Llegar hasta marrón

Martes, 20 de enero de 2012

Un reciente informe de la Unicef revela que para los niños de las zonas más pobres de las ciudades en Venezuela es más difícil ir a la escuela que para los niños pobres de ciudades en Tayikistán, Pakistán y Benín, aun con los problemas de pobreza extrema o guerras que padecen estas naciones.

Y, como los buenos periodistas (y novelistas), Laura Helena Castillo decidió buscarse una historia individual que ilustrara este gran problema nacional.

Castillo encontró a Álvaro, un niño de 13 años cuyo sueño es “terminar la escuela hasta marrón” (camisa beige de bachillerato) y estudiar derecho “porque la gente se ve linda vestida de abogado.”

Los obstáculos, sin embargo, son enormes, como lo demuesta Castillo en el reportaje que publicó el domingo en El Nacional:

Cuando sale de su casa debe bajar una pendiente inclinada que es puro barro si cae un aguacero. Llega a un camino de tierra que lo llevará a la parte baja de las escaleras del barrio. Sube entonces 1, 2, 3, 40, 85… 195 escalones de cemento. En el escalón 105 se detiene. Descansa un minuto. Respira. Sonríe.

Sigue subiendo hasta alcanzar la carretera. Pasa por el puesto del señor que vende pescado, por el de los CD piratas, por el del que vende lotería. Tendrá que caminar media hora más (unos 2,5 kilómetros) para llegar a la escuela. Cuando su mamá puede, le da los 3 bolívares que cuesta el transporte público (los choferes de las camionetas no le aceptan pagar pasaje estudiantil). Pero casi nunca mamá puede. Entonces Álvaro anda a paticas rumbo al plantel, sabiendo que, aunque se levante tan temprano, nunca llegará a las 7:00 am en punto. Su maestra Eugenia tiene el reporte de las tardanzas. Sin embargo, es flexible y lo deja entrar…

Álvaro muchas veces no va al colegio porque debe ayudar en el hogar. Le toca turnarse con su hermana Inés Nicol, de 12 años de edad, para cuidar a los dos hermanitos menores.

Mamá trabaja en un puesto de empanadas y no puede atenderlos. Él promete que no faltará por ese motivo, porque su hermana de 16 años de edad, que está embarazada y vive en otra casa, se va a ocupar de atender a los chiquitos. Pero en el reporte de la maestra siguen las marcas de inasistencias: 2 o 3 veces por semana.

Su mamá, Nelly, nunca puede acompañar a los niños en el largo trayecto del colegio a casa. No está tranquila hasta verlos de regreso, por la inseguridad en la zona. Inseguridad que Álvaro no percibe, pues sólo expresa: “Por la casa no hay malandros, pero más arriba sí”.

Más arriba es, precisamente, por donde todos los días pasa él.

Aquí está el resto del reportaje.

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