Los sarayas

Martes, 15 de febrero de 2011

Osama Saraya

Un lector me envió un reportaje sobre Egipto publicado en The Washington Post, titulado “Seguidores de Mubarak se reinventan para adaptarse al nuevo Egipto.”

La nota detalla el rápido viraje de Osama Saraya, editor del diario estatal pro-dictadura al-Ahram.

Saraya, al parecer, ya descolgó los cuadros de Mubarak de su oficina (uno está debajo del TV y otros detrás de la cortina), y el domingo escribió en un editorial “Los corruptos en Egipto eran sólo unos cuantos, y su tiempo ya acabó.” También manifestó en ese mismo editorial “su respeto a la juventud” que provocó la caída de Mubarak.

Hace sólo una semana, dice la nota, Saraya denunciaba en su diario el caos causado por esa juventud que ahora, repentinamente, inspira su respeto. En una columna el 28 de enero dijo que las manifestaciones estaban siendo secuestradas por islámicos radicales y gente con nefastos intereses externos. El mes pasado prohibió a un economista escribir sobre Túnez por el temor (en retrospectiva justificado) a las implicaciones que aquella crisis podría tener en Egipto.

Ahora Saraya no encuentra dónde esconder los cuadros de Mubarak.

Leer esta nota me recordó un artículo en Mea Cuba de Guillermo Cabrera Infante. Refiriéndose a alguna de las muchas bajezas y canalladas de Fidel Castro, el gran escritor cubano inserta en una oración un inesperado paréntesis que, por su posicionamiento, por su timing, por la efectividad con que comunica un sentimiento visceral de indignación y repulsión por la podredumbre moral de la dictadura castrista, jamás he olvidado.

En ese paréntesis Cabrera Infante simplemente se pregunta: ¿Cómo se puede ser tan miserable?

No me queda duda de que el día que caiga Hugo Chávez aparecerán muchos sarayas. Ya durante la crisis de abril de 2002 Juan Barreto (que llamó a un amigo y le dijo “cayó el loco”) y José Vicente Rangel (que dio una entrevista a El Nacional marcando distancia con el gobierno) nos regalaron un pequeño anticipo.

Los grises de la censura

Viernes, 11 de febrero de 2010

Eres dueño de un periódico, con una clara línea editorial antichavista.

Pero tu periodico está en crisis. Internet ha destrozado el business model tradicional de la prensa escrita; ya no cuentas con publicidad estatal; y a muchas empresas privadas, que necesitan estar de buenas con el gobierno, no les conviene comprarte espacios publicitarios.

Un gobernador chavista, sin embargo, es muy amigo de Gilberto, tu nuevo socio, con quien compraste el 51 por ciento de un importante diario regional. A través de ese contacto, logras que el gobernador, que ya es uno de tus pocos columnistas chavistas, te compre una cuota importante de espacios publicitarios.

El gobernador no te lo pide, pero en señal de agradecimiento pasas su columna semanal a la segunda página. Cuando te llega una nota de su equipo de prensa, resaltando un programa nuevo o la inauguración de una obra, tu le pides a uno de tus reporteros que escriba una pequeña nota. A veces, después de publicada la nota, ordenas que le manden el link al gobernador.

Resaltar la labor del gobernador no te causa mayor remordimiento (¿o sí?). Después de todo, tu línea editorial sigue siendo claramente antichavista. Nadie puede leer tu diario y decir que el chavismo te ha comprado. Además, ¿no has hecho lo mismo con la oposición? ¿No has favorecido a algunos líderes que también te han comprado espacios publicitarios con el presupuesto del partido?

Sí te sentiste culpable cuando tuviste que ordenar a última hora que no se publicara un reportaje sobre un caso de corrupción. Sentiste remordimiento cuando uno de tus editores renunció, indignado por lo que él percibió como un acto de autocensura. La historia involucraba a un boliburgués que es socio y muy buen amigo del gobernador. Gilberto te llamó tarde en la noche para informarte sobre esa amistad. “Son casi hermanos,” te dijo. “El gobernador no me ha dicho nada, pero ¿pa’ que meternos en problemas, socio?”

