Lunes, 15 de julio de 2013
Muchos comentarios sobre Roberto Bolaño, a raíz del décimo aniversario de su muerte.
Y, para poner mi granito de arena, vuelvo a destacar un aspecto de su obra que, para mí, ilumina una realidad un poco triste de la era de Chávez.
En la obra de Bolaño brota a cada rato la figura del latinoamericano errante. Miembros de la clase media que, forzados por las circunstancias, migran de sus países y luego pasan años de una ciudad a otra, de un país a otro, desempeñando oficios menores para sobrevivir y absueltos o aliviados del fracaso y la mediocridad por el relativo anonimato del que gozan como inmigrantes.
La vida de estos hombres y mujeres transcurre en la periferia, en una suerte de limbo existencial porque nunca terminan de echar raíces donde viven y porque van perdiendo poco a poco los vínculos con los lugares de donde provienen.
Se les va la vida sintiéndose en medio de una transición, como en una larga espera para que todo vuelva a una normalidad cada vez más elusiva.
¿Cuántos venezolanos en el exterior son, en mayor o menor medida, latinoamericanos errantes?
Yo he conocido a muchos. Y, como en los cuentos de Bolaño, creo notar un trasfondo triste en sus historias de desarraigo. Muchos se mimetizan con la cultura de sus nuevos hogares, integrándose exitosamente a la sociedades adonde les tocó huir. Pero otros son como peces fuera del agua; a uno le da la impresión de que nunca lograrán escapar el limbo donde cayeron sin darse cuenta.
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