Alerta de qué se dice…

Martes, 16 de agosto de 2011

Carlos Mata Figueroa

¿Qué busca el gobierno de Venezuela desplazando al centro del debate público el papel de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana en la vida política nacional?

Hay dos cosas ocurriendo simultáneamente.

La primera es una visible paranoia del gobierno que pareciera estar relacionada a la enfermedad de Hugo Chávez o al temor de que el relativo vacío de poder creado por su enfermedad sea aprovechado por militares resabiados en la FANB.

La segunda es un calculado goteo de declaraciones de funcionarios chavistas sugiriendo, a veces de una manera ambigua, a veces de una manera más clara y directa, que la FANB sólo puede ser leal a Hugo Chávez y que no reconocería una victoria electoral de la oposición.

El primer factor, la paranoia, es perfectamente comprensible, pero el timing del segundo factor no es tan fácil de comprender.

¿Por qué ahora? Si la intención es que la FANB desconozca un resultado electoral adverso al gobierno, ¿por qué no esperan el día de las elecciones para dar el golpe? ¿Para qué el temprano aviso? ¿Para desmotivar al votante opositor y tratar de convencerlo de que su voto es inútil? ¿Pero cuál es la necesidad de dar ese mensaje en este momento? ¿Por qué no esperar una fecha más cercana a las elecciones para desmovilizar al electorado opositor?

La torpeza no puede descartarse como explicación, porque el gobierno muchas veces actúa irracionalmente.

Pero otra hipótesis es que el target del mensaje sea la FANB misma. Las declaraciones de desconocer resultados electorales quizá buscan cualquier reacción de militares institucionales para luego marginarlos y sacarlos de posiciones donde pueden ser peligrosos. Es decir: lo que estamos viendo ahora podría ser una estrategia de purga.

Hace pocos días el ministro de Defensa, Carlos Mata Figueroa, acusó sin dar nombres a ex integrantes de la FANB de estar acompañando a la “canalla” que ataca a la institución militar.

Aseguró que los servicios de inteligencia están muy pendientes de todo esto e hizo un llamado a todos los oficiales: “Estemos alertas en todas partes donde estemos, de quién tenemos al lado, de dónde estamos, de qué se dice.”

Obviamente se refería a militares “enemigos” dentro de las Fuerza Armada Nacional.

Caminata

Lunes, 15 de agosto de 2011

Autora: Mirtha Rivero

Ernesto Sábato

Como las ocho y media de la mañana, bajaba por el parque completamente absorta, desoyendo la música que sonaba a través de los audífonos. Pensaba en una charla que había tenido con mi marido y en cómo transformarla en un artículo. La noche anterior habíamos estado hablando (mejor dicho: él hablaba, yo apenas metía baza), sobre el ensayo La maldad totalitaria del filósofo chileno Fernando Mires que recién había descubierto en prodavinci.com. El ensayo –denso- había copado la sobremesa, y yo, al día siguiente, seguía pensando. Trataba de masticar el texto que hablaba de la maldad, del totalitarismo como maldad y, también, de la banalidad. Mientras me ejercitaba, exprimía la plática.

La maldad no puede existir sin un grupo de malvados, pero sobre todo sin una sociedad banal, entendiendo por banal a la masa de gente que se acomoda a que le digan qué está bien, qué está mal, a dónde ir, qué decidir, qué visión de país tener. La maldad del totalitarismo (aunque suene redundante) precisa de gente sin capacidad crítica o profundidad de pensamiento, requiere de muchedumbres que –sin preguntar- aceptan la realidad como se la pintan desde el poder o desde la ideología. Son sociedades uniformes, sin relieves, sin aristas, sin clases sociales, porque los regímenes totalitarios no resisten la complejidad, sino que fabrican cuatro o cinco respuestas simples y, a partir de ahí, explican, justifican y culpabilizan todo. Y por eso –oía en mi cabeza a mi marido- en sociedades simples puede triunfar la maldad; la maldad totalitaria no cuadra con la vida en democracia, porque vivir en democracia implica la contribución de muchos, y al haber muchos la realidad se hace compleja; el gobierno de una sola persona o una sola ideología es simple per se, no tiene ni acepta complejidades.