En este caso tampoco fuiste amenazado o presionado por el gobernador. Pero te pareció sospechoso el comportamiento de Gilberto. Cuando le mencionaste por primera vez el reportaje, te vio raro, como si le hubieses dado una mala noticia. Luego, en la noche, te llamo muy tarde para informarte sobre la conexión entre el boliburgués y el gobernador. ¿Por qué te había llamado tan tarde? ¿Había hablado Gilberto con el gobernador? Él te dijo que no. Pero, conociendo a Gilberto, podía estar mintiéndote. Unos días después te dijo que el boliburgués del escándalo quería comprar espacios publicitarios en tu periódico. Fúrico, le dijiste que no.

Después de ese incidente tu vida se complicó. Por presión del gobierno, varias empresas dejaron de comprarte espacios de publicidad. Una nacionalización te quitó a tu principal cliente después del gobernador. Comenzaste, además, a desconfiar de Gilberto. Comenzaste a sentir que sus vínculos con el chavismo no eran tan superficiales como tu pensabas.

Un día, ya casi resignado a que ibas a perder el periódico, Gilberto llegó a tu oficina para proponerte un negocio. El trato era muy simple. Entre ambos Gilberto y tu eran dueños del 51 por ciento de ese diario regional que, aunque también con circulación decreciente, era el principal diario de un estado donde la oposición había crecido hasta casi empatar al chavismo. El gobierno quería que le cedieras el control editorial del periódico. No para convertirlo en La Hojilla, sino para sutilmente, sin eliminar las voces opositoras, instaurar una línea editorial ligeramente favorable al gobierno. A cambio el gobernador le aseguraba la publicidad para su periódico, donde podría seguir teniendo la misma línea editorial antichavista.

Si no aceptabas el trato, te informó Gilberto, el gobernador no te compraría más espacios publicitarios y haría todo lo que estaba a su alcance para que nadie más lo hiciera. También encontraría una forma, a través del gobierno, de quitarte tu porcentaje del diario regional.

“El negocio no está mal,” te dijo Gilberto. “El más jodido aquí soy yo. Tu no te vas a rayar porque tu periódico principal seguirá siendo antichavista. Y el otro, en el peor de los casos, ligeramente chavista. Pero ¿yo? ¿Cómo quedó yo?  Sé que a mí no me conoce nadie. Pero tienes que admitir que para tí este negocio es mejor que para mí.”

Cortázar y Carpentier

Miércoles, 9 de febrero de 2011

Sé que es pavoso citarse a uno mismo, pero esta vez lo hago por simple flojera de rearticular ideas ya expresadas:

Dada la profundidad del principal tema del cuento [El perseguidor], sería natural esperar cierta solemnidad en el lenguaje y la manera de expresarse de Cortázar. Pero no es así. La historia de Johnny está contada por el autor con esa prosa que, en mi opinión, es una de las grandes virtudes de su obra. La prosa de Cortázar parece hablada en vez de escrita. Tiene una cualidad oral, una soltura, un aire conversacional que recubre sus cuentos y novelas con una pátina de naturalidad y frescura. Leer El perseguidor es como escuchar a un amigo echando un cuento en la sala de su casa o en cualquier otro ambiente distendido, alegre e informal; un amigo cuyo interés no es impresionarnos, ni ornamentar sus historias con frases o metáforas rebuscadas, ni mucho menos ser solemnemente “literario,” sino simplemente entretenernos, y entretenerse él, a través de lo que dice. Lo cual –claro está– es un truco, una ilusión, una herramienta literaria como cualquier otra, pues una transcripción de cualquier conversación sería mucho más caótica, repetitiva y difícil de comprender que las páginas más orales de Cortázar.

