Camuflado ventajismo

Viernes, 10 de junio de 2011

En una de sus recientes columnas de El Universal, Eugenio Martínez resalta unos datos interesantes del Instituto Nacional de Estadística sobre la creciente nomina estatal:

  • El porcentaje de empleados públicos es del 19,5 por ciento del total de la población activa. La nomina estatal ha crecido en un 36,2 por ciento en los últimos cuatro años.

(Para poner esta cifra en perspectiva me gustaría añadir un dato a los de Eugenio Martínez. Según el Departamento del Trabajo estadounidense, el gobierno emplea, sin contar a los militares, 1,8 millones de personas, un poquito más del 1 por ciento de la fuerza laboral del país. Es decir, con una fuerza labor casi 13 veces más grande el gobierno de Estados Unidos emplea alrededor de 600 mil personas menos que el gobierno de Venezuela).

  • Mientras el Estado crece el sector privado se reduce. Sólo el año pasado los empleos en el sector privado se redujeron en un 15 por ciento.
  • 33,7 por ciento de los nuevos empleos que se crearon en 2010 tienen su origen en la expansión del tamaño del Estado.

Con razón, Martínez dice que estas cifras son muy relevantes en el debate sobre el secreto del voto y las captahuellas. Si votar contra Chávez implica un riesgo de perder el empleo, mucha gente se va a abstener o votar por el presidente contra su voluntad.

Pero a mí me gustaría enfatizar otro aspecto que Martínez menciona, pero muy someramente.

El empleado público teme no sólo la retribución, sino también el cambio. Cualquier posibilidad de cambio de gobierno, especialmente cuando la alternativa es tan distinta, implica una amenaza de perder el trabajo. Al empleado público no se le escapa que reducciones a la nómina estatal (que incluyan, quizá, su propio empleo) son totalmente justificadas. Pero es difícil pedirle a alguien que apoye un esfuerzo modernizador del Estado que pone en riesgo su propia supervivencia, sobre todo si es bastante probable que este esfuerzo, a la larga, no prospere.

Si hubiesen más alternativas en el sector privado la situación no fuese tan grave. Pero, como señala Martínez, las oportunidades de empleo fuera del Estado son cada vez menores.

Y, si en el sector privado hay cada vez menos empleo, ¿no es mejor preservar el status quo para no arriesgar el pan?

Ganadores y perdedores de las elecciones en Perú

Miércoles, 8 de junio de 2011

En la elecciones presidenciales peruanas el triunfador fue obviamente Ollanta Humala y la perdedora Keiko Fujimori. Pero, apartando a los dos candidatos, ¿quién ganó y quién perdió el pasado domingo?

Ganadores

Alejandro Toledo. Humala avaló una intentona golpista en su contra en 2006. Poco antes de que se celebrara la primera vuelta en abril el ex presidente peruano y entonces candidato dijo que votar por Humala era un “salto al vacío.” Pero, convencido de que Humala era el mal menor, Toledo decidió apoyarlo públicamente días antes de la segunda vuelta. Estando la carrera tan reñida, su apoyo ha podido ser clave.

Mario Vargas Llosa. En la cúspide de su gloria literaria, el premio Nobel de literatura ha podido optar por el silencio y no apoyar a nadie para no ensuciar sin necesidad su inmaculada reputación. Pero este demócrata modelo decidió meterse en el barro y apoyar a un candidato sumamente cuestionable porque “en la democracia uno siempre tiene que elegir,” así sea el mal menor. A sus 75 años, el sartrecillo valiente sigue sumido en el debate público desatando a su alrededor adhesiones entusiastas o feroces abjuraciones, y encarnando la tesis del “compromiso” que lo hizo ganarse su sobrenombre de juventud.

Lula. Humala no sólo contrató efectivos asesores de campaña del Partido de los Trabajadores, también se arropó en el modelo de izquierda de Lula para distanciarse de Hugo Chávez. Y en sus esfuerzos por arrimarse hacia el centro, la derechista Keiko Fujimori también se declaró su admiradora. El brand de la izquierda vegeteriana atraviesa su mejor momento. El del ALBA su peor.

