Los pobres Snowden de Ecuador

Viernes, 28 de junio de 2013

A través de Moisés Naím, llegué a este editorial de The Washington Post que destaca un ángulo interesante de la hipocresía del gobierno de Ecuador en el caso de Edward Snowden (negritas mías):

Mr. Snowden should be particularly interested in Section 30 of the law, which bans the “free circulation, especially by means of the communications media” of information “protected under a reserve clause established by law.” The legislation empowers a new superintendent of information and communication to heavily fine anyone involved in releasing such information, even before they are prosecuted in the courts. In other words, had Mr. Snowden done his leaking in Ecuador, not just he but also any journalist who received his information would be subject to immediate financial sanction, followed by prosecution.

Ya han salido muchos analistas en EEUU a aplaudir a Correa por su defensa a Snowden. Pero ¿cuál hubiese sido su reacción si Obama hubiese sancionado a The New York Times, The Washington Post, Time y Newsweek, y muchos otros medios por divulgar la información que facilitó Snowden? Porque eso es lo exige la nueva ley de medios ecuatoriana.

Otro punto. La hipocresía de Ecuador, y Snowden refugiándose temporalmente en China y Rusia, ha desviado la atención del  importante debate sobre el alcance de los programas de vigilancia en EEUU. Ahora la atención está dividida entre el “cómo es posible que esto pase en EEUU” y el “cómo es posible que China, Rusia y Ecuador defiendan a Snowden o lo ayuden a refugiarse.” Obama debería estar agradecido.

Perversos incentivos

Jueves, 27 de junio de 2013

Un semana ocupada, con demasiadas distracciones. Pero una breve reflexión.

Caracas Chronicles está haciendo un experimento que ilustra los beneficios del “crowdsourcing.” Pidieron a sus lectores vinculados con el sistema educativo en Venezuela colaborar con ensayos cortos sobre la crisis universitaria.

Todavía no he leído todos pero agarré el primero –el de Guido Núñez-Mujica– y vale la pena leerlo. Núñez-Mujica dice:

Our rectors, deans, vice-rectors and department heads are elected by the university community. If recent reforms are ever fully implemented, administrators and even support staff will get a vote alongside students and profs. As you’d expect, making university authorities respond to electoral pressures creates all kinds of perverse incentives. The criteria for doing stuff is “what will allow us to get re-elected?”

Y luego:

University Authorities will act as judges in beauty pageants (paid with the same money that won’t pay for lab equipment) blasting music inside buildings, during working hours. Authorities will order and get magnificent and unnecessary infrastructure projects that are very visible and tied to their names, so people outside the department will know and vote for them. Authorities will ignore drinking and gambling inside the university as long as the student leaders help them to get more student votes, and of course, the young newcomers will vote mostly the way they are told by the really nice guys who throw parties, take them to hiking trips and give them free beer.

En más de un sentido este ensayo de Guido Núñez-Mujica me recordó The Wire, la serie de TV que he estado comentando en los últimos meses. No sólo en el humor cáustico y el trasfondo terriblemente pesimista, sino en la problemática que describe. La disfuncionalidad burocrática de la policía en Baltimore retratada en The Wire, por ejemplo, tiene su origen en la política electoral. Es decir, en el concepto bienintencionado de fiscalización democrática.

Una de los principales tesis disueltas en The Wire es cómo el juego de las estadísticas (“stats game”) ha destrozado el departamento policial de la ciudad, privilegiando el número de arrestos por delitos menores sobre las investigaciones y el trabajo policial enfocado en verdaderos criminales cuyas actividades causan mayores estragos a la sociedad. ¿Por qué ocurre esto? Porque los alcaldes necesitan mostrar a sus electores que el crimen está bajando para ser reelectos. Y para hacer esto necesita aumentar el número de arrestos. Es más fácil aumentar el número de arrestos si uno se enfoca en delitos menores. Estoy simplificando un poco, pero más o menos por ahí va la cosa. La conclusión es que la democracia a veces puede ser dañina.

Ahora bien, no soy experto en reforma policial ni educativa. Pero ¿cuál es la alternativa al status quo? ¿No tener ninguna clase fiscalización electoral o una mejor fórmula que combine la necesaria presión popular para impulsar la solución de problemas y la regulación o supresión de los perversos incentivos que a veces pueden resultar de esta presión?

Sería interesante qué Núñez-Mujica se explayara sobre este tema.

En segundo lugar, el ensayo me hizo pensar algo que a cada rato pienso cuando leo la prensa de otros países. En Venezuela la lucha contra un gobierno autoritario ha relegado al fondo de la lista de prioridades muchas discusiones, como la que Mujica plantea. Y no sin razón. Fíjense, por ejemplo, lo que ocurrió con María Corina Machado. A través de ese audio el gobierno reveló que se está metiendo en las casas de los opositores para grabar a sus adversarios. Para que un debate como el que asoma Núñez-Mujica tenga una remota posibilidad de impulsar cambios se debe luchar primero por restablecer el orden democrático; un orden en el que este tipo de debates sean factibles y tengan el poder de impulsar reformas.

No digo que estas cosas no se puedan discutir ahora. Simplemente que es comprensible que estas discusiones no sean tan frecuentes en Venezuela.

Más sobre protestas

Sábado, 22 de junio de 2013

En los últimos posts le he estado dando vueltas a algo, básicamente a la idea de que debemos tener cuidado en el análisis de las causas de las protestas, sobre todo en las grandes generalizaciones que muchas veces terminan siendo terribles simplificaciones. Y, también, debemos tomar en cuenta el factor de imprevisibilidad.

