La delgada línea

Lunes, 23 de septiembre de 2013

Estoy terminando la nueva novela de Vargas Llosa y luego haré algunos comentarios.

Por ahora, déjenme decir algo sobre los beneficios de leer con cuidado la obra entera de un escritor. Porque hay una recompensa que va más allá de la obra en sí.

Después de años leyendo la novelas, ensayos y artículos de Vargas Llosa, he llegado a tener una buena idea de sus obsesiones y convicciones, filias y fobias, sus fantasmas y demonios. Y este conocimiento me permite detectar instantes en los que, sin sacrificar un ápice la verosimilitud de sus ficciones, Vargas Llosa fusiona su voz con la de sus personajes. Las reflexiones sobre el proceso creativo de Paul Gauguin en El Paraíso en la otra esquina son un ejemplo. O las fantasías eróticas de don Rigoberto. Uno repentinamente ve al autor hablando a través de sus creaciones.

El reconocimiento de este delicado equilibrio, de esta muy disimulada y elegante fusión temporal entre personaje y autor, me causa un enorme placer –un placer que, como dije, tiene su origen en razones que traspasan los límites de la obra.

Otra cosa. En estos instantes también veo una fusión de los talentos de Vargas Llosa como ensayista y novelista. Uno ve al ensayista influenciando al novelista, refinando, puliendo y enriqueciendo las ideas que sirven como fundamento a sus ficciones.

La isla de la fantasía

Martes, 17 de septiembre de 2013

No es nada nuevo, pero leer Noticias 24 y otros medios me parece una experiencia cada vez más surreal.

Y para explicar la razón permítanme hacer una analogía.

Hace poco un amigo, miembro de un Consejo Comunal, me contó que la jefa de su consejo, una señora de unos sesenta años,  es lesbiana.  Sin embargo, nadie en el CC habla abiertamente sobre la orientación sexual de la jefa.

La novia también es miembro del CC y asiste a todas las reuniones. Pero nadie la trata como la novia o esposa de la jefa, sino como una amiga. Todo el mundo sabe que es la compañera amorosa pero igual la tratan como la amiga. Ante una realidad que ellos consideran incómoda los miembros del CC prefieren asumir como real esta fantasía que todo el mundo sabe que es una fantasía.

Volviendo a la situación de los medios. Fíjense, por ejemplo, en esta entrevista que le hizo Venevisión al ministro de Interior Miguel Rodríguez Torres sobre los planes de magnicidio. Todo el mundo sabe que estas acusaciones son una farsa grotesca. Pero ¿qué puede hacer la entrevistadora para hacerle entender esto al televidente? Tiene que ser muy agresiva y hacer todo lo posible por descubrir la farsa. De lo contrario, si las mentiras no son expuestas con agresividad, el ministro logrará su objetivo: recubrir con una pátina de seriedad señalamientos totalmente absurdos.

Por supuesto, la tendencia natural de la entrevistadora es a comportarse “civilizadamente” y no caerle a tiros al ministro.

Ahora bien, ¿por qué ocurre esto? ¿Fanatismo del centro?

No, no es sólo eso. Por un lado, no podemos olvidar la presión a la que son sometidos muchos de estos medios. Tratar mal a un ministro puede acarrear graves consecuencias.

Por otro lado, el chavismo, desde 1998, ha arrimado exitosamente el límite de lo aceptable. Ya es “normal” que un periodista no reaccione agresivamente cuando un funcionario inventa o miente con descaro.

Y así llegamos adonde estamos. A un mundo donde asumimos como serios planteamientos totalmente absurdos que todo el mundo sabe que son absurdos.

Rebeldía y subordinación

Jueves, 12 de septiembre de 2013

A los comunistas, y a la izquierda más radical, el poder inspira una intensa desconfianza. La clase dominante, los ricos, el capital, el imperio, todo esto y más es visto por ellos como una encarnación casi teológica del mal. El default de un izquierdista radical es oposición al poder. Antagonismo al poder. Desconfianza hacia el poder.

Pero esta rebeldía coexiste con un también poderoso instinto de subordinación. ¿Subordinación a qué? A las políticas, normas y posiciones fijadas por el partido. A la hora de juzgar a su bando o tribu la rebeldía del izquierdista radical se transforma en una disposición casi ovejuna a la subordinación. El rebelde dispuesto a dar la vida por la igualdad de clases se convierte en el servil burócrata incapaz de pensar por sí mismo y dispuesto a acatar órdenes y directrices sin la más mínima resistencia.