Perdedores

Los medios peruanos. La mayoría de los medios peruanos, comenzando con los del grupo El Comercio, se volcó contra la candidatura de Ollanta Humala. Periodistas fueron botados por no alinearse con Keiko y Vargas Llosa retiró en protesta su columna de El Comercio. En Peru 21 todos los días aparecía en portada una nueva denuncia contra Humala ligándolo al narcotráfico, Chávez, violaciones de derechos humanos, etc. Pero los peruanos, al parecer, no le creen mucho a los medios.

Alberto Fujimori. Con Humala en el poder, las posibilidades de que Fujimori salga de la cárcel son casi nulas, a pesar de que Humala ha dicho que podría indultarlo por razones humanitarias (Fujimori padece de una leucoplasia oral). Sus privilegios en la cárcel de la Diroes -cortesía del gobierno de Alan García- seguramente serán revocados. Si Keiko se lanza en 2016, ya su padre no podrá contribuir a la campaña desde la cárcel.

Alan García. Su apoyo a Keiko fue casi explícito. Y, al igual que lo hizo contra Toledo en la primera vuelta, el presidente saliente del Perú estuvo evidentemente involucrado en la campaña sucia contra Humala. Esta vez, sin embargo, el virtuosismo maquiavélico de este viejo zorro político falló. Eso sí: el contraste entre su primer y segundo gobierno lo coloca, también, en la lista de ganadores.

Por qué votaría por Ollanta Humala

Viernes, 3 de junio de 2011

Las elecciones en Perú son el domingo y por eso publico otra vez mi argumento a favor de Ollanta Humala. Creo que sólo necesita una pequeña actualización. Keiko Fujimori destituyó hace una semana a Jorge Trelles por decir que durante el gobierno de Alberto Fujimori “se mató menos” que en los dos anteriores gobiernos.

Antes de tomar esta posición, varios expertos en política peruana me ayudaron a comprender las ventajas y desventajas de cada candidato, incluyendo intelectuales que están convencidos de que Keiko es el mal menor. Agradezco especialmente a Carlos Basombrío, Fernando Rospigliosi, Julio Carrión, Santiago Pedraglio, Gustavo Gorriti, Carlos Indacochea y Max Cameron. Para una posición inteligente, contraria a la mía, recomiendo los artículos de Rospigliosi en La República y su polémica con Steven Levitsky.

El progreso que ha hecho el Perú en la última década es impresionante. En el lado político la diferencia es del día a la noche. Después de la década oscura de los noventa, el país goza hoy de una amplia libertad de expresión, un poder judicial independiente, unas fuerzas armadas despolitizadas, y elecciones libres y justas. En el plano económico el progreso también es notable. El Perú tiene las más altas tasas de crecimiento económico del hemisferio, ha reducido la pobreza de más del cincuenta por ciento a un tercio de la población y en los últimos cinco años ha escalado veinticuatro posiciones en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas. ¿Cómo se explica, entonces, que los peruanos estén obligados a escoger en la segunda vuelta presidencial del 5 de junio entre un militar radical nacionalista y la hija de uno de los peores dictadores que ha tenido el Perú en su historia republicana?

Exageran quienes dicen que este desenlace revela graves fisuras en las estructuras del modelo de desarrollo peruano o que el pase a la segunda vuelta de Ollanta Humala y Keiko Fujimori es la manifestación de un rechazo al actual modelo económico de libre mercado. El voto de los tres candidatos centristas en la primera vuelta sumó el cuarenta y cuatro por ciento, diez puntos más que el voto que recibió Ollanta Humala, el único candidato cuyo plan económico de gobierno no es continuista (el continuismo económico recibió casi el setenta por ciento del voto). Encuestas revelan que lo que más entusiasma a los votantes de Humala no son sus propuestas económicas, sino más bien sus promesas de luchar contra el crímen, la inseguridad y la corrupción, y su oferta de pensión para los jubilados.

