Historia real

Sábado, 1 de febrero de 2014

Mirian y El Gocho salieron del rancho, seguidos por Yeseni. La muchacha no quitaba del rostro la mueca de tragedia. Y le quedaba mal, pensó la profesora. Ya estaba grande para el teatro.

-Veremos qué podemos hacer. Pero no te hagas ilusiones. Hay pocos recursos y mucha gente con necesidades más urgentes. El Consejo Comunal no se da abasto.

-¿Peor que yo con cuatro niños y este aquí, profe? Mi abuela me ayuda pero ya la vio: una anciana. No creo que haya mucha gente pasando trabajo así.

-Ni te imaginas -la sonrisa incrédula, como si Yeseni acabara de decir algo terriblemente ingenuo-. Pregúntale al Gocho. Las historias que escuchamos. Tú al menos estás joven. Todavía te puedes conseguir un hombre que te mantenga. Está claro que no te cuesta conseguir hombre.

Le señaló la barriga, con una media sonrisa. Le pareció que un rictus de odio asomó en el rostro de la muchacha.

-Quítame ya esa cara, niña. Con esa cara haces lo malo peor. ¿Cuánto te falta ya?

Yeceni se sobaba la barriga. Desde que llegaron se había estado sobando la barriga como para recordarles que estaba preñada.

-Nace a finales de diciembre. Si Dios quiere antes de año nuevo.

-¿Y el papá quién es, si se puede saber?

-No de aquí. De otro barrio. Ahora no está en Caracas porque le salió buen trabajo en Colombia. Me prometió que venía en diciembre al parto.

-En diciembre -reiteró la profesora con la misma sonrisita; miró a El Gocho y vio que él estaba pensando lo mismo que ella. Sonreía también, con sorna. Todavía quedaba gente inocente en Petare. La profesora vio su reloj: basta de pendejadas, se dijo. Ya era casi hora de almuerzo. Tenían que terminar el recorrido.

-En fin -dijo para poner punto final a la visita-. Vamos a ver qué podemos hacer. Pero la cosa no está fácil. Hay pocos recursos y mucha gente con necesidades. Y quizá tu hombre llega en diciembre millonario. Me han dicho que en Colombia las cosas han mejorado.

El Gocho y ella se despidieron y caminaron hacia el abasto de El Turco. Desde hacía días hacía un calor africano y la profesora sudaba copiosamente. Ya era medio día; llevaban desde las nueve recorriendo el barrio.

-Táchala de la lista -le dijo a El Gocho mientras caminaban.

-¿A quién?

-¿A quién más, menso?

Se detuvo y sacó su pañuelo. Se secó el rostro y luego se quitó la gorra para terminar de secarse la frente.

-Mira como se me puso el pelo con este calor. Parece alambre. Y ya se me notan la raíces.

Se puso otra vez la gorra acomodándose los pelos detrás de la oreja.

-No se si te fijaste -dijo caminando-. Yo soy detallista y por eso no se me escapan estas cosas. En un estante Yeceni tenía varias camisas amarillas de PJ, Gocho. Camisas del partido.

-La gente la usa porque no tienen nada más que ponerse. Así son los escuálidos. Se aprovechan de la necesidad para hacer propaganda.

-En este caso no, Gocho. No tenía una o dos. Tenía como cinco o seis bien dobladas una encima de la otra. Nuevecitas. Eso significa que las reparte en los actos, las manifestaciones. Trabaja para ellos. Es escuálida. Y, si es escuálida, que vaya y le pida ayuda a la oposición. Nosotros tenemos que darle prioridad a los nuestros.

-No creo que esa muchachita sea de la oposición, profe. Es demasiado ignorante para meterse en política. ¿No la oyó?

-Ay Gocho tú si eres inocente. Una viva es lo que es.  Créeme. Además déjame decirte algo: su caso no me inspira nada de lástima. Tendrá cinco niños, pero ¿alguien la forzó a preñarse? Todo el mundo sabe que medio barrio se la ha cogido. Anda con un hombre nuevo cada dos meses dejándose llenar de muchachos. Bueno, que trabaje. El Estado no tiene porqué estar subsidiándole su putería. ¿Tú no te la has cogido Gocho, por casualidad?

