La gran explicación

Viernes, 12 de febrero de 2011

España, el Reino Unido, Chile, Israel, Medio Oriente y el Norte de África, ¿tienen un denominador común las protestas en todos estos países y regiones? ¿Y están estas protestas conectadas al creciente descontento popular en China?

Samuel Huntington le decía a sus alumnos que en las ciencias sociales uno debía encontrar algo grande qué explicar. Si tratas de explicar algo trivial, ¿a quién le importa? Pero si es algo como la revolución francesa las razones para tratar de explicarla son muy poderosas:

“Si tienes 19 razones que explican la revolución francesa no estás haciendo bien tu trabajo. Si le dices a la gente que el mundo es complicado no estás haciendo tu trabajo como politólogo. La gente ya sabe que el mundo es complicado. Tienes que destilarlo, simplificarlo, darles una idea de cuál es la causa principal, o el par de causas principales, que explican este poderoso fenómeno.”

Aunque no es un mal consejo, se debe tomar con cuidado. Porque hay una pendiente resbaladiza entre observar un fenómeno grande y destilarlo hasta identificar su causa principal, e imaginar una causa principal para luego deformar y manipular una compleja realidad para que encaje con esa causa.

En Choque de Civilizaciones Huntington hizo lo segundo más que lo primero.

Pero, ¿tienen las protestas en Medio Oriente, España, el Reino Unido, Chile e Israel un denominador común?

Nouriel Roubini dice que este denominador común es la creciente desigualdad de ingreso. Otros dicen que el origen de muchas de estas protestas puede ser fiscal.

Si estuviera vivo, creo que Huntington tendría otra explicación.

Precios solidarios

Jueves, 11 de agosto de 2011

Hace ya meses, caminando con un amigo por el centro de Caracas, me crucé con un peluquería al aire libre.

Pasando la plaza Bolívar, una cuadra después de la sede de la alcaldía, una señora gordita, cincuentona, que descansaba debajo de un viejo toldo con una sola silla, me preguntó si quería un corte de pelo a buen precio.

Al lado de ella, vi un pedazo de cartón mal cortado donde alguien había escrito con marcador negro, con una letra torpe (y copio textualmente): Barbería socialista. Sin máquina con tijera con precio solidario. Y luego, a modo de firma: ¡Bolivariano y revolucionario!

Mi amigo sonrió, reprimiendo una risa para no ofender a la señora. Luego dijo que a veces se preguntaba si el uso del lenguaje revolucionario era una estrategia de marketing. La vestimenta de la señora buscaba disipar cualquier duda sobre sus preferencias políticas. Llevaba una gorra del PSUV, una camisa blanca con el logo de la alcaldía y unos pantalones rojos que parecían embutidos con calzador en su figura. Pero ¿no podía ser eso una estrategia? ¿Una manera de atraer al público chavista que pulula en los alrededores de la alcaldía?

Mi amigo me contó que un día, cuando comenzaba a llover, una vendedora vestida de rojo de pies a cabeza le había ofrecido en Sabana Grande un paragua rojo “revolucionario.” Cuando le dijo a la vendedora que no era chavista ella sacó otro paragua azul y le dijo que también tenía paraguas capitalistas.

-Aquí tenemos pa’ todos los gustos, mi amor. Pa’ escuálidos, pa’ chavistas y hasta pa’ independientes.

-Es lo mismo -me dijo mi amigo-. La vendedora y la peluquera tienen un denominador común: la necesidad. Y la ideología se subordina a esa necesidad. La ideología pura es un lujo para gente más rica. La mayoría de los pobres están demasiado abrumados con la vida como para pararle demasiado a eso. O para ser demasiado rígidos con sus convicciones políticas. Lo intereses económicos tumban los ideológicos. ¿No te fijaste que el precio “solidario” era el mismo que en cualquier peluquería en Sabana Grande, donde al menos hay aire acondicionado? Para mí el chavismo duro significa gente que siempre va a votar por Chávez. Pero, con Chávez fuera del juego, estos chavistas migran fácil a otros candidatos, independientemente de su ideología.

