Longing

Viernes, 1 de abril de 2011

Allan Bloom

En Ravelstein, Saul Bellow cuenta que su gran amigo, el filósofo Allan Bloom, le enseñó que Eros en griego era daimon o daemon. Y eso era lo que Zeus le daba a uno como compensación por la cruel escisión del alma andrógina original del ser humano. Con la ayuda del Eros cada persona pasa la vida buscando su otra mitad. Y esta búsqueda de amor es el resultado de una profunda añoranza de plenitud (longing, la palabra en inglés para añoranza, es mucho más bonita). No todo el mundo siente ese longing o no todo el mundo lo reconoce o acepta cuando lo siente. En la literatura Romeo y Julieta lo tenían. Anna Karenina, Emma Bovary y Madame de Rênal lo tenían. Y por supuesto otros lo tienen en una forma oscura, velada, difícil de detectar. Bloom/Ravelstein no decía si el matrimonio podía eliminar esa añoranza, al menos temporalmente. Pero sí decía que el adulterio suele ser una manifestación de ese longing. Una demostración de su poder, de como puede arrollar principios éticos y llevarnos a mentir y engañar con crueldad.

Matizando un poco la observación de Bloom, yo diría que el adulterio no es siempre producto de ese longing. Muchas veces es el resultado de la simple sinvergüenzura; de una necesidad más ligera y carnal que profunda y espiritual. Pero diría también que ignorar la dimensión metafísica del adulterio tan bellamente ilustrada por los griegos es un pernicioso tabú de nuestro tiempo.

Próximo lunes:

  • ¿Se deben legalizar las drogas? Un ensayo sobre este tema.

Instintivamente estratégicos

Martes, 29 de marzo de 2011

Philip Roth

En The Humbling, la penúltima novela de Philip Roth, una pareja conversa sobre el futuro de su relación. La conversación es importante porque, a pesar de que la relación va bien, las posibilidades de que ésta no dure son altas. Pegeen, la mujer, es una lesbiana con una historia amorosa complicada que está, por primera vez en decadas, experimentando con una relación con un hombre. Y ese hombre (Simon Axler) es más de dos décadas mayor que ella.

En la conversación Pegeen le reconoce a Simon el riesgo emocional de continuar con la relación, pero le asegura que está dispuesta a tomar ese riesgo porque está feliz con él. Simon sospecha que su pareja le dice eso porque ahora lo necesita, pero está casi seguro que, una vez que se recupere del trauma que le causó su pasada relacion, una vez que esté en una situación emocional más estable, Pegeen lo va a dejar por otro hombre u otra mujer. Y sobre esta actitud, el autor, a través de Simon, hace la siguiente reflexión (modifiqué ligeramente el párrafo para no confundir al lector):

Dirá [Pegeen] cualquier cosa que tenga que decir, así el diálogo se desborde en la telenovela, para que nuestra relación continúe…porque todavía sufre las secuelas de su pasada relación. No está engañándome asumiendo esta actitud -es la forma en la que todos somos instintivamente estratégicos. Pero llegará un día en el que las circunstancias la coloquen en una posición mucho más fuerte para que luego la relación se acabe, mientras que yo habré quedado en una posición más débil sencillamente por haber sido demasiado indeciso para romper ya la relación. Y cuando ella esté fuerte y yo débil, el golpe será letal.

Instintivamente estratégicos. Este es el tipo de aguda observación que ilustra el talento de Philip Roth. Con este “instintivamente estrategico” Roth simplemente nos dice que la frontera que separa el amor y la honestidad de la manipulación y el instinto de autopreservación, puede ser muy nebulosa. Pegeen esta consciente de que en el largo plazo la relación probablemente no dure, y de que un eventual rompimiento podría destrozar a Simon. Pero al mismo tiempo siente -no injustificadamente- que hay algo bonito, genuino y real en su relación con él. Trágicamente, Pegeen es incapaz de medir hasta que punto el amor que siente por Simon depende de su necesidad momentánea de tener a alguien a su lado que la ayude a atravesar su crisis emocional. Inconscientemente, su instinto de supervivencia la lleva a exagerar convenientemente el amor que siente por Simon. Por eso Roth enfatiza que Pegeen no está engañando a Simon. Está siendo instintivamente estratégica sobre su futuro amoroso.

Próximamente:

  • ¿Se deben legalizar las drogas? 1500 palabras sobre el tema.

Cortázar y escribir mal

Viernes, 18 de marzo de 2011

Ya viejo Julio Cortázar solía decir que cada día escribía peor. Y en cierto sentido, tenía razón. Lean con cuidado el famoso (y muy corto) capítulo 7 de Rayuela. Miren la lógica inconsistente detrás de las comas y los puntos; la torpe repetición de palabras (“boca,” “cerca,” “pelo”); su estilo impreciso e ineficiente; el desorden oral de sus ideas. Mi profesora de Castellano de 4to grado diría que este capítulo está muy mal escrito.

