El vaso medio lleno

Jueves, 22 de julio de 2010

El gobierno de Venezuela pegó un frenazo con el bloque de Leyes del Poder Popular. De las ocho leyes del bloque, sólo dos llegaron a ser sancionadas: la Reforma de la Ley Orgánica de los Consejos Comunales y la Ley Orgánica del Consejo Federal de Gobierno.

El diputado oficialista Darío Vivas niega que el resto de las leyes hayan sido puestas en el congelador, alegando que, simplemente, se ha iniciado un “período de consulta,” pero el rumor de pasillo en la Asamblea Nacional es que, por razones electorales, las leyes fueron diferidas hasta después de las legislativas, versión que sintoniza con el esfuerzo reciente de Chávez de desasociarse del comunismo.

Este frenazo que dio el gobierno no es sorpresivo, menos en tiempos electorales. Fue lo que hizo Chávez hace unos meses soltando a Álvarez Paz; lo que hizo en junio de 2008 con la Ley de Inteligencia; y lo que hizo antes con la Ley de Pesca, el pasaje de transporte urbano, el sistema de admisión universitario, el currículo escolar, la orden de detener a Valentín Santana, etcétera.

Sobre estos constantes repliegues, me gustaría hacer dos observaciones:

1) Guerra avisada no mata soldado. Ya sabemos que, tarde o temprano, el gobierno sacará del congelador las otras leyes del Bloque de Leyes del Poder Popular que la Asamblea Nacional no sancionó. Se tiene una ventana de tiempo para planear cómo combatirlas.

2) La constante presión de la Alternativa Democrática no ha sido en vano, pues ésta se ha convertido en una verdadera rémora a la ambición totalitaria de Chávez. Así como algunos -con algo de razón- piensan que Chávez es el resultado de una oposición dividida y descoordinada, yo pienso -también con razón- que, sin el empecinado e infatigable esfuerzo de muchos activistas, dirigentes y militantes opositores, Chávez ya hubiese convertido al país en una dictadura como la cubana.

La idea más cómoda, simplista, dañina, poco original y contraproducente que sigue circulando dentro y fuera de Venezuela es que la oposición no sirve.

H/T: Gustavo Tarre.

Juego de percepciones

Martes, 20 de julio de 2010

Es ya de conocimiento público que Álvaro Uribe no consultó con el presidente electo, Juan Manuel Santos, la decisión de presentar pruebas contundentes ante los medios de la presencia de las FARC en Venezuela pocos antes de entregar el poder.

Y, previsiblemente, esta decisión ha generado críticas. Muchos dicen, no sin razón, que con esta movida el presidente saliente le complicó a Santos la tarea de amainar las tensiones con Venezuela, prerequisito indispensable para reanudar las relaciones comerciales.

Pero ¿salió de verdad Santos perjudicado?

Yo creo más bien lo contrario. La movida de Uribe benefició a Santos.

En primer lugar, no hay que sobrestimar los avances que había hecho Santos con Venezuela como presidente electo. Chávez quizá habló de asistir a la toma de posesión, y de la posibilidad de reestablecer el comercio con Colombia, pero quien esté más o menos informado sobre la extrema volatilidad que ha caracterizado la política de Chávez hacia Colombia sabe muy bien que ni Santos ni la nueva canciller, independientemente de sus habilidades diplomáticas, son capaces de asegurar estabilidad en la relación bilateral. En este sentido Uribe tiene razón: se equivocan los que atribuyen a su actitud “guerrerista y conflictiva” el deterioro de las relaciones. El principal problema siempre ha sido Chávez.

En segundo lugar, con esta movida Uribe mejoró, sin querer, la imagen de Santos. Arrimó al presidente electo hacia el centro, mucho más cerca de esa “tercera vía” de Giddens y Blair con la que Santos siempre se ha sentido identificado. De ser visto por muchos -sobre todo en el plano internacional- como un adalid del uribismo más radical, Santos es visto ahora como un versión más moderada y conciliatoria de Uribe, incluso -vueltas que da la vida- por el presidente Chávez.

