Ciudad Tavacare

Martes, 23 de julio de 2013

Cuando me animé a escribir la pequeña crítica de ayer decidí interrumpir temporalmente mi plan de elogiar otro reportaje escrito por….el mismo autor.

Si iba a publicar ambos comentarios, ¿por qué no terminar con el positivo?

En fin, la historia que Ewald Scharfenberg, Alfredo Meza y Briceida Morales cuentan sobre Ciudad Tavacare no puede ser más interesante. ¿Por qué? Porque mezcla imperialismo chino con esclavitud moderna, utopismo socialista con capitalismo salvaje, narcotráfico con corrupción, mafias sindicales con refugiados. Este el tipo de historias fértiles que inspiran novelas como las de Thomas Mann y Mario Vargas Llosa.

Y, a pesar del exhaustivo trabajo de investigación, presiento que Meza, Scharfenberg y Morales apenas están arañando una realidad que es mucho más densa; que si siguen hurgando descubrirán una historia aún más rica y absorbente. ¿Es esa la intención? No me sorprendería que el reportaje sea un work-in-progress. Meza ya tiene un historial transformando en libros los episodios más fascinantes de la era de Chávez.

El torero Evans

Lunes, 21 de julio de 2013

Hablando de Orwell, algo me irritó ligeramente de un largo reportaje de Boris Muñoz y Alfredo Meza sobre la Venezuela postchavista.

Nícmer Evans. O, más bien, el Nícmer Evans que emerge del reportaje.

Muñoz y Meza relatan cómo Evans se metió en problemas con la cúpula chavista por sus críticas a la campaña de Maduro.

Evans dice que está de acuerdo con que los trapos sucios deben lavarse en casa, pero se pregunta: “¿Dónde están las bateas del PSUV para lavarlos? Mientras no exista la posibilidad de diálogo interno, seguiré lavando los trapos sucios donde me sea posible”…Evans sostiene que el liderazgo de Chávez impidió la autocrítica alentando la incondicionalidad. “Aunque él mismo era el principal crítico del gobierno, eso no ayudó a un proceso dialéctico”, dice. Esto implica que el partido y los chavistas se acostumbraron a obedecer verticalmente. La ausencia de Chávez no ha hecho sino empeorar la situación.

Pausadamente, pero con obstinación, como un torero avezado, Evans clavó otra banderilla en la cúpula chavista. “En el sector más poderoso de la dirección del partido, el estalinismo es la manera más rápida de resolver las diferencias. Esto contradice el libro rojo del PSUV, que propone el socialismo a través de la democracia participativa. El liderazgo actual está vencido”, dijo.

Sin embargo, su mira no está puesta sobre el hostigamiento en su contra o en el señalamiento de los culpables, sino en los estragos a largo plazo que los problemas actuales pueden causar en el chavismo. Para Evans, las decisiones deben adoptarse horizontalmente a través de la consulta popular y con los otros sectores de la izquierda venezolana que forman parte del chavismo. De lo contrario, la revolución quedaría atrapada en el modelo imperante de reparto de cuotas de poder a través de actores políticos, heredado de los cuarenta años de bipartidismo antes de Chávez.

No quiero ser rudo, pero para mí es difícil leer esta sección de Evans sin pensar que los autores me están vendiendo gato por liebre. Aunque claro está que sin mala intención.

Lo que dice Evans sobre la falta de bateas en el PSUV y el “estalinismo” como método de resolver diferencias internas, no tiene ningún sentido, porque eso, en esencia, no sólo es un defecto del chavismo bajo Maduro, sino era el chavismo bajo Chávez. No es, pues, una preocupante tendencia desviatoria dentro del oficialismo sino la esencia del chavismo. El que Evans ha defendido y apoyado.

¿O Evans no recuerda lo que le pasó a Francisco Ameliach cuando asomó, sólo asomó, la posibilidad de postergar la creación del PSUV y desempolvar al MVR para no perjudicar la selección de candidatos oficialistas para las elecciones regionales de 2008? Como éste, hay decenas de ejemplos que Evans, sin duda, debe conocer.

Entonces a Evans sólo hay dos maneras de interpretarlo. O es un analista muy pirata, honesto pero pirata, con una enajenada incapacidad de detectar la descomunal contradicción en la que incurre defendiendo a El Comandante y a la vez criticando a los sucesores de Chávez por el comportamiento que imitan de Chávez. O es un talentoso actor capaz de revestir sus análisis con una pátina de “objetividad” que en realidad, como dice Orwell, es una hábil manera de aceptar lo inaceptable y justificar lo injustificable sin verse mal y preservando cierta aura de respetabilidad.

