Lunes, 9 de abril de 2012
Una de las muchas fotos que me impactaron del hacinamiento en las playas:
Miércoles, 4 de abril de 2012
El padre Moreno en El Nacional de ayer (suscripción):
[Me lo contaba] el otro día un malandrito desinhibido entre risas, mientras tomaba algunas frías y esperaba el arreglo de su moto de alta cilindrada: “Estos gue…se metieron en tremendo p….por dárselas de arr….y fiarse de esos tombos que no tienen palabra. Nosotros si tenemos palabra. Nosotros pedíamos 100 millones pa firmá del contrato y cien millones al terminar el año. No….¿Qué te crees? Firmábamos en tremenda mesota de madera bien pulida. Fino. Estábamos en nómina o como se llame. Nada de vacuna. ¡Contrato! Ahora los tipos nos dejaron por fuera y se buscaron a los tombos. Al jefe lo secuestraron y le sacaron 1.800 palos. Bien hecho. Él se lo buscó. Los pacos se pusieron de acuerdo con otros tombos de afuera y esos los secuestraron. Nosotros sí somos de fiar, no los policías esos. Si ahora vienen mansitos, van a pagar caro.”
El padre luego sigue con una explicación que no me convenció del todo sobre los códigos de fidelidad del malandro, pero de igual modo vale la pena leer el artículo porque contiene observaciones interesantes.
Otra cosa. Esta reflexión me hizo recordar otro cuento que me echó el padre Moreno cuando lo visité en su oficina el año pasado.
Al parecer la gente de su barrio organizó una fiesta un día de un santo, no recuerdo ahora cuál. Fueron primero a la policía para pedir protección para la fiesta, pero las autoridades cobraban un precio demasiado alto por esa labor. Fueron luego a la Guardia Nacional y lo mismo. Sin otra opción recurrieron a los malandros del barrio y ellos hicieron la labor gratis y además muy bien.
Miércoles, 4 de abril de 2012
En relación a lo que escribí ayer sobre los sindicatos de constructores, un ex empleado público que dice conocer muy bien este tema (y prefiere que no revele su nombre) me escribe que no sólo es el sector privado el que paga comisiones para poder construir una tienda o local en un determinado lugar. También se han dado casos de alcaldías y gobernaciones que han tenido que pagar para construir obras públicas.
Nada me sorprendería que esto fuese verdad.
Miércoles, 4 de abril de 2012
Ya había escuchado algo sobre los autobuses llenos de colombianos que paseaban por Caracas, de automercado en automercado, comprando mercancía a precios regulados.
Pero no sabía, antes de leer este reportaje de El Nacional, que el incentivo era tan poderoso:
Los productos regulados que escasean en Venezuela, comercializados en Colombia pueden llegar a costar hasta 4 veces más. Mientras que la presentación de 2 kilos de azúcar está regulada en 8,41 bolívares, en el país vecino se expende, al cambio, en hasta 28 bolívares; la leche en polvo está controlada en 13,32 bolívares, pero la venden en 52,10 bolívares; la harina de maíz, cuyo precio es de 4,06 bolívares, al otro lado de la frontera está en 15,52 bolívares y el café molido de 500 gramos aquí cuesta 12,21 bolívares y en Colombia 45 bolívares.
Pensándolo mejor, pequé de ingenuo porque es obvio que los márgenes de ganancias son muy altos. Después de todo, no estamos hablando de autobuses comprando productos en estados fronterizos, ¡sino en Caracas! La ganancia tiene que ser lo suficientemente jugosa para cubrir los costos de los viajes de ida y vuelta a la capital.
Lo más triste es que, según el reportaje de El Nacional, alguno tachirenses cruzan la frontera para comprar estos productos nacionales contrabandeados; claro está, a precios muchos mayores de lo que se venden en Venezuela. ¿Por qué entonces cruzan la frontera? Porque la oferta en nuestro país es limitada y los productos se agotan muy rápido. La única manera de encontrar estos productos es en Colombia, a esos precios.
Otro dato interesante.
Algunos automercados en zonas pudientes no respetan en lo más mínimo los precios regulados. Y, según entiendo, lo hacen de una manera sistemática y sin miedo a que el gobierno los multe.
Esta falta de miedo o voluntad de tomar el riesgo puede tener varias explicaciones.
Una posible es que piensan que las autoridades tienen que priorizar unas zonas sobre otras. El gobierno simplemente no tiene la capacidad de visitar todos los automercados del país.
Otra explicación, que no excluye la primera, es que en esos vecindarios pudientes el gobierno no gana votos obligando a los negocios a vender a precios bajos. Si los ricos quieren comprar a esos precios, que lo hagan. Ellos son los que se fregan.
La misma lógica, en cierto modo, se puede aplicar a los buhoneros, a quienes las autoridades han decidido no fastidiar por no vender a precios regulados. No les conviene.
Martes, 3 de abril de 2012
-Cuando ven un movimiento de tierra o cualquier señal de que se va a construir algo en un terreno se instalan en la puerta para tomar posesión del terreno y esperar a los contratistas para hacer sus exigencias. Eso es lo que llaman en Venezuela “hacer portón.”
Esto me lo dice en su oficina un alto ejecutivo de una importante empresa venezolana que tanto en su trabajo actual como en el resto de su carrera profesional ha tenido que viajar por todo el país para expandir operaciones y abrir nuevos locales y tiendas.
-¿Y a qué te refieres con “tomar posesión”?
-Bueno, que los sindicatos se pelean entre ellos por tomar posesión del terreno. Y digo “se pelean” por decir algo porque a veces literalmente se matan. Pero, por lo que veo, tienen sus reglas. Creo que el que llega primero se gana el derecho al terreno. Esto quiere decir que se ganan el derecho a negociar con los contratistas.
-¿Y qué negocian?
-Negociar es un decir. Le exigen al contratista que les enseñe el contrato de construcciòn y luego le cobran un porcentaje de lo que el contratista está cobrando. A veces también le exigen que contrate a obreros del sindicato. Y, si el contratista no cumple, son capaces de matarlo. Son mafias.
-¿Y cuánto cobran?
-Varía mucho. Pero la “comisión” es siempre alta. A veces los contratistas nos piden separar la mano de obra de los materiales en los contratos para que la comisión a los sindicatos sea menor.
-¿Y ustedes no negocian con los sindicatos?
-No. Nosotros pagamos a los contratistas para que se ocupen de la construcción y ellos son los que tienen que lidiar con los sindicatos. Pero, obviamente, el problema nos afecta a nosotros porque muchas veces los sindicatos cobran demasiado y el contratista nos dice que por el dinero que le están cobrando los sindicatos va a tener que cobrarnos más.
-¿Y las alcaldías y las gobernaciones? ¿No hacen nada para frenar este abuso?
-No se meten. Tienen miedo de meterse. No exagero cuando te digo que los sindicatos son como mafias. Hasta las autoridades le tienen miedo. Te lo digo, los sindicatos no responden a ninguna autoridad, a ninguna ley. Operan en un mundo autónomo. Es como el lejano oeste.
-¿Y esto ocurre en todas partes?
-En toditos los estados del país.
-¿Y siempre aparecen? ¿Siempre se dan cuenta cuando hay un movimiento de tierra considerable?
-Siempre, siempre, aparecen. Rara vez pasa que no llegan. Uno casi nunca se salva.