Los contratistas

Lunes, 3 de enero de 2011

Beatrice Rangel, ministra de la Secretaría de CAP II, en entrevista con la periodista Mirtha Rivero:

Fue entonces cuando llegó el ministro de Transporte y Comunicaciones, Roberto Smith, con la buenísima noticia de que, luego de una revisión exhaustiva del registro de contratistas, se había encontrado que de los aproximadamente treinta y cinco mil inscritos -no recuerdo exactamente la cifra- solamente unos quince mil cumplían con los requisitos. Es decir, un poco menos de la mitad cumplía con las exigencias técnicas, financieras y legales. El resto estaba registrado pero no se sabía porqué…¿Quiénes eran esos veinte mil que no cumplían? ¿De dónde salían esas compañìas? Eran la típica compañiíta de un señor que era amigo de un político y el político le conseguía que lo metieran en el registro de contratistas y le asignaran una obra. Por supuesto, el señor de la empresita pico y pala no tenía ninguna capacidad de hacer la obra que le mandaban, pero la subcontrataba a una de las grandes. Pero cuando se subcontrata, veinte por ciento del dinero se pierde, otro veinte por ciento se le da al político que había conseguido el contrato, y al final había que ejecutar una obra con sesenta por ciento de lo presupuestado. Por supuesto que por eso en Venezuela nunca se terminaba una obra.

Si en esa época de CAP II, de bajos precios petroleros, el registro de contratistas de un sólo ministerio tenía treinta y cinco mil inscritos (de los cuales veinte mil no estaban calificados), ¿a cuanto habrá ascendido esa cifra de parásitos durante la era de Chávez? ¿Cuántas “compañiítas” de esas que menciona Rangel habrá creado la revolución considerando no sólo el ingreso sideral de la última década, sino también el hecho de que hoy existen muchos menos controles? ¿A cuántos de esos contratistas de ministerios, gobernaciones y alcaldías le conviene económicamente que Chávez permanezca en el poder? ¿Cuántos no votarán por la oposición por el temor a perder contratos que, ellos bien saben, jamás ganarían sin amigotes ni conexiones? ¿Y no motiva la mala situación económica del país este tipo de comportamiento? ¿Saber que, sin ese contratito, sin ese amigo en el ministerio, no son muchas las opciones de éxito y manutención?

El todavía alto número de votos que atrae Chávez tiene muchas explicaciones. En el cuento de Rangel asoma una de ellas.

El viejo radicalismo

Miércoles, 29 de diciembre de 2010

Antón Chéjov

El crítico literario James Wood en entrevista con Letras Libres:

Letras Libres: Después del posmodernismo y el multiculturalismo y las literaturas poscoloniales, ¿te ves como la reaccion conservadora?

James Wood: Me veo tratando de mantener viva una suerte de viejo radicalismo. Vuelvo como a un talismán a esa escena de Chéjov sentado en el Teatro de Arte de Moscú mirando la puesta de una obra de Ibsen y diciendo: “Pero Ibsen no es teatro: en la vida no ocurre así.” Lo que Chéjov sugiere, en un sentido, es que tienes que persistir en romper las formas. Me interesa V.S. Naipaul por esa razón. En algunos sentidos, él es obviamente muy conservador: es políticamente conservador y no está interesado en los juegos posmodernos por sí mismos. Pero tampoco está interesado en repetir las viejas formas. No tiene sentido para él sentarse y escribir una novela realista al viejo modo. Le gusta crear formas híbridas en las que mezcla memoria y autobiografía, y narración histórica y periodismo con ficción. Y creo que en ese sentido es un verdadero chejoviano, pues todavía dice: “Un momento, esas formas ya no nos dicen nada sobre la vida, tenemos que hacer algo nuevo.” Pero la pregunta ¿qué es la vida? -“esas formas no representan la vida, quiero vida en mi ficción”- no desaparece.

