Dime con quién andas

Viernes, 20 de enero de 2012

Un gráfico revelador de Daniel Kaufmann de Brookings Institution.

VA significa “Voice and Democratic Accountability” y es una de las seis dimensiones de los Indicadores de Gobernabilidad Mundial de Brookings. El VA captura hasta que punto los ciudadanos de un país gozan de derechos políticos y libertades civiles, así como de libertad de asociación, expresión y prensa.

Los cuatro países a la izquierda, los cuatro que acaba de visitar Ahmadineyad, se parecen a Irán no sólo en el bajo VA, también en el deterioro de este indicador durante los últimos doce años (excepto Cuba donde no hay mucho espacio para deterioro).

En los otros países, los que no recibieron a Ahmadineyad, la situación es la inversa. El VA es alto y además registra mejoras.

La cultura de raspar

Jueves, 19 de enero de 2012

En su última columna de El Mundo, Luis Pedro España cuenta la triste historia de Kevin, un joven que se descarrila en la transición de la escuela básica al liceo.

El artículo revela varios datos interesantes y desoladores, pero uno de ellos llama especialmente la atención:

Repetir el séptimo grado no es ninguna novedad. Si hablas con el Profesor Gutiérrez, director del liceo, te contará que en séptimo grado hay siete secciones en cada turno. En octavo sólo cuatro. De las siete secciones, tres son de repitientes. Este año, aun sabiendo que con esa decisión están inaugurando un “retén de menores” dentro del liceo, pusieron a los repitientes juntos. “Es que los repitientes no dejan en paz a los nuevos,” dicen los maestros.

Que en Venezuela los profesores se jacten de raspar a un alto porcentaje de sus alumnos siempre me ha parecido un síntoma de la pobreza y el atraso de nuestro sistema educativo. Pero ¿secciones de repitientes? La cultura de raspar, al parecer, se ha radicalizado.

Más unidad después de las primarias

Jueves, 19 de enero de 2012

La unidad de la oposición ya está consolidada como estructura, pero quien gane las elecciones debe trabajar, como han dicho algunos, por consolidar la “unidad afectiva.”

Dejar atrás los viejos rencores, olvidar los pequeños resentimientos y lograr que la oposición en su conjunto trabaje con entusiasmo por él para derrotar a Hugo Chávez. Después de todo, las ambiciones individuales de todos los dirigentes de la oposición dependen de los resultados del próximo 7 de octubre. Si gana la oposición, a todos los miembros de la MUD se les abre el futuro. Si gana Chávez, lo contrario.

Algunos sugieren que esta unidad afectiva no es conveniente, porque podría ensuciar la reputación del candidato unitario. Es difícil proyectar una imagen de futuro, relevo y renovación asociándose a los viejos partidos.

Estas voces aseguran que Capriles se ha beneficiado del respaldo que le dio el viejo orden -AD y Copei- a Pablo Pérez, fortaleciendo su imagen como el candidato de la nueva generación. Y, si a Pérez no le ha ido bien en su campaña, es en parte por su asociación con el puntofijismo.

¿Tienen razón?

Yo le veo varios problemas a este argumento.

En primer lugar, no está claro que la asociación con los viejos partidos ha afectado negativamente la imagen de Pablo Pérez. Ni siquiera está claro que ha sido un factor significativo en la carrera electoral.

Una posible manera de medir el efecto de esta asociación sería examinar los números de Pérez antes y después del respaldo de AD y Copei, ¿no es cierto?

¿Y qué dicen estos números?

Llamé a varios encuestadores y todos me dijeron lo mismo: Pérez subió después del anuncio del apoyo y Capriles bajó ligeramente. Y la popularidad de Pérez no sólo subió entre los votantes de las primarias, también en la población general.

Es cierto que esto no prueba nada. Pérez podría estar en una mejor posición sin el apoyo de los viejos partidos; otros factores -como la carisma, la elocuencia, el efecto de los otros candidatos, etc- pueden haber influido. Y el persistente liderazgo de Capriles en las encuestas revela el limitado poder de los partidos para hacer o deshacer a un candidato.

En todo caso, lo más probable es que el efecto del respaldo de AD haya sido muy positivo, moderadamente positivo o insignificante, pero difícilmente negativo.

