Jueves, 24 de febrero de 2011
Nunca he sido un gran lector de Carlos Fuentes, pero hay tres páginas en su libro En esto creo, que le dedicó a su esposa Silvia (y donde habla de la pérdida de su hijo), que he releído muchas veces, siempre con igual admiración.
En este pequeño texto, que es una de las reflexiones más conmovedoras que he leído sobre el amor, Fuentes se pregunta: ¿No debe haber, aún en el amor más pleno, un anticipo de pérdida que intensifica la presencia actual?
En esta pregunta pensé leyendo la novela del colombiano Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos, donde el autor aborda el tema de la muerte trágica de su hermana (de cáncer a los 16 años) y de su maravilloso padre (asesinado por los paramilitares). Reflexionando sobre estas pérdidas, Héctor Abad dice “nuestra felicidad está siempre en un equilibrio peligroso, inestable, a punto de resbalar por un precipicio de desolación.”
Saber esto, estar consciente de que nuestra felicidad actual no dura para siempre, de que nuestros seres más queridos no siempre van a estar allí, no es una idea oscura o truculenta.
Es algo que nos enseña a apreciar mejor lo bueno que se tiene, e intensifica el amor por los seres que más queremos. Es una bella idea que enseña a vivir mejor y a querer con mayor intensidad, gratitud y tolerancia.
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