Es cierto que el Perú sigue teniendo graves problemas. El crimen está subiendo, hay mucha corrupción, los servicios públicos siguen siendo muy deficientes (o inexistentes) y todavía hay remanentes importantes de pobreza donde el crecimiento económico no ha tenido mayor impacto. Que esta situación crea descontento en importantes sectores de la población es una verdad innegable. Lo que es dudoso es que este descontento haya llevado inevitablemente a la victoria de Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Cualquier candidato, en cualquier punto del espectro ideológico, ha podido capitalizar este descontento. Alejandro Toledo, en efecto, estuvo cerca de hacerlo. Pocas semanas antes de las elecciones contaba con una popularidad que triplicaba a la de Humala y era diez puntos mayor a la de Keiko.

Pero, sea cual sea la razón del resultado, los peruanos encaran ahora una decisión muy difícil que podría afectar enormemente el futuro del país. Escoger entre dos opciones que representan serias amenazas a la democracia que el Perú recuperó hace una década. Es común, en cualquier sistema democrático, que la población se vea obligada a elegir la opción que considera menos mala en vez de la opción que más le gusta. Menos común es que tenga que escoger al candidato que considera menos proclive a gobernar como un dictador.

La primera opción es Keiko Fujimori, hija de Alberto Fujimori, presidente que gobernó Perú en los años noventa y fue condenado en 2007 a veinticinco años de prisión por corrupción y violaciones a los derechos humanos. Concuerdo plenamente con quienes dicen que Alberto Fujimori es lo peor que le ha ocurrido a Perú en muchos años. El prontuario de su gobierno es una mancha oscura en la historia de ese país: secuestro del Poder Judicial; disolución temporal del Congreso; acoso, chantaje e intimidación de opositores; persecución a periodistas; control de líneas editoriales y robo de medios de comunicación; campañas mediáticas para destruir a la reputación de personas respetables; modificación de la Constitución para permitir la reelección; politización de las fuerzas armadas; tráfico de armas y de drogas; desapariciones, torturas y ejecuciones extrajudiciales; esterilizaciones forzadas; saqueo sistemático de los recursos del Estado; y entrega de la seguridad de la nación a delincuentes probados. Al lado de Fujimori, líderes como Hugo Chávez y Evo Morales lucen mucho mejor.

Es verdad, como han dicho muchos, que Keiko Fujimori no debe ser culpada por los delitos y crímenes del padre. Después de todo, cuando Fujimori dio el autogolpe en el 92 Keiko tenía apenas diecisiete años. Pero también es cierto que en los últimos diez años Keiko no ha hecho mucho para distanciarse del legado del fujimorismo. Al contrario: Keiko ha dicho reiteradamente que considera el gobierno de Alberto Fujimori “el mejor de la historia del Perú” y que las acusaciones por violaciones a los derechos humanos hechas contra su padre son “mentirosas y absurdas.” Su entorno está plagado de figuras del viejo fujimorismo como Martha Chávez, Luis Delgado Aparicio, Jorge Trelles Montero, Martha Hildebrandt, Luz Salgado y Luisa María Cuculiza. La congresista Martha Chávez, famosa por decir que los asesinados de la masacre de La Cantuta se “autosecuestraron” y a quien Keiko apoyó como candidata presidencial del fujimorismo en 2006, lanzó una amenaza al presidente del Poder Judicial César San Martín -un peruano de lujo- hace apenas dos semanas, declarando en televisión que cuando ganara Keiko el juez tendría que rendir cuentas por condenar a Alberto Fujimori. ¿La reacción de Keiko? Uno hubiese esperado una dura condena o una expulsión inmediata de la congresista de las filas del fujimorismo, pero Keiko se limitó a decir que si lo que dijo Martha Chávez “se entendió” como una amenaza ella la desautorizaba.