El Gocho se detuvo y la miró, como dudando si la profesora hablaba en serio. Ella reprimió una sonrisa.

-Ya me está mamando gallo, profe -se rió-. Sin embargo me alaga. Esa muchachita podría ser mi nieta.

La profesora soltó también una risa. Parecía orgullosa de su ocurrencia.

-Tienes razón Gocho. La muchachita podrá ser medio puta pero no tan puta como para acostarse con alguien tan feo como tú. Todo el mundo tiene sus límites.

Entraron al abasto todavía riéndose. El lugar parecía un horno. Hacía tres veces más calor adentro que afuera. El Turco estaba en la caja, como siempre parco, malhumorado, el rostro brillante de sudor.

-¿Qué pasó con el ventilador, Turquito?

-Se dañó.

-Yo tengo un amigo que arregla esas cosas. Le voy a decir que pase por aquí.

La profesora echó un vistazo a los estantes, por no dejar. No había casi nada. Ni leche, ni azúcar. Había arroz pero carísimo, más del doble del precio regulado. Vaya especulador El Turco, pensó. ¿No iban a estar los precios por las nubes con gente como él? Un oligarca de cerro, como decían por ahí. Capitalista de cuerpo y alma.

Sacó del refrigerador dos frescolitas para luego dirigirse a la caja. Las pagó ella porque El Gocho, cosa rara, no cargaba un medio con él. Afuera se recostaron en un muro con los refrescos. Llevaba tiempo sin sentirse tan cansada. El dolor en los pies la mataba. Quizá estaba ya demasiado vieja para esos trotes, como le decía Luisa. Una revolucionaria activa con casi sesenta, ¿dónde más se veía eso?

-Luisa me dice que estoy loca por meterme en política. A cada rato me dice que estoy perdiendo el tiempo con el Consejo Comunal.

-Yo a veces pienso lo mismo. Porque el trabajo cansa y nadie agradece.

-Tú mismo lo has dicho Gocho: nadie agradece. ¿Y sabes lo que también cansa? El berrinche. Lo pensaba en casa de Yeceni. Que si me falta esto, que si me falta lo otro. Quieren que uno les haga todo. Eso sí: a la hora de ayudar, de contribuir con el consejo, todo el mundo se hace el loco. Nadie colabora con nada. Ni con trabajo ni con fondos. Más bien se ponen a ayudar al enemigo, como Yeceni.

La profesora terminó de beberse su refresco y arrugó la lata como si fuera un papel.

-¿Cuántas casas nos faltan ya, Gocho? -tiró la lata en el pipote.

-Sólo tres profesora.

-Vamos a darle -se levantó del murito.

Otra vez sacó el pañito del bolsillo para secarse el rostro. Se volvió a quitar la gorra y la detalló. Le señaló al Gocho los costados, donde había una mancha oscura de sudor que amenazaba con expandirse.

Don Fermín, boliburgués

Domingo 18 de enero de 2014

Les presento a don Fermín, un empresario “oligarca” del Perú de la dictadura de Odría. El don tiene vínculos con el régimen que aprovecha para hacer jugosos negocios. Entre esos contactos está don Cayo, un poderoso ministro y hombre de seguridad del régimen. A diferencia de Fermín, don Cayo es de origen humilde. Para usar ese terrible y racista adjetivo peruano, Cayo es un “cholo” y Fermín lo ve como tal.

Pero el don, quien dicho sea de paso es un admirable hombre de familia, decente hasta le médula hasta que uno examina sus negocios, necesita contactos en el gobierno para obtener contratos.

Parte V del capítulo V del Libro Dos de Conversación en La Catedral:

-ESTA mañana estuve con los gringos -dijo, por fin, don Fermín-. Son peores que Santo Tomás. Se les ha dado todas las seguridades pero insisten en tener una entrevista con usted, don Cayo.

