Murió el venerador

Miércoles, 6 de marzo de 2013

Si tuviese que elegir una anécdota de la vida de Chávez que ilumina uno o más aspectos importantes de su personalidad, ¿cuál elegiría?

Una de ellas sería la del Látigo Chávez, un pitcher venezolano del estado Barinas que murió en un trágico accidente después de una breve carrera en la Grandes Ligas.

El Látigo ilustra una aspecto fundamental de Chávez que ya ha sido resaltado por sus biógrafos Alberto Barrera y Cristina Marcano (y luego Enrique Krauze): su veneración de héroes.

En su juventud Chávez idolatró con pasión al Látigo y por años su sueño fue seguir los pasos de su paisano barinense y llegar a las Grandes Ligas. Cuando los sueños de revolución comenzaron a desplazar los sueños de beisbolista, Chávez no simplemente abandonó su compromiso de seguir los pasos de su ídolo. Al contrario: fue a la tumba del Látigo y le pidió perdón. Según su propia versión, después de visitar el cementerio se sintió “liberado.”

Chávez veneraba héroes con un fuego adolescente. La fuerza de su culto a veces alcanzaba extremos de delirio. Tener héroes es muy humano. Todos tenemos héroes a los que admiramos e imitamos. Pero lo que separaba a Chávez de la mayoría era la intensidad de su idolatría y la necesidad de conectar, de distintas maneras, su vida con la de los hombres que admiraba. Esta intensidad y esta necesidad de consustanciarse con sus ídolos era la que lo llevaba a hacerles promesas, rendirles juramentos, buscar filiaciones familiares con ellos y rastrear en cualquier lugar señales que probaran el vínculo casi místico que él creía tener con ellos. Incluso lo llevó, en diversas ocasiones, a coquetear con la idea de la reencarnación. (Chávez una vez le confesó a dos amigos que era la reencarnación de unos de sus máximos héroes, Ezequiel Zamora).

El Látigo no era una excepción. Esta seriedad en su compromiso con sus ídolos definía a Chávez. También lo definía su convencimiento casi místico de que sus héroes eran sus predecesores. Chávez no era un venerador pasivo. El fuerte vínculo que conectaba la vida de sus ídolos con la visión que tenía de su propio destino era inseparable de su culto. Basándose en la historia, Chávez escribió su propia versión distorsionada de la historia. Y esta historia consistía en una sucesión de héroes dotados con una suerte de fuego divino que combaten, a lo largo de los siglos, las mismas fuerzas o enemigos: el colonialismo, la oligarquía, la Iglesia, la burguesía, el imperio. “Todo pasado es presente,” escribió Krauze sobre Chávez. Lo que sus héroes hicieron antes, él tenía que hacer ahora.

De todos los ídolos de Chávez, Bolívar era el más importante. Chávez convirtió al Libertador en el símbolo de su proyecto político. Durante sus catorce años en el poder lo invocó constantemente en sus discursos, bautizando proyectos e iniciativas con su nombre, y recurriendo a él como fuente máxima de inspiración. Es cierto que Chávez también le dio un uso político al nombre del Libertador. Él mismo admitió públicamente que estaba consciente de los réditos electorales que le daba el prócer. Pero eso no significa que su admiración no era genuina.

Muchos excesos de Chávez –incluyendo la exhumación de Bolívar– deben ser vistos a través de este cristal. Chávez miraba el mundo tomando siempre como marco de referencia las vidas y hazañas de sus héroes (hazañas que él con frecuencia idealizaba, malinterpretaba y deformaba). Las numerosas expropiaciones ilegales que ordenó el gobierno, por ejemplo, son más fáciles de entender si uno escucha a Chávez hablar con aprobación sobre cómo Ezequiel Zamora mandaba a quemar los archivos de propiedad y decomisaba ganado y leche para los niños. Uno entiende mejor los problemas de Chávez con la Iglesia cuando uno lo ve leyendo con aprobación cartas o escritos de Bolívar criticando al clero. Uno entiende mejor porqué habló una vez de “liberar a Colombia de la oligarquía” (cita textual) o porqué financió movimientos rebeldes a los largo y ancho del continente. Uno también entiende mejor porqué implicó en la conspiración para matar a Bolívar a la aristocracia colombiana y a Andrew Jackson. Chávez confundía los tiempos de sus héroes con el suyo, o el suyo con el de sus héroes.

Muchas otras cosas definían a Chávez. Pero de esas otras cosas me ocuparé en otra ocasión.

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