El convenio

Jueves, 28 de marzo de 2013

21,692, según el Observatorio Venezolano de Violencia. Ese es el número de homicidios que se cometieron en 2012.

Sólo en Miranda la tasa llegó a las 100 víctimas por cada 100 mil habitantes. En Distrito Capital a 122.

¿Cómo se refleja esta fría estadística en la vida real?

Llevo semanas hablando con X, habitante de un peligroso barrio de Petare.

Cada vez que converso con él me cuenta cosas que humanizan estas estadísticas.

El otro día le pregunté por un malandro de su barrio, digamos que se llama Pablo El Loco. Leí sobre este malandro en un reportaje publicado en Últimas Noticias.

Como suele hacer, X evitó enfrascarse en una conversación sobre un malandro específico. Le pregunté si Pablo El Loco seguía vivo y me dijo que sí, un poco incómodo. Luego la conversación se desvió. Al rato desembocamos en el tema de su Consejo Comunal. Me contó que a uno de los fundadores lo habían matado.

-Ese mismo que tú dijiste lo mató.
-¿Quién? -pregunto.
-El que dijiste.
-¿Pablo El Loco?
-Ese.

X hablaba como si su casa estuviese llena de micrófonos.

Hoy tocamos otro tema que nunca antes habíamos tocado: los entierros.

La muerte es una presencia constante en el barrio de X. A su hijo lo mataron el pasado 7 de octubre, el día de las elecciones. A su vecino le mataron sus dos hijos en un mismo asalto. A cada rato, hablando sobre un conocido, un amigo o un familiar, me dice cosas como “a ese le mataron la hermana.” Me jura que no está exagerando cuando dice que cada tres días le llega un cuento de un asesinato en su barrio o los barrios vecinos.

Sobre los entierros, X me informa que existe un convenio con las líneas comerciales de autobuses que suben a la gente a los barrios. Cada vez que matan a alguien la línea ofrece gratis dos autobuses con conductor para bajar del barrio al entierro a los familiares y amigos de la víctima. “Más de dos sí hay que pagarlos,” me dice. “Y son carísimos.”

Si el muerto es un delincuente es común que los malandros secuestren a los autobuses para que cumplan esa misma labor. A veces los autobuseros no van a trabajar cuando matan a un malandro para que no los secuestren.

Le pregunto si el entierro en sí, el féretro, la tumba, etc, no es muy costoso. ¿Qué hace la gente si no tiene dinero para pagar el entierro?

X me dice que jamás ha visto que eso pase. “Cuando a uno le matan al hijo uno se las ingenia pa’ sacar los reales de donde no se tienen pa’ despedirlo como es debido.”

Límites suspendidos

Martes, 25 de marzo de 2013

Hoy Nicolás Maduro abordó otra vez la crisis de inseguridad, argumentando que las causas son los antivalores del capitalismo y la violencia en los medios.

Ya he dicho antes que esto es absurdo. La némesis del gobierno chavista, Estados Unidos, tiene un mejor récord que Venezuela en materia de inseguridad. A pesar de representar, a los ojos del gobierno, todos esos antivalores que Venezuela está tratando de erradicar.

Pero quiero hacer otro comentario.

De lejos, el puntofijismo hizo un mejor trabajo en materia de seguridad que el gobierno de Chávez. Durante los 60, 70 y 80 la tasa de homicidio se mantuvo estable, nunca rebasando las 10 víctimas por cada 100 mil habitantes, a pesar del masivo proceso de urbanización.

Después vino el Caracazo, los dos golpes de Estado y la caída de Carlos Andrés Pérez. Durante esos años de crisis institucional, la tasa de homicidio se duplicó.

Pero con Caldera el número de homicidios se estabilizó. De hecho, en 1998 el número de homicidios fue menor al de 1994.

Bajo Chávez la tasa se triplicó. Curiosamente, desde su primer año de gobierno las muertes violentas subieron significativamente, de 4500 a casi 6000.

Tanto el cambio de 1998 a 1999 como el cambio que ocurrió en 1989 (cuando la tasa se duplicó para nunca volver a sus niveles pre-Caracazo) son sorprendentes. Es cierto que hay factores estructurales e institucionales sin los cuales es imposible explicar la crisis de inseguridad. Pero la destrucción institucional liderada por Chávez, por ejemplo, no ocurrió de un año a otro. ¿Qué pasó entonces?

Miren lo que dice el criminólogo Roberto Briceño-León sobre el Caracazo:

..the collective looting and destruction of goods broke the coexistence and the social order of respect for one another and for property. There is a symbolic rule that limits people and mandates that they can’t enter a store and leave without paying for the food, the paintings, or the televisions. To say this is almost a truism, but those evident acts of limitation are what constitute the social contract. During the days of the Caracazo, that was what happened: observance of the limits was suspended.

Y Briceño-León sugiere que se quedaron suspendidos.

¿Será esto posible? ¿Eventos  repentinos que, como un clic, transforman simultáneamente la mentalidad y valores de miles de venezolanos, erosionando barreras de buen comportamiento que hasta ese momento habían embridado impulsos criminales?

