Batiburrillo conceptual

Jueves, 11 de julio de 2013

El escritor argentino Ricardo Piglia no entiende porqué algunos escritores venezolanos se abstienen de participar en el premio Rómulo Gallegos:

Actúan como los estalinistas: primero le preguntan a una persona lo que piensa y después se deciden a leerla.

Y luego:

Honorato de Balzac era un monárquico, pero sus novelas decían más sobre la sociedad francesa de su época que las posiciones de mucha gente de izquierda. Esto quiere decir que la cultura es política a su manera, y que no podemos trasladar de una manera mecánica las posiciones políticas de la sociedad a la cultura.

John Manuel Silva y Ana Teresa Torres ya han desmontado estas declaraciones de Piglia. Pero me gustaría agregar algo.

Piglia confunde conceptos. Una cosa es pensar que la ideología política determina la calidad literaria o que la cultura debe estar al servicio de la ideología; y otra distinta es abstenerse a participar en un premio gubernamental en un país donde el gobierno ha politizado las instituciones culturales del Estado. Y no sólo las instituciones culturales. El chavismo también ha politizado y purgado muchas otras instituciones, entidades y empresas estatales y hasta condicionado la entrega de servicios básicos a la lealtad política.

Es decir, las palabras de Piglia no son apropiadas para describir a los escritores disidentes que se niegan a participar en el Gallegos. Son apropiadas para describir al gobierno. Uno puede protestar contra aberraciones como el uso de la Lista Tascón para purgar entidades culturales públicas y al mismo tiempo pensar que la ideología no determina el valor de una obra de arte.

Por cierto, al igual que a John Manuel, a mí nunca me ha parecido gran cosa la obra de Piglia. Pero eso no tiene nada que ver con las tonterías que dice cuando lo entrevistan.

It is happening here!

Martes, 9 de julio de 2013

Viajando y con pésimo Internet pero un breve comentario sobre Edward Snowden, que podría asilarse en Venezuela.

Primero, dejando a un lado nuestra opinión sobre Snowden, sus revelaciones deben atizar el viejo debate sobre la inevitable tensión entre la seguridad y el respeto a las libertades civiles.

Porque Snowden ilustra que esta tensión se ha agudizado con la creciente digitalización de nuestras vidas (que nos impide dar un paso sin dejar huellas en el mundo digital), el surgimiento de Big Data (la capacidad de masiva recolección y almacenamiento de estas huellas) y el creciente poder destructor de los grupos terroristas (también producto de los avances tecnológicos).

¿Cómo evitar que este peligroso cóctel se transforme en una pesadilla orwelliana donde gobiernos democráticos empiecen a utilizar estas herramientas para chantajear, extorsionar o reprimir a la disidencia e incluso perpetuarse en el poder?

La respuesta es fiscalización. Oversight. Pero como dice Fareed Zakaria:

Obama Administration officials…insist that any fishing expeditions undertaken through terabytes of collected data are highly targeted and do not involve innocent Americans…Maybe so, but over the past 33 years, the Executive Branch has made 33,900 requests for surveillance to a special court created to make sure there are solid grounds to grant these surveillance powers. The court has approved all but 11 of them. Is that genuine oversight? It is hard to say, for the court itself is secret. Shouldn’t we know more?

Hasta ahora no tenemos pruebas de que el gobierno de EEUU haya utilizado estos programas con propósitos políticos internos, la peor amenaza de estos programas de vigilancia. Pero ¿qué nos garantiza que esto no va a ocurrir en el futuro? ¿Y son las actuales garantías lo suficientemente sólidas para proteger a los estadounidenses si un radical o un populista asciende al poder? En esto no podemos olvidar a Sinclair Lewis (“It can’t happen here“). Ni a Philip Roth.

Y esto me lleva a Snowden, quien está pidiendo un asilo en un país donde ya es una realidad esta pesadilla que no ha ocurrido, pero podría ocurrir, en Estados Unidos.

