El Coronel de Tomás Eloy Martínez

Martes, 2 de febrero de 2010

eloyUno de mis personajes favoritos de la historia de la literatura es el Coronel Carlos Eugenio de Moori Koenig, de la novela Santa Evita, a quien Vargas Llosa resumió: “Un neurótico digno de figurar en las historias anarquistas de Conrad o en las intrigas católico-político-policíacas de Graham Green…teórico y práctico de la Seguridad, estratega del rumor como el pilar del Estado, verdugo y víctima del cuerpo insepulto de Evita [Perón], que hace de él un alcohólico, un paranoico tenebroso, un fetichista, un amante necrofílico, una piltrafa humana y un loco.”

A Vargas Llosa se le escapó un adjetivo clave que describe al Coronel: obsesivo. El coronel es un magnífico retrato de la obsesión; y la obsesión mayor del coronel es Evita Perón (o su cadáver), a quien él se refiere como Ella o la Difunta. Un extracto del comienzo del capítulo VI, “El enemigo acecha”:

Poco después de la medianoche [el coronel] pasó por su casa. Su mujer estaba cepillándose el pelo. Cada vez que lo peinaba hacia arriba, se le insinuaba una remota semejanza con la Difunta: los mismos ojos redondos de color café bajo unas cejas dibujadas a lápiz, los mismos dientes blancos y algo salidos. En otras ocasiones, cuando el Coronel se cruzaba con su mujer, ella le decía: “Ya no te conozco. Llevamos quince años casados y cada día te conozco menos.” Esta vez no fue así. Le dijo:

-Tenemos que hablar. Suerte que viniste.

-Después -contestó él.

-Es importante -insistió ella.

El Coronel se encerró en el baño y luego, tendido en el sofá de su escritorio, comenzó a quedarse dormido. De las paredes colgaban los croquis a lápiz con los que solía entretenerse: ciudades vistas desde arriba, hileras de torres góticas…

Ayer, cuando me enteré de la muerte de Tomás Eloy Martínez, busqué la novela y leí varias páginas, incluyendo este comienzo del capítulo VI, que es una pequeña muestra del talento del autor. El narrador nos describe por primera vez a la esposa del Coronel, pero, más importante aún, enfatiza sutilmente con esta breve descripción la obsesión necrofílica del Coronel por Evita. El corto diálogo sintetiza con una pincelada maestra la relación del Coronel con su mujer (deteriorada aún más por su obsesión). El maravilloso detalle de los croquis de “hileras de torres góticas” también refuerza otros aspectos de la personalidad del Coronel ya asomados antes en la novela. E implícito está su machismo castrense, pre-adolescente, que una página después el narrador revela de un modo explícito:

El Coronel se quedó un rato callado. Siempre le había costado entender a las mujeres. Apenas podía hablar con ellas. Puntillas, escarlatinas, ruleros, trenzas, organdíes, pinturas de uñas: nada de lo que les interesaba tenía que ver con él. Las mujeres le parecían escamas caídas de otro mundo, desgracia como la fiebre y el mal de cuerpo.

Hay un elemento pueril, casi enternecedor, en el machismo del Coronel. Es como el del niño que, ocupado con sus juguetes, no está como para estar perdiendo el tiempo con sus compañeritas de clase.

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