La segunda cita es de Vargas Llosa, hablando sobre el estilo del gran novelista Alejo Carpentier:

Su prosa, considerada fuera de sus novelas, está en las antípodas del tipo de estilo que yo admiro. No me gusta nada su rigidez, academicismo y amaneramiento libresco, el que me sugiere a cada paso estar edificado con una meticulosa rebusca en diccionarios, esa vetusta pasión por los arcaísmos y el artificio que alentaban a los escritores barrocos del siglo XVII. Y, sin embargo, esta prosa, cuando cuenta la historia de Ti Noel y de Henri Christophe en El reino de este mundo…tiene un poder contagioso y sometedor que anula mis reservas y antipatías y me deslumbra.

Suscribo con todos sus puntos y comas esta observación de Vargas Llosa. Para mi es inconcebible escindir mi gran aprecio de la obra de Carpentier de su estilo libresco y encorbatado, polo opuesto del estilo oral de Cortazar.

Hay quienes dicen que el estilo de Carpentier funciona porque es perfecto para contar las historias que él cuenta. La forma (estilo) se adecua al fondo (historia) y viceversa.

A mí esta observación me parece inútil: una manera errónea de encarar el tema. Pues ¿cómo sabe un escritor si ciertos estilos sirven para contar ciertas historias? ¿No sugiere esta observación que ciertas historias sólo pueden ser contadas con un número limitado de estilos? ¿No sugiere, casi, que hay un estilo para cada historia?

Para mí lo importante del estilo es la coherencia y el poder de persuación. Hablar de esa inaprensible armonía entre estilo y contenido me parece una pérdida de tiempo.

Más sobre este tema:

Nuevas y viejas guardias

Martes, 8 de febrero de 2010

A continuación un debate con Francisco Toro, co-autor del blog Caracas Chronicles (el otro autor es Juan Nagel), sobre su reseña del nuevo libro de Allan Brewer-Carías.

Antes de leer este pequeño intercambio, recomiendo leer la reseña de Francisco:

Alejandro: Francisco, creo que en tu artículo eres demasiado duro con la vieja guardia opositora, y, en menor medida, demasiado generoso con la nueva guardia.

Como bien sabes, hay muchas personas valiosas en la vieja guardia y la nueva guardia no es perfecta.

Ambos opinamos que la oposición se encuentra actualmente en una mejor posición que hace cinco años, ya que el liderazgo opositor ha adoptado una estrategia democrática de unidad, presión institucional y participación electoral.

Con todo y sus defectos, la vieja guardia ha desempeñado un papel importante en este proceso de rectificación. Teodoro Petkoff, por ejemplo, tuvo un papel importante en el viraje estratégico que dio la oposición. Ramón Guillermo Aveledo fue una pieza clave para forjar una lista única de candidatos para las elecciones parlamentarias de 2010. Todos los partidos de oposición hicieron concesiones para alcanzar la unidad. Sin el trabajo duro de la vieja guardia, la oposición tendría menos diputados, gobernadores y alcaldes. (Preferir las primarias a los acuerdos no debe cegarnos a los méritos de los acuerdos).

Por otra parte, la nueva guardia no es perfecta. De hecho, al igual que la vieja guardia, la nueva guardia estuvo involucrada en algunos de los catastróficos errores que cometió la oposición durante el primer gobierno de Chávez.

Lo que me lleva a un segundo punto. Tú trazas una línea divisoria demasiado nítida entre la nueva y la vieja guardia. Pablo Pérez tiene vínculos estrechos con la vieja guardia. Es bastante problable que Omar Barboza desempeñe un rol protagónico en su campaña si decide lanzarse como candidato presidencial. Si Pablo Pérez gana, muchos de los dinosaurios adecos de UNT ejercerán una gran influencia en su gobierno. María Corina Machado se asesora constantemente con miembros de la vieja guardia.

La vieja guardia también ha hecho trabajo de base. Cualquiera que sea tu opinión de César Pérez Vivas, Antonio Ledezma y Enrique Mendoza, no puedes negar que gozan de apoyo popular. Sin ellos, las probabilidades de lograr una transición democrática en 2012 serían mucho menores.

