la decisión en sí, cuyos méritos reconozco. Se debe más al reconocimiento de esa cualidad camaleónica que tienen muchos políticos, una cualidad a veces inextricable del éxito electoral.

Se debe al reconocimiento de ese virtuosismo para simular y esa facilidad con que, en ciertas situaciones, algunos son capaces de transformarse, adaptarse, mimetizarse con el ambiente.

Se debe al hecho de que el hombre que escribió el artículo de Diners es el mismo de este video:

El chavismo como problema

Lunes, 15 de noviembre de 2010

Cuando una sociedad confronta un gobierno como el de Hugo Chávez en Venezuela, es natural que surjan opiniones muy distintas sobre la mejor manera de combatir al régimen. ¿Cómo hacer para frenar los abusos de un gobierno que ha secuestrado las instituciones encargadas de fiscalizar su poder? ¿Cómo responder a las constantes violaciones a la Constitución del presidente si el poder judicial está subordinado a él? ¿No es absurdo participar en elecciones marcadas por un grosero ventajismo legal, financiero y mediático que desnivela el terreno electoral a favor del oficialismo? ¿Cómo saber cuando la participación electoral, en vez de beneficiar a la oposición, simplemente está legitimando al régimen? ¿Qué grado de funcionalidad deben conservar las instituciones para que la resistencia democrática siga siendo una opción válida y no ingenua?

En su último libro, El chavismo como problema, el famoso ex guerrillero, ex dirigente político izquierdista y editor del diario venezolano Tal Cual, Teodoro Petkoff, aborda estas preguntas, formulando en el proceso su visión de la estrategia que debe seguir la oposición en Venezuela. El horizonte del libro, claro está, va mucho más allá de una simple recomendación estratégica. Petkoff busca analizar ampliamente el fenómeno del chavismo, desde el contexto en que surgió hasta su naturaleza y direccionamiento político y económico. Pero lo mejor del ensayo no son estos temas. Lo más valioso es el argumento a favor de la participación, un argumento que otros han defendido y promovido en los últimos años, pero nadie con mayor influencia que Petkoff sobre la dirigencia de la oposición.

En esencia, el argumento de Petkoff consiste en una idea muy simple: la participación electoral y la lucha por llenar y reconquistar espacios institucionales es, en términos generales, la mejor estrategia que puede adoptar la oposición. Fuera de la lucha armada o el golpe de Estado, opciones que son rechazadas la mayoría de los venezolanos y por la unanimidad del liderazgo opositor, no existe mejor alternativa que la participación para frenar las ambiciones totalitarias de Chávez y aspirar a una transición pacífica de poder en las elecciones presidenciales de 2012.

Para desempacar este argumento Petkoff hace primero un análisis de la estrategia de la oposición durante la última década, resaltando el costo que significó para ella los graves errores que cometió durante el primer sexenio chavista, sobre todo en 2004 y 2005. Petkoff señala que cuando ascendió al poder, Chávez heredó una estructura institucional que restringía seriamente sus impulsos totalitarios. El parlamento electo en el año 2000, por ejemplo, tenía una sólida mayoría chavista, pero al mismo tiempo una importante presencia opositora con capacidad de influir en la designación del Tribunal Supremo, la Fiscalía, la Contraloría y otras instituciones del Estado. Aunque la oposición era minoría, el oficialismo tuvo que negociar cargos con esa minoría, razón por la cual un número menor, pero importante, de esas designaciones recayó en opositores o ciudadanos aceptables para ambas partes. La oposición ganó además ese mismo año un buen número de alcaldías y ocho de las 23 gobernaciones, incluyendo varias de las más importantes del país. De modo que para ese momento, explica Petkoff, “Chávez estaba constreñido por un marco constitucional e institucional del cual no se podía zafar fácilmente.” Demoler el andamiaje democrático no era fácil con la oposición ocupando puestos importantes dentro de ese andamiaje.

Pero a partir de la victoria de Chávez en el referendo revocatorio de 2004, que desmoralizó al sector de la población que entonces adversaba al presidente llevándolo a caer en la trampa del abstencionismo, la oposición comenzó a ceder espacios institucionales, abriéndole el camino al presidente para avanzar poco a poco con su aplanadora autoritaria. El primer error fue en 2004, cuando el oficialismo logró capturar 21 de las 23 gobernaciones gracias al abstencionismo opositor. El segundo (y más grave) error fue en 2005, cuando la oposición, escudándose con un argumento moralmente válido pero estratégicamente absurdo, decidió boicotear las elecciones legislativas, cediéndole el parlamento a Chávez y entregándole prácticamente de gratis todos los poderes derivados. A partir de ese momento, y hasta las elecciones de 2008, Chávez confrontó muy poca resistencia institucional en el proceso de gradual demolición de las estructuras democráticas del país.

