Jueves, 20 de marco de 2014
Sigo dándole vueltas a algunos aspectos del debate dentro de la oposición. Y creo que, gracias a M.A. Martínez Meucci, puedo señalar mejor las diferencias.
Cierto, llamar a la manifestación pacífica conlleva un riesgo. Sin ser esa su intención estas manifestaciones podrían actuar como carburante a protestas violentas.
Al mismo tiempo, la manifestación pacífica es un derecho constitucional. Renunciar a este derecho para evitar la violencia es ceder ante un chantaje. ¿Y no es el gobierno el principal culpable de la crisis política? Más aún, ¿hasta qué punto debemos sacrificar la justicia para asegurar la paz?
En su blog, Martínez Meucci colocó un fragmento del libro seminal de Michael Walzer que arroja luz sobre este debate. Walzer habla del apaciguamiento en un contexto internacional, pero Martinez Meucci acierta relacionándolo con la situación en Venezuela.
Para Walzer el triunfo de la agresión es el mal mayor. En el caso de Venezuela “el triunfo la agresión,” diría yo, es el triunfo de la dictadura. La cubanización del país.
La justicia y la paz se hallan en un incómoda relación. Plantarse ante la injusticia pone en riesgo la paz. Pero no hacerlo podría permitir “el triunfo de la agresión.”
En la posición de algunos noto una actitud cómoda porque sacan a la justicia de la ecuación. Para ellos los “radicales” están dispuesto a poner en riesgo la paz por muy poco. Pero es posible que ellos simplemente perciban mejor el riesgo que supone el “triunfo de la agresión.” Es fácil y cómodo abogar por la paz del presente sin pensar en la paz del futuro.
Pero ¿hay un punto medio? ¿Se puede luchar por la justicia sin arriesgar un ápice la paz?
Walzer dice que el deber de los líderes es evitar la violencia en la medida de lo posible. Pero el argumento necesita una cláusula limitadora. Y el propósito de la cláusula es establecer cuándo optar por el apaciguamiento y cuándo no.
Walzer entonces cita el principio de Munich. Este principio dice que la pacificación no es necesariamente inmoral; podría incluso existir un deber de buscar la paz a expensas de la justicia. El apaciguamiento implicaría rendirse ante la violencia, pero no necesariamente una absoluta sujeción al “imperio de la violencia” o “la quiebra de la resistencia al mal en el mundo.” De nuevo, en el contexto venezolano podríamos decir que “imperio de la violencia” significa dictadura. Según el principio de Munich, la oposición podría abandonar la protesta pacífica sin que esto signifique resignarnos a un régimen totalitario.
Aquí está la división en el debate de la oposición. Un bando piensa que buscar la paz a expensas de la justicia no supone una rendición. Hay espacio y tiempo para acumular mayores fuerzas y competir por el poder en los próximos procesos electorales. Otros ven en el creciente autoritarismo del gobierno un acelerado cierre de las posibilidades de disputarle el poder al gobierno pacíficamente. Y consideran la protesta pacífica imprescindible para hacer frente a los embates autoritarios del gobierno. Noten algo importante: los radicales de la oposición no proponen violencia para impedir “el triunfo de la agresión.” Simplemente manifestaciones pacíficas. En el universo de Walzer los “radicales” serían radicales sólo en su pacifismo. No estamos hablando de violencia vs. apaciguamiento sino de no violencia vs. apaciguamiento.
Ahora bien, ¿exagera el segundo bando la amenaza autoritaria o el cierre acelerado de las posibilidades de disputar el poder pacíficamente?
Los eventos de los últimos días parecieran indicar que más bien ha subestimado esta amenaza.
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