El gran ausente

Martes, 28 de febrero de 2012

Del portal colombiano Dinero.com:

Combatiendo en la cancha del adversario

Martes, 28 de febrero de 2012

En el estudio del Instituto Delphos que comenté ayer muestra una realidad venezolana que es una manifestación de algo más grande: cómo en América Latina los capitalistas se averguenzan de ser capitalistas.

Esto es una fenómeno especialmente notorio en el liderazgo político e intelectual de la izquierda moderna. Nunca veremos a un Lula o a una Dilma hablando maravillas del capitalismo. Así lo practiquen, así dirijan gobiernos cuya ideología jamás hubiesen aceptado en sus tiempos mozos, Lula y Dilma nunca dejarán de sentirse más orgulloso al lado de Fidel Castro que de Sebastián Piñera.

¿Por qué ocurre esto?

Aunque la respuesta tiene una parte psicológica interesante, enmarcar el fenómeno en una perspectiva histórica es más útil.

Y eso hizo antes de morir el filósofo italiano Norberto Bobbio.

Bobbio publicó en 1994 el libro más discutido en las últimas décadas sobre este tema, y en éste señala que históricamente, en épocas en las que ha existido un balance entre distintas ideologías políticas, nadie cuestiona la relevancia de la distinción entre derecha e izquierda. Sin embargo, cuando una u otra se hace tan dominante como para aparentar ser la única opción posible, ambos lados comienzan a cuestionar esa relevancia. El bando fuerte alega que no hay un camino alterno y el bando débil se adueña de las ideas victoriosas de sus adversarios, las presenta como invenciones propias, salva todo lo que puede de su vieja ideología y sigue presentándose como oposición.

Esto no quiere decir que entre Lula y Fernando Henrique Cardoso (un líder más hacia el centro que Lula pero no derechista) no hay diferencias ideológicas importantes.

Lo que quiere decir es que entre Lula y Cardoso las similtudes son mayores que las del Lula actual con el de hace tres décadas.

Quién va a decidir las elecciones

Lunes, 27 de febrero de 2012

Padre Virtuoso

El padre Virtuoso presentó en Diálogo Interamericano en Washington un estudio realizado en diciembre de 2011 sobre los no alineados venezolanos. No sé cuán confiables son los números del Instituto Delphos, pero es bueno revisarlos porque dan una buena idea de la magnitud del desafío que confronta la oposición.

Aunque al igual que muchos estoy optimista, no hay perder de vista que para la oposición el camino sigue siendo empinado y lleno de obstáculos, incluso con un Chávez debilitado que no puede hacer campaña como en el pasado.

Algunas observaciones del estudio de Delphos:

La oposición necesita penetrar el segmento de los no alineados pro oficialismo. El estudio de Delphos divide al electorado en tres sectores: chavistas (41,7%), no alineados (29,5%) y opositores (28,8%). Los no alineados se dividen en los pro oficialistas (11%) y pro oposición (13,6%). Hay un pequeño sector de no alineados neutrales (ninis puros) del 4,9%.

Considerando las actitudes de los no alineados pro oficialismo, no es fácil para la oposición penetrar este sector. Pero debe hacerlo. Los chavistas y no alineados pro oficialismo suman 52,7%. Los opositores y los no alineados pro oposición suman 42,4%. Asumiendo que la oposición capta todo el voto no alineado opositor (algo muy probable) la batalla por la presidencia será la batalla por esos 6 o 7 puntos de los no alineados neutrales y los no alineados pro oficialismo.

De más está decir que Chávez invertirá millones seduciendo a este sector.

Los “partidos en general” siguen muy desprestigiados entre los no alineados. Sobre todo en ese sector que necesita penetrar la oposición, los no alineados pro oficialismo. Hay que decir, sin embargo, que entre los no alineados pro oposición la MUD tiene una imagen positiva, especialmente si se le contrasta con la imagen que este mismo sector tiene de los partidos. Para los nini opositores la MUD pareciera no estar conformada por los partidos sino ser una entidad independiente.

“Capitalismo” es una mala palabra. Incluso entre los opositores y los no alineados opositores el socialismo democrático tiene más fuerza que el capitalismo, así socialismo democrático sea, en el fondo, capitalismo. Sorpresivamente, a los no alineados pro oposición les gusta más la palabra capitalismo que a los opositores duros.

Próximo:

  • ¿Por qué los capitalistas se averguenzan de ser capitalistas?

El espectáculo de los espectadores

Domingo, 26 de febrero de 2012

A veces, en un cine o una obra de teatro, o incluso en la propia sala de mi casa, viendo los rostros felices o conmovidos de familiares o amigos enfrente de un televisor, me conmueve lo que veo en el público tanto como lo que veo en la pantalla o el escenario.