La segunda opción es Ollanta Humala, un ex militar nacionalista que no sólo representa una amenaza autoritaria para el Perú, sino también una amenaza económica. De los planes de gobierno de los principales candidatos de la primera vuelta, el de Humala es por rato largo el más retrogrado (“de un rojo obsoleto difícil de desteñir,” dice la revista Caretas). En él asoma una visión interventora del Estado en la economía y se esgrimen propuestas preocupantes como la conformación de una Asamblea Constituyente y una ley de regulación de medios. Y, si estas propuestas son vistas a través del prisma de su vieja simpatía por las políticas catastróficas del general Velasco y Hugo Chávez, el panorama es francamente desolador.

Ollanta Humala, además, fue criado por un padre fanático, inventor de una ideología racista y totalitaria llamada etnocacerismo. Su hermano Antauro, con quien Humala lideró un alzamiento militar contra Fujimori en 2001, es otro fanático con ideas escalofriantes que está preso por liderar un alzamiento militar sangriento en Andahuaylas en 2005 contra el gobierno democrático de Alejandro Toledo. Ollanta mismo tiene algunas manchas oscuras en su currículo: una pareja lo acusa de golpearlos y robarlos en el 92, cuando comandó una base en Madre Mía (el Poder Judicial investigó la denuncia y absolvió a Humala). Y, aunque ahora niega haber participado en el “Andahuaylazo,” y subraya que las autoridades no han encontrado pruebas que demuestren lo contrario, Humala avaló en el momento el levantamiento armado. El propio Antauro dijo que el alzamiento se había hecho en nombre de su hermano.

Como Keiko, Humala se ha moderado en su campaña. Ahora viste saco y corbata en vez de camisas rojas, y se ha distanciado del modelo chavista para acercarse al modelo de izquierda pragmática y democrática de Lula. Asegura que no quiere estatizar empresas, que está dispuesto a renunciar a la idea de la Asamblea Constituyente, que va a respetar los acuerdos y contratos internacionales, y que va a preservar la libertad de prensa y la independencia del Banco Central. También se ha distanciado de la radical ideología de su familia, prácticamente desconociendo a Antauro. Y, aunque todo esto está muy bien, no ver estos cambios con sumo escepticismo es casi tan ingenuo como creerle a Keiko la promesa de que no va a indultar a Fujimori o su muy reciente y tardía admisión de que en el gobierno de su padre se cometieron excesos y delitos.

¿Por quién, entonces, deben votar los peruanos? ¿Qué tan fácil es imaginar a Keiko Fujimori marcando una clara distancia con la manera de gobernar de su padre cuando su equipo está repleto de viejos fujimoristas? ¿No dice mucho la cercanía de Keiko a estos vergonzosos personajes, algunos de los cuales tienen muy altos cargos en su campaña, incluyendo Jaime Yoshiyama Tanaka, tres veces ministro de Fujimori, cómplice del golpe del 92 y ahora candidato a segundo vicepresidente? ¿Y qué decir del actual vocero de Fuerza 2011, Jorge Trelles Montero, ministro y legislador durante la dictadura que todo el mundo sabe que fue cercano a Vladimiro Montesinos y conspiraba con él? ¿Y de la integración al equipo técnico de dos ex ministros de Salud acusados de haber ejecutado la política de las esterilizaciones forzadas de la dictadura de Fujimori?

¿No es posible imaginar a gente como Martha Chávez presionando y quizá purgando al Poder Judicial para vengarse de lo ocurrido la última década y sacar de la cárcel a los más de setenta fujimoristas condenados por corrupción y violaciones a los derechos humanos? ¿No asustan los reportes de la influencia que, desde la celda, ejerce Alberto Fujimori en la campaña de su hija? ¿No asusta su intensa actividad política en la cárcel de la Diroes, una prueba de que este viejo zorro sigue con ánimos de participar en la vida política de su país?

Al mismo tiempo, ¿no es el plan de gobierno de Keiko mucho mejor que el de Humala? ¿Qué tan probable es que Keiko trate de perpetuarse en en el poder como trató de hacerlo su padre? ¿No sería prudente votar por Keiko para reducir el riesgo de un retorno al velasquismo? Frente al riesgo de un gobierno autoritario y estatista como el de Hugo Chávez, ¿qué importa si Keiko saca a Fujimori de la cárcel con tal de que no desbarranque la economía y entregue el poder en cinco años?

