El pensamiento mágico

Miércoles, 17 de marzo de 2010

Héctor Abad Faciolince

Héctor Abad Faciolince

Hablando sobre la trágica muerte de su hermana en El olvido que seremos, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince hace una aguda reflexión sobre la muy delgada línea que, dentro de cada uno de nosotros, separa al hombre civilizado del hombre bárbaro y primitivo.

La observación no es un raro chisporroteo de genialidad, sino una pequeña muestra de la calidad de la novela y el novelista:

Las enfermedades incurables nos devuelven a un estado primitivo de la mente. Nos hacen recobrar el pensamiento mágico. Como no comprendemos bien el cáncer, ni lo podemos tratar (y mucho menos en 1972, cuando Marta se murió), atribuimos su súbita aparición incomprensible a potencias sobrenaturales. Volvemos a tener ideas supersticiosas, religiosas: hay un Dios malo, o un demonio, que nos envía un castigo bajo la forma de un cuerpo extraño: algo que invade el cuerpo y los destruye. Entonces se le ofrecen sacrificios a esa deidad, se le hacen promesas (dejar el cigarrillo, ir de rodillas hasta Girardota y besarle las llagas al Cristo milagrosa, comprarle una corona de oro engastada de piedras preciosas a la Virgen), se le recitan plegarias, se exhiben muestras de humillación en medio de las peticiones. Como la enfermedad es oscura, creemos que sólo algo aún más oscuro la podrá curar.

En esos momentos de miedo y dificultad poco o nada nos separa de aquellos hombres primitivos que veían los rayos como un descargo despiadado de la ira de Dios, o que se tatuaban el cuerpo con símbolos extraños para aullentar a los espíritus malignos. El salvaje que habita dentro de nosotros -y del que jamás nos libraremos- se sale de la jaula.

Más sobre este tema:

Caos en Sabana Grande

Jueves, 18 de febrero de 2010

La oscuridad, el suelo de ceniza, el aire de fin de mundo, el ruido lejano de latas y violencia. Hay algo intrigante, siniestro, incómodo, írrito, en este video, filmado en el famoso bulevar de Sabana Grande donde, de niño, y luego de adolescente, solía ir a comprar ropa, discos, revistas y partituras.

En esta filmación el bulevar ya no es el bulevar alegre y festivo que recuerdo, sino un símbolo funesto de la anomia moral en la que, poco a poco, se ha ido hundiendo el país.

Más sobre este tema:

El Coronel de Tomás Eloy Martínez

Martes, 2 de febrero de 2010

eloyUno de mis personajes favoritos de la historia de la literatura es el Coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig, de la novela Santa Evita, a quien Vargas Llosa resumió: “Un neurótico digno de figurar en las historias anarquistas de Conrad o en las intrigas católico-político-policíacas de Graham Green…teórico y práctico de la Seguridad, estratega del rumor como el pilar del Estado, verdugo y víctima del cuerpo insepulto de Evita [Perón], que hace de él un alcohólico, un paranoico tenebroso, un fetichista, un amante necrofílico, una piltrafa humana y un loco.”

A Vargas Llosa se le escapó un adjetivo clave que describe al Coronel: obsesivo. El coronel es un magnífico retrato de la obsesión; y la obsesión mayor del coronel es Evita Perón (o su cadáver), a quien él se refiere como Ella o la Difunta. Un extracto del comienzo del capítulo VI, “El enemigo acecha”:

Poco después de la medianoche [el coronel] pasó por su casa. Su mujer estaba cepillándose el pelo. Cada vez que lo peinaba hacia arriba, se le insinuaba una remota semejanza con la Difunta: los mismos ojos redondos de color café bajo unas cejas dibujadas a lápiz, los mismos dientes blancos y algo salidos. En otras ocasiones, cuando el Coronel se cruzaba con su mujer, ella le decía: “Ya no te conozco. Llevamos quince años casados y cada día te conozco menos.” Esta vez no fue así. Le dijo:

-Tenemos que hablar. Suerte que viniste.

-Después -contestó él.

-Es importante -insistió ella.