Por eso el mal triunfa y el fascismo se impone, porque hay una masa –banal- que adopta (a veces por las malas, es verdad) la superficialidad, que acepta todo lo que viene de arriba. Pero resulta que el totalitarismo precisa disfrazar su simplismo, necesita grandilocuencia, epopeyas, símbolos patrios, gestas gloriosas para esconder su verdadero pensamiento que solo sabe de amigos, enemigos, servilismos y conspiraciones.

En fin… que yo estaba tratando de resolver cómo “metía” toda esa plática en tres mil quinientos caracteres, cuando, de súbito, una mariposa amarilla y negra casi rozó mi cachete. Y me sorprendí, porque, además, se supone que esos insectos tienen radares y deben saber cómo no chocar con la gente desprevenida que camina sudorosa entre los árboles. Pues bien, la mariposa me sacó del berenjenal en que estaba sumida, y no contenta con eso pareció querer acompañarme el trecho que me faltaba por cubrir. Ya había llegado al final del parque y me devolvía, subiendo mi cuesta, y la mariposa subía conmigo. Entonces me olvidé de la maldad, del fascismo y de las sociedades que lo permiten para fijarme en una mariposa empeñada –creí yo- en acompañarme. Era una mariposa hermosa, parecida a las Monarca que en septiembre visitan Monterrey en un largo viaje que las lleva desde la frontera entre Canadá y Estados Unidos hasta los bosques de Michoacán en el centro de México. Y al percatarme de la criatura, acallé mi pensamiento junto con la música que, inútil, sonaba. Decidí, como habría dicho Ernesto Sábato, que camináramos juntas “sin decirnos nada, como cuando se muere alguien que queremos mucho y cuando comprendemos que las palabras son irrisorias o torpemente ineficaces.”

Cortesía del suplemento Día D de 2001.

La gran explicación

Viernes, 12 de febrero de 2011

España, el Reino Unido, Chile, Israel, Medio Oriente y el Norte de África, ¿tienen un denominador común las protestas en todos estos países y regiones? ¿Y están estas protestas conectadas al creciente descontento popular en China?

Samuel Huntington le decía a sus alumnos que en las ciencias sociales uno debía encontrar algo grande qué explicar. Si tratas de explicar algo trivial, ¿a quién le importa? Pero si es algo como la revolución francesa las razones para tratar de explicarla son muy poderosas:

“Si tienes 19 razones que explican la revolución francesa no estás haciendo bien tu trabajo. Si le dices a la gente que el mundo es complicado no estás haciendo tu trabajo como politólogo. La gente ya sabe que el mundo es complicado. Tienes que destilarlo, simplificarlo, darles una idea de cuál es la causa principal, o el par de causas principales, que explican este poderoso fenómeno.”

Aunque no es un mal consejo, se debe tomar con cuidado. Porque hay una pendiente resbaladiza entre observar un fenómeno grande y destilarlo hasta identificar su causa principal, e imaginar una causa principal para luego deformar y manipular una compleja realidad para que encaje con esa causa.

En Choque de Civilizaciones Huntington hizo lo segundo más que lo primero.

Pero, ¿tienen las protestas en Medio Oriente, España, el Reino Unido, Chile e Israel un denominador común?

Nouriel Roubini dice que este denominador común es la creciente desigualdad de ingreso. Otros dicen que el origen de muchas de estas protestas puede ser fiscal.

Si estuviera vivo, creo que Huntington tendría otra explicación.

Precios solidarios

Jueves, 11 de agosto de 2011

Hace ya meses, caminando con un amigo por el centro de Caracas, me crucé con un peluquería al aire libre.

Pasando la plaza Bolívar, una cuadra después de la sede de la alcaldía, una señora gordita, cincuentona, que descansaba debajo de un viejo toldo con una sola silla, me preguntó si quería un corte de pelo a buen precio.

Al lado de ella, vi un pedazo de cartón mal cortado donde alguien había escrito con marcador negro, con una letra torpe (y copio textualmente): Barbería socialista. Sin máquina con tijera con precio solidario. Y luego, a modo de firma: ¡Bolivariano y revolucionario!