En contraste, la estrategia de participación electoral y reconquista de espacios institucionales le ha dado claros réditos políticos a la oposición. En 2007 Chávez propuso una serie de reformas antidemocráticas como parte de su proyecto de reforma constitucional. La reforma era ilegal, pero sin mejor alternativa la oposición decidió confrontar a Chávez en las urnas, derrotándolo en un referéndum ese diciembre. Del mismo modo, la oposición decidió medirse en las elecciones regionales de 2008, reconquistando con el voto varias de las gobernaciones más importantes del país en condiciones electorales tremendamente injustas. El pasado 26 de septiembre la oposición recuperó espacios importantes en el parlamento siguiendo la misma estrategia, alzándose con poco más de un tercio de los escaños y la mayoría del voto popular (incongruencia que ilustra cómo se manipularon leyes electorales para favorecer al gobierno).

Es cierto, recuerda Petkoff, que Chávez ha logrado aprobar por decreto o a través de su mayoría parlamentaria muchas de las reformas que fueron rechazadas en el referéndum de 2007, desconociendo flagrantemente la voluntad popular. También es cierto que Chávez ha despojado de poderes y recursos a los gobernadores y alcaldes de oposición electos en 2008, y que en el caso de la alcaldía metropolitana de Caracas superpuso ilegalmente al burgomaestre que ganó las elecciones una figura elegida directamente por él. Y es cierto que el pasado Congreso, justo antes culminar su período, le otorgó al presidente poderes especiales para legislar durante 18 meses, reduciendo significativamente las funciones del nuevo Congreso en el que la oposición tiene una mayor presencia.

Sin embargo, también es cierto que, con la estrategia de participar y no ceder espacios institucionales, la oposición ha complicado los planes del gobierno e incluso reconquistado puestos importantes en lo que todavía queda del andamiaje democrático. Con la reforma constitucional, por ejemplo, Chávez propuso superponer una serie de vicepresidentes regionales elegidos por él encima de la estructura de alcaldes y gobernadores. La oposición no sólo detuvo este plan centralizador derrotando al oficialismo en el referéndum, también obstaculizó nuevos intentos de centralizar el poder en la capital ganando en 2008 varias de las más importantes gobernaciones del país. Esas victorias electorales han forzado al gobierno a abandonar el plan de las vicepresidencias y adoptar estrategias más graduales para debilitar a las autoridades locales y regionales, como ir despojándolas de competencias y asfixiándolas con recortes presupuestarios. También ha permitido que la oposición aproveche la reconquista de ciertos espacios para consolidar su dominio sobre estos espacios, una realidad evidente que revela cualquier análisis comparativo de los resultados de las regionales de 2008 y las parlamentarias del pasado septiembre. Aunque el plan centralizador no ha sido derrotado, no queda duda de que la oposición ha movido hábilmente sus piezas en el ajedrez político nacional para obstaculizarle el paso al gobierno.

Esta estrategia de participación, que depende, por supuesto, de la preservación de un número mínimo de garantías para defender el voto, es uno de los grandes aciertos de la oposición venezolana durante la última década. En un país donde el presidente y el partido de gobierno se valen de todo tipo de trampas para desnivelar el terreno electoral, desde las inhabilitaciones y el uso abusivo de recursos y medios estatales, al gerrymandering, la intimidación, el chantaje y la discriminación, la abstención y la búsqueda de atajos son reacciones previsibles, sino naturales. Más importante aún, el argumento a favor de la participación es sumamente sofisticado, no fácil de asimilar y digerir, sobre todo en un colectivo cuyo juicio puede ser a veces nublado por una comprensible rabia, frustración e indignación producto de los abusos del gobierno. Que se haya logrado un consenso entre todas las principales fuerzas opositoras de que la participación y el voto son las mejores herramientas de lucha contra el régimen, es un logro formidable que los analistas políticos tienden a subestimar.

En esta dura batalla para forjar este consenso dentro de la oposición Teodoro Petkoff ha sido una pieza clave. A través de sus influyentes editoriales en el diario Tal Cual, su activa presencia en los medios y su actividad política en general, Petkoff ha luchado como pocos para resaltar y promover las ventajas y beneficios de la participación. Quienes lo leen a diario en Tal Cual, no encontrarán en este sentido muchas sorpresas en El chavismo como problema, pues la mejor y más importante parte del libro es un desarrollo de este viejo pero importante argumento. Nunca antes, sin embargo, Petkoff lo había expuesto con tanta fuerza, elocuencia y lucidez.