Pero diciendo que “cada día escribía peor” Cortázar no necesariamente decía que era un mal escritor. Lo que en realidad sugería es que a veces, para alcanzar lo que tenía en mente, se veía obligado a buscar formas de expresión poco convencionales. Para recrear o reinventar una situación (en el caso del capítulo 7 un episodio muy íntimo) debía desafiar el uso tradicional del lenguaje para tratar de imponerle nuevos ritmos, directrices, sugerencias, ambigüedades. Sólo así podía expresar lo quería expresar y llenar de vida sus ficciones.

El capítulo 7 de Rayuela quizá está mal escrito. Pero no queda duda de que lo forjó un gran escritor.

Homenaje a Henriette Kühne

Jueves, 10 de marzo de 2011

Henriette en su estudio en la Barceloneta montando "La dolencia."

Hoy está de cumpleaños Henriette Kühne, editora de The Macuto Collective, diseñadora del banner de este blog y fiel lectora de este autor desde los tiempos en que escribía mucho peor que ahora.

Henriette es amargada, huraña, desaseada, socialmente inepta y físicamente desagradable (en la foto sale bien), pero no se le puede negar un exquisito gusto artístico y un gran talento para convertir en buen cine la ideas vulgares, irreverentes, exhibicionistas, iconoclastas y grotescas de TMC.

Tiene, además, un buen oído musical, algo que, supongo, tiene algo que ver con sus raíces germanas y a que la crió un padre melómano. Poco logran combinar tan bién el soft porn hereje con la música grandilocuente de Anton Bruckner.

Rara vez pasa una semana en que Henriette no me envíe por correo una aguda crítica a este blog, demostrando en cada ocasión que el resentimiento y la amargura pueden ser carburantes de la lucidez.

Pero cuando le gusta algo lo reconoce. Todavía recuerdo con cariño la carta elogiosa que me envió cuando publiqué Podrido Arte. (Henriette, mucho más radical que yo en estos temas, piensa que el arte se fue pa’ la mierda después de Velásquez).

También recuerdo con nostalgia nuestras vacaciones en México el año 97, cuando por primera vez nació la idea de TMC.

En todo caso, le deseo a Henriette Kühne feliz cumpleaños.

Con su gran talento (y a pesar de su edad), estoy seguro que su vida artística apenas comienza.

Lecciones de ayer

Sábado, 5 de marzo de 2011

John Bavicchi

Cuando canto en la ducha, o durante el desayuno, mi esposa siempre me dice “¿tu y no que estudiaste música?”

La pregunta siempre me hace reír, pero en el fondo es una pregunta seria.

¿Aprendí lecciones importantes durante esos fríos años en Boston estudiando armonía, contrapunto, orquestación y composición? ¿Fue en retrospectiva útil pasar horas y horas sumido en partituras de Wagner, Duke Ellington, Debussy y Stravinsky? ¿Que consecuencias tiene para mi vida de hoy haber pasado meses escudriñando con el gruñón y octagenario compositor John Bavicchi los últimos (y casi milagrosos) cuartetos de Beethoven? Más aún, ¿fue útil adentrarme con el errático pero encantador Vuk Kulenovic en el tupido universo teórico de Arnold Schoenberg?

Aunque ya no estudio ni compongo ni toco (seriamente) música, no me queda duda de que aprendí lecciones importantes, lecciones que guían hoy mi quehacer diario. Y no me refiero, por supuesto, a la carpintería pedestre de la música, sino a algo más profundo: a una manera de pensar, analizar, de procesar, sintetizar y cuestionar información. Y quizá -y esto sí podría ser delirante wishful thinking– a desarrollar un tacto para alcanzar de vez en cuando ese difícil equilibrio entre la razón y las emociones que, como dice Thomas Mann, puede insuflar las ideas con una enorme fuerza y poder de persuación.

La música también me enseñó ciertas maneras de ver el trabajo diario que, para bien o para mal, adopté entonces para nunca abandonar.

Vuk Kulenovic

Recuerdo, por ejemplo, cuánto me impresionó leer una entrevista con Igor Stravinsky donde el gran compositor ruso, el rebelde e irreverente creador de PetrushkaLa consagración de la primavera, comparaba su oficio de compositor con el de un zapatero. Cito de memoria: “Me levanto en las mañanas, cumpló un horario estricto de trabajo, luego descanso y me voy a dormir.” ¿Y si la inspiración no llega? “Eso no me importa a mí. Yo cumplí con mi labor haciendo acto de presencia.”

También recuerdo una bella anécdota del compositor John Cage sobre su maestro Arnold Schoenberg, otro radical innovador que revolucionó la música durante el siglo veinte abandonando el sistema tonal (una de esas creencias de Ortega y Gasset) e inventando el sistema dodecafónico.

Cage cuenta (y cito también de memoria) que Schoenberg una vez le preguntó cuántas horas tiene el día. Cage respondió que veinticuatro. Schoenberg negó con la cabeza y le dijo: “No es cierto. El día tiene el número de horas que John Cage -y no otro- decida ponerle.”

Una fase de mi vida que se hace cada vez más brumosa en mi memoria. Pero lecciones que aún están ahí.