Mi amigo sonrió, reprimiendo una risa para no ofender a la señora. Luego dijo que a veces se preguntaba si el uso del lenguaje revolucionario era una estrategia de marketing. La vestimenta de la señora buscaba disipar cualquier duda sobre sus preferencias políticas. Llevaba una gorra del PSUV, una camisa blanca con el logo de la alcaldía y unos pantalones rojos que parecían embutidos con calzador en su figura. Pero ¿no podía ser eso una estrategia? ¿Una manera de atraer al público chavista que pulula en los alrededores de la alcaldía?

Mi amigo me contó que un día, cuando comenzaba a llover, una vendedora vestida de rojo de pies a cabeza le había ofrecido en Sabana Grande un paragua rojo “revolucionario.” Cuando le dijo a la vendedora que no era chavista ella sacó otro paragua azul y le dijo que también tenía paraguas capitalistas.

-Aquí tenemos pa’ todos los gustos, mi amor. Pa’ escuálidos, pa’ chavistas y hasta pa’ independientes.

-Es lo mismo -me dijo mi amigo-. La vendedora y la peluquera tienen un denominador común: la necesidad. Y la ideología se subordina a esa necesidad. La ideología pura es un lujo para gente más rica. La mayoría de los pobres están demasiado abrumados con la vida como para pararle demasiado a eso. O para ser demasiado rígidos con sus convicciones políticas. Lo intereses económicos tumban los ideológicos. ¿No te fijaste que el precio “solidario” era el mismo que en cualquier peluquería en Sabana Grande, donde al menos hay aire acondicionado? Para mí el chavismo duro significa gente que siempre va a votar por Chávez. Pero, con Chávez fuera del juego, estos chavistas migran fácil a otros candidatos, independientemente de su ideología.

El paraíso en la otra esquina

Miércoles, 10 de agosto de 2011

Eduardo Samán

Desalado utopismo, ignorancia, supina estupidez e inocencia casi infantil, Eduardo Samán proyecta todo esto y más en una fascinante entrevista que publicó el pasado domingo El Nacional (suscripción).

A veces tienta decir que el chavismo ha degenerado en una masa de múltiples intereses, mucha veces contradictorios, que sólo logran cierto nivel de cohesión no tanto por los beneficios del poder ni menos la fuerza de la ideología, sino por una dinámica política autodestructiva y viciosa que ha convertido la preservación del poder y la supervivencia de los que ejercen el poder en exactamente la misma cosa.

Pero el ex ministro de Comercio lo pone a uno a dudar.

A continuación algunos extractos:

Samán: En los restaurantes capitalistas primero se llega con el billete y luego se come; en la arepera socialista el plan es al revés: primero se come y luego se paga lo que se puede. Se puso la caja registradora en la parte de atrás e iba a desaparecer cuando el socialismo estuviera bien comprendido.

El Nacional: ¿Entonces las arepas iban a ser gratis?

Samán: En el socialismo hay una máxima que dice: a cada quien según su habilidad y a cada quien según su necesidad…Cuando se cumple esto, el dinero pasa a otro plano. Cuando la gente comía primero y luego cancelaba ­sólo para que el proyecto fuera autosustentable­ se le quitaba el carácter de mercancía a los alimentos. Al principio, 80% de las personas pagaba; luego, esa cifra subió a 95%. El 5% restante correspondía a los indigentes que disfrutaban su arepa sin problemas. Los estudiantes del Liceo Andrés Bello tampoco pagaban. Venían 1.500 personas al día y se despachaban 3.000 arepas a 5 bolívares cada una. Sola costaba 0,50 bolívares y rellena entre 2 y 4 bolívares. Las más baratas eran las de pernil y de queso. También se vendían 1.500 jugos cada jornada. Entraban entre 30.000 y 35.000 bolívares al día. Una vez que se creara esa conciencia socialista, la caja registradora iba a desaparecer. Sólo se pondría un buzón para que la gente depositara lo que podía pagar.

El Nacional: ¿Y cómo se garantizaba la rentabilidad de ese negocio?

Samán: Las areperas no eran un negocio, eran un centro de formación socialista. Los trabajadores tenían que ser socialistas y allí todos tenían que hacer de todo, no había división del trabajo….En la arepera nadie se agarraba un bolívar, ahí sobraba el dinero. La gente dejaba el vuelto, por lo que siempre había más de lo que se reportaba en las ventas.