Por ejemplo, cuando uno ve las razones que podrían estar causando, o están causando, las protestas en Brasil uno se pregunta porqué demonios no ha habido protestas en Venezuela.

¿Alta inflación? ¿Corrupción? ¿Servicios públicos deficientes? ¿Bajo crecimiento económico? ¿Gasto exagerado en proyectos extravagantes que no traen grandes beneficios al país?

En todos estos asuntos estamos igual o mucho peor que los brasileños.

En Brasil, es cierto, ha habido una expansión de la clase media. Y la clase media, con sus mejores niveles educativos y su mayor poder adquisitivo, ha sido históricamente la propulsora de las protestas.

Al mismo tiempo, y a pesar del estancamiento, Venezuela no es precisamente un país pobre con relación a Brasil. Y la bonanza petrolera ayudó a camuflar la incapacidad del gobierno:

¿Que Brasil, durante la última década, ha sido más exitoso forjando “valores” de clase media? Eso puede ser cierto. Pero, como sugiere Fukuyama, los avances en este sentido, si ultilizamos la definición sociológica de clase media, no son tan impresionantes como los avances en consumo.

Por otro lado, ¿cuál ha sido uno de los peores estallidos de violencia en la historia contemporánea de Venezuela? El Caracazo, en 1989. Y fíjense qué lo precedió: una década de contracción.

Nuestro ingreso per cápita en 1989 era menor al de hoy. No porque el chavismo sea más competente, sino porque ningún país en la historia de América Latina ha recibido una bonanza como la que ha recibido Venezuela durante la última década.

Con el Caracazo, pues, es difícil citar el argumento de crecientes expectativas como resultado de una expansión de la clase media.

En resumen, y como ya dije, mucho quisiéramos que algunos problemas de las ciencias sociales pudieran ser resueltos y explicados como en otras ciencias, con exactitud matemática. Pero hay que resistir el anhelo de precisión, reconocer nuestras limitaciones y movernos dentro del marco de las aproximaciones.

Anhelo de precisión

Viernes, 21 de junio de 2013

Si Brasil no está creciendo, ¿por qué la gente está tan feliz?

Hace un mes The Economist publicó un artículo con este título, citando encuestas sobre el optimismo y sensación de progreso entre los brasileños.

Luego la revista trataba de explicar la paradoja:

The underlying reason is that even though the country as a whole is struggling, most families’ incomes are still rising fast. Unemployment is close to record lows and pay rises are comfortably outstripping inflation, partly because of big hikes to the minimum wage, but also because of that tight jobs market. Meanwhile, the gradual weaving of a social safety-net is rescuing many Brazilians from destitution. The result is falling inequality, a growing middle class—and a disconnect between GDP growth and most Brazilians’ actual experience.

Sobre este “desfase” The Economist decía:

After many decades in which the spoils mostly went to the richest, more of Brazil’s growth is now going to those on modest incomes. That is the long-term result of economic stabilisation and the universalisation of primary education in the 1990s, together with recent hikes to welfare payments and the minimum wage. So does it matter if overall Brazil’s economy barely grows? The short answer is “yes”, though not necessarily straight away.

Ciertamente, The Economist pensaba hace un mes que el gobierno de Brasil gozaba de un margen mayor de tiempo para no crecer.

¿Qué lecciones podemos aprender de este artículo?

En primer lugar, que es sumamente difícil medir el estado de ánimo de una nación. Desde hace tiempo, vengo pensando que estas encuestas de felicidad o “well-being” son difíciles de interpretar y por eso poco útiles. Venezuela es un ejemplo.

Además no me extrañaría que los resultados de estos sondeos, si se realizaran hoy con exactamente la misma metodología, arrojaran resultados radicalmente distintos, demostrando que el estado de ánimo de un país es fluido, elusivo y engañoso.

Es decir, no es muy útil para el análisis saber que algunas encuestas aseguran que Venezuela es uno de los países más felices del mundo. (De hecho, quizá es más útil para analizar el estado de ánimo nacional buscar los índices de criminalidad e inflación).

En segundo lugar, la realidad de un país es extremadamente compleja, más en un país como Brasil, donde coexisten tendencias muy positivas con viejos e inextricables crisis y problemas. Si medir el estado de ánimo es difícil, más difícil aún es medir cómo las caleidoscópicas realidades de una sociedad afectan el temperamento de una nación.

En fin, mucho quisiéramos que algunos problemas de las ciencias sociales pudieran ser resueltos y explicados como en otras ciencias, con precisión matemática. Pero esto es una quimera.

Paquetazo invisible

Viernes, 21 de junio de 2013

En la última nota de BofA, Francisco Rodríguez señala que el gobierno de Venezuela ha estado implementando ajustes económicos “drásticos”:

Entre ellos:

-Venezuela’s outstanding commercial loans to the rest of the world fell in first quarter of year after rising $7.3 billion in 2012.
-Real central government spending has fallen by 6.5% in the year and 16.9% in last three months.
-The government appears likely to further adjust the exchange rate through a variation on the March Sicad auction, which will in effect constitute an additional devaluation, with the consequent positive fiscal effect.

También dice que hay una reducción de 15,4% en las importaciones entre abril de 2012 y abril de 2013 y de 11,3% en los primeros cuatro meses del año.

En fin, sorprende cómo todo esto está volando por debajo del radar. En la conversación nacional estos ajustes ha pasado casi por desapercibido. Y me refiero a que desde hace tiempo nadie habla de ‘paquetazo.’

En este sentido, los videos de Ruperti y Mario Silva le han sido útiles al gobierno.