El rostro de la barbarie

Viernes, 22 de julio de 2011

Oriana Monasterios

Oriana en el parque Caiza. Giomar Cartagena tenía un plan. Su ex novia, la veinteañera Oriana Monasterios, pronto cumpliría años y su madre, Kimmy, le regalaría un automóvil con 31 mil dólares que llevaba años ahorrando. Como seguía en contacto con Oriana, Giomar sabía del dinero y decidió fingir un secuestro para robárselo.

Un día llamó a Oriana y le dijo que quería verla para despedirse porque había decidido mudarse a España. Orania aceptó verlo y Gionmar la buscó en la noche en su carro.

En medio del camino detuvo el carro con la excusa de que quería orinar. En ese momento los cómplices de Gionmar los abordaron para “secuestrarlos.”

Fueron a casa de Oriana en San Bernardino y sometieron a su madre Kimmy, que al ver a su hija les ofreció el dinero que había ahorrado para el automóvil. En medio del trajín Oriana se dio cuenta que Gionmar era parte de la operación y le preguntó: “¿Por qué nos haces esto?” En ese momento Gionmar decidió que debía matarlas a ambas.

Madre e hija fueron encontradas calcinadas en el Parque Caiza.

El cazador cazado. Cuando recibió una llamada de un amigo que le informó que Evert Guevara se encontraba en la peluquería Jescarlet, en la avenida Solano en Sabana Grande, Daniel González, de 22 años, supo que había llegado la hora.

Daniel fue a su casa y buscó a dos amigos para que lo acompañaran a enfrentar a Evert, que hacía unos meses había matado a su hermano.

La familia de Evert y la suya se conocían. Evert vivía en un barrio en Petare vecino del suyo, El Campito. Desde el asesinato de su hermano, Daniel lo había visto de lejos varias veces, pero esperaba el momento preciso para vengarse.

Llegó a la peluquería con sus dos amigos e inmediatamente atacó a tiros a Evert, matándolo. Unos amigos de Evert, que estaban armados, respondieron y mataron a Daniel y a su amigo Luis Daniel Monroy.

Los dos cuerpos -de Daniel y Evert- entraron y salieron juntos de la medicatura. Las dos familias se encontraron en la morgue.

Triple homicidio en Santa Cruz del Este. Darwin Márquez Bonilla, de 26 años, le alquiló una habitación a José Antonio Morales, de 66 años, en el barrio Santa Cruz del Este. En la casa, además de Morales, vivían su hijo Antonio José y sus dos nietos, una niña de 11 años y un niño de 13.

Darwin causó problemas desde el principio. El primer mes no pagó la renta y el abuelo Morales se dio cuenta que consumía drogas. El abuelo decidió perdonarle el primer mes de alquiler y el segundo, pero cuando no pagó el tercer mes lo botó.

Darwin se desapareció dos días y luego regresó a la casa la madrugada de un domingo.

Ese día, el padre de los niños, que en ese entonces tenía una miniteca, no estaba en la casa porque lo habían contratado para tocar en una fiesta en Las Adjuntas.

Al llegar Darwin, que estaba drogado, intentó abusar de la niña de 11 años. Ella alertó al abuelo y éste salió inmediatamente en su defensa. Darwin lo atacó con un machete y lo mató. Luego mató a machetazos al varón y luego abusó de la niña hasta también matarla.

Cuando el padre de los niños llegó a la nueve de la noche, encontró a su hijita en la cama semidesnuda.

Los cadáveres de su abuelo y su hijo estaban metidos en unos pipotes de agua en el segundo piso de la casa.

Unos vecinos vieron a Darwin salir de la casa después del crimen.

Estaba bañadito y arregladito.

Estas historias no son excepcionales. Cualquiera que lea las páginas de “sucesos” en los periódicos, sabe muy bien que son frecuentes. Hace unas semanas unos malandros entraron al cine de Concresa y asaltaron a toda la sala en medio de la película. Poco días después otro grupo de depravados asaltó un autobús y se violaron a veinte pasajeras, incluyendo una niña de 11 años y una mujer embarazada.

El Nacional publicó recientemente un reportaje de una familia en la que siete miembros han sido asesinados.

Las estadísticas, claro, reflejan este horror. Pero siempre que las veo siento que no le hacen justicia a la realidad. Nunca dejan de ser meros números.

Próximamente:

  • Conversación con un reportero que lleva siete años trabajando en la página de sucesos de El Universal.
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