Esta conclusión es sumamente importante, porque no queda duda de que AD/UNT ofrecen una gran ventaja en términos de maquinaria. Y, si la desventaja de no asociarse con ellos es fantasiosa, ¿qué argumento hay entonces para un alejamiento?

Otros dos puntos.

1) La estrategia de desasociarse de los partidos tiene sus límites, porque sea quien sea el candidato AD, Copei, UNT y el resto van a ser parte de la campaña electoral presidencial. A menos que rompa con la MUD el candidato que gane no puede aspirar a desprenderse totalmente de las fuerzas opositoras que no le gusten. Y, si este es el caso, lo más inteligente es asegurarse de que los beneficios de esta asociación sean mayores a las potenciales desventajas.

2) La identidad de los partidos se ha disuelto en la identidad de la MUD, disminuyendo el poder que tiene cualquier fuerza política para lustrar o deslustrar reputaciones. Si al ganador de la primarias lo perjudica alguna asociación, no va a ser el apoyo de AD o Copei o UNT sino el apoyo de la MUD, cuya imagen ante la población, por cierto, ha venido mejorando.

En el fondo mi argumento es que, si las encuestas siguen igual y gana Capriles, necesitamos la maquinaria de AD/UNT para aumentar las posibilidades de triunfo. Por eso el antagonismo entre PJ y AD/UNT debe desvanecer el día después de las primarias.

Dudo que la amenaza de Chávez no sea suficiente para evaporar este antagonismo, pero por si acaso.

El Centro

Lunes, 16 de enero de 2012

Llevo ya un tiempo trabajando en un novela que ocurre en Venezuela, bajo Chávez. Comparto con ustedes las primeras cuatro páginas del primer capítulo. No comparto más no por pichirre, sino para que las lean.

Cuando salió de la estación del metro la distrajo una pequeña estatua de un prócer que no conocía y se tropezó con alguien. El muchacho le reclamó su distracción, su rostro contorsionado por la amargura. Ella le pidió disculpas, pero hubiese sido lo mismo que no lo hiciera. El muchacho se alejó moviendo la cabeza de un lado a otro como si le costara creer que en la ciudad hubiese tanta gente ruda y desconsiderada.

Volvió a sacar de su cartera el papelito con la dirección del Teatro Ayacucho. La mano le temblaba. El tropezón le había provocado un susto; pensó que la estaban asaltando. La noche anterior, cenando en casa de su mamá, su hermano le había advertido que el Centro estaba peligrosísimo.

-Y el metro está igualito, Rosi. Los ladrones se meten en los vagones en una estación, asaltan a la gente y luego se bajan en la siguiente estación.

Rosario lo sabía mejor que él (ella iba más al Centro). Ahora robaban a cualquiera, en cualquier lugar, a cualquier hora. A cada rato escuchaba historias, un primo que lo habían asaltado en una panadería a las diez de la mañana; unos malandros que irrumpieron en un cine y robaron a todo el mundo; una viejita de ochenta años víctima de un secuestro express. A Tibisay misma la habían robado la semana anterior, a pocas cuadras de allí, en el Centro Comercial Metrocenter. Dos malandros la habían encañonado en el estacionamente para quitarle la cartera. Pero ¿qué iba a hacer? ¿No salir? ¿No ir al Centro más nunca ni montarse en el metro? Life goes on, se decía. Quedarse encerrado en la casa sencillamente no era una opción.

El Centro estaba caótico como siempre. Demasiado ruido, gente, contaminación. Llegó al semáforo y miró a su alrededor para ubicarse; vio allá lejos la otra salida de la estación cerca del TSJ, por donde había debido salir. Comenzó a caminar hacia el tribunal, cruzando la calle cuando una construcción la obligó a cambiar de acera. Pasó una venta de lotería, donde unos hombres la miraron como animalitos hambrientos. En los Estados Unidos, durante su corta estadía, nadie nunca la miró así, ni en la calle ni en el Wilson Center. En los tres meses que estuvo allá ningún gringo se la comió de esa manera con los ojos. Pero en el Centro, en Chacaíto, en Sabana Grande, los hombres la invadían desfachatadamente, deslizando sus ojitos ávidos por las curvas de su cuerpo, a veces deteniéndose en su escote, entre sus piernas, casi violándosela con la mirada. Era como si trataran de adivinar sus formas a través de la ropa. Y, si no tenía suerte, le hacían gestos obcenos con la boca o le susurraban piropos con un tono bajito, íntimo. “Mamita qué rica estás. Estás podrida de buena. Quiero casarme y tener un hijo contigo. Dame tu teléfono, plis, te lo suplico.” A Tibisay le gustaban que la miraran así. “Me sube el ego, Rosi. Así sean lo más vulgar del mundo, me crean la ilusión de que estoy buena.” A ella le gustaba menos, pero no podía negar que de vez en cuando también la confortaba, necesitaba, que la piropearan; y más ahora, que había cumplido cuarenta años.