Me gusta esta respuesta porque, a través del ejemplo de Naipaul, Wood ilustra muy bien un argumento que considero certero. Wood dice que no rechaza, de antemano, el experimento ni la búsqueda de nuevas reglas y formas. Pero al mismo tiempo enfatiza que el experimento debe estar supeditado a la noble ambición chejoviana de que “haya vida” en la ficción. Las nuevas formas deben ser el producto de una necesidad que las justifique.

Leyendo La rebelión de los náufragos de Mirtha Rivero me vino a la mente esta reflexión de Wood. El libro no es ficción, sino un reportaje periodístico. Pero Rivero estira las definiciones del género y violenta sus convencionalismos no por frívola rebeldía o por un deseo de ser una escritora “moderna” o “experimental,” sino simplemente porque las viejas formas y tradiciones periodísticas no le bastan. La informada especulación, el uso responsable de la imaginación para rellenar huecos, la dinámica interacción prosa/entrevistas, el peligroso coqueteo con la ficción -todo esto es, o parece ser, el resultado de esa necesidad chejoviana que describe Wood. Da la impresión de que, sin esos audaces experimentos y trasgresiones, Rivero jamás hubiese podido recrear la caleidoscópica y fascinante realidad del segundo gobierno de CAP.

La rica textura del libro, más propia de una novela que de un reportaje, se debe a esta alta y noble ambición.

A ese viejo radicalismo.

Más sobre este tema:

El fracaso de CAP

Lunes, 27 de diciembre de 2010

La muerte de Carlos Andrés Pérez me sorprendió leyendo La rebelión de los náufragos, el magnífico libro de Mirtha Rivero sobre la segunda presidencia de Pérez. Ya varias personas me lo habían recomendado, pero nunca pensé que lo iba a disfrutar tanto. (No he terminado el libro y ya me prometí dedicarle un ensayo).

¿Ayuda este libro a revindicar la figura de CAP o lo contrario?

Yo diría que, sobre todo, Rivero nos ayuda a entender mejor a un hombre muy complejo y difícil de valorizar. Sin duda Pérez II -en duro contraste con Pérez I- tuvo cosas muy admirables. ¿Cómo no admirar, por ejemplo, el importante papel que desempeñó Pérez impulsando la elección directa de gobernadores (y la creación de la figura del alcalde) cuando el más afectado por esta reforma era el cogollo de su propio partido, Acción Democrática, cuyo apoyo Pérez necesitaba para gobernar? ¿Cómo no admirar la ayuda que le dio a las fuerzas descentralizadoras ordenando que el tema de los gobernadores se discutiera públicamente en el Congreso, donde al CEN de AD se le haría más difícil oponerse? ¿Cómo no admirar su decisión de privilegiar el mérito y la inteligencia sobre la simple militancia partidista o su esfuerzo por limitar en lo posible el número de cargos importantes impuestos por los partidos en las instituciones y empresas del Estado? ¿Cómo no admirar su deseo de rodearse de mentes brillantes para tratar de insertar a Venezuela en la modernidad, así ello con frecuencia acarreara el error de subestimar la importancia de la experiencia política y el talento comunicador? ¿Y cómo no admirar el coraje físico que exhibió durante el golpe del 92? ¿Cómo no admirar su talante democrático reconocido por políticos tan dispares como Teodoro Petkoff y Oswaldo Álvarez Paz?

Los errores y defectos de Pérez también son numerosos. Tan numerosos que no creo que Pérez jamás sea “revindicado” como un gran líder. En balance, durante sus dos gobiernos, Pérez hizo más daño que bien al país.

Sin embargo, no se puede negar que en su segundo gobierno Pérez hizo un intento noble para que este balance terminara en positivo.

Las dos herencias

Viernes, 24 de diciembre de 2010

Manuel Caballero

Las manifestaciones en Caracas el 14 de febrero de 1936 llevaron el entonces presidente, Eleazar López Contreras, a un cambio en su gobierno y a liberalizar su política.

Entre otras cosas, López Contreras tuvo que destituir al gobernador del Distrito Federal, restituir las garantías constitucionales suspendidas el 5 de enero y derogar un decreto de censura y control sobre los medios (periódicos y radio) emitido dos días antes de las manifestaciones.