-Al fin y al cabo se trata de varios millones -dijo él, con benevolencia-. Se explica esa impaciencia.

-No acabo de entender a los gringos, ¿no le parecen unos aniñados? -dijo don Fermín, con el mismo tono casual, casi displicente-. Medios salvajes, además. Ponen los pies sobre la mesa, se quitan el saco donde estén. Y estos no son unos cualquieras, sino gente bien, me imagino. A veces me dan ganas de regalarles un libro de Carreño.

Él veía por la ventana los tranvías de la Colmena que llegaban y partían, oía los inagotables chistes de los hombres de la mesa vecina.

-El asunto está listo -dijo, de pronto-. Anoche comí con el Ministro de Fomento. El fallo debe aparecer en el Diario oficial el lunes o martes. Dígales a sus amigos que ganaron la licitación, que pueden dormir tranquilos.

-Mis socios, no mis amigos -protestó don Fermín, risueño-. ¿Usted podría ser amigo de gringos? No tenemos mucho en común con esos patanes, don Cayo.

Él no dijo nada. Fumando, esperó que don Fermín alargara la mano hacia el platito de maní, que se llevara el vaso de gin a la boca, bebiera, se secara los labios con la servilleta, y que lo mirara a los ojos.

-¿De veras no quiere esas acciones? -lo vio apartar la vista, interesado de pronto en la silla vacía que tenía al frente-. Ellos insisten en que lo convenza, don Cayo. Y, la verdad, no veo por qué no las acepta.

-Porque soy un ignorante en cosas de negocios -dijo él-. Ya le he contado que en veinte años de comerciante no hice un solo negocio bueno.

-Acciones al portador, lo más seguro, lo más discreto del mundo -don Fermín le sonreía amistosamente-. Que se pueden vender al doble de su valor en poco tiempo, si no quiere conservarlas. Supongo que no piensa que esas acciones sería algo indebido.

-Hace tiempo que no sé lo que es debido o indebido -sonrió él-. Sólo lo que me conviene o no.

-Acciones que no le van a costar un medio al Estado, sino a los gringos patanes-. Usted les hace un servicio, y es lógico que lo retribuyan. Esas acciones significan mucho más que cien mil soles en efectivo, don Cayo.

-Soy modesto, esos cien mil soles me bastan -sonrió él de nuevo, un acceso de tos lo hizo callar un momento- Que se las den al Ministro de Fomento, que es hombre de negocios. Sólo acepto lo que suena y se cuenta. Mi padre era usurero, don Fermín, y decía eso. Se lo he heredado.

-Bueno, entre gustos y colores -dijo don Fermín, encogiendo los hombros-. Me encargaré del depósito, el cheque estará listo hoy.

Estuvieron callados hasta que el mozo se acercó a recoger las copas y trajo el menú. Un consomé y una corvina, ordenó don Fermín, y él un churrasco con ensalada. Mientras el mozo ponía la mesa, él oía, ralamente, a don Fermín hablar de un sistema para adelgazar  comiendo que había aparecido en Selecciones de este mes.

Don Fermín tiene una relación cercana a los gringos, pero miren cómo se esfuerza por fingir un desagrado casi visceral por ellos.

Fermín es el middleman. Probablemente los gringos le pagaron para conseguir la licitación a través de su relación con don Cayo; su relación con ellos debe ser más genuina que su relación con don Cayo. Pero en esta transacción hace un esfuerzo para que el ministro no lo vea como middleman, sino como alguien que está más del lado del gobierno; como si don Cayo y él estuviesen negociando con los gringos desde el mismo lado.

¿Y cómo lo hace? Con las críticas a los norteamericanos por sus malos modales, etc. Por supuesto, don Cayo no es gafo. Él pareciera saber lo que está pasando.

Por otro lado, fíjense cómo Fermín racionaliza el acto de corrupción: “Usted les hace un servicio y es lógico que lo retribuyan.” Y: “Las acciones no le van a costar un medio al Estado sino a los gringos patanes.” Esto es opacidad estratégica. Vargas Llosa empaña el vidrio para no dejarnos ver con claridad los motivos de don Fermín y don Cayo.

