Miércoles, 21 de marzo de 2012
Un ensayo en inglés que está circulando en Twitter sobre los efectos de los derrames petroleros en el agua:
Martes, 20 de marzo de 2012
Un extracto de la carta de “El Gato” Briceño al presidente Chávez:
Apenas transcurrieron 24 horas del inicio del derrame y aún teniendo el chorro de petróleo vertiendo importantes cantidades de hidrocarburos al Guarapiche, altos funcionarios del gobierno me pidieron que abriera las plantas potabilizadoras ya que, según ellos, me garantizaban que el petróleo no llegaría a Maturín. Por supuesto, no acepté tal pedimento por considerar que era temerario. Exactamente, esa noche pasaba el petróleo por el frente de la Planta de San Vicente y el día 7 de Febrero estaba en la Planta del Bajo Guarapiche.
A los 8 días, el Ministro del Ambiente llegó a Maturín y declaró, sin pudor alguno, que “no hubo daño ecológico” y me volvieron a constreñir para que abriera la Planta y dejara que agua visiblemente contaminada, llegara a los hogares del pueblo.
La presión continuaba, así que, 33 días después del derrame, convocamos a las Autoridades Nacionales y Regionales de Salud, Ambiente, Defensoría del Pueblo y Fiscalía Ambiental. Encendimos los motores de la torre de toma. En fracciones de segundos salieron trazas de petróleo en el agua. Los funcionarios presentes quedaron impresionados. Me dieron la razón y, aunque no podían declarar ante la opinión pública, apoyaron la decisión de no abrir la planta hasta tener la garantía de que el agua podía ser tratada sin causar más daños de los que el derrame ya había causado.
Pero la coerción [siguió]…
Quiero insistir en esto. Si Chevron o Exxon hubiesen tratado de presionar o sobornar a una autoridad local para abrir una planta potabilizadora con el objetivo de aplacar el ruido causado por un derrame a la vez desestimando con irresponsabilidad criminal la gravedad de surtir a una ciudad con agua contaminada, no hay periódico importante en el mundo que no lo hubiese puesto en la portada.
Pero algunos prefieren reseñar a Bocaranda.
Martes, 20 de marzo de 2012
Traten de buscarle una lógica a estos datos.
El consumo por habitante de gasolina en Táchira y Falcón supera los dos litros diarios, 36 por ciento más que el promedio nacional y 60 por ciento más que Caracas.
Y, sin embargo, Distrito Capital y Miranda representan un 59 por ciento del parque automotor del país y Táchira y Falcón aproximadamente un 5 por ciento.
¿Cómo se explica esto?
La respuesta es simple: los colombianos están dispuestos a pagar 1,25 dólares o más por el mismo litro de gasolina que al venezolano le cuesta prácticamente cero. Y, si uno vive cerca de la frontera, el costo de venta es muy bajo. Prácticamente uno puede comprar gasolina y luego vendérsela a la persona de la acera de enfrente a un precio muchísimo más alto.
El gobierno, sin embargo, está haciendo todo lo posible para derrotar a la fuerza de la gravedad, imponiendo todo tipo de restricciones para el contrabando de gasolina en los estados fronterizos.
Martes, 20 de enero de 2012
Un reciente informe de la Unicef revela que para los niños de las zonas más pobres de las ciudades en Venezuela es más difícil ir a la escuela que para los niños pobres de ciudades en Tayikistán, Pakistán y Benín, aun con los problemas de pobreza extrema o guerras que padecen estas naciones.
Y, como los buenos periodistas (y novelistas), Laura Helena Castillo decidió buscarse una historia individual que ilustrara este gran problema nacional.
Castillo encontró a Álvaro, un niño de 13 años cuyo sueño es “terminar la escuela hasta marrón” (camisa beige de bachillerato) y estudiar derecho “porque la gente se ve linda vestida de abogado.”
Los obstáculos, sin embargo, son enormes, como lo demuesta Castillo en el reportaje que publicó el domingo en El Nacional:
Cuando sale de su casa debe bajar una pendiente inclinada que es puro barro si cae un aguacero. Llega a un camino de tierra que lo llevará a la parte baja de las escaleras del barrio. Sube entonces 1, 2, 3, 40, 85… 195 escalones de cemento. En el escalón 105 se detiene. Descansa un minuto. Respira. Sonríe.
