El gobierno decide volar

Martes, 20 de marzo de 2012

Traten de buscarle una lógica a estos datos.

El consumo por habitante de gasolina en Táchira y Falcón supera los dos litros diarios, 36 por ciento más que el promedio nacional y 60 por ciento más que Caracas.

Y, sin embargo, Distrito Capital y Miranda representan un 59 por ciento del parque automotor del país y Táchira y Falcón aproximadamente un 5 por ciento.

¿Cómo se explica esto?

La respuesta es simple: los colombianos están dispuestos a pagar 1,25 dólares o más por el mismo litro de gasolina que al venezolano le cuesta prácticamente cero. Y, si uno vive cerca de la frontera, el costo de venta es muy bajo. Prácticamente uno puede comprar gasolina y luego vendérsela a la persona de la acera de enfrente a un precio muchísimo más alto.

El gobierno, sin embargo, está haciendo todo lo posible para derrotar a la fuerza de la gravedad, imponiendo todo tipo de restricciones para el contrabando de gasolina en los estados fronterizos.

Llegar hasta marrón

Martes, 20 de enero de 2012

Un reciente informe de la Unicef revela que para los niños de las zonas más pobres de las ciudades en Venezuela es más difícil ir a la escuela que para los niños pobres de ciudades en Tayikistán, Pakistán y Benín, aun con los problemas de pobreza extrema o guerras que padecen estas naciones.

Y, como los buenos periodistas (y novelistas), Laura Helena Castillo decidió buscarse una historia individual que ilustrara este gran problema nacional.

Castillo encontró a Álvaro, un niño de 13 años cuyo sueño es “terminar la escuela hasta marrón” (camisa beige de bachillerato) y estudiar derecho “porque la gente se ve linda vestida de abogado.”

Los obstáculos, sin embargo, son enormes, como lo demuesta Castillo en el reportaje que publicó el domingo en El Nacional:

Cuando sale de su casa debe bajar una pendiente inclinada que es puro barro si cae un aguacero. Llega a un camino de tierra que lo llevará a la parte baja de las escaleras del barrio. Sube entonces 1, 2, 3, 40, 85… 195 escalones de cemento. En el escalón 105 se detiene. Descansa un minuto. Respira. Sonríe.

Sigue subiendo hasta alcanzar la carretera. Pasa por el puesto del señor que vende pescado, por el de los CD piratas, por el del que vende lotería. Tendrá que caminar media hora más (unos 2,5 kilómetros) para llegar a la escuela. Cuando su mamá puede, le da los 3 bolívares que cuesta el transporte público (los choferes de las camionetas no le aceptan pagar pasaje estudiantil). Pero casi nunca mamá puede. Entonces Álvaro anda a paticas rumbo al plantel, sabiendo que, aunque se levante tan temprano, nunca llegará a las 7:00 am en punto. Su maestra Eugenia tiene el reporte de las tardanzas. Sin embargo, es flexible y lo deja entrar…

Álvaro muchas veces no va al colegio porque debe ayudar en el hogar. Le toca turnarse con su hermana Inés Nicol, de 12 años de edad, para cuidar a los dos hermanitos menores.

Mamá trabaja en un puesto de empanadas y no puede atenderlos. Él promete que no faltará por ese motivo, porque su hermana de 16 años de edad, que está embarazada y vive en otra casa, se va a ocupar de atender a los chiquitos. Pero en el reporte de la maestra siguen las marcas de inasistencias: 2 o 3 veces por semana.

Su mamá, Nelly, nunca puede acompañar a los niños en el largo trayecto del colegio a casa. No está tranquila hasta verlos de regreso, por la inseguridad en la zona. Inseguridad que Álvaro no percibe, pues sólo expresa: “Por la casa no hay malandros, pero más arriba sí”.

Más arriba es, precisamente, por donde todos los días pasa él.

Aquí está el resto del reportaje.

Historia de dos derrames

Lunes, 19 de marzo de 2012

Ayer una corte brasileña ordenó que se le impidiera la salida del país a diecisiete empleados de dos compañías norteamericanas, Chevron y Transocean, por su presunta implicación en un derrame de aproximadamente 3 mil barriles de petróleo el pasado noviembre. Fiscales brasileños han declarado que cargos criminales relacionados a crímenes ambientales podrían resultar en veinte años de cárcel.