¿De verdad creen ambos que es perfectamente “lógico” que los gringos paguen con acciones y efectivo por la licitación? ¿O saben que se trata de un acto “indebido” como pareciera sugerirlo la conversación sobre las acciones? ¿Estamos ante una manifestación de supremo cinismo individual o un síntoma de una corrupción que se ha hecho tan “normal” en el Perú que ya nadie la reconoce como tal?

“Hace tiempo que no sé lo que es debido o indebido,” dice don Cayo.

Otra oración nada pomposa, llena de significado.

La bonanza que no pudo con el crimen

Sábado, 11 de enero de 2014

Ausente de los análisis que ha provocado el horrible asesinato de Mónica Spear ha estado nuestro propio pasado. Se ven maneras creativas de poner los números en contexto, pero no en recordar cómo ha sido la curva del crimen en Venezuela antes de 1998.

La historia es fácil de resumir. Desde la caída de Pérez Jiménez en el 58 hasta el 89 la tasa de homicidio se mantuvo relativamente estable, nunca sobrepasando la 10 víctimas por cada 100 mil habitantes. Entre el 89 y el 93 se duplicó, y a partir del 94, y hasta el ascenso de Chávez en el 98, la tasa se estabilizó en 20.

Durante el gobierno de Chávez, y ahora Maduro, la tasa se ha cuadruplicado hasta llegar a casi 80.

¿Por qué se duplicó entre el 89 y el 93? Sin duda la grave crisis institucional de esos años -el Caracazo, los dos golpes, la destitución de CAP, etc- tuvo algo que ver con ese primer salto. Pero Caldera logró frenar la tendencia ascendente, cosa que el chavismo no ha logrado.

Ahora bien, hay que tener cuidado cuando se analizan las causas del estallido de violencia y no poner demasiado énfasis en la economía. La bonanza petrolera, la mayor de nuestra historia, le permitió a Chávez disimular su incapacidad como gobernante. Ni la reducción de pobreza ni el crecimiento del PIB per cápita fueron excepcionales bajo su gobierno si se les compara con el resto de la region; de hecho, desde 2008 nuestro país ha estado entre los peores en crecimiento del ingreso. Pero sería absurdo pensar que la bonanza no tuvo efectos positivos en el bolsillo de los venezolanos.

¿Por qué entonces la bonanza, y el efecto que tuvo en el ingreso y los índices de pobreza y desigualdad, no contribuyó también a reducir el crimen o al menos estabilizarlo?

Miren el comportamiento de estas curvas (utilizando cifras oficiales para el crimen). No hay una correlación entre subida del ingreso y reducción de la tasa de homicidios:

Y miren cómo Colombia y Brasil, que han logrado reducir considerablemente su tasa de homicidios, siguen detrás de Venezuela en ingreso por persona:

Al mismo tiempo, fíjense como durante Chávez, excepto en 2003 (por el paro), el ingreso por persona ha rondado el promedio de los últimos 30 años y, sin embargo, la tasa de homicidios es hoy ocho veces mayor a la tasa promedio de los 80.

Ilusión de autonomía

Martes, 17 de diciembre de 2013

Muchos escritores tienen la manía de querer llenar de significado hasta las cosas más triviales. Encontrar algo profundo y transcendental donde no hay nada profundo y transcendental. Y esto, paradójicamente, se origina en un deseo de escribir bien; de querer brillar en cada oración.

En Las Reputaciones, Juan Gabriel Vásquez nos da un sinfín de muestras.