Una vez más Vargas Llosa, en un artículo sobre “El enfermo imaginario” de Molière, verbaliza lo que hasta ahora era en mi cabeza una vaga y disforme percepción:

Paso dos horas y media magníficas [viendo “El enfermo imaginario”] y, casi tanto como lo que ocurre en el escenario, me fascina el espectáculo que ofrecen los espectadores: su atención sostenida, sus carcajadas y sonrisas, el estado de trance de los niños a los que sus padres han traído consigo abrigados como osos, las ráfagas de aplausos que provocan ciertas réplicas. Una vez más compruebo, como en mis años mozos, que Molière está vivo y sus comedias tan frescas y actuales como si las acabara de escribir con su pluma de ganso en papel pergamino. El público las reconoce, se reconoce en sus situaciones, caricaturas y exageraciones, goza con sus gracias y con la vitalidad y belleza de su lengua.

Viene ocurriendo aquí hace más de cuatro siglos y ésa es una de las manifestaciones más flagrantes de lo que quiere decir la palabra civilización: un ritual compartido, en el que una pequeña colectividad, elevada espiritual, intelectual y emocionalmente por una vivencia común que anula momentáneamente todo lo que hay en ella de encono, miseria y violencia y exalta lo que alberga de generosidad, amplitud de visión y sentimiento, se trasciende a sí misma.

Las pequeñeces de un gran hombre

Viernes, 24 de febrero de 2012

En junio de 2008 publiqué en Analítica un artículo sobre José Antonio Abreu y el Sistema. El mismo día Abreu llamó a Análitica para averiguar mi teléfono y luego llamó a mi casa para agradecerme. No llegué a hablar con él, pero me sorprendió la humildad que develó llamándome. Ya en ese entonces era una celebridad mundial a quien le llovían los halagos.

Desde entonces mi opinión sobre Abreu ha cambiado. No por su labor con el Sistema, que sigo valorando igual que antes, sino por la levedad con que ha permitido que el gobierno manipule el Sistema con propósitos políticos.

Un reciente artículo de The New York Times describe algunos casos específicos de esta manipulación, pero yo he contado al menos otros tres ejemplos.

Pero retrocedamos un poco.

Los defensores de Abreu tienen argumentos racionales. Dicen que no tiene sentido arriesgar una labor maravillosa de varias décadas por una pelea con el gobierno, menos ahora que existe una posibilidad de que se lleve a cabo una transición de poder a finales de año. Cierto grado de conchupancia con Chávez no es un precio demasiado alto para preservar el Sistema, y los increíbles beneficios sociales que éste acarrea. Es probable, además, que romper con el gobierno no tenga un efecto significativo debilitando a Chávez que justifique el enorme sacrificio.

Estos defensores pintan a un Abreu consciente del dilema, sumamente incómodo con las implicaciones de su difícil decisión. No ignora y le molesta la posibilidad de que su relación con el presidente le lave una poco la imagen a un gobierno autoritario que está llevando a la ruina al país y que promueve una ideología incompatible con los valores que el Sistema trata de inculcar en miles de jóvenes venezolanos. Pero ese es el sacrificio que Abreu acepta con estoicismo para salvar su proyecto.

¿Es válido este argumento?

En parte, sí. El problema es que no estoy seguro si esta imagen de un Abreu desgarrado por su relación con el gobierno se ajusta a la realidad. Yo más bien detecto una decepcionante ligereza de consciencia en la manera como se amolda al poder, como el que ve esta clase de sacrificios como un simple gaje del oficio.

Fíjense, por ejemplo, en estas declaraciones que le dio Abreu al reportero de The New York Times:

Estamos en un país libre donde todo el mundo puede expresar su opinión. Nuestra relación con el Estado es muy simple. Nuestros muchachos tienen el derecho, el derecho constitucional, a una educación musical. Yo respeto las opiniones de todos sobre este tema. Pero yo vivo en un país donde hace unos días la oposición a Chávez participó masivamente en unas elecciones pacíficas. Yo vivo en un país donde la democracia se siente en los procesos electorales y la contínua libertad. Nunca he sentido la más mínima presión política.

Uno quizá pudiese creer que la ingenuidad e inocencia que se embosca en estas declaraciones son genuinas si proviniesen de otra persona. Pero no de Abreu. Todo el mundo sabe que Abreu sabe que lo que dice es manipuladoramente simplista en el mejor de los casos. Y cínico en el peor.

Y lo peor es que dudo que Abreu esté salvando el Sistema diciendo estas cosas sobre la libertad y la democracia en el país. Estas declaraciones son evitables e innecesarias. Nadie lo va a castigar por no decirlas.

No precisamente el retrato de una persona que forcejea con su consciencia por las difíciles, controversiales y quizá justificadas decisiones que ha tomado.