Extremo opuesto de polarización

Jueves, 4 de agosto de 2011

En Venezuela la elección en 2012 no puede ser más fácil.

Con cualquier de los candidatos de la oposición tenemos la certidumbre de un regreso a un sistema más democrático, con alternancia en el poder, mayor separación de poderes, mayor respeto a la libertad de prensa y los derechos políticos y económicos, un discurso público más civilizado, un mayor aprecio a la meritocracia, la razón, el conocimiento, el profesionalismo, etcétera.

Incluso tenemos la promesa de varios de los principales candidatos de priorizar las políticas sociales y preservar y mejorar las misiones de Hugo Chávez.

Pero, dentro y fuera de Venezuela, todavía hay muchas personas que se niegan a tomar una posición clara y firme y escoger entre las dos opciones.

Entre los venezolanos esta actitud se resume con frases como “ni con Chávez ni con la oposición” (de allí el nombre Nini) o “con una oposición así nos merecemos a Chávez.”

El Nini extranjero es un poco más sutil. Acepta todos los defectos de Chávez, pero siempre retruca escéptico, al final de cualquier exposición sobre la desastrosa gestión de Chávez: “¿Y la oposición qué? ¿Cuál es el plan de la oposición? ¿Por qué Chávez sigue tan popular?”

La implicación es tan clara como falaz: ambos lados tienen sus defectos y ambos lados tienen más o menos la misma responsabilidad por lo que ocurre en Venezuela.

Es decir, por un afán infantil de mantenerse fuera de las luchas partidistas, por un deseo de flotar por encima de los juegos sucios de la política y no asociarse con nadie que no sea digno de su más alta apreciación, el Nini decide negar la verdad y desconocer con su actitud “objetiva y equilibrada” las brutales diferencias entre ambos bandos.

El Nini, pues, es el extremo opuesto (igualmente dañino) de la polarización. Así como la lealtad ciega y tribal de un chavista o un opositor radical muchas veces desplaza la verdad, el mismo efecto tiene la renuencia del Nini a tomar partido.

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