El paraíso en la otra esquina

Miércoles, 10 de agosto de 2011

Eduardo Samán

Desalado utopismo, ignorancia, supina estupidez e inocencia casi infantil, Eduardo Samán proyecta todo esto y más en una fascinante entrevista que publicó el pasado domingo El Nacional (suscripción).

A veces tienta decir que el chavismo ha degenerado en una masa de múltiples intereses, mucha veces contradictorios, que sólo logran cierto nivel de cohesión no tanto por los beneficios del poder ni menos la fuerza de la ideología, sino por una dinámica política autodestructiva y viciosa que ha convertido la preservación del poder y la supervivencia de los que ejercen el poder en exactamente la misma cosa.

Pero el ex ministro de Comercio lo pone a uno a dudar.

A continuación algunos extractos:

Samán: En los restaurantes capitalistas primero se llega con el billete y luego se come; en la arepera socialista el plan es al revés: primero se come y luego se paga lo que se puede. Se puso la caja registradora en la parte de atrás e iba a desaparecer cuando el socialismo estuviera bien comprendido.

El Nacional: ¿Entonces las arepas iban a ser gratis?

Samán: En el socialismo hay una máxima que dice: a cada quien según su habilidad y a cada quien según su necesidad…Cuando se cumple esto, el dinero pasa a otro plano. Cuando la gente comía primero y luego cancelaba ­sólo para que el proyecto fuera autosustentable­ se le quitaba el carácter de mercancía a los alimentos. Al principio, 80% de las personas pagaba; luego, esa cifra subió a 95%. El 5% restante correspondía a los indigentes que disfrutaban su arepa sin problemas. Los estudiantes del Liceo Andrés Bello tampoco pagaban. Venían 1.500 personas al día y se despachaban 3.000 arepas a 5 bolívares cada una. Sola costaba 0,50 bolívares y rellena entre 2 y 4 bolívares. Las más baratas eran las de pernil y de queso. También se vendían 1.500 jugos cada jornada. Entraban entre 30.000 y 35.000 bolívares al día. Una vez que se creara esa conciencia socialista, la caja registradora iba a desaparecer. Sólo se pondría un buzón para que la gente depositara lo que podía pagar.

El Nacional: ¿Y cómo se garantizaba la rentabilidad de ese negocio?

Samán: Las areperas no eran un negocio, eran un centro de formación socialista. Los trabajadores tenían que ser socialistas y allí todos tenían que hacer de todo, no había división del trabajo….En la arepera nadie se agarraba un bolívar, ahí sobraba el dinero. La gente dejaba el vuelto, por lo que siempre había más de lo que se reportaba en las ventas.

 

Extremo opuesto de polarización

Jueves, 4 de agosto de 2011

En Venezuela la elección en 2012 no puede ser más fácil.

Con cualquier de los candidatos de la oposición tenemos la certidumbre de un regreso a un sistema más democrático, con alternancia en el poder, mayor separación de poderes, mayor respeto a la libertad de prensa y los derechos políticos y económicos, un discurso público más civilizado, un mayor aprecio a la meritocracia, la razón, el conocimiento, el profesionalismo, etcétera.

Incluso tenemos la promesa de varios de los principales candidatos de priorizar las políticas sociales y preservar y mejorar las misiones de Hugo Chávez.

Pero, dentro y fuera de Venezuela, todavía hay muchas personas que se niegan a tomar una posición clara y firme y escoger entre las dos opciones.

Entre los venezolanos esta actitud se resume con frases como “ni con Chávez ni con la oposición” (de allí el nombre Nini) o “con una oposición así nos merecemos a Chávez.”

El Nini extranjero es un poco más sutil. Acepta todos los defectos de Chávez, pero siempre retruca escéptico, al final de cualquier exposición sobre la desastrosa gestión de Chávez: “¿Y la oposición qué? ¿Cuál es el plan de la oposición? ¿Por qué Chávez sigue tan popular?”

La implicación es tan clara como falaz: ambos lados tienen sus defectos y ambos lados tienen más o menos la misma responsabilidad por lo que ocurre en Venezuela.