Mejor dicho, la rebeldía no se transforma en subordinación. La extrema rebeldía coexiste con una predisposición similarmente extrema a la subordinación.

A través del comunista Ira Ringold, Philip Roth ilustra esta contradicción en su novela I married a communist:

Remember, Ira belonged to the Communist Party heart and soul. Ira obeyed every one-hundred-eighty-degree shift of policy. Ira swallowed the dialectical justification for Stalin’s every villainy..He managed to squelch his doubts and convince himself  that his obedience to every last one of the party’s twist and turns was helping to build a just and equitable society in America. His self-conception was of being virtuous. By and large I believe he was -another innocent guy co-opted into a system he didn’t understand. Hard to believe that a man who put so much stock in his freedom could let that dogmatizing control his thinking. But Ira abased himself intellectually the same way they all did….Here was someone whose greatest strength was his power to say no. Unafraid to say no and to say it in your face. Yet all he could ever say to the party was yes.

¿Estábamos mejor con Chávez?

Jueves, 5 de septiembre de 2012

No me iba a quejar de esto porque es un asunto menor. Pero, de igual manera, creo que es bueno aclarar.

Mucha gente están diciendo o asomando que, con algunos atropellos, el gobierno ha cruzado una línea que Chávez no se había atrevido a cruzar.  El mensaje entre líneas es que con Maduro, Diosdado y compañía estamos peor de lo que hubiésemos estado con Chávez, porque éste no se hubiese radicalizado como se están radicalizando ahora sus sucesores.

Pero ¿es esto cierto?

Aunque nunca lo sabremos a ciencia cierta, sí sabemos que Chávez llevaba años progresivamente destruyendo las instituciones democráticas, aprovechando el capital político que ganaba con cada elección para seguir arrimándonos hacia una dictadura. También sabemos que, si no se hubiera muerto, Chávez no hubiese confrontado tantos obstacúlos como confronta Maduro para, por ejemplo, desmontar las alcaldías y las gobernaciones; o para seguir avanzando con las comunas.

Chávez se venía moviendo claramente en una dirección. Si no cruzó ciertas líneas es porque, probablemente, no le dio tiempo.

La idea de la revolución

Miércoles, 4 de septiembre de 2013

He estado leyendo Lenin’s Tomb, un magnífico libro de David Remnick sobre la caída de la Unión Soviética.

Y, salvando las distancias, debo decir que el libro me ha ayudado a pulir algunas ideas sobre lo que ocurre en Venezuela.

Una de ellas -y sobre esto ya he escrito antes y han escrito muchos- es cuán peligrosa es la idea de revolución. ¿Por qué? Porque una transformación radical de la sociedad siempre implica acabar con el viejo orden. Y acabar con el viejo orden implica romper leyes y sacar del paso a los que pretenden que estas leyes se cumplan. Si la revolución fracasa y el viejo orden se restituye los prospectos de los revolucionarios no son buenos. Cárcel o exilio si tienen suerte. Entonces para ellos la única opción de vida posible es plegarse a su “bando” con lealtad militar.

Lo peor es que esto es un círculo vicioso. Si el “bando” comete un crimen, y una persona de este bando no protesta por el miedo a no sobrevivir si la revolución fracasa, su grado de culpabilidad aumenta. De ahí en adelante, romper con el bando va a ser aún más difícil porque hacerlo implica admitir que, antes de su ruptura, se había hecho la vista gorda ante muchos crímenes. Mientras más espera más culpas acumula, y mientras más culpas acumula, menos posibilidades tiene de sobrevivir si las cosas cambian o de explicar su propio cambio si decide rectificar. Pónganse a ver, ¿desde hace cuánto no vemos a un Ismael García o a un Raúl Baduel? Hay un punto en que estos giros de consciencia ya no son viables.

Mucho más que cualquier convicción ideológica, es este instinto animal de supervivencia, esta lógica del miedo, lo que lleva a grandes sectores de una sociedad a convertirse en cómplices activos de un régimen terrible. Y esto incluye a gente que, bajo otras circunstancias, es difícil imaginar cayendo tan bajo. Gente relativamente decente convertidos en monstruos por las dinámicas desencadenadas por la idea de la revolución.