El fin del poder

Lunes, 11 de marzo de 2013

Moisés Naím, mi jefe en Efecto Naím, acaba de publicar un nuevo libro titulado The End of PowerLa tesis central la resume Moisés es un reciente artículo publicado en The Washington Post:

The world over, power no longer buys as much as it used to. In fact, power is eroding: It is easier to get, but harder to use and far easier to lose. A businessman can become chief executive, only to discover that a start-up is upending the business models in his industry. A politician can become prime minister, only to discover that she is tied down by myriad minority parties that can veto her initiatives. A general can become military chief, only to discover that the mighty weapons and advanced technology at his disposal are ineffective in the face of homemade explosives and suicide bombers. And a cardinal can become pope this month, only to discover that new preachers in Africa and Latin America are pilfering his flock.

Quien capte la esencia del argumento (lean el artículo para que tengan una mejor idea) tiene que preguntarse si, en general, no se ha prestado demasiada atención al debate sobre el supuesto declive de Estados Unidos y el ascenso de China. Porque tanto énfasis en esta discusión ¿no ha oscurecido esas maneras fundamentales como el poder en sí mismo se está transformando?

De hecho, Naím hace énfasis en este punto, llamando el debate sobre EEUU y China “unos de los más inútiles” de nuestro tiempo, porque desvía la atención de esa dispersión o difusión del poder en casi todos sus ámbitos descritos en The End of Power.

En fin, este es un fuerte de Naím. Detectar una discusión donde la gente debate incesablemente sobre un tema sin darse cuenta que no se están haciendo las preguntas correctas o no están enfocando su atención en la historia verdaderamente importante.

La oposición se lanza al ruedo

Lunes, 11 de marzo de 2013

Vaya situación la de Henrique Capriles.

La batalla electoral que confronta es cuesta arriba, no sólo porque una vez más está compitiendo contra todo el poder y los recursos de un petroestado autoritario. También porque tiene que remar en contra de la marea de sentimientos y emociones que ha desatado la muerte de Chávez. Sin ánimos de descorazonar, Cristina Kirchner subió 20 puntos en las encuestas después del fallecimiento de su esposo.

Pero la pelea es peleando y Capriles tomó la decisión correcta: participar en las elecciones y hacer todo lo posible por ganar bajo condiciones supremamente adversas.

Políticamente -hay que decirlo- no tenía opción. No competir y tomar la ruta abstencionista hubiese despedazado a la MUD. La oposición lleva años, acertadamente, forjando un consenso de hierro en torno a la participación. Para Capriles no era posible arrear a las fuerzas de la MUD hacia una posición unitaria que no fuera participar en las elecciones. Y, dividir a la oposición en este momento, hubiese sido un error imperdonable.

Pero Capriles tuvo el tino político de no irse por ese camino y lanzarse al ruedo, dando un discurso que -si no me equivoco- electrificó a la base opositora y la insufló con nuevas esperanzas -esperanzas que los golpes electorales del 7 de octubre y el 16 de diciembre habían mermado hasta casi desaparecer.

¿Cuáles fueron los aciertos del discurso? En primer lugar se olvidó de Chávez y su legado, y se enfocó en el vicepresidente Maduro; no tocando al muerto ni faltándole el respeto a los que están de duelo, sino señalando una verdad tan incontrovertible como un templo: los herederos del presidente jugaron y manipularon las esperanzas y sentimientos de millones de venezolanos con propósitos electorales; la ambición de poder y el miedo a perderlo llevó a Maduro a mentir a los chavistas sobre un asunto sacrílego: la vida y la salud del presidente Chávez.

El segundo acierto fue endurecer su discurso, un requisito indispensable para unir a la oposición organizada detrás de él, parte de la cual llevaba un tiempo algo decepcionada por una retórica que percibía como suave y obsecuente. Yo desde hace tiempo vengo diciendo que es perfectamente factible un discurso que  sintetice -como dice Martínez Meucci- la lucha electoral y la lucha por el Estado de Derecho. Pero más allá de ese debate creo que el nuevo tono fortalece la unidad y sólo si la oposición está unida Capriles tiene chance de ganar.

Ya soy viejo baqueano en lo que se refiere a no dejarme cegar fácilmente por brotes repentinos de emoción colectiva. La batalla sigue siendo cuesta arriba y creo que a ningún líder de la oposición le gustaría estar en la posición en la que se encuentra ahora Henrique Capriles, quien se está jugando su carrera política con estas elecciones.

Pero mi impresión es que Capriles logró que muchos venezolanos recuperaran la esperanza.

Y ninguna batalla dura se gana si no hay esperanzas.

Requisito para devolver la dignidad

Viernes, 8 de marzo de 2013

No sabía esto, pero al parecer sólo Arabia Saudita supera a Venezuela en ayuda sur-a-sur.

¿El resultado?

No muy alentador (pdf).

Por cierto, este documento de Latinobarómetro choca con el mito de un Chávez que, con todos sus defectos, al menos le devolvió la dignidad a los latinoamericanos, algo que he visto a más de un analista serio repetir. Esto sólo sería factible si Chávez fuese un poco más querido en América Latina.

El volumen de su legado

Jueves, 7 de marzo de 2013

Incluso antes de su muerte el proceso de santificación ya había comenzado. Pero ahora el proceso se ha acelerado. Entre lágrimas y gestos de amor, decenas de miles de venezolanos han acudido a la Academia Militar en Caracas para verlo por última vez en su féretro. Hugo Chávez parece encaminado a cumplir una de sus principales ambiciones: perpetuarse en la memoria de muchos de sus compatriotas como un gran héroe y prócer nacional.