Sigue subiendo hasta alcanzar la carretera. Pasa por el puesto del señor que vende pescado, por el de los CD piratas, por el del que vende lotería. Tendrá que caminar media hora más (unos 2,5 kilómetros) para llegar a la escuela. Cuando su mamá puede, le da los 3 bolívares que cuesta el transporte público (los choferes de las camionetas no le aceptan pagar pasaje estudiantil). Pero casi nunca mamá puede. Entonces Álvaro anda a paticas rumbo al plantel, sabiendo que, aunque se levante tan temprano, nunca llegará a las 7:00 am en punto. Su maestra Eugenia tiene el reporte de las tardanzas. Sin embargo, es flexible y lo deja entrar…
Álvaro muchas veces no va al colegio porque debe ayudar en el hogar. Le toca turnarse con su hermana Inés Nicol, de 12 años de edad, para cuidar a los dos hermanitos menores.
Mamá trabaja en un puesto de empanadas y no puede atenderlos. Él promete que no faltará por ese motivo, porque su hermana de 16 años de edad, que está embarazada y vive en otra casa, se va a ocupar de atender a los chiquitos. Pero en el reporte de la maestra siguen las marcas de inasistencias: 2 o 3 veces por semana.
Su mamá, Nelly, nunca puede acompañar a los niños en el largo trayecto del colegio a casa. No está tranquila hasta verlos de regreso, por la inseguridad en la zona. Inseguridad que Álvaro no percibe, pues sólo expresa: “Por la casa no hay malandros, pero más arriba sí”.
Más arriba es, precisamente, por donde todos los días pasa él.
Aquí está el resto del reportaje.
Lunes, 19 de marzo de 2012
Ayer una corte brasileña ordenó que se le impidiera la salida del país a diecisiete empleados de dos compañías norteamericanas, Chevron y Transocean, por su presunta implicación en un derrame de aproximadamente 3 mil barriles de petróleo el pasado noviembre. Fiscales brasileños han declarado que cargos criminales relacionados a crímenes ambientales podrían resultar en veinte años de cárcel.
La noticia le ha dado la vuelta al mundo. El domingo The New York Times, la BBC y CNN la pusieron en las portadas de sus páginas web.
Y si uno pone “Brazil Chevron” en Google News, aparecen ya (y escribo esto el domingo por la noche) más de 150 artículos.
Ahora bien, hay quienes dicen que esto es una reacción exagerada de las autoridades brasileñas porque, entre otras cosas, Petrobras tiene un peor historial de derrames que Chevron. Pero dejémosle esta discusión a los expertos petroleros e imaginemos que el derrame de Chevron hubiese sido no de tres mil, sino de 60 mil barriles. Imaginemos que Chevron hubiese tras bastidores sobornado a una autoridad local de una ciudad o estado brasileño para que ignorara el derrame y siguiera surtiendo a la población del estado contiguo al derrame con el agua contaminada, exponiéndola a graves enfermedades.
¿Cómo habría sido la reacción del gobierno Brasil? ¿Cómo hubiese reaccionado la comunidad y los medios internacionales? ¿Cómo habría reaccionado usted si escucha esta noticia?
Ayuda a poner las cosas en perspectiva, ¿no?
Excepto que esto no llega ni cerca a lo que ha venido haciendo el gobierno venezolano en el estado Monagas.
Para comenzar el derrame de PDVSA en el río Guarapiche podría ser de mucho más de tres mil barriles (esto sin contar los derrames en otros lugares). Y la presión al gobernador del estado, José Gregorio “El Gato” Briceño, ha sido mucho peor que un soborno. Ha sido una cayapa. Por negarse a envenenar a los ciudadanos que lo eligieron, el gobernador fue primero expulsado del PSUV. Luego se le impidió botar al jefe de la policía del estado Monagas (que el gobierno central hace tiempo le impuso). Y luego fue despojado de la policía. Para más ha recibido todo tipo de amenazas y tiene a esbirros del Sebin, la Guardia Nacional y la inteligencia militar veinticuatro horas al día detrás de él. El Gato Briceño no exagera mucho cuando dice que le dieron un golpe de Estado.
Sin embargo, esta cosas se han vuelto tan comunes en Venezuela que ya casi nadie las ve como escandalosas. Se han vuelto parte de nuestra bizarra normalidad.