La rebelión de los náufragos

Miércoles, 2 de febrero de 2011

¿Qué factores condujeron a la caída del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez? ¿Por qué tantas fuerzas y sectores, de izquierda y de derecha, se unieron en una improbable alianza para tumbar a su gobierno? ¿Por qué su propio partido, Acción Democrática, le retiró su apoyo? ¿Qué rol desempeñaron los medios de comunicación y los intelectuales en su caída? Y más importante aún, ¿pudo CAP evitar el triste final de su larga carrera política?

En La rebelión de los náufragos (Editorial Alfa, 2010), la periodista Mirtha Rivero hace un recuento detallado de la segunda presidencia de CAP (1989-1993), abordando con profundidad cada una de estas interrogantes. Su método es mixto y sumamente efectivo. Rivero combina la narrativa periodística, producto de una rigurosa y oceánica investigación, con entrevistas largas y muy bien seleccionadas a los protagonistas de la época. El resultado es envidiable. Como un Ian Buruma o un V.S. Naipaul, Rivero prueba que cuando un periodista escribe con imaginación, artesanía y eficacia, documenta con rigor sus informaciones y las organiza con la precisión y astucia de un buen novelista, el reportaje puede rebasar las barreras del género y convertirse en algo cercano a una obra de arte.

Los factores que contribuyeron a la caída de CAP representan el eje alrededor del cual Rivero organiza su investigación. ¿Quiénes son los responsables de tumbar, a través de una dudosa maniobra legal, a un gobierno que asumió la tarea impopular de impulsar un paquete necesario de medidas que, de haber recibido mayor apoyo, ha podido marcar el comienzo del fin del capitalismo de Estado venezolano y quizá desviar al país de la trampa en la que cayó a finales de 1998, cuando Hugo Chávez ascendió al poder?

El primer responsable que asoma en el libro son los medios de comunicación. Rivero y sus entrevistados relatan como los dueños de medios, con una irresponsabilidad (en retrospectiva) suicida, contribuyeron a crear un clima muy adverso para la democracia; como se empecinaron, a través de sus noticieros, periódicos y telenovelas, en desprestigiar a los partidos y la actividad política en general, legitimando y a veces hasta avalando de una manera casi explícita las acciones criminales de los golpistas de 1992.

El segundo responsable que asoma en el reportaje son los intelectuales, especialmente el famoso grupo de Los Notables conformado por personalidades de intachable reputación como Arturo Uslar Pietri, Domingo Maza Zavala, Miguel Ángel Burelli Rivas y Alfredo Boulton. Aprovechando la aureola de su prestigio (la imagen es de Rivero), este grupo tuvo una actitud tan tolerante con los golpistas como intolerante con CAP y su gabinete reformista, y se dedicó, con igual empecinamiento que los medios, a desprestigiar al gobierno y hacer lo posible para erosionar su capital político. Entre estas figuras de renombre destaca Rafael Caldera, cuya soberbia, relativismo moral y barato oportunismo es resaltado por varios entrevistados, incluyendo su ex delfín Eduardo Fernández, protagonista de una de las más lúcidas entrevistas del libro.

El tercer y quizá principal responsable de la caída de Pérez fue su propio partido, Acción Democrática, que prácticamente pasó a ser un partido de oposición durante el segundo gobierno de CAP. El libro de Rivero explica como en el liderazgo de AD existía un antagonismo muy grande hacia Pérez, producto de su imprevisto giro ideológico, la inclusión de un grupo de tecnócratas independientes (no militantes) en su gabinete económico, y el efecto que tuvieron las políticas liberalizadoras en las cuotas de poder de muchos adecos. Impulsar reformas para desmontar el sistema rentista, por ejemplo, afectó directamente una fuente importante de ingreso de muchos dirigentes políticos acostumbrados a asignar ellos mismos contratos públicos a sus amigotes para de ese modo recibir y cuadrar coimas y comisiones. Lo mismo ocurrió con la reforma de descentralización de 1989 que creó la figura del alcalde y estableció la elección directa de gobernadores. Muchos adecos sintieron que apoyando la reforma el presidente había regalado una importante cuota de poder político y económico que pertenecía al partido.

A estos factores se suman otros como los escándalos de corrupción y la resistencia a las reformas de los sindicatos, los empresarios, las multinacionales, los militares, los banqueros, y otros sectores, todos renuentes a abandonar sus privilegios, subsidios y protecciones, y a asumir los costos inevitables de los ajustes. También se suman los errores del propio presidente, que sobrestimó su capital político para impulsar estas reformas. Esta sobrestimación se tradujo en una política comunicacional mediocre y torpezas inexcusables como la faraónica toma de posesión semanas antes de implementar medidas que le exigían enormes sacrificios al pueblo venezolano.

