¿Comienza la transición?

Domingo, 9 de diciembre de 2012

Un par de observaciones sobre el anuncio de Chávez de anoche que tiene conmocionada a Venezuela.

Primero lo obvio. Diosdado Cabello recibió un bofetón. El artículo 233 sobre lo que sucedería si algo le pasa al presidente es ambiguo y confuso, y Chávez ayer decidió resolver (que es muy diferente a “aclarar” o “despejar”) esa ambiguedad.

Chávez no se ensarzó en razonamientos sobre el 233. Simplemente designó a Maduro como sucesor hasta las nuevas elecciones y, más aún, dijo que la bandera de la revolución la heredaba él si le ocurría algo.

Algo curioso, por cierto, es la manera como Chávez comunicó esta decisión (énfasis mío):

Si se presentara alguna circunstancia sobrevenida que a mí me inhabilite para continuar al frente de la Presidencia de la República, bien sea para terminar los pocos días que quedan (un mes) y sobre todo para asumir el nuevo período para el cual fui electo por la gran mayoría de ustedes, Nicolás Maduro no solo debe concluir el período, sino que mi opinión firme, plena, irrevocable, absoluta y total es que en ese escenario, que obligaría a convocar a elecciones presidenciales como lo manda la Constitución, ustedes elijan a Nicolás Maduro como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido de corazón.

Lo curioso es la contundencia, que pareciera revelar dos cosas.

La primera es que Chávez quiere que se sepan con mucha claridad sus deseos de sucesión, como si fuese posible que no tuviese otra oportunidad en el futuro para expresarlo.

La segunda es que, si siente la necesidad de ser tan contundente, quizá es porque la guerra interna por la sucesión entre las diferentes facciones del chavismo es feroz.

La decisión reciente de pasar el Sebin a manos de la vicepresidencia refuerza esta hipótesis.

Una última observación. Chávez pareciera haberle cerrado el paso a la posibilidad de modificar la Constitución para evitar un convocamiento de elecciones si él fallece. Ha podido ser ambiguo; ha podido no decir nada; ha podido asomar las posibilidad de que no se respetería el 233.

Pero fue claro. Si le pasa algo, habrá elecciones en 30 días.

The Wire

Miércoles, 5 de diciembre de 2012

Jacob Weisberg sobre The Wire:

The Wire, which has just begun its fourth season on HBO, is surely the best TV show ever broadcast in America. This claim isn’t based on my having seen all the possible rivals for the title, but on the premise that no other program has ever done anything remotely like what this one does, namely to portray the social, political, and economic life of an American city with the scope, observational precision, and moral vision of great literature.

Primero que nada déjenme suscribir lo dicho por Weisberg. Sé que llegué tarde a esta fiesta y que soy el último de una larga lista en decirlo. Pero The Wire se mide de tú a tú con la gran literatura. Más aún, la ambición totalizadora de David Simon y Ed Burns contrasta con la llaneza de muchos escritores contemporáneos “serios” que se tapan la nariz cuando escuchan las palabras “serie televisiva.”

No me malinterpreten. Yo llevo tiempo rechazando a priori este tipo series. Pero no he llegado ni a la tercera temporada y The Wire ya hizo añicos este prejuicio. Y no sólo eso: también me hizo ver el increíble potencial de este género -un potencial para lograr una densidad novelística que el cine, por ejemplo, no tiene.

Pero luego hablaré más sobre esto. Por ahora quiero decir lo siguiente.

Cuando Weisberg dice “visión moral,” creo que sé qué quiere decir y que simplemente está tomando un atajo para expresar en un par de palabras algo más complejo. Visión moral quiere decir sutileza y profundidad en el análisis de problemas y dilemas morales.

Ilustro esto con un ejemplo.

En la segunda temporada de la serie el oficial Jim McNulty es marginado del Departamento de Policía de Baltimore y reasignado a la unidad marítima, un trabajo miserable que consiste en patrullar las aguas del puerto en pleno invierno.

En una de esas patrullas McNulty se cruza con un barco accidentado que está obstaculizando las rutas de los barcos de carga. El deber de McNulty es remolcarlos a tierra pero el dueño del barco, un sujeto con pinta millonario, le ofrece dinero para que los saque de la ruta pero no los remuelque a tierra. ¿La razón? Se está llevando a cabo una fiesta glamorosa en el barco y el dueño no quiere interrumpirla. McNulty se deja sobornar.

Ahora bien, lo interesante es que hasta ahora el espectador tiene una buena imagen de McNulty. A diferencia de muchos de sus compañeros, no está obsesionado con su carrera ni por hacer cualquier cosa por subir escalafones. Cuando sus superiores deciden estropear o obstaculizar investigaciones por motivaciones políticas, McNulty se resiste. Mientras que algunos de sus compañeros se resignan a las trampas de la burocracia y al arribismo inmoral de sus jefes, McNulty no parece capaz de adaptarse a estos abusos. De hecho, este aspecto de su personalidad explica en parte su reasignación a ese trabajo mísero en la unidad marítima.

Al mismo tiempo, el soborno es creíble. En primer lugar, McNulty no es un santo. Bebe y parrandea mucho, maneja borracho, está divorciado, vive en un apartamento sin muebles y con un colchón en el suelo.

En segundo lugar, la moralidad es compleja. McNulty sería totalmente incapaz de dejarse sobornar por el líder de la organización criminal que está obsesionado por desmontar, ni siquiera por una cantidad mil veces mayor a la que le ofreció el dueño del barco. Pero por alguna compleja razón, un motivo que quizá no es muy racional o deliberado, sucumbe ante la oferta del dueño del barco. Quizá influyó el frío o su resentimiento por la reasignación o el cansancio o porque en una fracción de segundo pensó que el soborno era trivial e inofensivo o quizá ni lo pensó. O quizá en esa ocasión simplemente actuó como un sinverguenza, lo cual no quiere decir que sea uno todos los días.

El hecho es que nuestra mente se resiste a juzgarlo con un código binario. Sabemos que hizo mal pero no le perdemos el respeto.

Sin darnos cuenta, Simon nos ha dado una lección sobre la complejidad de la moral.

Antes y después del 7/O

Lunes, 3 de diciembre de 2012

Una revista me pidió este ensayo y al final no se pudo publicar. Aquí se los dejo:

El 4 de octubre Hugo Chávez celebró el cierre de su campaña en la avenida Bolívar en Caracas. Opositores del gobierno calificaron el acto como un fracaso, menos concurrido y espontáneo que el liderado unos días antes por el candidato opositor Henrique Capriles. Por las redes sociales circuló una fotografía de largas filas de autobuses estacionados que el oficialismo había utilizado para traer gente desde diferentes regiones del país y abarrotar la avenida. Los comentarios sobre la foto giraban alrededor de la misma pregunta. ¿No eran esas docenas de autobuses señales del desgaste del gobierno, y de la derrota que sufriría el día de las elecciones?

En realidad no lo eran. El 7 de octubre Hugo Chávez fue reelecto para un tercer período presidencial de seis años con cincuenta y cinco por ciento del sufragio, superando a la oposición con una cómoda ventaja de once puntos y más de un millón y medio de votos. El oficialismo obtuvo su pico histórico, con una votación que sobrepasó la barrera de los ocho millones.

Los autobuses, pues, podían ser vistos como una señal de la incapacidad del oficialismo para llenar espontáneamente un acto con seguidores. Pero, en retrospectiva, esa supuesta incapacidad no era la noticia importante. La noticia era cómo el Estado entero estaba siendo movilizado para asegurar el triunfo del presidente. Los autobuses eran la punta del iceberg.

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