Por el otro lado, ¿acaso es muy difícil imaginar que Humala haya decidido a favor del modelo de Lula? ¿No sería racional escoger ese camino que es, a todas luces, mucho más exitoso que el chavista y es visto ahora como un modelo para la izquierda en toda la región? Si sus asesores brasileños han logrado moderar a Humala en la campaña, ¿no es esto un indicador de que lo mismo podría ocurrir en su gobierno? Más aún: ¿no son Brasil y el éxito económico del Perú potenciales fuerzas moderadoras cuya importancia no se debe subestimar? ¿No es buena señal que Humala haya incorporado a varios técnicos de Toledo en su equipo y que su discurso esté cada vez más lejos de su plan de gobierno y la retórica chavista? ¿No es favorable que con el apoyo de los congresistas del partido de Toledo, Perú Posible, Humala tendría mayoría en el Congreso y eso podría ser un incentivo para ceñirse a los límites constitucionales? ¿Y no ha sido Humala más claro que Keiko marcando distancias con su familia? En los últimos cinco años, ¿no se comportó su bancada en el Congreso de una manera mucho más democrática que la de Keiko?

Y, sin embargo, ¿qué garantía tenemos de que ese extremismo ideológico y autoritario que le inculcó su padre desde muy pequeño, y esa mentalidad vertical producto de su educación militar, hayan sido de verdad asfixiados por la influencia de Lula y la izquierda moderna y democrática de América Latina? ¿Qué garantía tenemos de que la condiciones actuales del Perú lo van a frenar si decide seguir el camino de Hugo Chávez? ¿Y cómo olvidar esa declaración avalando el “Andahuaylazo,” un alzamiento militar contra un gobierno democrático? ¿No es difícil creerle cuando dice que no conocía la parte violenta del plan cuando dio esa declaración?

Consciente de que me puedo estar equivocando, y evitando convertirme -como ya lo han hecho muchos- en lo que un politólogo peruano ha bautizado “hincha del mal menor,” sigo pensando que la amenaza menos seria es Ollanta Humala. Es más fácil imaginar a un Humala gobernando en democracia y desde el centro que imaginar una conversión del fujimorismo.

 

Blame Uribe First

Miércoles, 1 de junio de 2011

María Ángela Holguín

La canciller colombiana, María Ángela Holguín, en entrevista con El Espectador:

Y a propósito del presidente Chávez, las relaciones están en el mejor momento de los últimos años. Y eso no ha ido en contra de la relación con EE.UU. ¿Cuál ha sido la estrategia para lograrlo?

Yo nunca he creído que tenga que ser el uno o el otro. Cuando uno tiene un diálogo claro, transparente y franco no hay porque tener relación sólo con uno. Tenemos una excelente relación con EE.UU. que queremos que se mantenga..Su apoyo a la seguridad en Colombia ha sido fundamental….Al mismo tiempo, tenemos una buena relación con un vecino con el cual por décadas, yo diría por siglos, ha habido momentos tensos. Esto no es un asunto simplemente del gobierno del presidente Chávez.

Traducción: La gente exagera con Chávez. Tampoco es tan errático y difícil como algunos dicen. Simplemente hay que ser franco y claro con él para que la relación bilateral funcione.

Unasur fue durante mucho tiempo un escenario adverso para Colombia y hoy la Secretaría General está en manos de una colombiana. Venezuela, Nicaragua y Ecuador también cambiaron su política frente al país. ¿Qué hizo usted para cambiar en tan poco tiempo esa imagen?

A diferencia de lo que muchos críticos aseguran yo le diría que más que nunca hablamos con Ecuador y Venezuela sobre temas de seguridad. Nunca se había hablado de forma tan clara y específica de los problemas que preocupan a Colombia y tampoco había habido tanta cooperación por parte de los vecinos. En la medida en que uno tiene un acercamiento de respeto, de diálogo y cooperación, la actitud cambia inmediatamente.