Antes de evaluar el legado del líder venezolano se debe primero aterrizar en el terreno pedestre de las cifras y plantar al frente de la discusión un dato importante: ningún país en la historia de América Latina ha recibido una bonanza como la que ha recibido Venezuela durante la última década. Alrededor de un billón de dólares han ingresado a las arcas venezolanas gracias a sus exportaciones petroleras, una cantidad exorbitante en un país de 29 millones de habitantes.

Esta bonanza le permitió a Chávez tomar la bandera de la lucha contra la exclusión social y financiar una miríada de programas sociales dirigidos a los pobres a través de lo cuales ganó muchos adeptos. Más importante aún, le permitió darse un lujo vedado a los países no petroleros: seguir un modelo económico cuyo funcionamiento depende de aumentar de la capacidad de consumo de la población a través de masivos incrementos del gasto público (cortesía de la renta petrolera y el endeudamiento) y fugaces repuntes macroeconómicos generados por la manipulación de las políticas monetarias, fiscales, cambiarias y salariales. Este modelo, dependiente del precio del crudo, es irresponsable e insostenible. Pero también, mientras dure, electoralmente efectivo.

Continue reading

Murió el venerador

Miércoles, 6 de marzo de 2013

Si tuviese que elegir una anécdota de la vida de Chávez que ilumina uno o más aspectos importantes de su personalidad, ¿cuál elegiría?

Una de ellas sería la del Látigo Chávez, un pitcher venezolano del estado Barinas que murió en un trágico accidente después de una breve carrera en la Grandes Ligas.

El Látigo ilustra una aspecto fundamental de Chávez que ya ha sido resaltado por sus biógrafos Alberto Barrera y Cristina Marcano (y luego Enrique Krauze): su veneración de héroes.

En su juventud Chávez idolatró con pasión al Látigo y por años su sueño fue seguir los pasos de su paisano barinense y llegar a las Grandes Ligas. Cuando los sueños de revolución comenzaron a desplazar los sueños de beisbolista, Chávez no simplemente abandonó su compromiso de seguir los pasos de su ídolo. Al contrario: fue a la tumba del Látigo y le pidió perdón. Según su propia versión, después de visitar el cementerio se sintió “liberado.”

Chávez veneraba héroes con un fuego adolescente. La fuerza de su culto a veces alcanzaba extremos de delirio. Tener héroes es muy humano. Todos tenemos héroes a los que admiramos e imitamos. Pero lo que separaba a Chávez de la mayoría era la intensidad de su idolatría y la necesidad de conectar, de distintas maneras, su vida con la de los hombres que admiraba. Esta intensidad y esta necesidad de consustanciarse con sus ídolos era la que lo llevaba a hacerles promesas, rendirles juramentos, buscar filiaciones familiares con ellos y rastrear en cualquier lugar señales que probaran el vínculo casi místico que él creía tener con ellos. Incluso lo llevó, en diversas ocasiones, a coquetear con la idea de la reencarnación. (Chávez una vez le confesó a dos amigos que era la reencarnación de unos de sus máximos héroes, Ezequiel Zamora).

El Látigo no era una excepción. Esta seriedad en su compromiso con sus ídolos definía a Chávez. También lo definía su convencimiento casi místico de que sus héroes eran sus predecesores. Chávez no era un venerador pasivo. El fuerte vínculo que conectaba la vida de sus ídolos con la visión que tenía de su propio destino era inseparable de su culto. Basándose en la historia, Chávez escribió su propia versión distorsionada de la historia. Y esta historia consistía en una sucesión de héroes dotados con una suerte de fuego divino que combaten, a lo largo de los siglos, las mismas fuerzas o enemigos: el colonialismo, la oligarquía, la Iglesia, la burguesía, el imperio. “Todo pasado es presente,” escribió Krauze sobre Chávez. Lo que sus héroes hicieron antes, él tenía que hacer ahora.

De todos los ídolos de Chávez, Bolívar era el más importante. Chávez convirtió al Libertador en el símbolo de su proyecto político. Durante sus catorce años en el poder lo invocó constantemente en sus discursos, bautizando proyectos e iniciativas con su nombre, y recurriendo a él como fuente máxima de inspiración. Es cierto que Chávez también le dio un uso político al nombre del Libertador. Él mismo admitió públicamente que estaba consciente de los réditos electorales que le daba el prócer. Pero eso no significa que su admiración no era genuina.

Muchos excesos de Chávez –incluyendo la exhumación de Bolívar– deben ser vistos a través de este cristal. Chávez miraba el mundo tomando siempre como marco de referencia las vidas y hazañas de sus héroes (hazañas que él con frecuencia idealizaba, malinterpretaba y deformaba). Las numerosas expropiaciones ilegales que ordenó el gobierno, por ejemplo, son más fáciles de entender si uno escucha a Chávez hablar con aprobación sobre cómo Ezequiel Zamora mandaba a quemar los archivos de propiedad y decomisaba ganado y leche para los niños. Uno entiende mejor los problemas de Chávez con la Iglesia cuando uno lo ve leyendo con aprobación cartas o escritos de Bolívar criticando al clero. Uno entiende mejor porqué habló una vez de “liberar a Colombia de la oligarquía” (cita textual) o porqué financió movimientos rebeldes a los largo y ancho del continente. Uno también entiende mejor porqué implicó en la conspiración para matar a Bolívar a la aristocracia colombiana y a Andrew Jackson. Chávez confundía los tiempos de sus héroes con el suyo, o el suyo con el de sus héroes.

Muchas otras cosas definían a Chávez. Pero de esas otras cosas me ocuparé en otra ocasión.