La delgada línea

Lunes, 23 de septiembre de 2013

Estoy terminando la nueva novela de Vargas Llosa y luego haré algunos comentarios.

Por ahora, déjenme decir algo sobre los beneficios de leer con cuidado la obra entera de un escritor. Porque hay una recompensa que va más allá de la obra en sí.

Después de años leyendo la novelas, ensayos y artículos de Vargas Llosa, he llegado a tener una buena idea de sus obsesiones y convicciones, filias y fobias, sus fantasmas y demonios. Y este conocimiento me permite detectar instantes en los que, sin sacrificar un ápice la verosimilitud de sus ficciones, Vargas Llosa fusiona su voz con la de sus personajes. Las reflexiones sobre el proceso creativo de Paul Gauguin en El Paraíso en la otra esquina son un ejemplo. O las fantasías eróticas de don Rigoberto. Uno repentinamente ve al autor hablando a través de sus creaciones.

El reconocimiento de este delicado equilibrio, de esta muy disimulada y elegante fusión temporal entre personaje y autor, me causa un enorme placer –un placer que, como dije, tiene su origen en razones que traspasan los límites de la obra.

Otra cosa. En estos instantes también veo una fusión de los talentos de Vargas Llosa como ensayista y novelista. Uno ve al ensayista influenciando al novelista, refinando, puliendo y enriqueciendo las ideas que sirven como fundamento a sus ficciones.

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