Traducción: Antes la traba era Uribe. Como es una persona intransigente y cerrada al diálogo, la relación con Venezuela sufrió. Nosotros hemos sido más respetuosos y abiertos, y por eso la relación ha mejorado.

Nadie duda de lo logros de Santos y la canciller Holguín en política exterior. La increíble mejora de las relaciones con Venezuela y Ecuador, la secretaría general de Unasur, el acuerdo de Cartagena. En muy poco tiempo Colombia pasó del aislamiento regional a liderar la reincorporación de Honduras a la comunidad hemisférica.

Con todo y eso, la canciller -al igual que buena parte de la elite mediática colombiana- se equivoca pensando que Uribe, un hombre que nadie niega que tiene serios defectos pero que por mucho tiempo fue demasiado paciente con Chávez, es el principal culpable del deterioro de la relación bilateral.

Además de una actitud confianzuda y desmemoriada, la canciller Holguín revela una subestimación de su propio talento.

Próximamente:

  • El erotismo de Héctor Torres.

Perú y el legado de Lula

Lunes, 30 de mayo de 2011

Lula y Ollanta

Las elecciones presidenciales en Perú pueden ser vistas como un reflejo de los vientos ideológicos que soplan en la región.

Desde la primera vuelta la derechista Keiko Fujimori ha hecho lo posible por arrimarse hacia el centro. Ha admitido que durante el gobierno de Alberto Fujimori se cometieron “delitos”; ha prometido no indultar a su padre; ha expresado admiración por el ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva; y ha seguido vinculando a su contrincante con Hugo Chávez.

El izquierdista Ollanta Humala no se ha quedado atrás. Se ha desasociado sistemáticamente de Chávez; ha jurado que va a respetar la democracia; ha prometido que no va a tomar acciones que pongan en riesgo las altas tasas de crecimiento económico; se ha rodeado de técnicos moderados; y se ha identificado fuertemente con el modelo de Lula que enfatiza políticas sociales para ayudar a los pobres a la vez que promueve una economía de mercado y libre empresa.

La coyuntura electoral, es cierto, incentiva a los dos candidatos a moderarse. Para ganar ambos necesitan captar el voto del centro. Pero eso no quita que ser centrista en Perú es electoralmente más rentable que ser radical. Sumados, los candidatos del centro sacaron 10 puntos más que Humala en la primera vuelta. Setenta por ciento votó a favor del continuismo en materia económica.

En América Latina ocurre algo similar a lo que ocurre en la campaña electoral del Perú. En las elecciones recientes en Colombia y Brasil las diferencias entre los dos candidatos principales fueron pequeñas. Los izquierdistas Mauricio Funes (El Salvador) y José Mújica (Uruguay) han gobernado desde el centro. Y algunos analistas bromean que el gobierno de Sebastián Piñera es el quinto de la Concertación, coalición de centro-izquierda que gobernó Chile desde la caída de Pinochet hasta 2010. Latinobarómetro, un sondeo regional, revela que el número de latinoamericanos que se define como centrista aumentó doce puntos porcentuales entre 2002 y 2008.

Es verdad que países como Venezuela, Bolivia y Nicaragua no han contribuido a este fortalecimiento del centro, pero también es cierto que la izquierda radical está cada día más desgastada. Ha recibido además un golpe casi letal que tiene cuatro letras: Lula.

El ex presidente brasileño perjudicó enormemente el brand del ALBA, porque su gobierno se convirtió en un modelo alternativo de izquierda mucho más atractivo y exitoso que el de Chávez y Evo Morales. Todos los izquierdistas que aspiran a gobernar quieren asociarse con Lula. Ninguno quiere asociarse con Chávez. Ni siquiera Humala.

Haberse arrimado hacia el centro sin sacrificar un ápice sus credenciales izquierdistas, y haber partido a la izquierda en dos y deslustrado la mitad de Chávez con su brillante gestión de gobierno, es el logro más subestimado de Lula.

Uno que ha tenido importantes repercusiones regionales.

Una versión más corta de este artículo fue publicada ayer en el diario 2001.

Mañana:

  • Mirtha Rivero sobre Frida Kahlo.