Yo me inclino por la segunda, pero el hecho es que cualquiera de las dos opciones pintan a un Evans que es difícil tomar en serio.

¿Por qué mi problema con los autores? Porque nada de esto queda claro. Evans más bien emerge del reportaje como un ejemplo de la voces racionales dentro del oficialismo que se están rebelando por una especie de desviación del proyecto chavista bajo Maduro que en realidad no es una desviación sino una simple continuación.

Mejor que Stalin

Lunes, 21 de julio de 2013

En su blog Krugman nos recuerda un extracto del ensayo de Orwell “Politics and the English Language.”

La razón de la cita son las críticas que ha recibido Krugman por su duras opiniones sobre el régimen chino. ¿No está siendo Krugman demasiado duro con un gobierno que, aunque dictatorial, ha tenido increíbles éxitos económicos?

Orwell:

Consider for instance some comfortable English professor defending Russian totalitarianism. He cannot say outright, “I believe in killing off your opponents when you can get good results by doing so.” Probably, therefore, he will say something like this:

“While freely conceding that the Soviet regime exhibits certain features which the humanitarian may be inclined to deplore, we must, I think, agree that a certain curtailment of the right to political opposition is an unavoidable concomitant of transitional periods, and that the rigors which the Russian people have been called upon to undergo have been amply justified in the sphere of concrete achievement.”

Krugman dice luego que afortunadamente China no es Rusia. Pero que “mejor que Stalin” no es precisamente un eslogan inspirador.

En fin, pensé que esta cita podía interesar a los lectores venezolanos del blog. Y disculpen la ausencia: he estado viajando.

Esclavo de Dios

Lunes, 15 de julio de 2013

Hablando de las fronteras entre el arte y la política, acabo de leer un reportaje en la revista Zeta (no hay versión electrónica) sobre la controversia alrededor de “Esclavo de Dios,” una película sobre el atentado a la Asociación Mutual Israelita de Argentina (AMIA) en Buenos Aires, a mediados de los 90. En el ataque terrorista murieron 85 personas. Nadie ha sido condenado, pero muchos aseguran que Hezbolá estuvo detrás del atentado.

Al parecer el oficialismo piensa que a la película le falta “equilibrio” y ordenó que las salas de cine donde se proyecta “Esclavo” transmitieran un cortometraje de 10 minutos antes de la película. Este corto, titulado “Palestina y otros relatos,” habla de la destrucción del pueblo palestino por “sionistas extranjeros.”

Lo peor es que no hay una clara separación entre el corto y la película, lo cual, según el director de “Esclavo,” confunde el público. Para resumir, el oficialismo decidió darle “balance” a una película de ficción con un documental no ficticio pro-Palestina.

¿Qué tan grave es esto?

Pues es el equivalente a que le hubiesen impuesto un preámbulo no ficticio a una novela de García Márquez para “balancear” las ideas presentes en el libro.

En cualquier mente racional esto sería visto como una acción estalinista. Pero para Ricardo Piglia los estalinistas son los escritores que se niegan a participar en el Rómulo Gallegos para protestar contra este tipo de prácticas.

Bolaño y el exilio venezolano

Lunes, 15 de julio de 2013

Muchos comentarios sobre Roberto Bolaño, a raíz del décimo aniversario de su muerte.

Y, para poner mi granito de arena, vuelvo a destacar un aspecto de su obra que, para mí, ilumina una realidad un poco triste de la era de Chávez.

En la obra de Bolaño brota a cada rato la figura del latinoamericano errante. Miembros de la clase media que, forzados por las circunstancias, migran de sus países y luego pasan años de una ciudad a otra, de un país a otro, desempeñando oficios menores para sobrevivir y absueltos o aliviados del fracaso y la mediocridad por el relativo anonimato del que gozan como inmigrantes.

La vida de estos hombres y mujeres transcurre en la periferia, en una suerte de limbo existencial porque nunca terminan de echar raíces donde viven y porque van perdiendo poco a poco los vínculos con los lugares de donde provienen.

Se les va la vida sintiéndose en medio de una transición, como en una larga espera para que todo vuelva a una normalidad cada vez más elusiva.

¿Cuántos venezolanos en el exterior son, en mayor o menor medida, latinoamericanos errantes?

Yo he conocido a muchos. Y, como en los cuentos de Bolaño, creo notar un trasfondo triste en sus historias de desarraigo. Muchos se mimetizan con la cultura de sus nuevos hogares, integrándose exitosamente a la sociedades adonde les tocó huir. Pero otros son como peces fuera del agua; a uno le da la impresión de que nunca lograrán escapar el limbo donde cayeron sin darse cuenta.