Justa o injustamente, la imagen de Santos se ha desprovisto un poco de los excesos del uribismo sin sacrificar las cosas buenas.

Discurso como humor

Viernes, 16 de julio de 2010

Ayer, escuchando con atención una cadena de Chávez durante más de una hora, tomé algunas notas. Perdonen la redacción apurada:

Mientras habla, Chávez está ensimismado, bajo el hechizo de sus propias palabras. Está sumido en el momento, en parte –y en ésto no creo equivocarme– creyéndose lo que dice. Su discurso no sigue un cauce racional, sino se deja jalonar por las emociones. Su discurso no parece tener un centro, unos claros parámetros que lo regulen, que le impongan límites, reglas objetivas, para así evadir contradicciones, desplantes, excesos. Al contrario: verlo hablar es presenciar un triunfo parcial de las emociones sobre el intelecto. Sus opiniones no son de verdad opiniones sino algo mucho menos fijo y más volátil, que está más cerca de los apetitos o los estados de humor. Por eso puede sonar genuino, como suenan genuinos los comentarios irracionales de un hombre que sucumbe, de pronto, a un ataque de rabia o de tristeza. Por eso sus palabras gozan de cierta legitimidad emocional, una virtud poderosa para seducir o convencer. Por supuesto, a veces se puede detectar claramente la intención manipuladora, la mentira consciente. Pero escuchándolo es difícil establecer claras delimitaciones entre la manipulación, la convicción, la honestidad, el delirio, la ignorancia, la mentira.

Un ejemplo.

Como media hora después de comenzar la cadena, Chávez comienza a regañar a los venezolanos por consumir cerveza. Habla sobre cómo los ricos buscan manipular a los pobres vendiéndole cervezas en vez de helados, frutas, etc. “¿Por qué el presidente de Polar no vende helados en los barrios? ¿Por qué eso no le da tanto dinero?”

Luego dice (todas mis citas son de memoria): “A los pobres los han acostumbrado a beber, a fumar, para que los oligarcas puedan enriquecerse. Uno va a los barrios y uno no ve cines, uno no ve teatros, uno no ve heladeros.”

De pronto, Chávez reacciona. Uno nota claramente cómo le pasa una nube por la cabeza, saboteándole su idea. Chávez recuerda que él lleva ya once años en el poder y que, si no hay cines en los barrios, la culpa es también suya. Entonces retrocede. Dice: “Claro, ya se ha avanzado mucho. Se ha hecho un esfuerzo grande en estos últimos años por construir canchas deportivas, alejar a los pobre de las drogas con actividades culturales, etc…”

El momento es revelador. La razón impidió que Chávez se desbarrancara en el terreno de lo absurdo. Pero esto no siempre pasa, porque en Chávez los pilares de la razón, esos que se encargan de regular las corrientes de las emociones, son increíblemente débiles. Muy fácilmente, Chávez ha podido desbarrancarse. Muy fácilmente, Chávez ha podido seguir hablando de las carencias de los barrios, cegado por la emoción del momento.

Más sobre este tema:

Anderson Revisited

Jueves, 15 de julio de 2010

Francisco Chávez Abarca

Después del caso de Danilo Anderson, hay que ser crédulo para no ver con sumo escepticismo el caso de Francisco Chávez Abarca.

Sólo basta ver el reportaje de VTV, con su trama infantil, sus incongruencias y su reparto de malos actores, para detectar que todo esto, muy probablemente, es una olla como la que le montaron a Maraco (ver El caso de Maraco).

La actuación de Chávez Abarca es risible, como de una película de Ed Wood, sobre todo cuando mira fijamente la cámara del aeropuerto (¡y la cámara lo enfoca!) y cuando choca cinco con el agente que lo interroga. (¿Por qué diablos esa camaradería? Más aún: ¿Por qué el gobierno, independientemente de la veracidad de la acusación, decidió escoger la peor imagen para probar su caso? Respuesta: Porque la estupidez e incompetencia del gobierno no tiene límites).