Revelando los documentos del NSA Snowden quiso sacar a la luz una incómoda realidad y llamar la atención a una amenaza real, presuntamente con el objetivo de revertir el alcance de estos programas e impedir que condujeran a una situación como la que ya ocurre en Venezuela.

Vaya tragedia griega, la de Snowden. Su idealismo lo llevó a meterse en un tremendo lío. Pero ahora tiene que elegir entre su propia supervivencia (una vida en libertad) y traicionar las convicciones por las cuales ha sacrificado tanto. Porque refugiarse en un país que ilustra la pesadilla que el busca evitar para su propio país es traicionar sus convicciones. Y, si está dispuesto ahora a traicionarlas, ¿tiene algún sentido lo que hizo?

Por supuesto, Snowden nunca eligió esta situación. La vida lo fue cruelmente acorralando.

Los nini del desarrollo

Jueves, 4 de julio de 2013

Nancy Birdsall podría tener razón cuando dice que los “strugglers” -ese amplio sector que no es pobre pero tampoco clase media- son el motor principal detrás de las protestas de los últimos años.

Y estos “nini” del desarrollo deberían preocupar al gobierno venezolano.

¿Por qué?

Porque  la suma de endeudamiento y la bonanza petrolera de la última década -la más extraordinaria en la historia del país- han financiado un aumento en el consumo que se ha traducido en una reducción considerable de la pobreza o un aumento significativo del número de nini.

Pero esta mejora no es estructural. Al contrario: es una mejora-de-espuma-en-consumo producto del gasto que es extremadamente vulnerable a cualquier retortijón de la economía, sobre todo ahora que, como algunos sospechan, la década plácida de los países emergentes podría estar culminando. (En 2007 sólo tres de 150 economías emergentes se contrajeron).

Los nini, pues, están ahora en peligro.

Al mismo tiempo, Venezuela sigue teniendo una ingreso por persona alto en comparación a muchos otros país de la región, incluyendo Brasil. No sólo tenemos más nini (o “strugglers”) sino en general tenemos una reserva importante de gente lo suficientemente próspera para alzar la voz y salir a la calle. Y esta gente también está siendo afectada por el estancamiento económico además de la criminalidad, la crisis eléctrica, educativa, etc.

¿Por qué no ha habido ya protestas?

Porque estas cosas son imprevisibles. Este esquema es uno entre otros también válidos a través del cual se puede interpretar la realidad venezolana. Es difícil de determinar por qué las protestas estallan en algunos lugares y no en otros con condiciones similares; o por qué estallan antes o después.  Para parafrasear a Lenin, “a veces pasan décadas y no pasa nada…y a veces en pocos días transcurren décadas.”

Medir el despilfarro

Martes, 2 de julio de 2013

Los brasileños pagan impuestos como los países del primer mundo, pero reciben servicios del tercer mundo. Y esto irrita, como dice Carlos Alberto Montaner:

Thirty-eight percent of the wealth they create, the famous GNP, ends up in the hands of the government. In Canada, where the state educates, medicates and manages satisfactorily, the percentage is 37.3. In Spain, 35.9. The Swiss have built one of the most prosperous states with only 33.6 percent of their GNP.

Esto me hizo pensar en uno de los aspectos trágicos de la era de Chávez.

Durante la última década Venezuela ha recibido la mayor bonanza de su historia gracias al alza de los precios del petróleo. Ningún país en la historia de América Latina ha recibido una bonanza como la que recibió el país bajo Chávez.

Y, cuando el gobierno tiene una capacidad de gasto mucho mayor a la de sus antecesores, se pierden los parámetros de comparación. El aumento en el gasto, y los beneficios que trae ese gasto, no son vistos como producto del boom, sino como producto de la generosidad del presidente.

Entonces es difícil  medir la magnitud del despilfarro, la corrupción y la mala administración. Porque el punto de referencia en el pasado son gobiernos que no contaban con tanto dinero. Un gobierno que gasta ineficientemente 100 bolívares puede ser mejor visto por sectores receptores del gasto que un gobierno que gasta eficientemente una cantidad mucho menor.