Martes, 10 de diciembre de 2013
Parece que los procesos electorales atrofian la brújula de muchos analistas.
Y puedo resumir con dos preguntas mi crítica a argumentos que han recobrado fuerza.
¿Tendría la oposición una presencia importante en las principales capitales, no sólo en términos de votos sino de estructura de organización política, sin participación en esos “inútiles” procesos electorales -procesos, vale la pena añadir, que nadie en la oposición niega que son una retahíla de abusos?
Decenas de líderes locales y regionales han aprovechado las estructuras municipales y estatales para trabajar por sus comunidades, ganar apoyos, movilizar el voto en las presidenciales y -¡horror de horrores!- alimentar sus propias ambiciones. El gobierno ha azotado estas estructuras. Alcaldes y gobernadores han sido desprovistos de competencias y recursos; el gobierno ha superpuesto nuevas estructuras sobre las viejas. Pero pese al saboteo estos líderes locales han preservado el apoyo de sus seguidores y ganado otros más a través de un trabajo diario organizado dentro del marco de estas estructuras. ¿Es poco lo que logran? No creo, porque ese trabajo ha ayudado a la reelección de muchos.
Segundo, ¿por qué se habla de la presión contra el creciente autoritarismo del gobierno a través de protestas callejeras y resistencia civil como algo casi incompatible a la lucha electoral? ¿No se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo?
Más aún, los que reclaman mayor movilización deberían reconocer que los logros de la participación electoral son valiosos activos para cualquier estrategia alternativa. Si los que buscan una Primavera Árabe, protestas como las de Ucrania o un inspirador escenario de “resistencia civil” (gaseoso término si los hay) deciden tomar acción y hacer un enorme esfuerzo de organización para promover una mayor movilización callejera, ¿a quién deben acudir? Mejor Carlos Ocariz que Diego Arria.
Por cierto, esto es algo que entiende mejor la cúpula chavista que algunos analistas, simplemente porque éstos no hacen el esfuerzo de ponerse en los zapatos de aquéllos. En este caso, pareciera que el miedo a perder el poder aguza el criterio y la capacidad analítica de los poderosos para detectar acertadamente obstáculos y amenazas.
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