La noticia le ha dado la vuelta al mundo. El domingo The New York Times, la BBC y CNN la pusieron en las portadas de sus páginas web.

Y si uno pone “Brazil Chevron” en Google News, aparecen ya (y escribo esto el domingo por la noche) más de 150 artículos.

Ahora bien, hay quienes dicen que esto es una reacción exagerada de las autoridades brasileñas porque, entre otras cosas, Petrobras tiene un peor historial de derrames que Chevron. Pero dejémosle esta discusión a los expertos petroleros e imaginemos que el derrame de Chevron hubiese sido no de tres mil, sino de 60 mil barriles. Imaginemos que Chevron hubiese tras bastidores sobornado a una autoridad local de una ciudad o estado brasileño para que ignorara el derrame y siguiera surtiendo a la población del estado contiguo al derrame con el agua contaminada, exponiéndola a graves enfermedades.

¿Cómo habría sido la reacción del gobierno Brasil? ¿Cómo hubiese reaccionado la comunidad y los medios internacionales? ¿Cómo habría reaccionado usted si escucha esta noticia?

Ayuda a poner las cosas en perspectiva, ¿no?

Excepto que esto no llega ni cerca a lo que ha venido haciendo el gobierno venezolano en el estado Monagas.

Para comenzar el derrame de PDVSA en el río Guarapiche podría ser de mucho más de tres mil barriles (esto sin contar los derrames en otros lugares). Y la presión al gobernador del estado, José Gregorio “El Gato” Briceño, ha sido mucho peor que un soborno. Ha sido una cayapa. Por negarse a envenenar a los ciudadanos que lo eligieron, el gobernador fue primero expulsado del PSUV. Luego se le impidió botar al jefe de la policía del estado Monagas (que el gobierno central hace tiempo le impuso). Y luego fue despojado de la policía. Para más ha recibido todo tipo de amenazas y tiene a esbirros del Sebin, la Guardia Nacional y la inteligencia militar veinticuatro horas al día detrás de él. El Gato Briceño no exagera mucho cuando dice que le dieron un golpe de Estado.

Sin embargo, esta cosas se han vuelto tan comunes en Venezuela que ya casi nadie las ve como escandalosas. Se han vuelto parte de nuestra bizarra normalidad.

Por qué Bolaño leía tanto (o cómo combatir los malos hábitos)

Domingo, 18 de marzo de 2012

¿Cómo hacía Bolaño para leer tanto?

Leyendo de a puñitos la obra entera de Bolaño me he dado cuenta que muchos de sus personajes agarran un libro cuando están tristes o deprimidos o aburridos o molestos. Y lo hacen de una manera casi irreflexiva, como muchos de nosotros revisamos a cada rato nuestro correo electrónico en el teléfono así lo hayamos revisado diez minutos antes.

Creo que esto nos da una pista sobre los hábitos del autor.

Miren este gráfico:

Por un reportaje televisivo que estoy escribiendo, he estado leyendo mucho sobre economía y psicología conductual (behavioral sciences en inglés). Y algunos de los hallazgos de esta rama de investigación deberían ser más discutidos por el público general.

La imagen arriba muestra el loop de los hábitos. La mayoría de nuestros hábitos obedecen a esta lógica. El disparador, la rutina (la práctica del hábito) y la recompensa por la rutina.

En los alcohólicos el disparador puede ser sentirse triste; la rutina es beber; y la recompensa en sentirse bien un rato y olvidarse de los problemas.

En los donjuanes el disparador puede ser ver una mujer bonita, la rutina el proceso de seducción y la recompensa el sexo y el placer. (Mientrás más exitoso sea el donjuan -o mayor la frecuencia de recibir una recompensa por sus esfuerzo de seducción- más fácil se hace consolidar el hábito de acercarse a mujeres para tratar de seducirlas).

Lavarse los dientes tiene un claro disparador (sentir la boca sucia) y una clara recompensa (sentir la boca limpia y tener los dientes blancos). Por eso a mucha gente no le cuesta adquirir el hábito de cepillarse los dientes.

