La reacción correcta

Miércoles, 19 de octubre de 2011

@hcapriles

Solidarios con @leopoldolopez Debe ser el pueblo el que decida y elija a sus representantes!Hay que luchar por ese país!

@mariacorina2011

Los fallos de la Corte Interamericana son ejecutables sin necesidad de pronunciamiento del TSJ.El CNE tiene que acatarlo@leopoldolopez

@PabloPerezOf

Nuestro apoyo a @leopoldolopez ante ésta decisión, hacemos un llamado a la no politización de la justicia

@alcaldeledezma

Hoy es Leopoldo, mañana puede ser cualquier venezolano! Hoy es Globovisión, mañana puede ser cualquier canal o radio del país! #Unidad

@Primariasvzla

Ramón Guillermo Aveledo: “Si Leopoldo López gana el 12 de febrero, todos estamos obligados a convertirlo en presidente el 7 de octubre”

Vida en El Encantado (parte II)

Miércoles, 19 de octubre de 2011

Segunda parte de mi conversación con Maribel Pérez, habitante del barrio El Encantado en Petare.

Además de la inseguridad, ¿qué otros problemas hay en su barrio?

La basura.

¿Eso es un problema grave?

Sí, porque los camiones de basura deberían pasar con mayor frecuencia. Las bolsas se desbordan de los contenedores y el olor es horrible. Además todo se llena de gusanos. Y los gusanos invaden las casas que están cerca. Uno ve a veces miles de puntitos en las paredes o en las calles, y son gusanos.

¿Y los otros servicios, el agua, por ejemplo?

Antes sólo teníamos agua en la madrugada. Así que había que pararse a las dos de la mañana para acumular agua. Ahora está llegando todo el tiempo.

¿Tienen agua caliente?

Nooo, chico. Hay que calentarla en la cocina cuando uno se va a bañar. O bañarse con agua fría.

¿Y la cocina?

Una compra unas bombonas de gas.

¿Son caras?

No.

¿Y la televisión?

Yo tengo una televisión, pero allí en el barrio sólo se ve la señal de Televen. Es la única que se ve. Y a veces mal.

Pero hay gente que tiene cable, ¿no?

Sí la hay. Pero no mucha gente, que yo sepa.

¿E internet?

Que yo sepa, casi nadie. Aunque hay un señora que tiene un Cyber, donde la gente va ahí y se meten en ese centro para buscar trabajo.

¿Usted lo utiliza?

Nunca he ido.

¿Utiliza Internet?

Mis hijos, que están en Colombia, siempre me dicen que aprenda. Pero yo no he aprendido.

¿Por qué no vive más cerca del trabajo?

Porque fue donde conseguí.

¿Y cómo haría para encontrar casa en otro barrio -menos peligroso? Si yo le digo búsquese un lugar en Baruta mañana, ¿qué haría usted?

Bueno, me iría a Baruta y luego preguntaría casa por casa preguntando si alguien alquila. Uno no tiene tiempo para andar en eso. A veces lo he hecho, pero luego me canso.

¿Cómo son los Mercales?

No son muy buenos. A mí no me gustan los productos Mercal. Pero lo bueno es que ahí es una mezcla porque no sólo venden productos Mercal. Es mitad Mercal, mitad abasto normal, con precios normales…al menos en el que queda cerca de mi casa.

¿Y los módulos de Barrio Adentro?

En mi barrio no hay. Yo una vez fui a uno en Pablo VI para un dolor de rodilla; necesitaba una terapia. Fue todo gratis, pero me quedaba muy lejos y dejé de ir.

¿Siente que en su barrio la gente se ha beneficiado directamente del gobierno?

A varios por ahí le han salidos casas o apartamentos o créditos. Ahí es donde yo creo que la gente siente más los beneficios. Eso es lo que yo he visto, al menos.

¿Se habla mucho de política en el barrio? ¿Usted ve a la gente criticando a la oposición o hablando mal de Chávez o viceversa?

Muy poco, la verdad. Ahí la gente no anda muy pendiente de eso. Nadie tiene tiempo para eso, Alejandro. La gente anda trabajando y viendo cómo sobrevive.

Crítica de “El ruido de las cosas al caer”

Lunes, 17 de octubre de 2011

El suceso alrededor del cual gira El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez es el asesinato de Ricardo Laverde, presenciado por su amigo y narrador de la novela, Antonio Yammara. Yammara y Laverde caminan juntos por la calle cuando un motorizado pasa cerca de ellos y les dispara. A diferencia de su amigo, Yammara sobrevive el atentado, pero su roce con la muerte lo deja traumatizado. Durante meses vive atormentado por la ansiedad y el miedo. No duerme bien, ni tolera la oscuridad. Rechaza la compañía de sus padres y su relación con su esposa Aura se deteriora. Ni el nacimiento de su primera hija lo ayuda a recuperarse.

Más que un amigo, Laverde es un conocido. Yammara cuenta que lo conoció en un billar de la calle 14 en Bogotá el año 1992, cerca de la universidad donde da clases de derecho. Laverde tiene casi cincuenta años, veinte más que Yammara, pero se ve mucho más viejo. Es un hombre alto y delgado, sucio y descuidado, que parece siempre cansado. Un amigo común del billar le cuenta a Yammara que su cansancio se debe a la cárcel. Laverde estuvo veinte años presos y recién salió en libertad.

Un día Laverde le dice a Yammara que su esposa Elena Fritts lo viene a visitar de Estados Unidos después de más de dos décadas de separación. Se toman juntos unos tragos y Laverde, desinhibido por el alcohol, le habla vagamente de graves errores que ha cometido durante su vida y explican la larga separación entre su esposa y él. No le da detalles sobre su pasado, ni le revela qué errores cometió, pero Antonio Yammara sospecha que la historia está relacionada al motivo de su encarcelación.

