La teoría de la media bola

Viernes, 7 de enero de 2011

La reculada del gobierno con la Ley de Universidades recuerda una teoría que lleva tiempo rondando por ahí, y que se le atribuye al recién fallecido Carmelo Lauría.

La teoría vas más o menos así:

Chávez anuncia un día que va a castrar a toda la población masculina. El anuncio provoca un zaperoco y la oposición toma las calles, exigiendo que el gobierno rectifique.

Chávez espera, monitoreando de cerca la situación. Si las protestas amenazan con desbordarse, el presidente recula y dice, en tono de demócrata que acepta compromisos, que sólo le va a cortar media bola a cada hombre.

Como es obvio, la teoría dice varias verdades.

En primer lugar, está claro que Chávez a veces aplica un conjunto de medidas radicales sabiendo que no las va a aplicar todas. Dependiendo de la reacción que provoquen (y de lo que dicen las encuestas de la sala situacional), decide revocar algunas y dejar las que más le interesan. La reculada parcial es cómo destapar un poco la olla de presión para que no estalle.

En segundo lugar, las medidas que Chávez decide dejar por lo general son muy graves. Nadie ve como un alivio perder sólo medio testículo.

En tercer lugar, la teoría de la media bola revela que, así controle todas las instituciones, Chávez no es inmune a la presión popular. Como ya varias veces lo han demostrado los estudiantes, tomar las calles y protestar es una herramienta efectiva de resistencia democrática.

Y más efectiva si la presión es constante (mientras más presión se ejerce más difícil se la hace a Chávez avanzar y más necesario retroceder).

Por otro lado, no hay que olvidar que la teoría de la media bola no es exacta: la pérdida de la democracia es reversible.

Sigue la lucha

Jueves, 6 de enero de 2010

La estrategia de voto y participación le ha dado claros réditos políticos a la oposición. Quizá no ha derrotado ni logrado detener la aplanadora totalitaria de Chávez, pero no queda duda de que, votando y llenando y reconquistando espacios institucionales, la oposición le ha complicado los planes al presidente.

Con la reforma constitucional, por ejemplo, Chávez propuso superponer una serie de vicepresidentes regionales elegidos por él encima de la estructura de alcaldes y gobernadores. La oposición no sólo detuvo este plan derrotando al oficialismo en el referéndum, también obstaculizó nuevos intentos de centralizar el poder en la capital ganando en 2008 varias de las más importantes gobernaciones. Esas victorias electorales han forzado al gobierno a abandonar el plan de las vicepresidencias y adoptar estrategias más graduales para debilitar a las autoridades locales y regionales, como ir despojándolas de competencias y asfixiándolas con recortes presupuestarios.

También han permitido que la oposición aproveche la reconquista de ciertos espacios para consolidar su dominio sobre estos espacios, una realidad evidente que revela cualquier análisis comparativo de los resultados de las regionales de 2008 y las parlamentarias del pasado septiembre.

Es posible que Chávez termine haciendo todo lo que se propuso en 2007, pero la oposición, de manera pacífica, ha logrado al menos retrasar y complicar el plan totalitario de Chávez. La oposición se ha mantenido en el pulso.

¿Sigue siendo válida esta estrategia de participación? ¿No son la habilitante y la otras leyes que buscan bypassear al nuevo Congreso pruebas contundentes de que los esfuerzos de la oposición son inútiles? ¿No prueban estas leyes que Chávez jamás entregará el poder por las buenas? ¿Que son unos tontos e ingenuos los que siguen jugando a la democracia con un gobierno que no respeta las reglas democráticas?

A estas preguntas sólo se puede responder con otras preguntas. ¿Estaría mejor hoy la oposición si no hubiese participado en las elecciones legislativas? ¿No fue refrescante escuchar ayer a Richard Blanco, Juan José Caldera, Marquina y Gómez Sigala denunciar la incompetencia del oficialismo desde esa excelente tribuna que es la AN? ¿Fue acaso insignificante la imagen de los cartelitos sacados en la primera sesión por los diputados con el número 52 indicando el porcentaje del voto popular obtenido por la oposición? ¿No fue el día de ayer importantísimo para enviar un mensaje contundente al país de que, pese al paquetazo de leyes, la oposición sigue igual de enérgica y comprometida con su plan de derrotar a Chávez en las elecciones 2012? ¿No ayudó la entrada del nuevo Congreso a movilizar a la oposición y enfocar sus energías en objetivos concretos, es decir, la defensa y recuperación de espacios institucionales -en este caso el Parlamento? ¿Y qué otra alternativa existe además de esta estrategia? ¿El escenario violento que es rechazado por la inmensa mayoría de los venezolanos y la unanimidad del liderazgo opositor?