Por ejemplo, al inicio de la novela el protagonista, Javier Mallarino, está caminando por el centro de la ciudad y decide recoger el correo. En el apartado postal se dirige a la cajilla de metal y trata de meter la llave, pero alguien la bloqueó con un chicle. No está deprimido, ni de mal humor. Pero fíjense cómo reacciona cuando lo ayudan a abrir la cajilla:

Un cerrajero flaco y afligido -su overol conservaba el olor de la ropa que se ha secado mal- lo acompañó frente a la cajilla rebelde, sacó una serie de herramientas sin nombre de un cinturón de cuero y los metales soltaron destellos bajo las luces de neón, y lo siguiente fue la violación de la cerradura, o lo que Mallarino percibió como una violación, una penetración violenta y traicionera a su vida íntima, por más que él mismo hubiera dado la autorización y el mismo consentimiento, por más que en todo momento hubiera estado presente. Le dolieron el salto de la cerradura, la cachetada de la portezuela al abrirse, la vulnerabilidad de revistas mirándolo suplicante de su colección de revistas.

Una violación. Una penetración violenta y traicionera. Hasta los sonidos de las palabras perturban. Pero ¿de verdad pensó eso el personaje? ¿Tan traumático fue ver al cerrajero haciendo su trabajo y solucionándole el problema?

¿O estamos escuchando al autor utilizando a su personaje como un vehículo para tratar de desplegar su talento sacrificando en el proceso la verosimilitud de la escena y afectando la ilusión de autonomía que un novelista debe dar a sus personajes para que estos respiren y cobren vida?

Y esto no es un caso aislado. Es algo sistemático: un tic irritante en la prosa de Vásquez.

Otro ejemplo:

Mallarino hurgó en los bolsillos de los pantalones, los de adelante y los de atrás, antes de pasar a la gabardina gris donde sus dedos encontaron, enredados en varias hebras como peces entre algas….Y en eso estaba pensando, en los rincones de la gabardina que a veces le parecía no haber explorado por completo, en la gabardina como un mapa y sus pliegues como regiones ignotas que se dejan en blanco, cuando oyó….

La gabardina como un mapa y sus pliegues como regiones ignotas que se dejan en blanco…

¿No hubiese sido mejor quitar eso?

Por supuesto. Pero el autor sintió que no podía desaprovechar esa oportunidad para ser un escritor con mayúscula, así la asociación de imágenes del mapa incompleto y los pliegues del bolsillo fuese tan absurda como presuntuosa.

Esta exploración literaria de los bolsillos es como ver a un adulto metiéndose con un sofisticado equipo de buzo en una piscina de niños. El autor quema sus cartuchos explorando aguas llanitas….y descubriendo cosas que nadie ve.

Un error que debe ser visto como error

Sábado, 14 de diciembre de 2013

¿Fue errada la decisión de Henrique Capriles de cancelar la marcha en Caracas después del 14A?

Esta pregunta resurge a cada rato -y con razón. Porque, si Capriles cometió un error, se debe reconocer como tal para no repetirlo.

¿Lo cometió?

Todo el mundo sabe que el chavismo es capaz de irrespetar el resultado de unas elecciones. Y no me refiero al proceso anterior a la elección sino a lo que sucede el día de la votación. Pero uno de los objetivos de la estrategia electoral es forzar al oficialismo a cruzar esta línea; y desnudar ante el país, de la manera más clara posible, la transgresión del gobierno si decide no reconocer una derrota.  Esto puede llevar al chavismo a una situación de inestabilidad. La combinación de derrota electoral y presión popular provocada por el irrespeto al voto pueden resquebrajar el apoyo institucional del presidente y provocar su salida. El poder puede escurrírsele de las manos.

Pero, si en el punto álgido, el liderazgo opositor decide suspender protestas y asfixia de esa manera la voluntad de una multitud dispuesta a hacer valer sus derechos, ¿no tiene menos sentido votar en las presidenciales cuando se sabe de antemano que el gobierno podría no reconocer y que la oposición no va a salir a la calle a presionar si esto ocurre?

En las presidenciales, a diferencia de las regionales, no hay victorias parciales. No marchar porque el oficialismo puede incitar una situación de violencia es aceptar una prohibición de facto a la manifestación pacífica. Porque el oficialismo siempre va a contar con este recurso de chantaje.