Después de esa conversación Yammara y Laverde no se vuelven a ver por mucho tiempo. Una tarde, en el billar, se vuelven a encontrar, poco después de que se estrellara en Colombia un avión comercial proveniente de Miami con ciento cincuenta pasajeros. Laverde le muestra un casete y le dice que necesita escucharlo con urgencia. Yammara lo lleva a un centro cultural y lo ve llorar como un niño mientras escucha la cinta. Unos minutos después, en la calle, Ricardo le dice que Elena iba en el avión que se estrelló. En ese instante pasa la moto con los dos sicarios.

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Intimidación

Viernes, 14 de octubre de 2011

Autora: Mirtha Rivero

En Venezuela el dibujo es más complejo

A finales del mes de agosto el periódico me trajo una imagen que nunca podré olvidar. Por lo que retrataba y por lo que escondía. Era la fotografía del periodista mexicano Humberto Millán que, con las manos cubriéndose el rostro, yacía muerto boca abajo en un predio de labranza a las afueras de Culiacán. Al ver la foto pensé en lo que debieron ser sus últimos minutos. Me lo imaginé arrodillado, tapándose los ojos –la cara entera-, lleno de miedo, esperando el tiro en la nuca que lo silenciaría para siempre.

Humberto Millán era un periodista de estilo punzante –según atestiguan quienes lo conocieron- que trataba temas políticos y de corrupción. Hasta ahora no se sabe el móvil del asesinato, pero una de las líneas de investigación apunta hacia un crimen relacionado con su profesión, con el hecho de ser periodista. Y no sería raro, piensa más de uno: otro más muerto en acción. Semanas antes, varios reporteros jarochos habían salido en estampida de Veracruz luego de la tortura y asesinato de dos colegas, y varias semanas después del homicidio de Millán, ejecutaron a una periodista en Nuevo Laredo. México –vox populi- es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo.

En la Venezuela del siglo XXI, menos mal, no hay récord en ese sentido. No hay paliza, ni tortura ni la imagen de un periodista, hombros en tierra, tapándose la cara. En Venezuela, gracias a Dios, el crimen organizado sigue bastante desorganizado. En Venezuela –casi nos ufanamos- no hay ese tipo de ataques a la prensa. Pero en Venezuela… el libre ejercicio del periodismo no es tan libre. En nuestro patio, el ataque no viene precisamente del bando de la delincuencia (esa la sufrimos todos, seamos o no periodistas).

Y no aludo a las bombas lacrimógenas que más de una vez atragantan a reporteros que cubren una manifestación o del tiro en un pie que precede al susurro en el oído de un fotógrafo: “te pudimos haber matado”. Tampoco hablo de los empujones de ministros a periodistas, de las encerronas o los golpes, de los cierres a medios o de los juicios que se han entablado o de los periodistas que se han ido. Me ocupa –y preocupa- un ataque no tan evidente ni tan cruento.

Me refiero a una agresión disfrazada de ninguneo, cuando no de saboteo; a la intimidación que se da al amparo del aire acondicionado y del poder en un salón de prensa o al pie de unas escaleras a plena luz del sol –en donde, por cierto, la convocatoria es cerrada-. A la interrupción desmedida y descarada cuando se intenta formular una pregunta en terreno oficial y al trato despectivo –rallando en la burla-, que se transmite en vivo y en directo por cadena de radio y TV. No importa que la inquietud periodística sea por la salud presidencial –de la que una y otra vez se niegan detalles-, o la posición del país frente a la situación que se vive con Guyana o los índices de criminalidad. Si la interrogante es incómoda, no es raro, en vez de respuesta, recibir un: “tú no sabes lo que estás diciendo” o “yo creo que no te has informado” o “y tú quién eres” o “no voy a seguir en este juego contigo” o “no te voy a contestar”.

Pareciera olvidarse que el periodista tiene el derecho de hacer preguntas incómodas y el funcionario –del nivel que sea-, el deber de contestarlas; porque el funcionario es quien administra el dinero de todos, y cómo lo hace y la salud de quién lo hace es de interés nacional.

En Venezuela no hay cuerpo caído ni tiro en la nuca, pero para intimidar hay maneras. Algunas son menos burdas pero persiguen lo mismo: la autocensura, el silencio.

Todos para uno

Viernes, 14 de octubre de 2011

Según un reporte del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, el pasado septiembre se registraron 497 protestas a lo largo del país.

Las protestas fueron por asuntos laborales (38%), por reclamos de vivienda (34%), por la inseguridad (25%) y exigencias educativas (3%).

Septiembre no fue una excepción.

Según la ONG Espacio Público, entre enero y junio se llevaron a cabo 2365 manifestaciones públicas.

En 2010 se registraron 3114 manifestaciones y 3297 en 2009.

En el país, pues, hay una considerable reserva de energías proveniente de decenas de miles de personas frustradas que están dispuestas a activarse para buscar que las cosas cambien; miles de personas que están dispuestas a convertirse en activistas.

El problema es que estas energías están atomizadas. Cada quien protesta por su lado como si nadie se diera cuenta que sus reclamos tienen un origen común: el actual gobierno.

Si al menos una parte de estos manifestantes se uniera, luchando coordinadamente para alcanzar un objetivo común, su fuerza sería formidable.

Pero actuando individualmente ni siquiera logran atraer la atención de Globovisión.

¿Cómo puede la MUD absorber y aprovechar esta impresionante reserva de activistas, canalizando sus energías hacia objetivos políticos y electorales?

La respuesta es fácil: organización y coordinación.

Hacerlo es lo difícil.

Próximo lunes:

  • Por qué no me gustó la novela El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez (ensayo).