Al recién fallecido historiador venezolano Manuel Caballero le gustaba resaltar la importancia de ese día. En su biografía de Betancourt dice que el 14 de febrero del 36 afloró la mentalidad democrática de la nación y que desde entonces Venezuela vive en democracia. La gente tomó la calle y no la abandonó más:

“Había un nuevo actor en escena: la calle. La calle y no sólo esa opinión pública que por boca de los viejos dirigentes civiles y militares se había expresado en 1908, sino la opinión activa y sin intermediarios. Hay que insistir no sólo en que eso se dio por primera vez desde 1830, sino que se hizo en forma mucho más clara y definitiva que el 19 de abril de 1810, cuando los jefes de la poblada eran también los jefes de la sociedad.”

Es posible que Caballero exagerara un poco la importancia de ese 14 de febrero. Después de todo, durante los períodos de López y Medina no se logró la reforma necesaria para la universalización del voto ni su instrumentación directa.

En términos formales fue el estatuto electoral de 1947 el que permitió las elecciones universales, directas y secretas para los diputados a la Asamblea Constituyente. Y fue la Constitución Nacional de 1947 la que consagró la representación proporcional de las minorías, concepto que Chávez ha pulverizado en años recientes.

A mi modo de ver, el 14 de febrero de 1936 fue la chispa inicial que marcó un proceso de democratización sin precedentes en la historia de Venezuela. La democracia quizá no afloró ese día pero sí comenzó a abrirse paso ante una tullida herencia autoritaria de varios siglos.

Es cierto que todavía quedan rezagos visibles de esa herencia autoritaria. Muchos venezolanos siguen guardando con respecto al poder, aunque sea democrático, una relación de subordinación que explica en parte el todavía significativo arrastre popular de Hugo Chávez.

Pero también es cierto que el espíritu del 14 de febrero sigue vivo, dispuesto a ganar el pulso que se libra hoy en Venezuela:

Sobre la corrupción

Martes, 21 de diciembre de 2010

En Venezuela la corrupción tiene miles de manifestaciones, desde el más pequeño trámite burocrático a la asignación de contratos millonarios sin proceso de licitación (a cambio de jugosas comisiones). Reconocer esta realidad es importante para entender que igualar todos los actos de corrupción es un error. Claramente, hay corruptos y corruptos. Algunos actos de corrupción son peores que otros.

Es posible, por ejemplo, imaginarse a un empresario relativamente honesto pagarle a un funcionario de Cadivi para que le entreguen los dólares que le corresponden, sin los cuales su negoció de importación no puede sobrevivir. Es también posible imaginárselo pagándole a un funcionario de la aduana por la sencilla razón de que, por la vía legal, su mercancía no sale del puerto. Entre este empresario y el empresario que se asocia con un funcionario para obtener sin proceso de licitación un contrato con sobreprecio hay una diferencia importante. En el primer caso es posible que el importador, de haber vivido en un país desarrollado, y con instituciones fuertes, jamás hubiese cometido un acto de corrupción.

El problema, sin embargo, es que quien decide, por razones de “supervivencia,” tolerar cierto grado de corrupción en las operaciones de su negocio se coloca en una pendiente resbaladiza, pues la frontera que separa éste de otros tipos más graves de corrupción es gaseosa. Lo que comienza cómo un simple mecanismo de supervivencia puede degenerar en faltas éticas mucho más graves. Una vez que se cruzan ciertos límites, las barreras que separan lo corrupto de lo más corrupto, lo malo de lo peor, son más difíciles de ver y reconocer, y, sobre todo, más fáciles de rebasar. La corrupción genera más corrupción. El empresario relativamente honesto puede terminar convirtiéndose en un cómplice de criminales.

En este sentido la corrupción en Venezuela tiene una dimensión trágica. El sistema corrompe. Hasta gente con nunca imaginamos capaz de robarse un medio termina implicada en grandes estafas.