No estoy seguro, pero es un pensamiento asombroso.

Periodismo y neutralidad

Lunes, 25 de marzo de 2013

En Tal Cual Alonso Moleiro escribe sobre un tema que siempre me ha interesado: la neutralidad u objetividad en el periodismo. Moleiro critica a los periodistas que…

…suelen escaparse de cualquier brete que les permita quedarse en sus zonas de confort con los mismos argumentos: “no soy quién para tener opiniones; soy periodista”. La más curiosa de todas las excusas es aquella que esgrimen algunos anclas televisivos: ante todo son “profesionales”; interpretar la realidad es una suerte de “falta de respeto”.

Moleiro hace buenos comentarios sobre este tema, pero me gustaría añadir o reforzar un punto.

Las fronteras entre el reportaje y la opinión/análisis son más porosas de lo que se piensa. Un reportero se beneficia de ser un buen analista e intérprete de la realidad; de tener buen criterio. Y con buen criterio me refiero a la capacidad de adentrarse en el remolino caótico de la vida y separar lo importante de la hojarasca; reconocer qué encaja con qué, qué brota de qué, qué conduce a qué; de discernir el peso de algo para manejar con sutileza el juego de los énfasis.

García Márquez ilustra este punto. Es un prosista de lujo y estupendo evocador; un reportero de alto vuelo con un gran dominio de la forma y que modela el idioma con virtuosismo, haciéndole decir todo lo que se le pasa por la razón. Un encantador de serpientes capaz de desarmar con su prosa hasta sus más acérrimos enemigos.

Pero sus increíbles lapsus de criterio a veces empobrecen enormemente sus reportajes (los de Cuba, por ejemplo), como lo demuestra Enrique Krauze en su magistral ensayo sobre él.

Discurso homosocial

Viernes, 22 de marzo de 2013

“Hay ideas tan estúpidas que sólo se le pueden haber ocurrido a un académico.”

Esta es una frase irreverente, pero desde que la escuché por primera vez a cada rato la recuerdo. Como después de leer este reportaje del NYT sobre Philip Roth, donde citan un paper con el título…

“Queering Philip Roth: Homosocial Discourse in ‘The American Trilogy,’ ” by David Brauner, who teaches at the University of Reading in England, did not entirely live up to its title; it did not turn Mr. Roth into a gay writer. But it lingered on some passages like the one where Nathan Zuckerman talks about what Swede Lvov looked like without his T-shirt on in “American Pastoral” or the poignant scene in “The Human Stain” where Zuckerman and Coleman Silk dance together, and suggested that eros in Roth is even more complicated than many readers suspect.

¿Qué pensará Roth de esto? Ahora que lo pienso, ya sabemos qué piensa. De hecho, en este comentario que le hizo a David Remnick hace ya un tiempo, Roth lo ilustra con una metáfora:

It’s like baseball. Suppose you and I went to the ballpark together, and there’s a guy next to us with his kid. And he was saying, ‘Now, what I want you to do is watch the scoreboard. Stop watching the field. Just watch what happens when the numbers change on the scoreboard. Isn’t that great? Now, do you see what just happened up there? Did you see what happened? Why did it happened?’ And you say, ‘That guy is crazy.’ But the kid imbibes it and goes home and he’s asked, ‘How was the game?’ And he says, ‘Great! The scoreboard changed thirty-two times and Daddy said last game it changed only fourteen times and the home team last time changed more times than the other team. It was really great! We had hotdogs and we stood up at one point to stretch and then we went home.’ Is that politicizing the baseball game? Is that theorizing the baseball game? No, it’s not having the foggiest idea in the world what baseball is.”

Maduro al volante

Viernes, 22 de marzo de 2013

Hay algo extraño en la orden del canciller Elías Jaua de  “suspender” los contactos entre Estados Unidos y Venezuela por declaraciones de la subsecretaria de Estado norteamericana, Roberta Jacobson.

En primer lugar, es difícil tomar una gran medida contra un país cuando ya se rompieron vínculos diplomáticos con ese país. En vez del gran anuncio de “supender” contactos, el gobierno ha debido romper relaciones con Estados Unidos “ahora sí de verdad.” Suena más dramático.

En segundo lugar, Estados Unidos lleva ya tiempo diciendo lo mismo, sin que Venezuela tome ninguna medida. Lo que dijo Jacobson no representa un cambio ni en la sustancia ni en el tono.

Resulta raro, además, que Venezuela “suspenda” los contactos por el comentario anodino de Jacobson. ¿No es una peor ofensa que Estados Unidos esté planificando un asesinato para matar a Capriles? ¿Por qué no suspendieron los contactos por eso?

La guinda del coctel, sin embargo, es que al parecer, según nos informa Maruja Tarre, Maduro dio a entender en una declaración que él piensa que Roger Noriega y Otto Reich son los agregados militares de EEUU en Caracas cuya expulsión él mismo ordenó.