Hay quienes proponen que, en vez de perder el tiempo jugando a la democracia, se debe organizar una “gran movilización.”

El dilema es falso.

La estrategia de voto y reconquista de espacios insitucionales no es incompatible con la idea de la gran movilización. Más aún, nadie puede negar que, sin la recuperación de gobernaciones, alcaldías y curules parlamentarios, movilizar a las fuerzas opositoras sería mucho más difícil.

El camino que tomamos es el correcto y no debemos desviarnos.

Los contratistas

Lunes, 3 de enero de 2011

Beatrice Rangel, ministra de la Secretaría de CAP II, en entrevista con la periodista Mirtha Rivero:

Fue entonces cuando llegó el ministro de Transporte y Comunicaciones, Roberto Smith, con la buenísima noticia de que, luego de una revisión exhaustiva del registro de contratistas, se había encontrado que de los aproximadamente treinta y cinco mil inscritos -no recuerdo exactamente la cifra- solamente unos quince mil cumplían con los requisitos. Es decir, un poco menos de la mitad cumplía con las exigencias técnicas, financieras y legales. El resto estaba registrado pero no se sabía porqué…¿Quiénes eran esos veinte mil que no cumplían? ¿De dónde salían esas compañìas? Eran la típica compañiíta de un señor que era amigo de un político y el político le conseguía que lo metieran en el registro de contratistas y le asignaran una obra. Por supuesto, el señor de la empresita pico y pala no tenía ninguna capacidad de hacer la obra que le mandaban, pero la subcontrataba a una de las grandes. Pero cuando se subcontrata, veinte por ciento del dinero se pierde, otro veinte por ciento se le da al político que había conseguido el contrato, y al final había que ejecutar una obra con sesenta por ciento de lo presupuestado. Por supuesto que por eso en Venezuela nunca se terminaba una obra.

Si en esa época de CAP II, de bajos precios petroleros, el registro de contratistas de un sólo ministerio tenía treinta y cinco mil inscritos (de los cuales veinte mil no estaban calificados), ¿a cuanto habrá ascendido esa cifra de parásitos durante la era de Chávez? ¿Cuántas “compañiítas” de esas que menciona Rangel habrá creado la revolución considerando no sólo el ingreso sideral de la última década, sino también el hecho de que hoy existen muchos menos controles? ¿A cuántos de esos contratistas de ministerios, gobernaciones y alcaldías le conviene económicamente que Chávez permanezca en el poder? ¿Cuántos no votarán por la oposición por el temor a perder contratos que, ellos bien saben, jamás ganarían sin amigotes ni conexiones? ¿Y no motiva la mala situación económica del país este tipo de comportamiento? ¿Saber que, sin ese contratito, sin ese amigo en el ministerio, no son muchas las opciones de éxito y manutención?

El todavía alto número de votos que atrae Chávez tiene muchas explicaciones. En el cuento de Rangel asoma una de ellas.

El viejo radicalismo

Miércoles, 29 de diciembre de 2010

Antón Chéjov

El crítico literario James Wood en entrevista con Letras Libres:

Letras Libres: Después del posmodernismo y el multiculturalismo y las literaturas poscoloniales, ¿te ves como la reaccion conservadora?

James Wood: Me veo tratando de mantener viva una suerte de viejo radicalismo. Vuelvo como a un talismán a esa escena de Chéjov sentado en el Teatro de Arte de Moscú mirando la puesta de una obra de Ibsen y diciendo: “Pero Ibsen no es teatro: en la vida no ocurre así.” Lo que Chéjov sugiere, en un sentido, es que tienes que persistir en romper las formas. Me interesa V.S. Naipaul por esa razón. En algunos sentidos, él es obviamente muy conservador: es políticamente conservador y no está interesado en los juegos posmodernos por sí mismos. Pero tampoco está interesado en repetir las viejas formas. No tiene sentido para él sentarse y escribir una novela realista al viejo modo. Le gusta crear formas híbridas en las que mezcla memoria y autobiografía, y narración histórica y periodismo con ficción. Y creo que en ese sentido es un verdadero chejoviano, pues todavía dice: “Un momento, esas formas ya no nos dicen nada sobre la vida, tenemos que hacer algo nuevo.” Pero la pregunta ¿qué es la vida? -“esas formas no representan la vida, quiero vida en mi ficción”- no desaparece.