Llegó a la esquina donde estaba la sede del Tribunal Supremo de Justicia, y enfrente del tribunal, el antiguo Congreso, la ahora Asamblea Nacional bolivariana. Se paró a esperar que el semáforo cambiara. Ya sudaba. Cinco minutos caminando y ya estaba un poco abrumada con el gentío, las bocanadas tóxicas de los autobuses, las bocinas impacientes. Podía sentir como el aire le ensuciaba la piel, le rizaba el pelo, la afeaba. Reconoció a lo lejos ese grito que ya casi se había convertido en parte del paisaje urbano del Centro; un grito que todos los vendedores, como de común acuerdo, pronunciaban igual, prolongando el inicio y acortando el final, con entonación ascendente:

-¡Ooooro, plata, dólares! ¡Ooooro, plata, dólares!

Rosario sonrió, amarrándose la melena en una cola para combatir el calor. El fiscal de tránsito le hizo una seña para que cruzara, con un pitazo innecesariamente chocante y agresivo. “Oro, plata, dólares,” repitió pensando que había algo anacrónico, casi primitivo, en ese grito; algo que la hacía sentir en un mercado público hace tres siglos. Recordó otra vez la conferencia en Santiago, a la que había asisitido a principios de año. Muchas veces le había echado ese cuento a sus colegas y amigos. En un coctel de despedida el anfitrión la sentó al lado de un académico gringo y su esposa. El gringo tenía como treinta y cinco años y era muy buenmoso. Su esposa también era muy atractiva pero a diferencia del marido no había logrado sacudirse el tonto de su belleza. Tratando de explicarles a ambos qué era CADIVI, cómo funcionaba el sistema de control de cambio de divisas en Venezuela, porqué existía un mercado donde el dólar se vendía a más del doble de la tasa oficial, la esposa del gringo, que hacía un esfuerzo para participar en la conversación, la interrumpió para preguntarle:

-Dices “mercado negro” y me cuesta imaginarme cómo es. ¿Hay un lugar específico para ese mercado?

Su colega enrojeció, avergonzado por la pregunta, pero antes de que dijera algo ella rescató a la pobre gringa respondiéndole como si nada, como si tuviese todo el derecho del mundo a no entender esas cosas. Le hubiese gustado que la gringa estuviese con ella ahora, allí, en pleno Centro de Caracas, viendo en carne propia el mercado negro corpoerizado en ese grito que los vendedores utilizaban para ofrecer sus servicios en plena avenida, enfrente de la Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo de Justicia.

Memoria y cuenta

Domingo, 15 de enero de 2011

¿Qué ha podido hacer la oposición el viernes para evitar la abusiva perorata de nueve horas del presidente?

Hay dos extremos que se deben evitar. El primero es no ir. La oposición está en la AN para demostrar que no está dispuesta a ceder un milímetro en las instituciones públicas, por más politizadas que estén.

Pero tampoco debe someterse al abuso de un discurso tan largo.

¿Qué hacer entonces?

Decirle: “Presidente, asistiremos a su discurso para escuchar lo que tiene que decir sobre sus planes y su gestión. Pero no estamos dispuestos a escucharlo hablar sobre cosas que no tienen la menor trascendencia en la conducción de los destinos del país. Le daremos cuatro horas y, si usted no ha terminado, nos retiraremos porque en Venezuela hay mucho trabajo por hacer y mucha gente con necesidad para andar perdiendo el tiempo en discursos.”

Estoy seguro que los diputados oficialistas apoyarán internamente (en su pensamiento) esta propuesta.