Es decir, por un afán infantil de mantenerse fuera de las luchas partidistas, por un deseo de flotar por encima de los juegos sucios de la política y no asociarse con nadie que no sea digno de su más alta apreciación, el Nini decide negar la verdad y desconocer con su actitud “objetiva y equilibrada” las brutales diferencias entre ambos bandos.

El Nini, pues, es el extremo opuesto (igualmente dañino) de la polarización. Así como la lealtad ciega y tribal de un chavista o un opositor radical muchas veces desplaza la verdad, el mismo efecto tiene la renuencia del Nini a tomar partido.

¿Cómo?

Miércoles, 3 de agosto de 2011

Autora: Mirtha Rivero.

Isabel Allende contó una vez (no sé si en Paula o en una entrevista) del momento preciso en que se dio cuenta de que se le había caído el trasero. El instante específico en que tomó consciencia de que la ley de la gravedad había hecho estragos en su cuerpo. Esa sensación, terrible, le habló del irreversible correr de los años.

Ayer yo viví algo parecido, pero no fueron las posaderas. Fue peor.

Ayer en la mañana, apenas me metí bajo la ducha, me llegó una sensación extraña. De repente, un vacío enorme y espeso (si es que un vacío puede ser espeso) me rodeó. Y no era una alucinación ni esa sensación inequívoca de mareo que distorsiona la visión de las cosas. El cuarto de baño se ensanchó, se hizo más grande. Como si alguien hubiese apretado un botón y las dimensiones cambiaran, por arte de magia. Y eso era -¡es!- imposible. Pero así lo viví: el espacio era mayor al acostumbrado.

Tardé un poco en reaccionar. Extendí los brazos para cerciorarme de que la distancia que me separaba de las paredes era la de siempre, pero no había terminado de hacerlo cuando entendí. Miré hacia abajo y sentí una sacudida. Una conmoción. No era el baño que había crecido, era yo que me había encogido.

Y no es que sea una mata de chaguaramo. A estas alturas, dirán los que me conocen, no es para andar presumiendo de un recorte de estatura, si no hay mucho de dónde recortar. No es que sea una tipa esbelta, reconozco, pero sentir que había rebajado de tamaño es traumático.

Los viejos se encogen. Siempre se ha dicho. Uno mismo lo percibe. A medida que pasa el tiempo, el cuerpo cansado de nuestros abuelos y parientes mayores parece encorvarse, reducirse –me dije, debajo de la regadera, mientras el agua ya tibia me caía encima-, pero no estoy tan vieja. No soy vieja. No hay derecho, continué diciéndome mientras terminaba de bañarme, y aún después de que me sequé, me vestí, salí a la calle y me enfrenté al mundo. ¿Cómo es posible? Así, tan de repente.

Al salir de la casa, la luz del sol me hizo achinar los ojos. Evitando el resplandor, miré hacia un lado y al hacerlo, sin darme cuenta, miré también dentro de mí. Entonces lo supe: junto con la luz y la realidad que me estrujaban la cara, llegó la razón.

Caí en cuenta de que no era que mi cuerpo se había reducido. Lo que se había mermado, amilanado, achicado o agachado era mi ánimo. Suficientes horas después de la masacre en Noruega se me había encogido el corazón… Y es que ya era como mucho: eran los caídos en Oslo y la isla Otoya por la rabia de un fanático, pero también el muchacho de catorce años muerto a machetazos en Barlovento por el amigo que no quiso pagarle un celular; el asesinato del policía que quiso frustrar un asalto a la buseta en la que viajaba por San Martín; el asesinato, en El Junquito, de un estudiante para quitarle una moto; el homicidio a un homosexual, en Coche, para robarle tres mil bolívares y dos cadenas; el atraco y la violación a nueve mujeres y dos niñas en un autobús en una carretera del estado Zulia; los cincuenta y cuatro cadáveres que entraron a la morgue de Bello Monte el fin de semana…

¿Por qué ese desprecio, ya no por la cosa ajena –el reloj, el celular, la plata, la religión, la ideología- sino por la vida del otro? ¿Por qué esa facilidad para decidir y disponer de los demás? ¿Cómo aceptar la ligereza con que algunos –muchos- disponen de la existencia ajena? ¿Cómo apartar los cadáveres y… move on!?

Cortesía del suplemento Día D de 2001.