Un último punto. Así asumamos que el escenario ideal es que la nueva guardia desplace totalmente a la vieja guardia, ésto no va a suceder antes de 2012. Cualquiera que sea el candidato el próximo año, debe hacer un esfuerzo enorme para trabajar con todos los sectores de la oposición. En mi opinión, éste ha sido el principal error de Leopoldo López. Para aumentar las probabilidades de derrotar a Chávez es importante sumar fuerzas con la vieja guardia.

En cuanto a nosotros, debemos ser sumamente cuidadosos en no crear una división entre los nuevos y los viejos políticos.

Demasiado está en juego.

Francisco: En cierta forma, tu crítica es bastante correcta: la división entre la vieja y la nueva guardia que utilice para enmarcar mi discusión del libro de Brewer-Carías es sin duda simplista, una descripción muy vaga de una realidad mucho más compleja. Creo que no queda otro camino cuando uno escribe para un público extranjero: dentro de los estrictos límites de palabras que imponen estas revistas, uno tiene que tratar de darle al lector una brújula, un mapa para navegar aguas políticas que conocen poco. Se debe, pues, equipar al lector con una heurística –un atajo cognitivo– para que se pueda adentrar en un escenario político desconocido. Y la imprecisión es parte de la heurística. Esto es inevitable cuando tienes un límite de 1200 palabras.

El fondo del asunto no es si esta aproximación va a ayudar a Alejandro Tarre a comprender mejor la realidad venezolana: ¡ni yo soy tan optimista! El asunto es si esta aproximación ayuda a guiar a personas que probablemente no han escuchado nada sobre Venezuela desde que Chávez dijo en 2006 que olía a azufre en el podio de la Asamblea General de la ONU.

Yo creo que sí. Si en algo ha sido efectivo el gobierno es en estigmatizar a sus opositores. Tanto en Venezuela como en el exterior, la imagen de la vieja oposición de 2002-2003 es sencillamente horrorosa. Y con razón. Hoy día Chávez invierte muchos recursos en convencer a personas como los lectores de The New Republic que la oposición de hoy es igual a la oposición de Carmona/González González/Patricia Poleo que lideró la etapa más radical, lo cual es muy engañoso.

Es cierto que describir dicho cambio como un enfrentamiento de entre la vieja guardia y la nueva guardia es, en el mejor de los casos, una explicación imprecisa. Algunos de los más fervientes reaccionarios han moderado algunas de sus posturas radicales más inútiles y se han transformado en miembros honorarios de la nueva guardia. Después de todo, Antonio Ledezma ya no despacha desde el Comando Nacional de la Resistencia sino desde la Alcaldía Metropolitana. La realidad es, por definición, mucho más complicada que cualquier heurística que se pueda utilizar para capturarla.

Pero sigo insistiendo: antes de leer mi reseña, muchos de mis lectores no tenían la menor idea sobre las dinámicas que han transformado la oposición venezolana en los últimos seis años. Después de leerla, tienen una comprensión más profunda de estos hechos. No aspiraba más que eso, y creo que no lo hice tan mal.

Alejandro: Después de estos dos comentarios creo detectar, con precisión, la naturaleza de nuestro desacuerdo. Ambos reconocemos en el fondo una misma realidad. Donde no estamos de acuerdo es en la necesidad de explicar esta realidad enmarcándola en un enfrentamiento entre la vieja y la nueva guardia. Tú crees que es una aproximación útil para un público extranjero; yo creo que es una distorsión de la realidad.

Petkoff, Letras Libres

Viernes, 4 de febrero de 2011

La revista mexicana Letras Libres, editada por el historiador y ensayista Enrique Krauze, publicó una reseña mía de El chavismo como problema de Teodoro Petkoff.

Si quiere leer la versión larga de este mismo ensayo, pulse aquí.

Próximamente:

  • Debate con Francisco Toro sobre su reseña en The New Republic del nuevo libro de Allan Brewer-Carías.