Me gusta esta respuesta porque, a través del ejemplo de Naipaul, Wood ilustra muy bien un argumento que considero certero. Wood dice que no rechaza, de antemano, el experimento ni la búsqueda de nuevas reglas y formas. Pero al mismo tiempo enfatiza que el experimento debe estar supeditado a la noble ambición chejoviana de que “haya vida” en la ficción. Las nuevas formas deben ser el producto de una necesidad que las justifique.

Leyendo La rebelión de los náufragos de Mirtha Rivero me vino a la mente esta reflexión de Wood. El libro no es ficción, sino un reportaje periodístico. Pero Rivero estira las definiciones del género y violenta sus convencionalismos no por frívola rebeldía o por un deseo de ser una escritora “moderna” o “experimental,” sino simplemente porque las viejas formas y tradiciones periodísticas no le bastan. La informada especulación, el uso responsable de la imaginación para rellenar huecos, la dinámica interacción prosa/entrevistas, el peligroso coqueteo con la ficción -todo esto es, o parece ser, el resultado de esa necesidad chejoviana que describe Wood. Da la impresión de que, sin esos audaces experimentos y trasgresiones, Rivero jamás hubiese podido recrear la caleidoscópica y fascinante realidad del segundo gobierno de CAP.

La rica textura del libro, más propia de una novela que de un reportaje, se debe a esta alta y noble ambición.

A ese viejo radicalismo.

Más sobre este tema:

El fracaso de CAP

Lunes, 27 de diciembre de 2010

La muerte de Carlos Andrés Pérez me sorprendió leyendo La rebelión de los náufragos, el magnífico libro de Mirtha Rivero sobre la segunda presidencia de Pérez. Ya varias personas me lo habían recomendado, pero nunca pensé que lo iba a disfrutar tanto. (No he terminado el libro y ya me prometí dedicarle un ensayo).

¿Ayuda este libro a revindicar la figura de CAP o lo contrario?

Yo diría que, sobre todo, Rivero nos ayuda a entender mejor a un hombre muy complejo y difícil de valorizar. Sin duda Pérez II -en duro contraste con Pérez I- tuvo cosas muy admirables. ¿Cómo no admirar, por ejemplo, el importante papel que desempeñó Pérez impulsando la elección directa de gobernadores (y la creación de la figura del alcalde) cuando el más afectado por esta reforma era el cogollo de su propio partido, Acción Democrática, cuyo apoyo Pérez necesitaba para gobernar? ¿Cómo no admirar la ayuda que le dio a las fuerzas descentralizadoras ordenando que el tema de los gobernadores se discutiera públicamente en el Congreso, donde al CEN de AD se le haría más difícil oponerse? ¿Cómo no admirar su decisión de privilegiar el mérito y la inteligencia sobre la simple militancia partidista o su esfuerzo por limitar en lo posible el número de cargos importantes impuestos por los partidos en las instituciones y empresas del Estado? ¿Cómo no admirar su deseo de rodearse de mentes brillantes para tratar de insertar a Venezuela en la modernidad, así ello con frecuencia acarreara el error de subestimar la importancia de la experiencia política y el talento comunicador? ¿Y cómo no admirar el coraje físico que exhibió durante el golpe del 92? ¿Cómo no admirar su talante democrático reconocido por políticos tan dispares como Teodoro Petkoff y Oswaldo Álvarez Paz?

Los errores y defectos de Pérez también son numerosos. Tan numerosos que no creo que Pérez jamás sea “revindicado” como un gran líder. En balance, durante sus dos gobiernos, Pérez hizo más daño que bien al país.

Sin embargo, no se puede negar que en su segundo gobierno Pérez hizo un intento noble para que este balance terminara en positivo.