La conveniente -demasiado conveniente- conexión con el enemigo acérrimo del régimen chavista, Luis Posada Carriles, y la también conveniente y expedita extradición a Cuba del presunto magnicida (¿miedo a que el nuevo “testigo estrella” se enrede en sus mentiras como Geovanny Vásquez?).

La manera enfática -sospechosamente enfática- como los diputados y ministros oficiales, mario silva y la nimiedad ésa que escupe vilipendios en Los Papeles de Mandinga, culpan a los medios privados de no informar sobre el caso, como si la actuación de los medios fuese más alarmante que el supuesto intento de magnicidio.

Los reportajes balurdos que los medios oficiales ya tenían listos sobre Alejandro Peña Esclusa, que recuerdan, una vez más, la olla que le montó el gobierno a Maraco.

El silencio de Fidel, que no mencionó en su reaparición el lunes el caso de Chávez Abarca, acaso porque lo traicionó el subconsciente. ¿Alguien se imagina a Fidel no mencionando el caso si no fuese un montaje? ¿Rehusándose a darle palo a esa piñata?

Y, finalmente, los aviones….La incongruencia entre el video de VTV que muestra a Chávez Abarca montándose en un avión con destino a Cuba y el video de la televisora cubana que muestra a Chávez Abarca llegando a La Habana en un avión distinto (y ya sin el disfraz de hombre de extrema peligrosidad).

Si el ex fiscal Isaías Rodríguez no estuviese copado escribiendo poemas al equipo de fútbol español, pensaría que esta tramoya bufa y chambona es obra suya.

Más sobre este tema:

Mensaje al opositor abstencionista

Martes, 13 de julio de 2010

Hay quienes critican a la oposición por depositar sus esperanzas en las elecciones legislativas de septiembre.

Aducen que Chávez podría hacer con la Asamblea Nacional -y, en efecto, ya está haciendo- lo que hizo con la Alcaldía Mayor: despojarla de sus competencias si la alternativa democrática se adueña de ella mediante el voto.

También dicen -y con razón- que, incluso cuando la oposición tenía más diputados en el Congreso, el chavismo se las ingenió para excluir a esa porción significativa de la toma de decisiones.

Muchos de ellos rechazan la abstención, pero su mensaje parece más bien alentarla, pues si votar es casi irrelevante ¿para qué molestarse en ir a las urnas?

El problema que tengo con este grupo de escépticos no es que lo que dicen no sea cierto, sino que no proponen alternativas viables a la lucha electoral. Pues, además de votar y aceptar competir bajo condiciones injustas (y con la posibilidad de trampa después de los comicios), ¿qué otras alternativas tenemos?

Una posible es la abstención, pero ya probamos esta estrategia y conocemos el resultado.

Otra es tomar las armas, opción rechazada por la mayoría de los venezolanos.

Eso nos deja con la alternativa electoral.

¿Por qué esta es la mejor opción?

Para responder esta pregunta se debe comprender lo siguiente: Chávez encarna un régimen autoritario electoral, donde el poder se ejerce de forma despótica y casi sin límites, pero se legitima con elecciones.

A Chávez, pues, hay que deslegitimarlo con el voto.

Los que proponen un escenario de huelgas, marchas y movilizaciones deben admitir que no hay mejor incentivo para la movilización que unas elecciones robadas (sean éstas o las próximas).

E incluso la minoría radical que piensa que a Chávez hay que sacarlo a la fuerza debe aceptar que deslegitimar a Chávez con el voto no afecta su causa.

Es muy fácil burlarse de la ingenuidad de los que damos importancia a las elecciones de septiembre.

Mucho más difícil es proponer una mejor alternativa.