El Coronel se encerró en el baño y luego, tendido en el sofá de su escritorio, comenzó a quedarse dormido. De las paredes colgaban los croquis a lápiz con los que solía entretenerse: ciudades vistas desde arriba, hileras de torres góticas…

Ayer, cuando me enteré de la muerte de Tomás Eloy Martínez, busqué la novela y leí varias páginas, incluyendo este comienzo del capítulo VI, que es una pequeña muestra del talento del autor. El narrador nos describe por primera vez a la esposa del Coronel, pero, más importante aún, enfatiza sutilmente con esta breve descripción la obsesión necrofílica del Coronel por Evita. El corto diálogo sintetiza con una pincelada maestra la relación del Coronel con su mujer (deteriorada aún más por su obsesión). El maravilloso detalle de los croquis de “hileras de torres góticas” también refuerza otros aspectos de la personalidad del Coronel ya asomados antes en la novela. E implícito está su machismo castrense, pre-adolescente, que una página después el narrador revela de un modo explícito:

El Coronel se quedó un rato callado. Siempre le había costado entender a las mujeres. Apenas podía hablar con ellas. Puntillas, escarlatinas, ruleros, trenzas, organdíes, pinturas de uñas: nada de lo que les interesaba tenía que ver con él. Las mujeres le parecían escamas caídas de otro mundo, desgracia como la fiebre y el mal de cuerpo.

Hay un elemento pueril, casi enternecedor, en el machismo del Coronel. Es como el del niño que, ocupado con sus juguetes, no está como para estar perdiendo el tiempo con sus compañeritas de clase.

Otros textos del autor:

Barbas religiosas

Viernes, 8 de enero de 2010

srubash1Saul Bellow en su novela Herzog:

Herzog’s mother had had a weakness for Jews with handsome beards. In her family, too, all the elders had beards that were thick and rich, full of religion.

Por dos razones, estas dos oraciones llevan tiempo rumiando en mi mente.

La primera es que demuestra que traducir a un autor del calibre de Bellow no es nada fácil. ¿Cómo reproducir los bellos acentos (“thick and rich”) de la segunda oración? ¿No se pierden inevitablemente en la traducción? ¿No suena “llena de religión” demasiado diferente a “full of religion,” al punto que quizá Bellow hubiese articulado la oración de una manera distinta en español (es decir, si pensara y escribiera en español)?

La segunda razón es la importancia del delivery. La idea de una barba religiosa o una barba que uno asocia con la religión es buena. Porque, efectivamente, hay barbas que son religiosas, así como hay barbas que huelen a suburbio. Pero el delivery de esta idea es importante. Imaginemos que Bellow hubiese escrito lo siguiente:

Herzog’s mother had had a weakness for Jews with handsome beards. In her family, too, all the elders had thick, rich and religious beards.

El significado de esta oración es casi idéntico, pero el efecto que tiene en nosotros no es el mismo. El sentido de ritmo, la musicalidad y el oído de Bellow son esenciales para hacer brillar la idea de las barbas religiosas.

Texto relacionado del autor:

Lo irracional en la literatura

Viernes, 11 de diciembre de 2009

Magris+vargas LLossaUna nota de la agencia Efe comenta una conferencia en Perú con dos grandes escritores, el peruano Mario Vargas Llosa y el italiano Claudio Magris:

Dos eternos candidatos al Nobel de Literatura, el peruano Mario Vargas Llosa y el italiano Claudio Magris, coincidieron hoy en Lima en que la mejor literatura de ficción no nace de la razón, sino del lado oscuro e irracional del ser humano. En esta reivindicación de lo irracional como germen de la mejor literatura, Magris lo comparó a “escribir con la mano o escribir con la cabeza” y, según él, los mejores escritores son los primeros, pues en ellos habita el genio, mientras los otros son los que se rigen por la inteligencia.

No se si el periodista citó bien a Magris (probablemente, no), pero esa explicación sobre el valor de lo irracional en la literatura es tan difusa y gasesosa que no dice nada. Por suerte, el peruano logra luego cristalizar en un pensamiento más sólido las nociones de Magris (el paréntesis es mío):

Para Vargas Llosa la novela se escribe “con la totalidad humana” (la mano y la inteligencia), pero reconoció que “de la parte oscura y escondida” de su personalidad, que también llamó demonios y fantasmas, “brota muchas veces una vivencia que da una riqueza mayor” a su literatura.

Yo, sin embargo, no diría una mayor “riqueza” sino una mayor fuerza, vitalidad, poder persuasivo.

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