Este animado fresco que pinta Rivero para contextualizar la caída de CAP es muy instructivo, incluso para quienes creemos tener una buena idea de este importante período de la historia contemporánea venezolana. A grandes rasgos no tengo mayores reservas con la historia que va emergiendo de las entrevistas y la narrativa periodística, una historia, hay que decirlo, bastante favorable a CAP y su equipo de tecnócratas. Yo sólo añadiría unas cuantas observaciones, no tanto sobre el libro de Rivero, que me pareció estupendo, sino sobre algunos de los puntos de debate más importantes en torno a la segunda presidencia de Pérez.

No cabe duda de que muchos intelectuales de gran prestigio agitaron en aquel entonces las peligrosas aguas de la antipolítica y de que algunos, especialmente Rafael Caldera, llegaron muy cerca de justificar las acciones criminales de los golpistas. Sin embargo, no hay que olvidar que el discurso de Los Notables resonó por una razón real: el fracaso estrepitoso de los últimos tres gobiernos, incluyendo el primero de CAP. El error de Los Notables no fue criticar a la clase política en general, que se merecía de sobra esas críticas. El error fue no darse cuenta que CAP estaba llevando a cabo reformas que eran un paso en la dirección correcta. Esperar demasiado, demasiado pronto, es un error típico de revolucionarios trasnochados, no de personajes con el calibre intelectual de un Uslar o un Maza Zavala.

Que lo medios contribuyeron a deslegitimar las instituciones y darle sustancia a la idea que en democracia las acciones violentas a veces son necesarias, es una verdad como un templo. Pero pienso que en esta discusión a menudo se olvida que la irresponsabilidad de los medios es uno de los hijastros inevitables de la libertad de expresión. En todas las democracias, incluyendo las más avanzadas, se pueden encontrar ejemplos de extrema irresponsabilidad mediática, a veces producto de la codicia y la alevosía, a veces de la simple idiotez y falta de profesionalismo. Una parte importante de la labor de un presidente es lidiar con este y otros problemas que resultan de un sistema de libertades. Se puede decir, como dicen algunos de los tecnócratas de CAP, que las reformas liberalizadoras eran invendibles; que cualquier estrategia comunicacional estaba condenada al fracaso porque se estaban trastocando intereses muy poderosos. Pero uno se pregunta cómo gobiernos de otros países han podido impulsar reforma igualmente difíciles sin crear a su alrededor un clima tan adverso, en los medios y en otros sectores. Obviamente, se ha podido hacer un mejor trabajo.

Este victimismo, encapsulado en esa frase que el columnista Miguel Ángel Santos pone en boca de Miguel Rodríguez “Venezuela es un país hecho para castigar el talento” (¿alguien se imagina a Betancourt diciendo algo así?), destila de los argumentos que, dentro y fuera del libro de Rivero, los tecnócratas han esgrimido durante años para explicar la caída de CAP. El énfasis siempre está en los factores externos. Rara vez uno los escucha hablar con detalle de sus errores, profundizar sobre sus defectos, discurrir sobre cómo han podido manejar mejor el aspecto político de sus reformas, cómo han podido hacer un mejor trabajo para no dejar que tantos sectores se pusieran, al mismo tiempo, en contra de ellos. Escuchándolos, uno a veces siente que el resultado de haber aplicado ese conjunto de medidas era inevitable. “Nosotros teníamos la ideas correctas, la preparación técnica y la mejor de las intenciones,” parecen decirnos. “Pero estas reformas afectaron a demasiado sectores que se unieron con un grupúsculo de intelectuales resentidos en una conspiración muy poderosa en nuestra contra.” Esta versión no es falsa. El complot y el resentimiento fueron parte importante de la caída de CAP. Pero el fracaso de Pérez y su equipo para derrotar este complot también lo es.

La facilidad con que muchos de nosotros hemos aceptado el victimismo de los tecnócratas pone de relieve una verdad muy triste sobre la Venezuela de Hugo Chávez. La situación política actual del país hace difícil evaluar con objetividad a un hombre controversial como CAP. Esto ha sido evidente en las muy apasionadas reacciones que ha provocado el libro de Rivero, reacciones generalmente muy favorables al legado de CAP que, muy convenientemente, pasan por alto su primer gobierno. Pérez fue un hombre con grandes cualidades. Era valiente, hacedor, persistente y un demócrata por convicción. Nunca olvidaré el día que fui con dos amigos a visitarlo a su casa, cuando estaba bajo arresto domiciliario. CAP atravesaba unos de los momentos más difíciles de su vida, pero nos recibió lleno de entusiasmo, optimismo, energías, dispuesto a debatir y confrontar ideas, y haciendo planes como si todavía fuera un adolescente con una larga vida política por delante. Frente a un gobierno como el de Chávez, uno no puede evitar sentir cierta nostalgia por hombres como él, sedientos de rodearse de talento, sin complejos frente a la inteligencia, y con unas ganas enormes de insertar al país en la modernidad, cueste lo que cueste. Comparado con Chávez, Pérez era un gran hombre.

Pero no hay que olvidar que en comparación con Chávez cualquiera luce como un héroe. Más justo sería evaluar al segundo gobierno de CAP comparándolo con otros gobiernos reformistas de América Latina de las últimas dos décadas.

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