Este loop es algo casi animal, inextricable de la condición humana. Y uno lo puede ver en todas partes. ¿Por qué Dickens, por ejemplo, era tan prolífico? Quizá en parte porque publicaba sus novelas en serie en revistas. Es decir, iba publicando capítulos y por la publicación recibía una recompensa (feedback, elogios, etc) que no reciben los novelistas que trabajan tres o cuatro años sin ninguna clase de recompensa más que el trabajo mismo.

¿Por qué Bolaño leía tanto? Porque para él leer era como el alcohol para los alcohólicos. Cuando se sentía solo o triste, tenía el hábito de agarrar un libro. Y la lectura, por supuesto, le daba a él una invalorable recompensa, algo que, como ya he dicho, es fundamental para forjar un hábito (bueno o malo).

¿Por qué a los gordos les cuesta más perder de peso los primeros meses? En parte porque, cuando ya están más delgados (y las recompensas de la dieta se hacen más tangibles), mantener el hábito es más fácil.

Lo interesante es que entender este loop nos puede ayudar a vencer los malos hábitos.

Fíjense como esta periodista combatió efectivamente su adicción al café:

I was highly addicted to coffee. I’d have a cup of coffee at home. As soon as I got to the office, I’d grab a cup of coffee and buy one to go. By lunch, I was on my third or fourth cup. In the middle of the afternoon, I needed another cup and when it came to sit and write around 5 p.m., that was when I poured another cup from the coffee pot in the news room. Basically, I was drinking six to eight cups a day at a time when I needed to get to as close to none as possible.

What I did was try to figure out what I really wanted when I grabbed a cup of coffee.

Sometimes I wanted caffeine. In that case, I’d have half a cup of coffee. Sometimes, I wanted the companionship of hanging around drinking coffee. In that case, I’d buy decaf. Sometimes, I wanted the taste of coffee, usually with dessert. Again, decaf. And when I wrote, I realized that what I wanted was the warmth of the cup in my hand and something to absentmindedly sip as I was turning my brain to write. Decaf tea was the choice then.

I never succeeded in getting to no coffee, but I did get to one cup of caffeinated coffee a day.

Lo que más me gusta de este ejemplo es que la periodista no trató de combatirse a ella misma, una batalla fútil. Sino trató de entender su comportamiento, debilidades e instintos animales y luego actuar. (Por “combatirse a ella misma” me refiero simplemente a privarse totalmente de recompensa).

Si se hubiese dicho “sólo por la fuerza de mi voluntad voy a dejar el café” probablemente hubiese fracasado. ¿Por qué? Porque es extremamente difícil abolir esa necesidad casi animal de obtener recompensas (en su caso, el placer de tomar café).

Pero entendiendo que esa necesidad era más fuerte que ella o un enemigo muy difícil de vencer, hizo un cambio de estrategia que le dio resultado. Se amoldó a las poderosas corrientes de su humanidad en vez de combatirlas.

Amenaza endógena

Miércoles, 14 de marzo de 2012

El Gato y Diosdado

Un extracto del reporte de El Universal sobre la decisión del PSUV de expulsar de sus filas al gobernador de Monagas, Jose Gregorio “El Gato” Briceño:

De igual manera, Elías Jaua llamó a toda la militancia a cerrar filas “con las orientaciones estratégicas y tácticas del comandante Hugo Chávez” y alertó sobre “las desviaciones reformistas burgueses”…

Asimismo, el vicepresidente leyó un mensaje del presidente Hugo Chávez donde apoya la decisión tomada por el PSUV en contra de Briceño.

De la reacción de Jaua (léala toda) se desprenden dos cosas:

1) El miedo a la división dentro del PSUV, un miedo que deriva, por supuesto, del cáncer de Chávez y la amenaza que la enfermedad lo saque del juego político.

2) La desfachatez con que Jaua utiliza a Chávez como pegamento; de invocarlo para evitar cualquier amenaza de desintegración. Particularmente revelador es su lectura del tuit del presidente. No lo citó ni hablo del tuit, sino lo leyó.

Este temor, por cierto, es totalmente justificado. Ver al Gato Briceño y al diputado Jesús Domínguez jurando lealtad al presidente a la vez que expresan un desprecio casi visceral por Diosdado Cabello es una anticipo de lo que le pasaría al PSUV sin Chávez.

También lo son los conflictos intrachavistas en ocho estados intensificados por la corta ausencia del presidente.